Fuegos de octubre

La destrucción del salario y la riqueza no le será perdonada a quien propicia una caída libre

 

Desde hace un par de semanas vienen combinándose incertidumbre y miedo. Con el cronómetro agotando su tiempo, las posibilidades, encuestadas o imaginadas, llevaron a muchos influyentes a dudar sobre el salto al vacío sin paracaídas. Baby Etchecopar dijo “ya no pido” el voto para Bullrich, quien quiera “vote a Massa”, pero nunca a Milei porque “está desquiciado”. Días después, entrevistando al candidato oficialista, le dijo que lo votaría en una segunda vuelta en caso de que quedara enfrentado con Milei. La candidata amarilla, para ajenos y propios, huele a default. Las señales, captadas por las antenas libertarias, llevaron al líder violeta y su sucursal de CABA a empujar al dólar peligrosamente. ¿Buscan una goleada en el primer tiempo para evitar el segundo?

 

Debates

La política se pisa con el entretenimiento y el chimento. Juanita Viale, nieta de Mirta Legrand, estrenó sus dotes de analista política en un programa televisivo. Suelta de lengua y segura de oficio, confundió a la candidata Myriam Bregman con la actriz Ingrid Bergman. Un fresco de la época que sitúa los debates.

El último, al igual que el anterior, dejó poco y nada. Cada uno vio ganador al candidato que más le gusta. En las redes, en diarios, señales televisivas y portales de noticias, se desparramaron estudios de opinión confirmando ganador a quien más se acerca a cada línea editorial. Mirando con el telescopio, el observador cauto confirma que, salvo para las comidillas escritas y habladas del día posterior, fue un espectáculo destinado a rozar lo insípido. De propuestas y argumentos, lo que se espera de un debate político, poco. Todo muy en la línea TikTok.

De los tres a priori con mayores posibilidades, la candidata amarilla asumió la performance más barrabrava. Llevó adelante su guión, convencida de que solo a los puñetazos puede hacerse un lugar en la segunda vuelta. Presumió de un estilo pulido en el fango y encontró su hit en el dardo envenenado que le lanzó a Massa al decirle: “Dijiste que venías a sacar las papas del fuego y nos hiciste puré”.

El violeta piloteó entre la comodidad de sentirse arriba en el podio, el tecnicismo incomprensible y la navegación por aguas borrascosas. Hablando de Seguridad, buscó refugio en el teorema de Becker. Refería al economista Gary, pero también podría haberse tratado del tenista Boris y nada hubiera alterado ni el show ni la incomprensión de las audiencias ante semejante argumento. Fuera de las aguas de la escuela austríaca, todo le resulta tormentoso, la política inclusive. Va costándole, a muchos, imaginar un gobierno bajo un Presidente tan singular.

El celeste buscó centrarse en propuestas, pero quedó encorsetado por el formato del debate, que solo permite acercar títulos y complementar con explicaciones livianas. Hizo gala del repertorio productivista que viene ensayando y enlazó con su probado modelo municipal de seguridad. Estuvo correcto y no sangró con las flechas que lo atravesaron.

En líneas generales, y con el diario del lunes, todos fueron por dos objetivos. Uno, evitar ser el meme más hilarante del día siguiente. Dos, acertar con alguna frase de impacto que después fuera repetida hasta el hartazgo en las redes y copiada hasta el límite del “reenviado” en los grupos de WhatsApp. Cada uno, como era de esperar, se anotó en las dos.

 

Corrida

La Argentina es como un globo que empieza a inflarse cuando inicia un nuevo gobierno y está en su punto límite de resistencia justo antes de una nueva elección. Cualquiera, con un alfiler, puede hacer lo que todos temen. El candidato libertario, al día siguiente del debate, empezó a usar el que llevaba prendido en el ojal. Convencido de que cuanto peor para todos mejor para él, empujó el lunes una corrida contra el peso. A sabiendas de que la inflación y el precio del dólar van de la mano, y son el talón de Aquiles del ministro candidato, soltó ante una pregunta: “Jamás en pesos, jamás en pesos”. Acto seguido dijo que “el peso es la moneda que emite el político argentino, por ende, no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”. La movida ya había sido insinuada el jueves previo al domingo del debate. En Mar del Plata dijo que cuánto más alto el dólar, más fácil dolarizar.

No había terminado aún con su entrevista del lunes y el dólar blue ya subía como espumita de cerveza mal tirada. Cerró a un promedio de 60 pesos por encima de la apertura. En algunas provincias la diferencia rozó los 80 y por algunos momentos fue incluso mayor. Se perfiló, al amparo de su disparada, una corrida sobre los depósitos. Días antes, Milei había dicho “quiero ganar las elecciones, pero de modo limpio”. Tan solo horas después del debate, el señor Hyde se apoderó del doctor Jekyll y prefirió ir a fondo. Lleva en su mazo un comodín que utiliza astutamente. El ex Presidente Macri le hace guiños cómplices para jugar en bloque después de diciembre y descompensa todo el andamiaje amarillo.

Frente a los movimientos desestabilizantes, el ministro Massa respondió el mismo lunes tranquilizando sobre la solidez del sistema bancario. Palabras que reforzó, casi en simultáneo, un comunicado emitido por el Banco Central. Fuera del mensaje técnico, en clave política, Massa expresó que “poner en riesgo los ahorros de la gente por un voto, no vale”. Sentado después con Daniel Scioli, en el teatro Avenida de la Ciudad de Buenos Aires donde el embajador presentaba un libro, expresó: “No les importa la gente. Estamos frente a una manga de irresponsables que no piensan en la Argentina”.

El día martes, cuando la corrida lejos de amainar se aceleraba, las entidades bancarias  difundieron una carta. La denominaron “Responsabilidad democrática” y en ella expresaron que “los candidatos que aspiran a gobernar la cosa pública tienen que mostrar responsabilidad en sus campañas y declaraciones públicas”. Claro el destinatario, simple y directo el mensaje.

La frutilla llegó un día después, cuando el diario The New York Times publicó una nota en la cual describió ásperamente al candidato violeta. Lo responsabilizó por la corrida cambiaria a partir de sus palabras sobre el peso y aseveró que “está provocando él solo un shock financiero en una de las mayores economías de América Latina”.

 

 

Ganar a cualquier precio

Javier Milei se convenció durante el segundo debate de algo que empezó a intuir unos días antes. En la fatídica semana que tuvo Bullrich en los medios, cuando desparramó disparates por doquier, la visualizó a un golpe de caer a la lona. Haciendo números, interpretó que el grueso de los votos perdidos por la candidata iría directo a su cuenta. Imaginó, entonces, cerrar la justa en primera vuelta.

También empezó a rumiar que, en caso de concretarse una segunda vuelta, varios factores de poder podrían acercarle vitaminas al candidato oficialista. Razones no le faltaron. Sus expresiones sobre eliminar la obra pública financiada por el Estado, que anunció como una medida simultánea para recortar el gasto y los negocios de lo que llamó la “Cámara argentina de la corrupción”, no cayeron bien entre los empresarios del sector. Tampoco fue del agrado la preanunciada ruptura de los vínculos comerciales con los gobiernos de Brasil y China. Patrocinador y fundamentalista del sector privado, teme sus movimientos sísmicos. Sabe que muchos dejarían atrás sus convicciones ideológicas antes de que se vacíen sus bolsillos. El dinero, en definitiva, capitalista o socialista, siempre es bueno.

En ese combo, el sindicalista Luis Barrionuevo salió a reforzar la guapeada. Expresó en una entrevista radial que Milei “va a ganar en primera vuelta”. Para que nadie pueda impedirlo, prometió fiscalizar la elección y cuidarle la boleta.

A medida que se acerca el momento de las urnas, gran parte de la sociedad no termina de percibir con claridad los alcances del experimento libertario. La época, se viene insistiendo, juega su papel. La dimensión personal se agiganta en la misma proporción que se achica la esfera de lo público y político. Las biografías personales, expuestas sin filtro en las redes, tantean los encastres con las imágenes de la política. En ese alambique, que destila lo de todos a partir de lo de uno, Milei les dice a sus votantes que está tan enojado como ellos. Propone encauzar ese león que cada sí lleva adentro y articular la manada para cambiar el modelo empobrecedor de la “casta”. Una ensaladera en la cual la libertad avanza sin consideraciones respecto a la situación social.

Según datos del INDEC actualizados, 9 de cada 10 argentinos con ingresos individuales de algún tipo perciben hoy menos de 360.000 pesos. Uno de cada dos, menos de 125.000. Representan unos 42 kilos de asado a buen precio y arañan los 130 dólares medidos al valor financiero del “contado con liqui” de plena corrida. Según las mediciones del primer semestre de 2023, el 40,1% de las personas eran pobres y, entre ellas, 9,3% pobres indigentes. Cada centavo que se devalúa el peso agrava estas cifras, las que ya eran peores cuando estos datos salieron a la luz.

La situación ya es suficientemente explosiva como para que alguien se pasee a los saltos con una granada sin percutor en cada mano. Los libertarios podrán pensar que la pulverización del peso facilita el ganar en primera vuelta y la posterior dolarización. Imaginarán el salto hiperinflacionario como si fuera el aceite que prepara el movimiento del motor. Sin embargo, se huele que la destrucción del salario y la riqueza no le será perdonada a quien propicia una caída libre sin resguardos. Disfrazarse de Nerón y tocar la lira mientras Roma se consume bajo el fuego puede terminar mal, también para quien juega a ser emperador.

 

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