Evo y el fútbol

La relación de Evo con la pelota fue, siempre, una de amor

 

Su rostro llegó al mundo, de alguna manera, por la pelota. En 2005, George Bush viajó a Mar del Plata a la Cumbre de las Américas para fomentar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Hugo Chávez, Diego Maradona y otros dirigentes salieron en tren rumbo a la ciudad balnearia para acompañar a una multitud manifestante que organizó la Contracumbre. Sentado solo, con un pullover desgastado que se volvió un sello, había un señor. Un amigo le preguntó a Maradona quién era y el campeón mundial le respondió: “Ese, ese que está ahí, va a ser el próximo Presidente de Bolivia”. Evo Morales paró, como Maradona y Chávez, en casas de familia porque los hoteles no admitían a la Contracumbre. Antes de salir a dar los míticos discursos, una señorita apareció con un teléfono satelital y se los alcanzó a los protagonistas. Fidel Castro, desde Cuba, mandaba saludos.

"Para nosotros es interesante que este tipo de competiciones se hagan en Bolivia. Esto es bueno para el movimiento popular, ya que nos permite difundir nuestros problemas a nivel internacional. Además, los cocaleros somos hinchas de la selección". Evo supo ser pillo para utilizar el escenario de la pelota. En la Copa América de 1997 que se disputó en su país, ya elegido diputado con el 70% de los votos, se abrió espacio mediáticamente para poner ideas en juego. Recibía periodistas de todo el continente en su despacho, donde tenía un cartel pidiendo justicia por José Luis Cabezas, fotógrafo argentino asesinado en enero de ese mismo año.

Su socio era un perro de nombre Trébol. Se armaba una pelota de trapo, subía a los cerros y, mientras las llamas estaban pasteando, las gambeteaba una por una. Su sueño era parecerse a Carlos Aragonés, el tercer máximo goleador de la historia de la Selección de Bolivia, integrante del último plantel que participó de un Mundial en 1994. A los trece años organizó lo primero que armó en su vida: el equipo de su comunidad. Para algunos políticos el fútbol es un berretín o un escenario de transformación o el espacio donde exhibirse con el pueblo: a Evo le gusta tanto este juego que es todas esas a la vez.

Evo, como mucho niño de este mundo, soñó con ser futbolista. Esa obsesión lo persiguió hasta los 55 años cuando una tarde le confirmó al presidente de Sports Boys Warnes que aceptaba la oferta de conformar el equipo profesional a cambio de 214 dólares al mes. El Mundial de Brasil lo había enloquecido. Había viajado para el segundo programa “De la mano del 10” que conducían Diego Maradona y Víctor Hugo Morales. La idea era entregarle un fixture y que eligiera qué fechas le combinaban con su otro trabajo, el de Presidente. En el plantel lo esperaban los argentinos Cristian el Ogro Fabbiani y Esteban Fuertes. Al final se bajó por no estar en condiciones físicas: hubiera roto dos récords Guinness, ser el primer Presidente en jugar profesionalmente y ser el primer mayor de 50 en debutar.

No fue su primera tristeza con la pelota. De adolescente, se presentó a una prueba en San José de Oruro, equipo que compartió grupo en la última Copa Libertadores con el finalista Flamengo. Era el goleador del torneo interbarrial y ya lo tenían observado. Comer una sola vez por día en algunas épocas de su niñez fue la cruel despedida: no pasó los exámenes médicos por tener signos de desnutrición y quedó fuera. Para ser futbolista hay que tener cuerpo, técnica y cabeza competitiva. Esta última la tuvo siempre, al punto que llegó a convocar a todo su equipo de seguridad para armar un equipo mientras era Presidente.

Su fervor por la pelota y su deseo por participar del debate lo llevaron a meterse en discusiones ajenas. Repudió, vía Twitter, la decisión de la FIFA de sancionar al uruguayo Luis Suárez por morder al italiano Giorgio Chiellini en el Mundial de Brasil. Agradeció a la CONMEBOL cuando le borró una sanción a Lionel Messi por insultar a un juez de línea: "Gracias al fallo, seguimos rumbo al Mundial de Rusia con la capitanía de Messi, digno representante de la 'Patria Grande”. 

La FIFA, una entidad internacional con más países afiliados que la ONU, mantuvo una simpática relación con Evo a partir de un conflicto. Algunas selecciones comenzaron a quejarse de los 3600 metros de La Paz y pedían que se prohibiera como sede para las Eliminatorias por dar ventaja deportiva al local. El gobierno boliviano se puso en pie de guerra y defendió su territorio. Tras recibir el apoyo de Maradona —pese a que la Argentina que él dirigía cayó 6 a 1—, Gianni Infantino, el actual presidente de la Federación con sede en Zurich, viajó para jugar un partido. Lo insólito fue la conformación de los equipos. Evo jugó con escoltas policiales y ex jugadores de su Selección. Infantino dispuso de Cafú, Fernando Hierro, Pablo Aimar y Martín Palermo. Empataron 0-0, pero ganó la FIFA por penales, luego de que el Presidente errara su tiro desde los doce pasos.

Evo se dio el gusto de convocar glorias de la pelota para mediatizar una de sus mayores políticas deportivas: la construcción de estadios. En 2006, cuando asumió, había tan sólo una cancha de pasto sintético. Para 2018 había casi 500. En Cochabamba presentó una con el Pibe Valderrama, crack colombiano. El origen de la inversión en deporte tuvo como eje una alianza clave con la Cervecería Boliviana Nacional (CBN, productora de La Paceña). Fue un convenio que le permitió acercar estrellas y jerarquizar inauguraciones como la de 2013, en Desaguadero, al límite con Perú, con la presencia del ex Boca Jorge Bermúdez.

Pese a que la Selección de Bolivia no tuvo buenos años mientras Evo fue Presidente, él participó como público de más de un Mundial. Allí pudo conjugar sus tres razones para relacionarse con la pelota. Su última gran aparición fue en la inauguración de la Copa de 2018. Estuvo en la victoria de Rusia sobre Arabia Saudita. Vio el partido en el palco principal, junto a Vladimir Putin, Presidente de Rusia, y a Kim Yong-Nam, Presidente de Corea del Norte. Donde no llegaron sus pies arribó su rostro. Eso, para un dirigente cocalero que nació desnutrido, se puede asumir como el arte político de hacer un gol.

 

 

 

 

 

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