ESPECTÁCULO, SIMULACROS Y ARDIDES

Cuando el espectáculo no es una mera ilusión sino que se convierte en una realidad objetiva

 

Imagen principal: Teatro Strappato.

 

Un gobierno verdaderamente falso

Un video, subido a las redes por la gobernadora María Eugenia Vidal, la muestra sentada a la mesa de una mujer pobre que toma mates en una casa con tabiques de chapa. La mujer habla y Vidal, que ha aparecido “de sorpresa”, la escucha tomándole la mano en un gesto de compasiva cercanía. La mujer dice que “todo el mundo piensa que al pobre se lo compra con algo, pero (…) al pobre denle convicciones, denle algún fundamento… díganle que al final del camino, tus hijos, tus nietos, van a estar mejor de lo que vos estuviste (…) Ahora sí puedo decir que hace cuatro años vivo de la realidad. Que me están diciendo la verdad. Yo creo en usted. Pero creo… ciegamente en usted. Y mire que no tengo laburo, y que todos los días me levanto y me quejo, y que mis hijos salen a buscar laburo y no tienen… pero yo tengo fe, tengo esperanza en usted”. Vidal cierra: “Vos decís que creés en mí, yo creo en la gente como vos, y creo que por gente como vos vamos a salir”.

Toda la secuencia es falsa. El video no es más que un simulacro: esa mujer ya había participado en la filmación de otras dos representaciones del gobierno realizadas con la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y con el ex subsecretario de juventudes de Cambiemos, Peter Robledo. Pero esto no es nuevo. Los ejemplos de la política como espectáculo y de los simulacros para el engaño en el gobierno de Cambiemos se repiten desde el inicio. Los tribunales de Comodoro Py dieron reiteradas demostraciones de medidas, allanamientos y detenciones en las que la condición de esa política como espectáculo ha sido harto visible. Ahora, en las coimas del cuaderno de Marcelo D’Alessio, operador de un fiscal de esos tribunales, entre otros términos de una red semántica extorsiva aparece la palabra “Ardid” que desde su origen tiene los sentidos de “acto astuto” y “estratagema bélica” para engañar a alguien o conseguir algo.

En este sentido, un periodista (Marcelo Bonelli) abre su programa en modo efectista con una gigantografía de un número preciso, 21.054.710 (lo que reclama credibilidad), para decir “este es el número que explica si la economía argentina es viable o inviable. ¿De qué se trata este número? De 21.054.710 empleados que cobran o gente que cobra del Estado. Hay 6.300.00 aproximadamente de empleados privados. Esto quiere decir que un trabajador privado tiene que ganar para sustentarse él y además para financiar a prácticamente tres personas que viven del Estado. ¿Esto es viable? ¿Este es el problema de la economía?” No tengo espacio en esta nota para mostrar el detalle de la falacia de este ardid que muchos sabrán ver por sí solos. Pero toda la estructura argumentativa sigue la misma estratagema bélica de campaña de la imagen clasi-racista del Ministerio de Desarrollo Social, y del video de la gobernadora Vidal, para imponer el cambio cultural de la desigualdad y la privación de derechos.

 

 

 

La imagen invertida del Bien

Tan temprano como 1967, Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo, un libro extraordinariamente potente para comprender algunas de estas cuestiones. Para Debord, el espectáculo es una relación social entre personas mediatizada por imágenes que constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Pero el espectáculo no es una mera ilusión sino una realidad objetiva, porque el espectáculo es real invirtiendo el mundo real y haciendo que lo verdadero sea un momento de lo falso diciendo “lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece”. Y sobre las privaciones que el neoliberalismo genera hay un desplazamiento del tener al parecer, al modo, aparentemente contradictorio, en que la interlocutora de Vidal, privada en la realidad del tener, sin embargo parece tenerlo todo ante la vedette que encarna la ilusión de la plenitud por llegar: “La imagen impuesta del bien, en su espectáculo, recoge la totalidad de lo que existe oficialmente, y se concentra normalmente en un solo hombre (mujer), quien es el garante de su cohesión totalitaria. Con esta vedette absoluta cada cual debe identificarse mágicamente o desaparecer”.

Así, dice Debord, “el espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. Es el principio del fetichismo de la mercancía, es la dominación de la sociedad a través de ‘cosas suprasensibles aunque sensibles’ (las imágenes que el video hace ver); “Es la riqueza ilusoria de la sobrevida aumentada” (al final del camino, tus hijos, tus nietos, van a estar mejor que vos). En la propuesta de Cambiemos de un futuro de progreso que no tiene otra posibilidad que llegar siguiendo “el único camino posible”, se apela a la confianza en una persona o grupos de personas que en realidad no sólo no puede hacer que ocurra lo imposible sino que también puede hacer que no ocurra lo posible.

Por eso, cuando la idea neoliberal del tiempo como futuro retoma la idea cristiana de “El reino de Dios está próximo”, se repite la negación del tiempo próximo de sueldos y jornales, de los trabajos y trimestres de estación, y del ciclo anual de la vida convertido ahora en sobrevivencia. Y es que el tiempo es la medida de la alienación del individuo, el metro-patrón de su conversión a cosa que espera. Una cosa que aunque desposeída de toda individualidad personal, en tanto mercancía valiosa ha de mantener la ilusión de identidad personal: en la propaganda actual de un servicio de transporte, los conductores se llaman por sus nombres con los clientes, en una expresión más de la masificación de relaciones entre mercancías. Una ilusión que en lo político introdujo Cambiemos y que es visible en el video de la gobernadora Vidal.

 

Causar daño con conciencia cierta

 

 

Cuando Macri anunció que uno de los tres objetivos mayores de su gobierno sería “pobreza cero”, no podía no saber que sus políticas aumentarían el número de pobres. Lo digo con este circunloquio de “no podía no saber” para no decir: cuando Macri introdujo y repitió su consigna “pobreza cero”, sabía muy bien que sus políticas aumentarían el número de pobres. Sus rivales en las elecciones le habían dicho que iba a devaluar (lo negó), que iba a ajustar (lo negó), que iba a destrozar la industria nacional (lo negó), que iba a aumentar las tarifas en modo impagable… Todo lo que llevaba a la pobreza y las desigualdades lo negó y todo lo hizo. Aún más: en el debate para las elecciones afirmó: “Nos han ocultado la inflación; la inflación se ha comido a los jubilados, se ha comido a los trabajadores, a los que trabajan en forma independiente”. Pero su inflación fue más voraz e insaciable.

Macri no podía no saber del contubernio entre soldados del Poder Judicial y los servicios de inteligencia para perseguir opositores, cuando quiso nombrar por decreto a dos jueces de la Corte Suprema y le alquiló su departamento a quien nombró como jefe de los espías. No podía no saber que modificar por decreto la ley de blanqueo de capitales para beneficiar a sus familiares era inmoral e ilegal. No podía no saber de los aportes truchos a la campaña de su partido. Y no podía no saber que toda acusación de corrupción a su gobierno sería negada, denegada y descartada, deliberada y sistemáticamente, cuando forzó los criterios de ingreso para su elegida como titular de la Oficina Anticorrupción. Pero todo ese daño lo enmascaró con su política de espectáculo, simulacro y ardides.

Sin embargo, pese a esas estrategias para la explotación de las mayorías en beneficio de unos pocos, y entregado a los intereses foráneos, Macri dejó —acaso como aquellos sociópatas cuya culpa aplastadora les lleva a dejar pistas para ser atrapados—, una sentencia de valor para su aplicación a todo gobierno democrático: “Por la meta que quiero se me juzgue es si pude o no reducir la pobreza”. Y como la fórmula de su juramento estipula que Dios y la Patria lo demanden por lo que debería haber hecho y no hizo, cabe empezar a pensar en ello.

 

Dios y la Patria

 

Gustave Doré, Inferno 34, "Fiume cocito", 1861.

 

Nueve meses antes de concluir su mandato, sin tiempo ya para modificar la evidencia de los resultados que lo condenan ante el juicio de un Dios justo, el destino de Macri, en modo inapelable si acaso lo alcanzara en la nación de sus ancestros, es el que un hombre de esa tierra prefiguró hace siglos: el hundimiento en la zona Antenora del fiume cocito en el último círculo agitado por los vientos helados que llegan del Lucifero.

Y sin que nada se pueda pronosticar de cómo será el juicio de la Patria, con mucho más que la meta de reducción de la pobreza para evaluar, las evidencias indican que Macri causó daño con la conciencia de un empresario que en modo egoísta sólo piensa en que le cierren las cuentas de sus ganancias y despide trabajadores sin sensibilidad ni búsqueda de alternativa alguna (el único camino) ante los proyectos de vida individual y comunitarios truncados por sus decisiones. Sin embargo, Macri debió actuar con la conciencia de un Presidente de la Nación. Y por los daños que causó al no cumplir con las obligaciones de su función, la Patria lo habrá de demandar. No es posible pronosticar si la carátula en este caso habrá de ser la misma que Dante le asignó a los condenados a la zona Antenora, ya que Dios y la Patria tienen sistemas procesales distintos.

 

 

 

 

 

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