Final a toda orquesta

Casting de candidatos de derecha para el eventual reemplazo del mileísmo

Foto: Luis Angeletti.

 

El gobierno de Milei parece haber sincronizado los tiempos políticos, económicos y policiales de forma tal que converjan en un punto preciso en el tiempo: el 26 de octubre, día de las elecciones de medio término, pero también momento bisagra en lo económico, ya que el actual esquema luce completamente agotado y sin ninguna perspectiva de mejora.

La Libertad Avanza va a esos comicios sosteniendo –por ahora– a un candidato altamente cuestionado por buena parte de la opinión pública y los principales medios de comunicación, en el distrito electoral más importante del país. Las dificultades para llevar adelante una campaña electoral triunfalista son enormes para el oficialismo, que reduce día a día sus pretensiones electorales. Hoy el flotador de Milei pasa por alcanzar un tercio de congresales nacionales, para blindarse de un eventual juicio político y que Trump se apiade de él.

El gobierno no se había repuesto aún de las denuncias que involucraban a la hermana del Presidente por coimas masivas en el área de atención a los discapacitados, cuando ofendió a buena parte de los productores de la pampa húmeda con una maniobra desesperada –la baja de retenciones por tres días a las exportaciones agrarias, que benefició exclusivamente a las grandes empresas cerealeras–, logrando obtener dólares frescos para sostener un tipo de cambio al que casi todos le asignan fecha de vencimiento.

Sobre el tipo de cambio, un ex ídolo de Milei ha sido muy claro en estos días. Domingo Cavallo propuso, ante la brutal pérdida de reservas y el galope endeudador del fisco por parte del gobierno, liberar el dólar, que flote con total libertad, y que el gobierno sólo compre para aumentar las reservas y pagar los compromisos externos.

La idea fundamental del ex ministro es evitar el default de la deuda externa soberana, consiguiendo los miles de millones de dólares necesarios para hacer frente a los pagos que se vienen. Y que las cuentas públicas –como ocurrió en 1990– sólo estén dedicadas a la compra de dólares para cumplir los compromisos externos. Algo similar reiteró una y otra vez Milei: la prioridad es pagar deuda externa antes que cualquier otro gasto público. Pero, en la práctica, el libertario priorizó ganar prestigio y votos en la población tratando de abatir la inflación, usando una enorme cantidad de dólares, propios y prestados.

Con la estrategia que decidió Milei, el roll over de la deuda externa (ir pagando intereses con nuevos préstamos que nos darían los mercados internacionales una vez que confiaran nuevamente en nuestra capacidad de pago), se aleja cada día más y por lo tanto asoma la posibilidad real de no poder cumplir con los compromisos externos, misión que es prioridad colectiva fundamental de la inepta derecha argentina.

Esta semana siguieron saliendo diariamente de las reservas del Banco Central cientos de millones, hemorragia de divisas que sólo puede tener una explicación: la convicción generalizada de que vendrá una devaluación luego del domingo electoral. Algunos fundamentalistas amigos del viejo Milei (aquel otro, de 2023) reflotaron la idea de acometer con la dolarización. Que frenen sus emociones: no hay con qué hacerla. De intentarlo con las actuales reservas, se determinaría un tipo de cambio astronómico, incompatible con la vida civilizada.

El clima económico es sombrío no sólo en lo macro financiero, sino también en lo micro. Las finanzas de las personas están cada vez más comprometidas en un contexto de contracción de la actividad económica y de los ingresos personales, en el cual, por momentos, se pagan tasas de interés exorbitantes por las deudas previamente contraídas.

En la economía real, se acumulan evidencias sobre caídas en la actividad industrial, en el comercio, en el empleo, en el consumo, en las ventas de los supermercados. Hasta empresas “tecnológicas” consideradas hasta hace poco exitosísimas, como Globant, han debido despedir a más de 450 empleados.

 

Recuerdos del pasado: oficinas de Globant en Ushuaia.

 

 

En el esquema de Milei, lo importante era llegar a las elecciones con una inflación mensual de entre el cero y el uno por ciento, para luego autodeclararse el mejor economista y Presidente del mundo (y que haya gente que se lo crea). Esto no sólo no ocurrió, sino que no ocurrirá. El repunte inflacionario va en camino al 2,5%, haciendo la larga digestión del salto cambiario ya ocurrido en las últimas semanas, lo que acentúa la caída de los salarios reales incluso de los trabajadores mejor pagos.

La recaudación se está contrayendo en términos reales, mientras se acumulan derrotas legislativas que implican mayores egresos del Tesoro, a los que el gobierno se resiste ingresando en un terreno de ilegalidad y riesgo institucional. El regalo de 1.500 millones de dólares de retenciones –que no cobrará el Estado– a las cerealeras es otro elemento que socava la idea de que el gobierno logró un sólido equilibrio fiscal. ¿Sobraban los 1.500 millones? Por supuesto que no. Ahora vaya a saber qué inventarán.

Cada uno de los tres factores mencionados –el político, el económico y el policial- tienen capacidad de ignición sobre los otros: el desbarranque económico impacta sobre las posibilidades electorales del mileísmo, los avances judiciales lo desgastan y los apoyos norteamericanos imprescindibles para sostenerse provisoriamente dudan ante el peligro de derrumbe político del gobierno.

Es evidente que Scott Bessent, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, ha sido reticente a comprometer fondos concretos, buscando aportar tranquilidad exclusivamente mediante declaraciones y tweets. En un reportaje, en el cual un periodista estadounidense le reprochó el envío de fondos a la Argentina, Bessent contestó que “no estamos poniendo plata en la Argentina, le estamos dando una línea swap”. Cuando le preguntaron si esa plata sería para favorecer los negocios de algunos ricos norteamericanos en la Argentina, su respuesta fue muy significativa: “Lo que estamos haciendo es manteniendo un interés estratégico de los Estados Unidos en el hemisferio occidental. America first (América primero) no es América sola”. Claro, es Estados Unidos y su pretendido patio trasero. Lo que Bessent parece no advertir es la velocidad y la profundidad de la crisis en este “interés estratégico” llamado Argentina.

 

Panorama sombrío en la Meca de Milei

Se podrían escribir ya varios tomos sobre las características de la gestión de Donald Trump, que destruye todos los días la imagen de Estados Unidos como país liberal democrático con capacidad hegemónica, agrede, ofende y menosprecia a diversos actores de la escena internacional, e introduce cada día prácticas más violentas y autoritarias en la vida cotidiana de los estadounidenses.

La retracción estratégica que está protagonizando esta gestión republicana hacia el “hemisferio occidental” (desde Groenlandia hasta Tierra del Fuego) tiene implicancias preocupantes para nuestra subregión sudamericana. La creciente asertividad de los estadounidenses en relación a toda América Latina se apoya en excusas tan poco serias como el combate contra las drogas y la lucha contra la inmigración (a la que Trump llama invasión silenciosa).

La supuesta lucha contra las drogas ya le ha permitido a Trump amenazar a México con acciones militares en su territorio, ha puesto a la Colombia presidida por Petro entre los países que no hacen lo suficiente contra el tráfico de drogas, y comenzó a hostilizar militarmente a Venezuela con la misma cantinela. Sin duda, son amenazas para toda la región. Si no alcanza con el argumento del tráfico de drogas, se inventa otro: a Brasil se lo hostiga por haber condenado mediante procesos judiciales legítimos al golpista Jair Bolsonaro, considerado un gran amigo de Estados Unidos por la gestión Trump.

El reciente discurso del Trump frente a los más altos mandos del Ejército y la Marina, y de su secretario de Guerra Peter Hegseth –que fue recibido con frialdad por los militares y produjo un amplio rechazo entre oficiales retirados–, instaló un discurso guerrerista contra los propios actores internos de los Estados Unidos, incluyendo la ocupación de ciudades gobernadas por los demócratas, y los instó a prepararse para pelear y ganar guerras.

En la Argentina venimos coleccionando una larga serie de intromisiones de diversos funcionarios civiles y militares norteamericanos, que reciben escasísima respuesta por parte de la dirigencia política. En esta semana, el Presidente Milei habilitó por decreto el ingreso de tropas norteamericanas a nuestro territorio nacional, con la excusa insólita de “combatir actividades criminales”. Da la impresión que, más allá de Milei, la Argentina es considerada, como dijo Bessent, un activo estratégico en el patio trasero estadounidense. Una de sus prioridades aquí es alejar las inversiones chinas y el swap de pesos por yuanes que ayuda a sostener las reservas. Si fuera posible, Estados Unidos desearía alejar a la Argentina de todo contacto con los BRICS.

Como han señalado diversos especialistas en comercio internacional, incluso grandes empresarios argentinos, las oportunidades para nuestro país no están precisamente en una gran potencia que se ha vuelto súper proteccionista, sino en las vastas regiones del mundo que están en crecimiento y pueden demandar productos argentinos.

La política exterior de este gobierno nos ha hecho crecientemente dependientes de la actual administración trumpista, con todo lo que tiene de caprichoso e imprevisible.

Hoy, gracias a Milei y sus amigos, somos la cola imprevisible de un barrilete imprevisible.

 

Pullaro y el juramento de pureza

No caben dudas de que, dada la fragilidad de la situación político-económica, se ha iniciado un conjunto de movimientos políticos en vistas de posicionarse frente a eventualidades no tan inesperadas.

Como alguien señaló, hay grandes empresarios, grandes medios y grandes embajadas haciendo casting de candidatos a ministro de Economía y a Presidente.

La aparición de una nueva formación política en torno a una liga de gobernadores de diversas provincias, el lanzamiento del nombre de Schiaretti como conductor de repuesto y otra alquimias, permiten entrever los preparativos para un eventual reemplazo del mileísmo por una versión atenuada y mejorada.

Se ha destacado, por sus declaraciones, el gobernador santafesino Maximiliano Pullaro, cuando hace un mes afirmó contundentemente, en una charla con periodistas, que “el kirchnerismo no vuelve nunca más”.

Lo reafirmó hace 15 días, ya no tan convencido: “No podemos permitir que vuelva el kirchnerismo. Tenemos que construir un país distinto, que escuche, planifique y defina un futuro que impulse el desarrollo”. Es interesante que Pullaro hace el juramento de fidelidad antikirchnerista, pero afirma al mismo tiempo que hay que planificar e impulsar el desarrollo. El kirchnerismo, sus mejores cuadros, estarían de acuerdo con esa afirmación en relación al futuro del país, pero no tanto en que los políticos se conciban a sí mismos como satélites de diversos poderes fácticos. Ahí está la cuestión central.

El juramento anti-k es el santo y seña de cualquier político que le quiere caer bien al establishment argentino, ser tratado con cordialidad por la prensa más poderosa y que se le abran las puertas de los contactos internacionales con los países del norte.

Esto último va quedando cada día un poco más desactualizado, dadas las grandes transformaciones globales que están ocurriendo. La visión recortada y perimida del planeta revela también la falta de formación y comprensión del mundo de nuestros políticos medios. Mucha mediocridad, para un país que necesita conocimiento y audacia.

Otros políticos en ascenso, también respondiendo al casting, ya han dicho –como Natalia de la Sota– que le sacarán las retenciones al campo, adoptando el discurso quejoso de uno de los sectores que mejor están en la Argentina actual. Sería bueno que digan si van a seguir achicando el gasto público o van a buscar los recursos adecuados para que el Estado pueda cumplir decentemente sus funciones.

No casualmente, la iniciativa parlamentaria para defender de la venta a Nucleoeléctrica Argentina, empresa clave para el desarrollo energético y nuclear argentino, fracasó debido a la intervención de senadores provenientes de Santa Fe y Córdoba, cuyos gobernadores pretenden presentarse como “tercera posición” frente al mileísmo y el kirchnerismo.

En la práctica, habilitaron a que el cipayo de Milei malvenda la empresa a los estadounidenses, y sobre todo que destruya las capacidades públicas de darle una impronta de desarrollo nacional a las futuras políticas públicas. Eso sí, se opusieron a la venta –también infame, pero mucho menos importante– del predio del Regimiento de Patricios.

 

La teoría carcelaria del desarrollo

“Presidente: ¿por qué no va presa Cristina Kirchner?” “¿Cuándo va a ir presa Cristina?” “Quiero que sepas que nadie va a invertir en serio en la Argentina hasta que los hechos de corrupción de Cristina sean juzgados y condenados”.

En este diálogo entre Felipe González y Mauricio Macri, citado por Marcelo Bonelli en el diario Clarín en 2017, se encuentra una clave fundamental de la Argentina reciente.

Comencemos por lo elemental: las condiciones mínimas requeridas por el capital multinacional para invertir en cualquier país periférico son de dos tipos: económicas y políticas. La primera condición, económica, es que haya algo en esa economía periférica –mano de obra barata, materia prima abundante, energía a bajo costo, impuestos mínimos, ubicación geográfica propicia para reducir fletes, mercado interno atractivo, escasos controles, funcionarios sobornables, mínimas regulaciones ambientales– que sirva para potenciar la rentabilidad del capital multinacional.

La segunda condición, política, es que tiene que haber una configuración de fuerzas políticas partidarias tal que garantice la estabilidad de las reglas de juego a favor del capital invertido, o sea, que no haya fuerzas sociales capaces de cuestionar el orden pro-empresarial en el horizonte de maduración de las inversiones.

¿Piden los inversores pureza en los procedimientos administrativos? Quienes conocen el mundo de los negocios globales saben que eso es un mito. En numerosos casos, es exactamente a la inversa: las corporaciones multinacionales promueven enormes actos de corrupción para destrabar la concreción de sus negocios.

¿Piden los capitales globales un adecentamiento de la política argentina para invertir? Durante la euforia menemista en los ‘90, los europeos y en especial los españoles aprovecharon muy satisfactoriamente los procesos de corrupción en las licitaciones públicas locales para obtener atractivas tajadas del desguace del Estado productivo nacional. Además, no ocultaron en su momento su complacencia por la llegada al poder de un personal político con diversas causas pendientes en la Justicia, como fue el caso de Mauricio Macri. Si la gestión mileísta mostrara más éxitos económicos y mayor pregnancia política, las coimas, estafas y narcos estarían en las páginas internas de los grandes medios corporativos. Entonces, ¿qué están pidiendo concretamente los fantasmales inversores?

En la prisión de Cristina, y en la transformación del kirchnerismo/peronismo en la bestia negra de la política partidaria argentina, se condensa una política de persecución a las reservas soberanistas que quedan en la Argentina, una política de amenaza y castigo a todas las fuerzas políticas y sociales que tengan algún instinto de defensa de los intereses nacionales, que contradigan activa o pasivamente los negocios del capital globalizado.

Por supuesto que esas fuerzas sociales, por su diversidad y pluralidad ideológica y geográfica, exceden a la adscripción kirchnerista. En cada ocasión histórica la derecha local encuentra un nombre específico para el mal supremo permanente: los intereses nacionales y populares.

 

Foto: Luis Angeletti.

 

 

La prisión de Cristina Kirchner no puede resolver el problema político que tiene el capital global y local con la sociedad argentina: el “mal” es el conjunto de actores sociales, políticos y culturales que son el sostén de la defensa de la soberanía nacional. Estos actores están ampliamente enraizados en todo el entramado social, comunitario, académico y artístico del país. No es una minoría fácilmente erradicable con campañas comunicacionales o con el expediente de la fuerza.

La “teoría carcelaria del desarrollo” inyecta una esperanza a la pobre gente: las inversiones productivas no llegaban y los inversores internacionales –tan desesperados como siempre con invertir en nuestro país– no habían venido porque Cristina seguía en libertad. Patricia Bullrich hizo de la desaparición del kirchnerismo su principal consigna en la carrera presidencial, que ahora adoptó el mileísmo, como mediocre forma de unificación con el macrismo para la próxima batalla electoral.

Pasada en limpio, la pregunta del capital multinacional sobre nuestro país sería: ¿cuánto tiempo tardará la elite argentina –con la colaboración norteamericana– en erradicar toda resistencia social significativa al proceso de entrega de la soberanía, del patrimonio nacional y de las principales fuentes de renta? ¿Cuánto tiempo tardará el dúo Milei-Macri en borrar del espectro partidario a todas las fuerzas políticas no domesticadas por el neoliberalismo? ¿O habrá que inflar a otros “políticos”, con las mismas ideas de sumisión, para que con renovada fe acometan la tarea?

Ocurre que ese proceso de liquidación de las reservas de dignidad nacional no tiene fecha de finalización a la vista, no sólo porque las fuerzas sociales no se rinden, sino por la sorprendente incapacidad de ofrecer algo atractivo por parte de las elites locales y de la potencia hegemónica continental.

La vía carcelaria al desarrollo, además de mostrar el descenso del neoliberalismo local al grado cero del pensamiento racional, confirma por enésima vez la incapacidad estructural del establishment argentino para formular un verdadero proyecto de progreso nacional.

Mientras estas densas capas de mediocridad oprimen el potencial argentino, tres jóvenes bioingenieras del Instituto Tecnológico de Buenos Aires desarrollaron un algoritmo con inteligencia artificial para la detección de biomarcadores que permiten la detección del cáncer a partir de imágenes de tejidos digitalizadas en sólo segundos.

Otro país es posible.

 

 

 

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