Un mes antes del golpe de Estado cívico-militar que derrocó a Isabel Martínez de Perón en marzo de 1976, se estrenó en nuestro país Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo's Nest), del director checo Milos Forman. Aquella película, que ganaría cinco premios Oscar, fue impulsada por Michael Douglas –un novato en la materia–, quien conoció la novela original de Ken Kesey a través de su padre. En efecto, luego de comprar los derechos del libro, Kirk Douglas había protagonizado la versión teatral a comienzos de los ‘60. Pese al éxito conseguido, nunca pudo llevarla al cine y fue su hijo, a principios de los ‘70, quien retomó el proyecto, iniciando así su carrera como productor.
Forman había huido de Checoslovaquia luego del final abrupto de la Primavera de Praga con la llegada de los tanques soviéticos. Allá había dirigido varias películas, dos de las cuales fueron nominadas al Oscar de la mejor película extranjera, y daba clases de cine en la universidad de Columbia.
Años después, Douglas recordaría su interés por la novela: “Era una historia brillantemente concebida sobre el enfrentamiento entre un hombre y el sistema”. El hombre es Randle McMurphy, interpretado por Jack Nicholson. Para evitar una condena de trabajos forzados por estupro, simula estar loco y es trasladado a una institución mental. Allí se enfrenta a una de las mejores villanas del cine: la enfermera Mildred Ratched (interpretada por una impasible Louise Fletcher). El duelo entre ambos jalona toda la película.
Lo que debía ser un encierro de tiempo limitado se transforma en una estadía indefinida a partir de una serie de diagnósticos oportunos que establecen la “peligrosidad” del recién llegado. McMurphy se lanza entonces en una lucha frontal contra el sistema hospitalario, liderando a los internos (interpretados, entre otros, por Danny DeVito, Christopher Lloyd y el extraordinario jefe indio Will Sampson; pero también por pacientes y miembros del personal del Hospital Estatal de Oregón, donde se filmó la película). Forman elige describirlos como seres rotos, excluidos, personas que básicamente ven al mundo de otra forma, pero sin caer en algún tipo de paternalismo. Los “normales”, el personal de la institución psiquiátrica, confinan a los pacientes en celdas, los mantienen drogados y los aplacan con terapias de electroshock. El director nos muestra al grupo en su conjunto, pero también se detiene en cada personaje, en cada historia.
El criminal que quería escapar olvida su plan de evasión y decide sacar a esos prisioneros a ver el mundo, aunque sea por un rato (la escena del paseo en bote es sublime).
Dejan así de ser tratados como fenómenos de feria, al menos hasta que el sistema consigue frenar esa anomalía. Pero no quisiera adelantar el final de la película, tan triste como magnífico.
Lo más relevante es que para pasar de una granja penitenciaria al hospital –y conseguir así liderar a sus compañeros–, McMurphy tuvo que fingir demencia.
Fingir demencia es una expresión muy utilizada en nuestros días, en particular desde que Javier Milei asumió la presidencia en diciembre del 2023. A partir de esa fecha nos acostumbramos como ciudadanos a la crueldad explícita con la que el gobierno y sus satélites (en particular mediáticos) explican iniciativas desquiciadas, que buscan disciplinar a las mayorías a través de la destrucción de la Argentina tal como la conocemos. Pese a ser una componente casi excluyente de la comunicación oficialista, dicha crueldad es sólo instrumental. Funciona, en ese sentido, como los grupos de tareas durante la última dictadura cívico-militar (contemporánea al estreno de Atrapado sin salida). La crueldad de hoy y las salas de tortura clandestinas o los vuelos de la muerte de hace casi medio siglo son apenas las herramientas necesarias de un mismo plan de negocios, con unos pocos ganadores y una enorme mayoría de damnificados. No hay forma de escindir el plan de esos instrumentos, pero el objetivo último, lo relevante, es el plan.
Como escribió Rodolfo Walsh en la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar sobre los crímenes atroces que perpetraba la dictadura: “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
Así como los grandes beneficiarios de la política económica de la dictadura cívico-militar impusieron la miseria planificada pero nunca fueron perseguidos por la justicia, quienes hoy impulsan una reedición de aquel plan son protegidos por el escudo de agravios y desborde verbal del Presidente de los Pies de Ninfa. Tratar a los jubilados, a los investigadores, a los pacientes del Garrahan o a los chicos con discapacidad de “degenerados fiscales” o vanagloriarse por vetar el modesto aumento del 7% de las jubilaciones mínimas y la emergencia en discapacidad votada en el Congreso, son actitudes deplorables que nos hacen olvidar lo más importante: son iniciativas necesarias al plan de negocios que impone el 0,1% más rico de nuestro país.
Es por eso que más grave que los desquicios verbales del Presidente fueron las declaraciones desapasionadas del titular de la Bolsa de Comercio de Córdoba, Manuel Tagle, quien consideró que “el veto que Milei acaba de firmar lo acerca a la figura de un estadista”. Por si quedara alguna duda, consideró “un verdadero disparate que un grupo de legisladores que surgieron del PRO, y que se convirtieron en dialoguistas, hayan propuesto una ley para aumentar la remuneración a los jubilados”. Por supuesto, ninguno de los miembros de la Bolsa de Comercio de Córdoba consideró “un disparate” la reducción del impuesto a los Bienes Personales o a las retenciones a las exportaciones agropecuarias, pese a que atentan objetivamente contra el equilibrio fiscal que dicen defender al reducir los ingresos del Estado.

Los Tagle de este mundo no hablan con perros muertos, ni padecen desbordes emocionales, y probablemente gozarán de la enorme transferencia de recursos de abajo hacia arriba que propicia este modelo cuando Milei termine en los containers de la historia. Es lo mismo que ocurrió con los grandes beneficiarios de las políticas de la dictadura cívico-militar, mientras el genocida Jorge R. Videla moría en la soledad de su celda.
En realidad, no deberíamos fingir demencia sino todo lo contrario: en una realidad transformada voluntariamente en locura, nuestra responsabilidad ciudadana es fingir cordura. Evitar la tentación de la furia para poder ver detrás de los modos desquiciados de un monigote efímero lo más grave de esta pesadilla: el plan de negocios que nos impulsa otra vez a la miseria planificada.
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