Frederic con el diario del lunes

Saberes y política en la agenda de seguridad

 

El desplazamiento de Sabina Frederic de la cartera de Seguridad está lleno de elucubraciones teñidas de prejuicios hacia los intelectuales y académicos. Hace rato que los expertos provenientes de la academia fueron desautorizados por el mainstream periodístico como interlocutores. Detrás de las críticas habituales, algunas de ellas atinadas, se deja entrever cierto anti intelectualismo que hace rato campea en los medios y algunos sectores de la dirigencia política, tanto opositora como oficialista. Cuando la política se vuelve una cuestión coyuntural, se sostiene que los funcionarios deberían limitarse a hacer gestión con la tapa de los diarios. Entonces, ya no habrá plan sino declaraciones, no habrá políticas públicas y de oficio, sino prácticas políticas focalizadas a requerimiento de parte. Si hay tormenta, que no haya olas. Ese fue el reclamo de muchos dirigentes a la gestión de Frederic, que la fue esmerilando poco a poco.

Su designación en el gabinete fue una manera de reponer la sensatez y discreción que necesitaban los temas que caían en su órbita. Un área, hay que decir, sobre-representada e inflada desde hace bastante tiempo.

Sobre-representada, porque los problemas que allí se abordan suelen ser los favoritos de la televisión. Cuando la inseguridad se convierte en la vidriera de la política, captará enseguida la atención de la opinión pública y la dirigencia en general, sobre todo de la oposición. Es un ministerio con mucha exposición, atado a urgencias que derivan en parte a la concepción policialista que se tiene sobre la seguridad, en parte del impacto que determinados delitos tienen en la integridad física de las personas y en sus vidas cotidianas.

Inflada, porque se trata de una agencia que carga con problemas que no son de su incumbencia directa. Si nos ponemos federalistas, la seguridad es una materia que comparte con las provincias. Pero los delitos predatorios y callejeros no son una competencia del gobierno nacional, sino exclusiva de las provincias y sus policías. En cuanto a los delitos complejos, lo serán sobre la base de las investigaciones que conduce el ministerio público a través de sus fiscales con el control y decisión de la Justicia federal. Hay que reponer la Constitución para comprender las tareas del Ministerio de seguridad de la Nación y las fuerzas federales. Eso no quiere decir que se trata de un ministerio superfluo. Sus tareas están vinculadas al desarrollo y entrenamiento de capacidades que estén a la altura de una criminalidad compleja que no deja de crecer en el país, y que involucra a gran parte de las elites económicas del país (tráfico ilegal de granos; tráfico de drogas ilegalizadas al por mayor; delitos económicos variopintos; etc.). Con ese perfil, no es casual que la gestión se haya ganado las críticas y el descrédito del establishment a través de sus voceros mediáticos.

Las principales líneas de trabajo con las que llegó Frederic resultaron novedosas y desafiantes. Por ejemplo, la reorientación de la política criminal hacia la persecución del delito complejo; la federalización de la seguridad a través de la composición de mesas nacionales de seguridad; el acceso a la información producida que no esté especialmente destinada a la investigación de delitos en el marco de las causas judiciales; y, sobre todo, la jerarquización de la actividad policial a través de políticas de bienestar. En ese sentido la gestión de Frederic reconoció a los policías como trabajadores del Estado. No se puede encarar un proceso de reforma sin un diálogo con las policías que, dueñas de saberes prácticos, no se pueden desmerecer. Cualquier proceso de reforma que excluya a los policías del debate sobre las reformas, está destinado al fracaso. Y, en segundo lugar, no se le puede pedir a la policía que cuide a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos si al mismo tiempo se vulneran sus derechos como trabajadores. Tal vez ese reconocimiento no llegó a plasmarse en un proyecto de ley o disposición, pero quedó planteado el debate.

Conviene tener en cuenta que la gestión de Frederic encontró resistencias de distinto calibre entre diferentes cuadros de la Policía Federal Argentina, una fuerza sin rumbo y de muy dudosa condición federal. Con el traslado de la jurisdicción y competencias policiales a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Federal se quedó sin comisarías y sin calle, es decir, su caja vio reducida considerablemente. Pero también los oficiales y suboficiales de la Federal resisten convertirse en una agencia federal de investigaciones abocada a los delitos complejos. Sus integrantes viven en el AMBA y nadie está dispuesto a abandonar su lugar de residencia para cumplir las tareas en otras ciudades del país. Prefieren ser “los granaderos de la democracia”, dedicarse a la mera custodia de edificios y funcionarios públicos, que ponerse a investigar. Encima les pesa que la Gendarmería los esté pasando por encima con las investigaciones. Claro, ese perfil (la investigación de delitos complejos) necesita otra capacitación y otra estructura operativa. Y ni la capacitación ni la estructura se hacen de un día para el otro.

No es casual, entonces, que sólo el 13% de sus 30.800 integrantes esté hoy día abocado a la investigación criminal. Por eso Frederic había creado una comisión de actualización doctrinaria y organizacional que sostuvo más de 20 encuentros que culminaron en la creación de un espacio para la adecuación de las normas que regulan la actividad policial, así como otras medidas, todas con vistas al replanteo del rol de la PFA.

En cuanto a la Gendarmería, las tensiones también estuvieron al orden del día. Hace rato, desde el plan estratégico impulsado por Néstor Kirchner durante la gestión de Héctor Masquelet que se fue incrementando exponencialmente el número de sus efectivos, hasta convertir a los gendarmes en los “bomberos voluntarios” del gobierno de turno, sobre todo de aquellos gobernadores o sus ministros que se la pasan pidiendo más refuerzos a Nación para atajar lo que ellos no pueden o no saben cómo encarar y contener tampoco, al menos en el corto plazo. Mientras tanto, cada vez que aprieta el zapato, terminan pasándole la pelota al gobierno nacional, reclamando más agentes. Así es como la Gendarmería se ha convertido en una fuerza itinerante de rápido despliegue que está para apagar incendios, sean las tomas de tierra en la Patagonia, las violencias letales asociadas al tráfico de drogas ilegalizadas en la ciudad de Rosario, los delitos callejeros en el Conurbano bonaerense. (Entre paréntesis, hay que decir también que Frederic se va sin represiones violentas a las protestas sociales que, a pesar de la pandemia, no fueron pocas). Estos desplazamientos continuos, la vinculación a nuevos conflictos en nuevos contextos, convirtieron a la Gendarmería en la fuerza de seguridad más importante, pero también fueron desdibujando su perfil tradicional. Tema que no se le escapaba a Frederic, autora del libro La gendarmería desde adentro.

El desplazamiento de la ministra tiene que ver con la necesidad de darle volumen político a una gestión que no tenía espalda política para pararse, no solo frente a los dirigentes de la oposición y sus periodistas, sino ante los gobernadores e intendentes de la propia fuerza.

Aníbal Fernández tiene un perfil que está a la altura de la coyuntura que reclaman los referentes políticos territoriales y profesionales. Ante la derrota electoral de Frente de Todos, Frederic era un número cantado, tuvo poco respaldo político en los momentos más difíciles, que le fue licuando el crédito que en su momento le otorgaron para hacer frente a lo que los políticos no sabían tampoco cómo enfrentar.

En el caso de Aníbal, se trata de un peso pesado de la política con mucha experiencia en gestión y, además, muy estimado en las filas de la Federal, aunque también resistido por otros policías como pudo verse en ocasión del saludo publicado en las redes sociales de la fuerza por sus 200 años. No creo, sin embargo, que pueda replicar la performance que tuvo a cargo los ministerios del Interior o de Justicia y Seguridad, con el manejo de las fuerzas federales. No sólo porque la Federal y la Gendarmería ya no son las de entonces, sino porque ahora se encuentra con un ministerio que está en la tapa de los diarios casi todos los días. En las gestiones anteriores, la seguridad era una secretaría más, un problema entre tantos. El militado bajo perfil de la cartera ayudaba a bajarle el precio a temas inflacionados con la ideología de Blumberg. Por otro lado, ya dijo que “hay que reforzar la seguridad en el Conurbano”, de modo que habrá ostentación de fuerzas federales en tareas de prevención y saturación policial sobre determinadas “zonas calientes”.

La seguridad dejó de ser un tema racional para volverse otro debate lleno de emociones. Cuando el periodismo convierte a la velocidad en una forma de conocimiento, las gestiones tienen que dedicarse a apagar incendios, a surfear la indignación diaria. Lo importante ya no es el proceso sino el aquí y ahora. El periodismo televisivo ha ido minando la racionalidad, la paciencia y moderación que necesitan los debates y decisiones públicas, manipulando el dolor ajeno, parapetado detrás de las víctimas, viendo los problemas por el ojo de una cerradura, con sus coberturas espectaculares que tienden a generalizar súbitamente los eventos particulares, convirtiendo los casos extraordinarios en la medida de todas las cosas.

Con todo, la interpretación de antropólogos y sociólogos no vale más que la interpretación que puedan tener los periodistas, los abogados y polítólogos, o los ciudadanos. El problema es la incapacidad de los dirigentes políticos para procesar y hacer una síntesis que pueda darle un sentido y horizonte a la vida de la gente. El discurso de los expertos no puede reemplazar las articulaciones políticas. No lo hizo con la economía, y no lo va a hacer con ningún otro problema de la seguridad. Es la política la que tiene que decidir las relevancias relativas de las cosas.

Cada vez hay más expertos en todas las áreas del Estado. Bienvenido sea. Pero los saberes científicos tienen un límite, no puede reemplazar la experiencia social. Los políticos convocaron a los científicos para encontrar una respuesta a problemas que resultan cada vez más complejos. Pero corresponde a la política encontrar esa articulación entre todas las piezas de un tablero agrietado, lleno de abismos.

¿Por qué esos expertos con vocación reformista para construir políticas de Estado a largo plazo no logran la sustentación política suficiente para continuar con sus transformaciones? La dirigencia política, tomada por la realpolitik que en este país está hecha de resignación y patear para adelante los problemas con los que nos medimos, colabora en el desprestigio de los intelectuales y las reformas progresistas. No trata de comprender sino de actuar rápido, de vincularse a un electorado cada vez más apasionado que no sabe, pero tampoco tiene por qué saber, pero hay que aprender a explicarle claramente. Tampoco estamos diciendo que la gente se equivoca. Sus sensaciones son reales y muy atendibles. Pero una gestión debería ponerse por encima de las emociones tristes o iracundas, del mismo modo que la política debería estar mediando.

La imposibilidad de contar con políticas de largo aliento hay que buscarla en la polarización política y en la incapacidad para celebrar algunos acuerdos necesarios que le permitan a una gestión no tener que rendir exámenes en cada elección sobre todos los temas, que debería ir tomando nota, pero poniendo entre paréntesis las críticas frente a las grandes audiencias. Si cada dos años las gestiones tienen que demostrar resultados positivos, entonces habrá que resignar las políticas públicas y dedicarse a otra cosa, por ejemplo, a la saturación policial, a pasear patrulleros por la ciudad, poner camaritas de vigilancia o repartir botones antipánico.

En otras palabras, cuando la gestión se corre de las recetas urgentes, chocará con los intereses inmediatos de los candidatos que, presionados por las encuestas y los líderes de opinión, en vez de sostener las reformas prefieren hacerles un by-pass a los expertos y apostar a políticas focales y espectaculares.

Como suele decirse, hubo muchas cosas que se hicieron bien y otras mal. Y, conociendo a Sabina, sé que ella será muy autocrítica, que no va elegir victimizarse. Ese examen llegará y la discusión será fructífera. Aunque la coyuntura electoral no será el mejor momento para hacerlo. Pero ahora basta decir lo siguiente: Muchas de las acciones desplegadas en su gestión pueden convertirse en un nuevo piso para pensar una nueva agenda de seguridad democrática.

Claro que ese piso puede implosionar otra vez, no se trata de espacios ganados de una vez y para siempre. Todos sabemos que se avanza y retrocede todo el tiempo y que los cambios son lentos y reversibles. Más aún, sabemos que las reacciones no vienen siempre de la mano de la oposición.

Por último, hay que reconocer también que Frederic es una científica que a su vez tiene una larga trayectoria de compromiso público. Su equipo no estaba compuesto por expertos formados por fundaciones privadas o tanques de pensamiento que se dedican a colonizar áreas del Estado para que las agendas se acomoden a sus intereses. No sólo provienen de distintas universidades, sino que son la expresión de una Universidad pública comprometida, que sabe que no se trata de conocer la realidad sino de transformarla. Frederic no eligió ser testigo sino un actor protagónico que se movió sobre arenas movedizas. Nosotros hablamos siempre desde la comodidad que tienen los testigos que siguen los procesos con los diarios del lunes. Conviene ser críticos y piadosos a la vez, pero sobre todo hay que dejar de escupir para arriba.

 

 

 

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.

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