Ese lugar

En el CCK está la sala que Evita usaba para organizar la ayuda social

 

Para 1946, no había nada más efectivo para conectar el país que el propio Correo. Su largo brazo se estiraba hasta todas las regiones, a la ciudad y a la periferia. María Eva Duarte sabía desde chica que en todos esos lugares había pobres y ricos, pero sobre todo que había gente con derechos y otros que no. Le generaba una asfixia que le oprimía le pecho. Será por eso que le pidió a Oscar Nicolini, el director de Correos y Telecomunicaciones, que le hiciera un lugar en su edificio – ubicado a unos escasos 300 metros de la Casa de Gobierno. Nicolini no lo dudó y le cedió su propia oficina, donde Eva montó en los primeros meses del gobierno de Juan Domingo Perón su centro de operaciones para recibir pedidos y enviar ayuda. La Sala Eva Perón, cerrada durante los cuatro años del macrismo, es uno de los espacios más impresionantes que pueden visitarse en el Centro Cultural Kirchner (CCK), que el próximo sábado 1 de febrero volverá a abrir sus puertas.

 

La reconstrucción

La oficina está ubicada en el cuarto piso. Es un despacho enorme, de unos 30 metros de largo y unos 10 metros de ancho. Detrás de unos pesados cortinados, hay unos ventanales enormes desde donde se ve con claridad una de las alas de la Casa Rosada. Durante parte de 1946 y 1947, Eva desplegó allí sus iniciativas para ayudar a los humildes, a los que iban a verla y le hablaban bajito por la vergüenza, a los que le mandaban cartas. Fue en esa sala que empezó a gestarse la Fundación Eva Perón.

El mobiliario de la Sala es original del edificio de Correos. La disposición de la Sala y los objetos que pueden verse son reconstrucciones exactas gracias al material del archivo o al acceso, en algunos casos, a los originales.

La reconstrucción de la sala fue parte de la tarea que concluyó en mayo de 2015, cuando Cristina Fernández de Kirchner inauguró el CCK después de varios años de trabajo. Durante unos meses, el salón estuvo abierto al público. Con la llegada al gobierno del macrismo, el que fuera el despacho de Evita se clausuró. Mejor no hablar de ese lugar.

 

Las cartas. Foto: Prensa CCK.

 

 

 

Las cartas

Quienes ingresan a la sala se topan con una verdadera montaña de cartas destinadas a Eva. Hay sobres desparramados por todos escritorios. En La Razón de mi vida, ella contaba que por día llegaba a recibir entre 5.000 y 15.000 cartas.

Leía con especial atención las que le enviaban los pibes y las pibas. Eran las que le permitían abstraerse cuando la lucha era demasiado dura. Citaba en su libro la notita de una “descamisadita de ocho años”, a la que no pudo resistirse. "Querida Evita: yo quiero para los Reyes cualquier cosa con tal de tener un recuerdo suyo. Pero no tengo ninguna bicicleta", le decía la nena.

O la carta de una mujer, a quien le había mandado una máquina de coser, y volvió a escribirle para darle las gracias y enviarle algo del dinero que había hecho gracias a su nuevo elemento de trabajo.

 

 

Cuestión de derechos

En un rincón de la sala, hay una pila de mantas y cunas para armar – idénticas a las que se ven en las fotos de los grandes almacenes que la Fundación tendría a lo largo y ancho del país. Sobre ellas, se amontonan unas cuantas ollas, que tienen pegadas las estampillas de Perón y Evita.

Las bicicletas negras, de caños finos y estilizados, se llevan todas las miradas. Un poco más allá, hay un grupo de triciclos rojos y unos autitos de carrera estacionados en mitad del salón. Todos fueron hechos en el país.

En la parte posterior del despacho, hay cajas con pelotas de fútbol de cuero marrón, una mesa repleta de juegos de mesa de madera y hasta unos juegos de mate en su correspondiente envoltorio. Las mulatas en sus cajitas hacían suspirar de emoción a las nenas que las recibían – muchas veces en las sedes del Correo de cada ciudad.

Sobre una mesita se ve una foto en la que Evita mira con orgullo a dos varones y dos nenas que están recibiendo sus regalos. Es ciertamente un día especial. A su derecha está Perón, con las manos en los bolsillos, el saco abierto y una expresión divertida. Todos se amontonan en una escalera de la residencia presidencial. Entre ellos, hay un muchachito que lleva su autito de carrera. Una nena más chiquita espera con su triciclo para saludar, y, detrás de ella, hay un varón que arrastra una bicicleta. Otra chiquita, de pollera y blusa, los mira de reojo y sin soltar la caja con su muñeca.

En la sala, también hay imágenes de Perón y Eva entregando pan dulces y sidras para las fiestas. Un lujo que ya no era privativo de los ricos.

 

 

Autitos, tractores y cajas de muñecas. Foto: Prensa CCK.

 

 

 

Su lugar

El despacho está lleno de escritorios. Todos de distinto tamaño y con distinta disposición.  Algunos tienen máquinas de escribir con cartas a medio redactar. Hay cestos con papeles arrojados, biblioratos por el piso, tazas de te e incluso un ventilador dorado – casi una joya del siglo XX , que está apoyado en una mesita junto a un sillón de cuero oscuro. Por la sala, hay panfletos que recuerdan el enfrentamiento entre Perón y Spruille Braden, el embajador estadounidense en la Argentina y coordinador de una campaña del Departamento de Estado para evitar la llegada al poder del peronismo.

Hay un escritorio enorme, el que usaron Nicolini y Eva. Sobre él, hay cartas, claro. Quedaron unas tazas e incluso un plato con masitas, que reponen el uso cotidiano y extenso que se le dio a esa oficina. Hay fotos de Perón y Evita, y una muñeca apoyada contra un velador.

Junto al escritorio, está acomodado un perchero de madera. Sobre él, están apoyados prolijamente un saco sastre – casi diminuto – y un sombrero de la misma tela. Parecen haber sido dejados allí por alguien que sabe que nunca se fue. O que siempre está por volver.

 

 

 

Volverá y será millones. Foto: Prensa CCK.

 

 

 

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