Esa voz

Más presente que nunca

Foto: Luis Angeletti.

 

La tarde era tibia, con un sol radiante. Estábamos juntos en la Plaza de Mayo cuando se escuchó: “Hola, ¿cómo están?, ¿me escuchan? Soy Cristina”. El silencio atravesó las gargantas hasta que esa mujer encarcelada, ultrajada y proscripta se hizo libre. Su voz con el cuerpo preso ahora quiere hacernos pensar.

Según el psicoanálisis, la voz es un objeto. Viene a ocupar un vacío en el registro sensorial de los otros. Algo así como el espejo orgánico de la vida. Pero el fenómeno de CFK se escapa del eje del enunciado. Lacan dijo que lo rehusado en lo simbólico vuelve en lo real. Y ella con su voz se afirma ahí donde la cadena se corta. El cordón que se deshace se hace uno solo.

La voz de CFK cortó hasta las rejas. No tiene tobillera, ni control satelital, no la pueden perseguir en Google ni en las plataformas virtuales, tampoco logran prohibirla, se hace millones. Vibra en el cuerpo de los otros y se rehace en las plazas, que la aman.

Las emociones no tienen DNI. La Policía no puede cancelar los corazones. Es imposible la verticalidad del capitalismo de los gerentes, tan estudiado en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX. Aquello que recayó en el neoliberalismo primero y actualmente en el delirio mesiánico del anarquismo capitalista en la Argentina. Toda esa logística sin razón se ve debilitada para controlar a bastonazos, disparos de escopeta con balas de goma y granadas, la voluntad de miles que tienen un solo propósito: resistirse a la opresión y recuperar la democracia.

El poder real está encerrado en la cárcel de su propio esquema de control. Por eso le cuesta custodiar la jerarquía de clases contra un pueblo que tiene la democracia secuestrada por la narrativa de ciencia ficción de los depredadores del bien común.

Orwell predijo que los gerentes iban a controlar el mundo a base de escarnio y hostigamiento de los demás. El estatus de los gerentes ha ido variando con el tiempo: son útiles para los dueños, pero se gastan al igual que las baterías de los teléfonos celulares.

Y Javier Gerardo Milei siempre se caracterizó por ser un buen empleado de los auténticos propietarios de la riqueza. Era un analista de costos y se reconvirtió en un gestor de los intereses globales de la ultraderecha de Estados Unidos e Israel. Dice que ve una pared en la bandera argentina. Se nota mucho.

La voz de Milei aparece en los programas de chismes imitando a Leonardo Favio, que lo hubiera carajeado con ganas. A poca gente le importa lo que pueda decir. Sus apariciones esporádicas carecen de audiencia y ha perdido el dominio de la agenda mediática por los verdaderos problemas de la gente.

Si no fuese Presidente, bien podría ser panelista de La Gambeta, donde el humorista Yayo Guridi destruye con humor la falsa formalidad del periodismo deportivo. Entre papas fritas de copetín, salame y queso, mate cebado y el negocio capitalista del fútbol y sus derivaciones de blanqueo de dinero, jugadores y publicidades de lo efímero.

Todo plan autocrático requiere de una invasión contra los otros. Los distintos, los de afuera del propio círculo, los chivos expiatorios del sistema imperante. Se trata de una auténtica guerra semántica y cognitiva en curso real. Lo anticiparon hasta los propios teóricos capitalistas en las universidades estadounidenses que, seguramente, los hermanos Javier Gerardo y Karina Milei nunca han estudiado.

El problema del gobierno es que propone un sistema oligárquico igual al del Reino Unido en el siglo XVIII. Milei encabeza el único capitalismo del planeta sin consumo, con suba de la desocupación y una peligrosa deriva autoritaria a cargo de la Policía Federal (PFA) y la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).

Los gerentes siempre usan a los efectivos que responden las órdenes de los principales.

A su vez, los principales siguen las indicaciones de los dueños. Los gerentes creen que son propietarios, pero ni siquiera resultan ser accionistas de la empresa.

La Argentina —aquí está el dilema de Milei— es más grande que una compañía. No pueden aplicarse favores y castigos en formato de incentivos para que crezca pacientemente el régimen de la esclavitud normalizada.

La voz de CFK viene a decirnos eso. Llega de alguna parte de nuestra consciencia y se funda sobre la base de la palabra. Milei se pierde en su laberinto. Incapaz de llegar al alma de las cosas. Hay un abismo entre la voz de Cristina y el dogma liberal libertario capitalista. Milei está más cerca del lado oscuro de la luna que de la realidad cotidiana de millones de trabajadoras y trabajadores que pagan la comida de sus familias con las tarjetas de crédito y sobreviven entre la incertidumbre y el endeudamiento sistemático.

El amor comienza con un desencuentro. La construcción transforma el primer escollo de la propia individualidad en el momento del encuentro.

Hay gente que no ama. Que asegura que habla con perros muertos y clona sus genes, que se cree soldado de la antigua Roma y heredero de Moisés.

Los que odian no suelen escuchar. “Todo esto es menos malo, cuando ustedes alzan la voz”, dijo CFK.

Volvió a dejar un mensaje para el pueblo que llenó el auditorio del Parque Lezama a las seis de la tarde del Día de la Bandera. Sonó precisa, calmada, protectora, madre, hablando de los índices de desocupación que casi alcanzan los dos dígitos en los principales centros industriales del país.

“Ella nos ayuda desde donde está”, dijo una mujer que alquila y que, después de pagar las cuentas, le quedan 50.000 pesos para sobrevivir con su familia.

“La gente no come policías”, había dicho CFK.

 

 

 

 

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