Estado-shopping

El neoliberalismo busca cercenar las funciones reguladoras y distributivas de la gestión pública

 

Dos proyectos políticos, que reunieron un 60 % de los votos en las PASO, propusieron en sus plataformas electorales recortar el gasto público: Juntos por el Cambio aseguró que construiría “un Estado austero”, mientras que La Libertad Avanza prometió la “eliminación de los gastos improductivos del Estado”, su “optimización y achicamiento” y la “privatización de las empresas públicas deficitarias”. La campaña de ambos partidos involucró una ecuación simple: colocar todo lo que estuviese tocado por el Estado (y a todos) como polo negativo.

En momentos de confrontación de postulaciones para cargos electivos, la clave es elegir bien al adversario. “El Estado es un buen adversario para los liberales”, divisó el politólogo brasileño Emir Sader, ya que no es difícil unificar un conjunto de problemas alrededor de este e instalar la idea de que “el Estado mínimo sería una solución, aunque sería, en realidad, mercado máximo”.

Para el politólogo Hernán Fair, “asistimos a una reedición de la frontera Estado/mercado, que es típica de los discursos neoliberales”. Sin embargo, señaló que el discurso de Javier Milei es novedoso en la Argentina, puesto que sitúa dentro de la “casta” tanto a dirigentes de perfil estatista como a aquellos de tendencia neoliberal. “El Frente de Chorros y Juntos por el Cargo son lo mismo”, resumió hace unos meses el candidato libertario. “La paradoja es que, al mismo tiempo, su discurso excluye a Mauricio Macri. Ello confirma que se trata de una estrategia discursiva para sumar voluntades”, observó el analista.

“Hay que ir desarticulando las propuestas de Milei con mucha pedagogía. Hay que explicar por qué puede atentar contra el acceso a la salud y qué significa que la universidad esté arancelada”, consideró la socióloga Soledad Stoessel. En los últimos días, hubo un raid de entrevistas televisivas a funcionarios de distintos niveles estamentales. Cada uno narró en primera persona qué políticas públicas le tocaba administrar y para qué servían. Es una buena noticia: el Estado debe ser comprensible.

 

Tu vida no es redituable

El Estado es un conjunto complejo de instituciones que amalgama diversas historias, lógicas e ideologías. Contiene formas de organización, de gobierno y de control diferentes, incluso, contradictorias. Es el instrumento para dar forma a la esfera de lo público y al bien común. Es, también, el aparato que ejerce la mediación entre relaciones de poder desiguales. Tiene una función eminentemente reguladora y distributiva.

Pero ¿por qué son necesarias las redistribuciones estatales? Algunos ejemplos:

  •         Caso A: Un hombre toma un colectivo desde su vivienda en un barrio alejado del casco urbano a las 23 horas. Trabaja de recepcionista en un hotel y le toca cubrir el turno noche. El transporte tiene 33 asientos, pero solo 3 están ocupados en ese trayecto. En sí mismo, el viaje que hace posible que el hombre conserve su empleo es deficitario.

Contexto A: Los pasajeros del transporte público urbano en el Área Metropolitana de Buenos Aires pagan un 15 % del costo de la tarifa técnica del pasaje. Las frecuencias y recorridos no están determinados únicamente por el volumen de la demanda. También, se rigen por el criterio de brindar conectividad a zonas aisladas.

  •         Caso B: Una niña de 6 años y un niño de 13 viven con sus padres, quienes se dedican a la producción hortícola en una pequeña chacra. Todos los días caminan alrededor de 3 kilómetros por calles de tierra (o barro, si llueve) para asistir a la escuela. El establecimiento tiene matrícula mínima y los niveles de educación inicial, primaria y secundaria comparten las instalaciones.

Contexto B: Un 37 % de las escuelas bonaerenses son rurales y su emplazamiento responde a la máxima de asegurar el acceso a la educación obligatoria de población dispersa a nivel territorial. Si existiese un sistema de vouchers, estos centros educativos no podrían reunir los suficientes como para sustentar sus gastos corrientes (no está de más recordar que la educación pública depende de las provincias y que, para implementar dicho sistema, habría que, primero, reformar la Constitución Nacional).

  •         Caso C: Una mujer se realiza una mamografía como parte de un chequeo médico anual en un hospital. Sin síntomas a la vista, el examen le permite la detección temprana de un tumor y recurrir a un tratamiento poco invasivo. Si la prevención en salud no fuese gratuita, muchos pacientes llegarían con enfermedades avanzadas que necesitan un seguimiento más prolongado.

Contexto C: Un 40 % de la población del país se atiende en el sistema público de salud. Como indicó el ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, el sistema de salud es solidario porque “nadie puede pagar la salud si se enferma en serio”. El tratamiento anual de una persona con cáncer de mama rondaría los 68 millones de pesos.

Desde la lógica mercantil, ninguna de las situaciones graficadas sería redituable. Para un país, tener una población con educación obligatoria completa, con trabajo estable y con salud evita un sinnúmero de problemas a nivel social. Viceversa, la marginalidad y la pobreza disparan la conflictividad y las violencias. Por eso, los proyectos pro-mercado tienden a estar anudados con doctrinas punitivistas y con promesas de mayor represión. La contracara de un Estado flexible en la regulación de los poderosos es un Estado pétreo con los más desprotegidos.

La fórmula con la que, en 2001, el gobernador de Santa Cruz cruzó a la ministra de Trabajo por el ajuste a los jubilados no pierde vigencia: “¿Cuál es la audacia? Es débil con los poderosos y fuerte con los débiles”, le señaló Néstor Kirchner a Patricia Bullrich.

 

 

 

La libertad no se autorregula

“En el fondo, ¿qué es el Estado? El Estado es un seguro —definió Milei—. Entonces, ¿cómo hago para asegurarme que sea lo más parecido a la provisión que me daría el mercado? Lo que tenés que hacer es repartir vouchers”. El orden neoliberal opera un imaginario de un Estado-shopping en el que habría una amplísima variedad de productos y servicios ofertados, sólo limitados por el gusto de los compradores. Pero las grandes mayorías no pueden pagar los artículos expuestos en esas góndolas infinitas, aunque tengan en su poder cupones de descuento. Es probable que tampoco puedan acercarse a ellas: al igual que en los centros comerciales, primero hay que pasar el filtro de seguridad que determina si los sujetos son “consumidores viables” por su apariencia. En suma, un Estado neoliberal supone fronteras más laxas para los bienes, no para las personas.

Soledad Stoessel, docente de la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad Central del Ecuador, distinguió que el programa neoliberal no es sólo anti-Estado, sino que es anti-igualdad. Por eso, incluyen en sus diatribas “las agendas de derechos, las agendas feministas y ecologistas”. En otras palabras, no se trata de “una derecha democrática, sino que es una derecha autoritaria que viene explícitamente a atacar las agendas de igualdad”. Entre el 2000 y el 2015, la reducción de las desigualdades fue el centro de las políticas de los gobiernos progresistas de América Latina, lo que ha lastimado los privilegios y la concentración de la riqueza: “Eso es lo que, al día de hoy, las élites económicas no perdonan”.

A entender de la socióloga, es necesario diferenciar el neoliberalismo como proceso (la relación del Estado con la sociedad y el tipo de políticas públicas que se llevan adelante) del neoliberalismo como lógica (un modo de racionalidad y de construcción de identidades). Cuando gobernaron, los proyectos progresistas “han roto con el neoliberalismo como proceso, pero no con el neoliberalismo como lógica de construcción de subjetividades”. Los sectores conservadores “aprovecharon el contexto de la pandemia para volver a posicionar un discurso contra el Estado, como aquello que cercena las libertades”. Para Stoessel, “la fuerza que está teniendo Milei en este momento no la podemos entender si no es por la pandemia”.

 

Un neologismo que hizo mella: en la pandemia, Patricia Bullrich caracterizaba al Estado como una “infectadura”.

 

El neoliberalismo no es un sistema homogéneo de ideas, por el contrario, alberga varias corrientes. Para el docente de la Universidad Nacional de Quilmes Hernán Fair, Milei “presenta mayor afinidad con las ideas ‘paleolibertarias’, una vertiente de neoliberalismo que realiza una combinación de ideas neoliberales extremas en lo económico, con un conjunto de ideas conservadoras o autoritarias en lo social”. Desde su eje conservador, “promueve ideas jerárquicas y críticas del liberalismo político en su faceta pluralista o multicultural”. Es por ello por lo que su discurso no se limita a “una feroz crítica al Estado interventor”, sino que “es también una crítica igualmente feroz a lo que ha sido definido como la ‘ideología de género’, una crítica a la despenalización del aborto, una defensa del militarismo y un rechazo a los derechos humanos”.

Para el politólogo, “la democracia y el neoliberalismo son contradictorios, porque el primero defiende la igualdad social y el segundo la desigualdad social”. La paradoja es que “si adoptamos una concepción procedimental-liberal de la democracia, tanto Milei como Bullrich son un riesgo para la consolidación democrática”, ya que “sus discursos violentos y autoritarios pueden anteceder a hechos de violencia y prácticas por lo menos iliberales, o cercenadoras de libertades fundamentales”.

La pregunta que se le debería hacer a los candidatos es: libertad, ¿para quién? La libre concentración de la propiedad y la libre apropiación de los bienes de interés público —como los recursos naturales, la energía y la tierra— es la libertad de unos pocos. Si el orden neoliberal facilita la acumulación, su reverso necesario es la desposesión. Lo que la teoría de la autorregulación del mercado invisibiliza es la regulación de facto del capital. Sólo hay libertad colectiva allí donde hay regulación pública.

 

 

Hacia un Estado-evidencia

El Estado no es un ente tan abstracto como se pretende instalar. Es, en realidad, la objetivación del poder social. La sociedad, históricamente, ha exteriorizado las normas de la convivencia y las ha sintetizado en la forma-Estado. Es, entonces, el producto de siglos de aprendizajes en torno a cómo hacemos para relacionarnos con los otros en los asuntos que nos involucran a todos. Es, además, la herramienta capaz de trastocar las divisiones sociales que el capitalismo produce y de dar respuestas al problema de la escasez.

Para Emir Sader, la mejor defensa que tiene Lula da Silva ante el modelo neoliberal “no es sólo haber derrotado a Bolsonaro, sino haber implementado un gobierno que tiene el 60 % de apoyo: la economía funciona, se generan empleos”. La ecuación vuelve a ser simple: para “fortalecer la idea de que es necesario un Estado fuerte y no un Estado mínimo”, hay que “probarlo en la práctica, con la gente”.

 

 

 

Las corrientes administrativistas sobre las tecnologías gubernamentales se han explayado largo y tendido en torno a la necesaria transparencia del aparato estatal. Pero la publicidad de los actos de gobierno no ha garantizado su visibilidad en la vida cotidiana. Quizá sea conveniente, en adelante, que el pensamiento discurra en torno a cómo reforzar su materialidad social.

 

 

 

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