Todo transcurre muy rápido en nuestro país. En medio de una carrera enloquecida entre un endeudamiento público irresponsable –para que el gobierno pueda ganar unas elecciones que convaliden su obra de destrucción del futuro soberano del país– y la sombra de una devaluación que demuela la popularidad libertaria, apareció un fallo largamente premeditado de la Corte Suprema de Justicia, convalidando la arbitrariedad de un proceso judicial diseñado exclusivamente para perseguir y sancionar a Cristina Kirchner.
Corremos el riesgo de repetirnos, porque la melodía de la destrucción del kirchnerismo viene siendo ejecutada desde hace dos décadas, y conocemos buena parte de las estrofas.
La pregunta aquí encerrada es qué significa el kirchnerismo, o Cristina Kirchner, o sus eventuales continuadorxs, para los intereses que han impulsado su detención.
Un fallo que condensa una historia de anti-democracia
Hoy podemos ver con mucha más claridad la deriva de la democracia nacida a fines de 1983.
Un primer gobierno democrático, de inspiración social-demócrata, que logró conjugar la acechanza militar pero que no pudo domar el tema económico: la asfixiante deuda externa que le dejó la dictadura a la democracia, la presión constante y desgastante del Fondo Monetario Internacional, y el desgaste al que lo somete un poder económico local que se sabe amnistiado por la invisibilidad social con la que emerge luego de la dictadura.
En ese primer límite, la democracia no entra a la esfera de la economía, que va a seguir gobernada por las denunciadas “patrias contratistas”, “patrias financieras” y otras “patrias” que se irán agregando.
Esa democracia renacida, que espera ser democracia real, termina hundida por un golpe de mercado, que demuestra ya entonces que está desarmada política e institucionalmente como para conducir algo tan básico como la evolución de la macroeconomía.
Otro aspecto de la construcción de la anti-democracia es que la inmensa mayoría de la población pasa por el terrible episodio de la hiperinflación de 1989 sin entender qué ocurrió, por qué y quién tiene la culpa.
Ya le sugieren los medios a la población desconcertada: son los radicales, son los políticos. En ese hilo argumental estaba la recuperación de la línea militar golpista de 1975/76: la culpable de los males es la política, son los partidos, las elecciones, el parlamento, ahí está el problema. Esa línea propagandística será machacada sin solución de continuidad hasta hoy.
Los partidos democráticos mayoritarios deja el espacio vacío de la respuesta pertinente: son los condicionantes económicos los que no podemos doblegar, y que nos están doblegando. Son esos condicionamientos los que nos impiden extender la democracia al terreno de la vida cotidiana.

Con el menemismo, se concreta una de las estafas políticas más escandalosas de las que tengamos memoria: gana el voto por un programa distribucionista de manual, y le imponen de inmediato a la sociedad, sin darle un minuto de tiempo para pensar, una de los programas neoliberales más extremistas de América Latina. Votar empieza a ser –como en muchos países con regímenes neoliberales– un papeleo inútil, porque gana siempre, no importa a quién votes, el poder económico.
El gobierno de Menem empodera mucha más al capital y debilita al polo popular, al que le sirven un plato de justicialismo privatizador y anti industrial difícil de comprender. El radicalismo alfonsinista queda herido de muerte luego de la híper sin explicar, y brotan en ese partido los “sálvense quien pueda”, siguiendo el instinto de supervivencia partidocrático.
La Corte Suprema cumple en ese período un papel vergonzoso, de acompañante y mandadero de los intereses corporativos. Las mil y una corrupciones menemistas, y de la patria contratista, y de la patria financiera, se evaporan en el aire. “El que las hace, las disfruta”.

La oposición remanente aprende rápido a distinguir entre “la corrupción menemista” y el modelo de la convertibilidad, que no debe ser cuestionado. Ya aprendieron qué quieren los dueños del modelo y por dónde no hay que seguir insistiendo.
Todo explota, como no podía ser de otra forma, en un modelo que dependía del endeudamiento externo permanente y que disuadía de conseguir dólares genuinos exportando algo. Nuevamente se cumple una “ley de hierro” de la democracia argentina: de las crisis, nadie entiende nada y nadie aprende nada.
La irrupción kirchnerista, disgusto para la anti-democracia
Lo hemos dicho muchas veces y lo reiteramos: no hace falta construir ningún relato idealizado del kirchnerismo, ni mostrarlo como un conjunto de hazañas irrepetibles. No lo fue, pero sí fue el intento de que la recortada y mezquina democracia argentina tuviera un significado más grande de la tontería de votar cada cuatro años, para que te estafen en cuatro minutos. (O para que te cuenten, después de cuatro minutos, que no se puede hacer nada de todo lo que dijeron que iban a hacer.)
Néstor y Cristina Kirchner rompen el maleficio de una democracia tramposa, hecha a medida exclusiva de los dueños del capital y de sus empleados y seguidores fieles.
Quieren construir un capitalismo inclusivo, y se van encontrando con la furia de las corporaciones, muy mal acostumbradas desde el retorno de la democracia a someter a los gobiernos, o a que les respondan incondicionalmente.
Es ahí donde se empieza a montar un sistema de contención, bloqueo, boicot y destrucción de esa experiencia. Las razones son dobles, y los creadores del sistema también: sin ser fuertemente nacionalista, ni ser izquierdista doctrinario, el kirchnerismo mueve la balanza social a favor de amplias mayorías, emplea el poder para equilibrar las tendencias depredadoras del capital local, y además es un soporte muy importante para una sinergia democratizante latinoamericana, que pone en entredicho nuestra condición de patio trasero norteamericano.
Será la potencia del norte y la elite argentina quienes decidan que ese experimento es intolerable, un verdadero obstáculo para sus propios planes, y que no puede seguir. Y mucho menos ser repetido en el futuro.
A diferencia de los sectores progresistas de adentro y de afuera del peronismo que se transforman en los principales defensores de la democracia, de sus prácticas y de las instituciones republicanas, la furia corporativa no va a hacer ascos de ninguna forma de lucha que permita desbarrancar al kirchnerismo y proscribirlo para siempre.
Se unifica la prensa corporativa, usando un duopolio de medios a nivel nacional para desatar una campaña de desprestigio y demonización. Se mejoran las prácticas económicas desestabilizadoras –inflación, fuga de capitales, evasión impositiva, corridas cambiarias– que parten de las debilidades de nuestra economía y de los errores del gobierno, para machacar que sólo la libertad de mercado hará que la economía funcione. Todos: la embajada norteamericana, las principales empresas locales y extranjeras, los grandes medios, y parte del Poder Judicial, colaboran en construir su propio partido, el PRO, con sus fieles laderos (entre ellos los ya vaciados radicales), y un candidato insólito: Mauricio Macri.
Si algo le faltaba al avance de la antidemocracia local era hacer burla y escarnio de palabras como democracia, República y decencia, mencionadas como si fueran banderas verdaderas por una derecha antipopular y cipaya, que se dará a conocer gobernando.
La maquinaria trituradora de la democracia se instaló con la excusa de ponerle límites al hegemonismo kirchnerista. Alguien afirmó que ya se había ingresado “en la etapa expropiadora”. Todo sirvió para denostar y desgastar al kirchnerismo.
Mauricio Macri, en su presidencia, demostró no saber de qué se trata ser un Presidente democrático, pero sí supo utilizar el poder y, montando un Poder Judicial adicto apto para perseguir a opositores y sobreseerlo en todas sus causas –que eran muchas–, lo usó para su propio beneficio y el de su sector social.
Ya ahí estaba Milei presente: se machacó desde ese gobierno con que los empleados públicos eran ñoquis de La Cámpora, que los derechos humanos eran “curros”, fueron denunciadas las universidades por sospechas de corrupción generalizada, se dijo que la investigación científica tenía que “servirle a las empresas” y se empezaron a preparar las “reformas económicas”, que son la demanda eterna del capital concentrado local e internacional.
Exactamente las mismas reformas que Milei quiere convalidar anticipadamente con los votos de octubre.
Ya estaba funcionando a pleno el régimen de dominación social, con la total coordinación comunicacional de los medios de adoctrinamiento de masas, los tribunales judiciales militantes de la derecha y los servicios de inteligencia pagados con la plata de los impuestos, con el objetivo de erradicar al kirchnerismo, manzana podrida de la política, que a su vez pudría al peronismo, que a su vez pudría al país que necesitaban sometido.
Una declaración de impotencia democrática
El gobierno de Alberto Fernández fue una frustración para la mayoría de sus votantes, y fue además un nuevo clavo en el ataúd de la democracia argentina.
No sólo porque desperdició la oportunidad para poner en debate una de las principales trabas para la democracia económica, como es la dependencia del FMI y sus condicionamientos para cronificar el ajuste, sino porque ni se avanzó sobre los “sótanos de la democracia” que el Presidente señaló al comienzo de su gestión, ni sobre los sótanos de la economía, este peculiar régimen de oligopolios que esquilman a la sociedad, restan competitividad a la producción local y son protegidos por el Poder Judicial.
Del régimen de dominación social que se había construido en la década previa, ni noticias. El gobierno “de los científicos” ni se enteró de que existía tal cosa, mientras al titular del gobierno le gustaba comportarse como si viviera en una democracia de verdad, agotando las apelaciones a la consciencia y a las buenas costumbres.
El kirchnerismo sólo ofreció críticas ocasionales en ese período gris, optando por olvidar lo mucho que sabía sobre la índole del régimen en el que vivíamos.
El fracaso de ese gobierno aportó, de paso, otro nueva confirmación de la tontería que dice que “los políticos tienen la culpa de lo que pasa”. No hubo pandemia, ni guerra en Ucrania, ni sequía, ni comportamientos predatorios vía inflación de los grandes intereses económicos. Sólo los políticos eran los malos. Ahí también ya estaba Milei, antes de Milei.
Desde los espacios populares no se trabajó lo suficiente para que le gente pudiera ver –más allá del mal gobierno de Frente de Todos– a los verdaderos dueños del circo. Ni se planteó un combate eficaz frente al constante lavado de cerebro colectivo comunicacional. Adoctrinamiento sistemático que ya lleva, si tomamos con referencia el ataque del “campo” contra el gobierno democrático, 17 años.
Con la democracia de Alberto, se volvió a confirmar que no se come, ni se sana, ni se educa.
Viejas y nuevas derechas
Hoy la derecha que supo estafar electoralmente a sus votantes, ser corrupta en la gestión, y perseguir y espiar opositores, lo acusa a Milei de autoritario. Milei está agregando más elementos represivos al legado macrista, pero los macristas se ofenden sólo porque osa maltratar un poco a la vieja derecha, tan autoritaria y antidemocrática contra el kirchnerismo como el nuevo delegado del poder corporativo en la presidencia argentina.
Pero la consumación del juicio trucho contra Cristina no va por cuenta de Milei, sino del bloque que construyó al macrismo, que tiene muy poco de residual. Milei es un nuevo agregado al régimen de dominación implantado antes de que él existiera en la política, que aún se está acomodando.
Los tres miembros de la Corte sólo terminaron decidiendo lo que pedían desde AmCham (Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina), desde los medios creadores de opinión reaccionaria y desde los sectores adoctrinados por el odio antipopular. No es que los cortesanos pensaran distinto, pero los apuraron un poquito.
Milei quería acumular poder contra Cristina. Polarizando contra ella. Absorbiendo y vaciando al viejo macrismo decrépito, mostrándose como el más efectivo para derrotar a los K.
La vieja derecha, ante toda tropelía de Milei, tiene preparada una respuesta: “Cristina hacía lo mismo, o peor”. Ellos han construido a CFK como parámetro del mal universal.
Ahora, en plena decrepitud electoral, la vieja derecha se ocupó de ejecutar judicialmente a Cristina, ya que la bala de los lúmpenes alquilados de Revolución Federal no salió.
La bofetada de la elite dominante es una demostración de poder que no debe pasar inadvertida.
“Le inventamos una causa, la repetimos incansablemente, la juzgamos con nuestros jueces, la condenamos, la encarcelamos, y la sacamos para siempre de la competencia electoral. Hacemos lo que queremos con el país”.
Algunos prefieren creer que es un problema de tres jueces. Pero si no fueran estos, serían otros tres. Podrían ser de otras provincias. Podrían ser mujeres. Pero si siguen respondiendo al mismo poder que gobierna a la Argentina más allá de las instituciones formales, volverían a condenarla. Vivimos en un tiempo de monigotes.
El odio y la estupidez de la derecha local no tienen límites. Inventan notas en el diario “más serio” de la Argentina con la hipótesis de que Cristina se fugaría a Cuba… En la televisión advierten sobre el peligro que significaría que, en su prisión domiciliaria, la rea Cristina pueda elegir la comida que le gusta.
El efecto del encarcelamiento de Cristina sobre un peronismo que venía muy tenue en materia de lucha contra el gobierno hambreador, sumido en internas desgastantes que lo alejaban de las mayorías, y sin un rumbo estratégico que sea percibido como esperanza, puede ser muy diverso.
El régimen de dominación en el que nos han metido, que por definición es autoritario, ha mostrado con mayor claridad que nunca que lo que está en juego es el veto estratégico a que haya un nuevo gobierno popular en la Argentina. Eso no puede ocurrir.
Quieren que las penurias a la que someten a Cristina sean vistas por todos como el anticipo de lo que le aguarda a quienes quieran modificar en serio la situación del país.
La democracia, ya vaciada de contenido económico y social, castrada de soberanía nacional y deteriorada en materia de libertades civiles, ahora también padece que en ese resto formal que le quedaba, el de las votaciones, sólo se puede elegir a una opción de derecha o de ultra derecha.
Ya lo sabíamos, pero ahora lo declaman: las votaciones tienen que servir para convalidar a políticos que no pretendan afectar ningún interés que irrite a las corporaciones, y que sean peleles de los dueños del poder real en la Argentina, tanto locales como extranjeros.
La lucha contra la injusticia escandalosa cometida contra la ex Presidenta, la lucha por su libertad, tendrá que estar indisolublemente ligada al cuestionamiento de la dominación ideológica de la población, y a la remoción de todas las incrustaciones anti-democráticas que fue acumulando durante 42 años nuestro sistema institucional.
Los movimientos históricos que canalizan las aspiraciones populares no pueden ser eliminados por obra judicial, ni tampoco criminal, si tienen arraigo en lo profundo de la sociedad.
Eso es lo que ahora deberá manifestarse.
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