Este será mi primer 24 de marzo

"Apelé a la ley para, al quitarme el apellido Etchecolatz, no permitirle ser mi padre nunca más"

 

Este 24 voy a ir a la Plaza. Va a ser mi primer 24, pero creo que en la vida de los sujetos hay un cachito de 24 cada día. Me parece que esa conmemoración tiene la fuerza del encuentro, de lo colectivo y de estar con el otro. Hoy yo tengo todos los días ese cachito de 24, no porque me pertenezca a mí, sino por lo que conmemora, siendo la ex hija de quién soy.

Yo soy Mariana Dopazo, la ex hija de Miguel Etchecolatz, que por decisión y elaboración propia después de un proceso de más de 40 años me habilité a mí misma a solicitar la supresión del apellido paterno y la sustitución por el apellido materno. Esa última decisión —porque fue la última, después de un proceso muy largo—, implicó apelar a la ley en el sentido de solicitar no tener que cargar más con ese apellido teñido de horror, de dolor, de vergüenza y de deshonra. En ese sentido, apelar a la ley como último eslabón tenía que ver con no permitirle ser mi padre nunca más.

 

 

La justicia solicita justas razones para estos casos. Y cuando respondió de modo positivo, dijo que esa parentalidad con el horror, con la vergüenza, con lo sangriento, con lo dramático, estaba enmarcada dentro de la figura de un genocida. No fue que la Justicia dijo: "Pobre piba, qué bajón lo que le pasó, vamos a darle un poco de aire en la vida". No. No fue eso. El fallo tuvo la misma contundencia que mi solicitud: porque Etchecolatz participó de esto y esto, enmarcado dentro del terrorismo de Estado, porque manejó tantos centros clandestinos. Eso hizo que en mi historia la Justicia ponga al Terror de Estado donde debía ponerlo.

 

 

En ese sentido puedo contar que mi historia deja de ser una historia personal para atravesar lo colectivo. Muy poco después de eso se dio el fallo del 2x1 que para mí fue la última valla: el último límite que podía tolerar en el silencio donde me vi compelida a vivir por la potencia de ese apellido. Viví muchos años con el profundo dolor del silencio y de no poder compartir nada de esto. No tuve interlocutores porque el apellido me lo impedía. La potencia del apellido tenía que ver con el mayor genocida, el mayor ideólogo. Nadie duda quién era Etchecolatz. Cuando la Justicia se convirtió en injusticia con el 2x1, no había mucho más que proteja a los sujetos. Y yo no pensaba en protegerme a mí porque ya me había armado a mí misma. El 2x1 volvía actual la atrocidad de que los genocidas se puedan rozar o con sus víctimas o con los sobrevivientes o con los hijos o con las familias. Eso no lo consideré yo sola —que fue la primera vez que marché—, lo consideró una parte muy importante de la sociedad, que dijo: "Esto no".

La desprotección, el desnudo en el que la Justicia deja a un sujeto cuando toma esas decisiones, generó la marcha más contundente contra este gobierno. Fue la marcha más humana, porque no tocaba ningún bien material, tocaba el buen ser, el bienestar de los sujetos que vivimos en comunidad.

Yo me enteré del fallo por los medios y me pasó eso: no dudé. Necesitaba estar ahí. Después se armaron todas las cuestiones colectivas, estas redes de quienes venimos de estas trayectorias, pero a partir de ese hecho hay mucha gente que nos pregunta: ¿Por qué no salieron antes? Yo no creo tener una respuesta, pero una respuesta posible está ahí: el haber sido hijos del silencio, del no decir. Ahí ocurrió algo que debe haber tocado en todos nosotros ese punto: "Hasta acá". Todos los hijos y ex hijos de genocidas han tenido una vida antes de este 2x1 en modo singular, más allá de la figura de un padre, una vida particular, pero esto convocaba lo peor. Hizo actual lo peor.

En lo personal lo viví siempre con mucho dolor, no por mí sino por el otro, me refiero a sus víctimas, por tener el padre que tenía y saber que eso era verdad. Nunca tuve duda de lo que eran capaces de hacer los genocidas porque yo vengo de vivir ahí adentro. Etchecolatz fue siempre lo mismo. No caben dudas de su accionar histórico. Cuando escuché o supe por la Justicia lo que había hecho, no se me cayó un velo. La marcha fue un no al horror de sujetos adultos que sabíamos de qué se trataba todo eso, porque hemos vivido dentro de eso. Y ha sido ese el puntapié inicial del 2x1, que no fue buscado por la sociedad, pero por el que cada uno se vio convocado a parar tal intento de avasallamiento.

 

1977. Festejo de 7 años. Imagen situada "en algún Círculo Policial de La Plata".

 

Nunca pensé que algo de todo esto podía sucederle a otros, contrariamente supuse siempre que era la única hija que pensaba así. Haciendo la presentación para sacarme el apellido de mi padre, por casualidad encontré jurisprudencia con el caso de Rita Vagliati. Yo desconocía esa situación. Me pareció un acto muy grande. Y me encontré con esa jurisprudencia cuando no sabía si iban a permitirme el cambio de apellido, aunque esa misma acción de llevarlo a cabo, sea cual hubiese sido el resultado, era un acto que operaba en lo real. También era cierto que nadie anda pensando que por los horrores de la vida se va a cambiar el apellido. No es algo que la Justicia permita. Hay hijos de violadores, hay hijos de asesinos, hay estos hijos que sin embargo no echan mano al recurso de ir a cambiarse el apellido. Por eso digo que fue un proceso de muchos años llegar hasta ahí. Antes tenía que resolver cómo lo tramitaba. El horror nunca se borra, no lo podés hacer a un lado. Tiene características que no tiene el miedo. ¿Cómo hacés para tramitar que tu progenitor fue un represor y un asesino del Estado y un apropiador y un torturador y un vejador ? Puertas para adentro es una cosa pero no, esto es por lo que hizo afuera. Lo interno son anécdotas que unidas van configurando una historia. Fuera de eso, a mí siempre me convocó la cuestión del otro, que es lo que nunca lo convocó a Etchecolatz. En eso tenemos una diferencia radical, eso es lo que me posibilita decir: "Yo no soy esto". No lo soy, a partir del momento que nunca lo fui. No es que en algún momento decidí que no quería más eso para mí, yo siempre supe que no quería eso en lo que estaba. A lo mejor no lo supe decir con palabras. Los procesos llevan mucho tiempo. Eso es lo que me posibilitó este acto individual que se convirtió en un salto a lo colectivo, un lugar nuevo, en el que una se queda y al descubrirlo lo abraza y no lo deja. Lo colectivo tiene eso: que una no se quiere ir más.

En este caso surgieron las historias. Y siempre decimos que a nosotros no nos junta nada bueno, porque tampoco se puede hacer nada mejor con ese horror. A lo mejor otros colectivos se unen para cambiar las cosas, pero no se cambian ni las muertes, ni las vejaciones, ni las desapariciones, ni ese deshilván que hicieron con las filiaciones en todo espectro posible. No, esos son colectivos que se han unido para hacer algo mejor. Me parece que lo que sí se denuncia es el repudio más absoluto. Digo más absoluto porque es lo más íntimo: somos los propios hijos. El repudio de un hijo es inédito porque ir más allá de un padre es un acto de otro orden. Entonces no había un solo acto, había muchos actitos que se fueron configurando y van armando diferentes colectivos que no sólo denuncian, sino que también sostienen una posición. Habrá que ver cómo se van amalgamando.

Las domiciliarias no son algo que buscó una sociedad. Son algo con lo que la Justicia pone en jaque a la sociedad toda. ¿Cuánto más de las domiciliarias puedo decir? Me parece que la contundencia social habla por sí misma. Muchas veces me preguntan por la domiciliaria de Etchecolatz. Pero yo creo que no es necesaria mi voz. Repudio, repudio a un padre genocida, así que claramente estoy en contra. Nadie piensa que un genocida que tiene cinco condenas a perpetua va a ir a vivir al lado de tu casa. Es la parte de humanidad que le falta a la Justicia y es donde entramos todos. Ubicar a un genocida al lado de una casa en un lugar donde también habitan familiares de víctimas, sus hijos y sus nietos es la máxima provocación y conlleva el máximo cinismo. El máximo cinismo es el otro que no importa, y el otro que no importa pasamos a ser los sujetos sociales.

Los sujetos no esperábamos estar en este momento de la historia confrontados tan de cara y tan cercanamente a los genocidas. Y no es solo a los genocidas, es a los genocidas con su silencio. Son genocidas, son torturadores, son asesinos, pero —además— no hablan. Ese es el problema. Gente que cuando la Justicia los convocó, no habló. Gente que decide no hablar. Los genocidas que siguen haciendo silencio y que se están muriendo y se mueren con el goce de haberse ido a la tumba con silencio. Son genocidas que se mantienen en silencio, un silencio que hace emerger —porque te lleva a lo peor—, lo peor en el sentido de no poder pacificarte, de saber que no vas a saber, pero, aun así, lo humano sigue reclamando, y sigue pidiendo, pero, además, se lo pide la Justicia. Todos sabemos bien que la construcción social y lo que hoy se puede sostener sobre el horror es por la construcción de las víctimas, de los sobrevivientes, de quien ha estado en conexión y ha permitido un pequeño dato. Y sabemos que ellos no han hablado y que no van a hablar. Y eso es lo más exquisito de su maldad. Logran irse a la tumba dejando un tendal de gente sin la posibilidad de saber. Una condición que no revierte ni siquiera la prisión en sus diferentes formas. Hay algo que se llevan adentro que ni siquiera la prisión, ni siquiera la justicia, les logró arrancar. Se lo llevan con ellos. Se llevan ese trofeo.

Hoy elegimos hablar para decir lo que sabemos que no van a hacer, que es hablar.

Tengo referentes del dolor que siempre tuve delante: Madres, Abuelas. Cuando iba a la Plaza solita a las marchas a mirar desde lejos, lo hacía con mucha conmoción, siendo bastante más joven. No pudiendo habitar los espacios en los que realmente me hubiese gustado participar activamente. Por eso este pasaje a lo colectivo es tan potente para mí. Yo no tuve nunca la experiencia de una construcción colectiva. Si fuese artista, diría que fui autodidacta. No lo soy, claramente. Pero sí, ir para adelante implicó hipotecar una gran parte de mi vida. Por ahí pasaba los jueves por la Plaza porque trabajaba cerca, y veía a las Abuelas y a las Madres. Y siempre era muy triste. Lo sigue siendo, pero hoy me siento autorizada a llevar a cabo este acto que me permite un margen de libertad mayor, aunque el dolor queda siempre.

Fui a la marcha del 8M. El encuentro se dio en el mismo lugar en el que estaba el colectivo Ni Una Menos. Ahí encolumnamos con ellas que nos invitaron, como invitaban a toda la masa de gente que estaba cerca. Nos dijeron si queríamos marchar con ellas. Lo hicimos. Lo que se respiraba ahí era algo de potencia impensada. Yo no tengo dudas de que no podría decir nada novedoso sobre esto, pero sí puedo hablar de esa cuestión de lo amoroso, de lo femenino. Aún en la lucha hay algo atravesado por el amor, que si no sos mujer no entendés. Patrimonio de los hombres será otra cosa, pero lo nuestro tiene que ver con eso. Una cosa de compañerismo casi que está en la mirada. Las palabras acompañan, pero acompañan otras cosas. Y esto es inédito. Estas también son voces inéditas, pero no porque no existiesen antes. Yo existía antes de levantar la voz. Otros hijos de genocidas también existían. Lo inédito es que frente a tanta inhumanidad estas voces se sostengan y no decaigan, y que sean escuchadas.

Será porque no cejamos en el intento, porque no bajamos la voz, porque la llevamos a un nivel donde dijimos: De acá no la bajamos y tampoco lo vamos a hacer. Eso del lado de quien alza la voz, un acto verdadero, fundacional de lo nuevo y de lo colectivo. Después está —yo creo esto, eh— la pregunta acerca de qué hacen los otros cuando escuchan lo que escuchan. Porque una cosa es que uno alce la voz. Pero después está la validación del otro o la anulación del otro, de eso que uno dice cuando alza la voz. Creo que hay un intento de que exista una única línea de pensamiento de las cosas, un intento muy manipulador de borrar lo que no se tolera, la diferencia, lo que a uno lo desacomoda.

Con lo mejor y lo peor, con eso me encontré en este tiempo. Con las mejores personas y con las peores, y en el medio, algunas cosas. Yo me he sentido absolutamente alojada. Lo peor lo conozco desde antes. Lo peor es como las olas: va y viene, va y viene. Pero en ese vaivén, creo que no calculábamos semejante oleaje. A mí me ha traído no sentirme sola. Me trajo el cobijo amoroso de los otros, que es lo que sentí desde que se hizo pública la historia o en realidad desde el 2x1 porque si no hubiese aparecido el 2x1, yo tampoco habría hablado. El 2x1 convocó mi salida a lo público. Si no yo habría empezado mi nueva vida, con mi nuevo apellido, pero no me habría convocado nada desde lo social. Lo que yo hice no alivia a nadie más que a mí. Lo que le puede pasar al otro con esto, es lo no esperado. Que un hijo de genocida pueda repudiarlo de una forma tan radical y contundente fue lo que primero tocó las fibras de los otros.

Yo hice un sólo laburo, y para mí. No le doné nada a la sociedad con esto. No hice ningún acto colectivo con ese cálculo. Pero mi historia sólo puede ser trascendente, interesante, si se enmarca dentro de esa época trágica que tiene un nombre: Terrorismo de Estado. Hay gente que la pasó peor en la vida y que la está pasando peor. Yo me pude quitar un apellido, pude decidir, estoy viva, no me desaparecieron ni me torturaron, este acto singular no le devuelve nada a nadie, no devuelve las vidas, no borra el horror.

Hay otros que escuchan. Otros que intentan usar estos actos y ciertas acciones verdaderas, válidas y buenas, para darles otro sentido. Es decir, sobrevuela la idea de la reconciliación: el abrazo de la hija de un genocida con otro, pero acá no se trata de eso. Eso es el cálculo de otros. Y tampoco me parece oportuno que ser la ex hija de Etchecolatz eclipse lugares verdaderos de lucha, que eso sea utilizado para acallar las voces de los que verdaderamente luchan. Esta época reviste esta complejidad: lo que vos ponés en juego rápidamente es tergiversado y usado para llevarlo a otro campo, y ahí operar. Ahí está lo malo, lo no verdadero, lo manipulador, lo cínico. Peor que ser perverso es ser cínico, porque al cínico el otro deja de importarle en su forma más radical. El perverso usa al otro para lo que él quiere.

En mi casa me decían Estrellita Roja porque era la que pensaba diferente, incluso ahí dentro. Fui la que siempre pensó desde el otro lado, sin saber qué era el otro lado, pero era otro lado. Ahora me anduvieron explicando por ejemplo qué era Estrella Roja. Pero como los niños no saben, aquello que decía mi hermano lo veía como un acto muy amoroso, como muy guerrero pero, a la vez, muy amoroso. Sin saber qué era, siempre lo acogí como algo lindo.

 

  • Entrevistas y producción: Luciana Bertoia, Agustina Frontera y Alejandra Dandan
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