Fuerza en movimiento

Vera Jarach rememora su vida, su lucha junto a las Madres y alerta sobre la amenaza del negacionismo

 

Vera Vigevani de Jarach termina su reunión virtual con compañeras de Venecia, en Mestre, donde un bosque está dedicado a los deportados judíos y otro a su hija Franca, en recuerdo de los estudiantes argentinos desaparecidos. Las Madres de Plaza de Mayo cumplen 44 años, desde aquel 29 de abril de 1977 en el que nacieron como movimiento de resistencia frente a la dictadura cívico-militar más atroz que vivió nuestro país. Vera se hace un espacio para dialogar con El Cohete a la Luna y rememorar cómo su historia familiar incidió para percibir rápidamente los fascismos y cómo se integró a las Madres. Esta mujer extraordinaria que aconseja tener “en movimiento tanto el cuerpo como la cabeza”, a sus 93 años y a pesar de su ceguera, sigue enseñando el camino de la construcción de la memoria colectiva.

 

 

Su integración a Madres

Su integración fue después de conocer a Haydeé Gastelú de García Buela, actual presidenta de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. “La conocí a Haydeé en la Casa Rosada, donde había un lugar donde una vez por mes teníamos la posibilidad de ir a preguntar si se sabía algo sobre el paradero de nuestros hijos”. Vera recuerda las respuestas perversas que recibían en ese peregrinar. Como que a las chicas lindas las llevaban a otros países para prostituirlas o que “no se preocupe. Haga de cuenta que su hija está de vacaciones”. El encuentro con Haydeé le permitió intercambiar información sobre sus hijos, ya que ambos habían sido alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires. Se reunieron para tomar un café y fue así que, en los primeros días de mayo de 1977, Vera se unió al naciente movimiento, participando de la ronda en la Plaza de Mayo, alrededor de la pirámide. “Los primeros tiempos fue una cosa nacida de nuestras vísceras: necesitábamos saber dónde estaban nuestros hijos. Después nos convertimos en un buen movimiento de resistencia, muy pacífico. Fuimos buenas estrategas”.

 

Se conmemoran 44 años de la primera ronda de las Madres.

 

 

 

Tres genocidios

“En mi historia tengo dos genocidios. Yo tenía diez años y me echaron del colegio, fue la primera injusticia que conocí en mi vida”. Nació en 1928 en Milán, Italia. Durante su niñez comenzaron a implementarse las leyes fascistas de Benito Mussolini y la expulsaron de la escuela. “Por suerte mi mamá se dio cuenta de lo que podía pasar muy pronto y logró convencer a mi padre, que no quería irse de Italia. Nos salvamos refugiándonos en la Argentina, que nos abrió los brazos. Pero no logró convencer a su padre, o sea mi abuelo, que fue deportado. Y ahí perdí a mi abuelo. Y no hay tumba, porque fue a Auschwitz. Después de muchos años, mi hija tuvo un destino parecido, y tampoco hay tumba. Ni para mi abuelo, ni para mi hija que estuvo en la ESMA y fue a un vuelo de la muerte”, señala en diálogo con El Cohete a la Luna.

Expresa que hay un tercer genocidio, que no lo conoció en forma directa, pero que entró en su vida: el armenio. “Parece raro, porque de armenia no tengo nada, ni nadie de mi familia. Pero mi mamá, veneciana, iba de adolescente a una isla de la laguna de Venecia, que desde el 1500 pertenece a los armenios, San Lázaro. Mi mamá se había enamorado de la biblioteca excepcional que hay en ese lugar. Por eso entró a mi vida esa historia”. Vera participó en estos días de un encuentro virtual donde se recordó el genocidio armenio. Cuenta un episodio de su infancia, cuando días antes de emigrar desde la Italia de Mussolini hacia la Argentina, un sacerdote armenio fue a su casa a saludarlos y les dijo a su padre y a su madre: “Hacen muy bien ustedes en irse ya, porque miren lo que nos pasó a nosotros”. Unos amigos argentinos de sus padres fueron los que decidieron el destino del país escogido para evitar la muerte en manos del fascismo italiano. Ellos les facilitaron una visa argentina turística para poder ingresar al país. “La Argentina era un país con muchos italianos y recibía con brazos abiertos a los inmigrantes”. El 18 de marzo de 1939 llegaron a la Argentina, meses después de aquel octubre de 1938 en el que se implementaran las leyes raciales en Italia. “Con mi propia historia, tenía antecedentes –no sé cómo llamarlos–, y podía hablar de fascismo como puede hablar una chica de corta edad, luego como adolescente y, a través del tiempo, con el movimiento de las Madres eso se hizo esencial. Siempre que pude hablar, hablaba, y sigo haciéndolo. Nunca dejé de transmitir todo lo vivido”.

Pero remarca que lo importante “es el presente y mirar al futuro, más allá de que poco se sepa que nos deparará con esta pandemia. Todo es impredecible, pero en algún momento vamos a tener que afrontar muchas situaciones dramáticas y el posible renacimiento de nuevos odios”. Entiende que “nunca la gente deja de tratar de instalar los odios, de fanatizar de alguna manera y todo eso es muy peligroso y lo estamos viendo día a día en cualquier lugar del mundo donde hay movimientos de derecha y de ultraderecha y, aunque no se llamen fascistas, lo son, esencialmente lo son”. Sostiene que hay que tener “una voluntad grandísima y la unión de todos para contrarrestar con mejores y mayores estrategias”. Algo de eso sembraron las Madres junto a otros organismos de derechos humanos el pasado 24 de marzo, con su iniciativa de plantar memoria. La propuesta fue replicada a lo largo y ancho del país y también en el exterior, como una contracara del olvido, el negacionismo y de los profetas del odio. “En Milán y en Roma hay un Jardín de los Justos, los que salvan vida a riesgo de la propia. Allí se plantó un olivo en homenaje a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo”, transmitió.

 

 

El encuentro con Merkel

Jarach, quien entiende que la lucha es colectiva y lleva su vida con un perfil muy bajo, fue protagonista el 8 de junio de 2017 de un episodio que alcanzó repercusión mundial. Cuando la Canciller alemana Ángela Merkel visitó nuestro país, Vera mantuvo un encuentro con ella en el Parque de la Memoria. “Tuve una ocasión única. Estaba ahí. Me puse un cartel que decía: ‘Son 30.000’. Cuando apareció Merkel hablé, primero lo hice en inglés, después tradujeron y le dije: ‘Nunca Más el silencio, son 30.000 los desaparecidos’ y le conté lo de (Darío) Lopérfido”, recuerda. El entonces Ministro de Cultura porteño –luego designado agregado cultural en Berlín– había opinado que el número de 30.000 desaparecidos “es una mentira que se construyó en una mesa” para “obtener subsidios”. En esa oportunidad irrepetible, Merkel le realizó dos preguntas: quiso saber su edad y si tenía otros hijos. Pero lo sorprendente fue la forma en que, al día siguiente, la Cancillería alemana dio cuenta del encuentro. “Quedé estupefacta”, expresa Vera. En su cuenta de Instagram subieron una serie de fotos acompañadas del siguiente texto: “En recuerdo de las víctimas de la dictadura militar, la Canciller Merkel se reúne con los supervivientes de los asesinatos y desapariciones en el Parque de la Memoria. La dictadura militar argentina de 1976 hasta 1983 fue una de las más sangrientas de América Latina, con más de 30.000 víctimas, entre ellas alemanes”.

 

El encuentro entre Vera Jarach y Ángela Merkel en el Parque de la Memoria.

 

 

 

El legado y los juicios

Como periodista trabajó cuarenta años para la agencia italiana de noticias ANSA, donde se dedicó a la sección cultural. “Mis compañeras me daban la hora, yo escribía para la agencia, y ellas me decían que ya eran las 15:30 y había que estar en la Plaza de Mayo”, recuerda. Sobre la lucha colectiva del movimiento de Madres de Plaza de Mayo expresa: “Salimos hacer lo que había que hacer. De alguna manera, dejamos una serie de legados y buenos ejemplos. Y desde la Argentina damos un buen ejemplo, porque se ha hecho más justicia que en otros países que han tenido terribles genocidios, crímenes de lesa humanidad”, destaca. “Los juicios están, los esperamos, mientras no pudimos ejercerlos acá se hicieron en el exterior, en Italia participé cuando se realizaron. No estaban los acusados, sin embargo, sirvieron porque aparecieron pruebas. Cuando se comenzaron a realizar los juicios acá, fue una cosa importantísima y ahí fuimos un ejemplo para muchísimos otros países, y seguimos siéndolo”. Sin embargo, remarca que desde la mesa que integran los organismos de derechos humanos reclaman que se aceleren los procesos judiciales. “El juicio ESMA está en la cuarta parte; Campo de Mayo, todavía está para una serie larga de audiencias. Necesitamos que se acelere un poco. No es tanto para nosotras que dentro de poco no estaremos más, pero es necesario que concluyan”. E insiste en la importancia de que “se luche fuertemente contra el negacionismo. De todas las formas posibles, siempre pacíficas, pero necesarias”.

 

 

Hay que moverse

El poder económico que se benefició con la última dictadura cívico-militar, y que hoy es dueño de los medios de comunicación hegemónicos, amplifica el negacionismo al que se refiere Vera. “Tenemos un monopolio absoluto de medios. Hemos tratado de luchar contra eso pero aparentemente es imposible, porque están manejados por los altos intereses económicos. Y eso mismo pasa con la Justicia. Lo que queda de todo esto es que la historia se repite. Y frente a eso tenemos que tener la capacidad de entrever los síntomas de la repetición de la historia”, reflexiona, y recuerda que tuvo la suerte de conocer al escritor y sobreviviente de Auschwitz Primo Levi. La primera vez que viajó a Italia buscando ayuda durante la dictadura él le dijo: “La historia reciente se repite. Lo que pasa es que a la historia la escriben los vencedores”.

Vera propone “seguir moviéndonos políticamente con nuestras capacidades, dentro de nuestra memoria y con muchísima voluntad”. Y cita al filósofo y sociólogo italiano Antonio Gramsci: “Soy pesimista con la razón y soy optimista con la voluntad” para agregar que es necesaria “una pizca de esperanza y optimismo, que no estarían mal porque es lo que nos mueve”. Vera aconseja que hay “moverse con el cerebro y también con el cuerpo”. Ejemplifica con aquellos que no usan tapabocas en plena pandemia (“parece que tampoco usan su cerebro”, dice), y remarca que ese movimiento es fundamental en democracia para transformar la concentración mediática y, también, para lograr tener una Justicia digna. Señala que hoy “existe una doble vara”, porque hay decisiones que se toman favoreciendo a los que sustentan el poder económico ,“los que siembran también los odios”. Ella, que dialoga en distintos encuentros con los jóvenes, recalca que “hay que tener espíritu crítico. No dejarse fanatizar por nadie y pensar con su propia cabeza”. Y recalca que “el otro secreto” es “juntarse. Unirse, porque lo necesitamos y lo vamos a necesitar mucho cuando termine esta pandemia”.

Vera padece una maculopatía desde hace cuarenta años, que avanzó mucho y le produjo su ceguera. Su computadora cuenta con un sistema para ciegos que le permite estar bien informada y acceder a contenidos culturales. “Lo único que necesito es una gran paciencia”, expresa sobre la dificultad de no poder ver.

 

 

La fuerza femenina

Sobre la lucha de las Madres, su valentía y coherencia por haber sostenido en el tiempo su reclamo de Memoria, Verdad y Justicia, Vera cree que el motor es “la fuerza femenina, que es capaz de encontrar vías no violentas pero que tiene mucha fuerza”. Si bien, en un principio, todo fue “visceral”, porque “necesitábamos saber dónde estaban nuestros hijos”. Así “comenzamos a caminar y a movernos en nuestras rondas”. Recuerda cómo aprovecharon que la prensa extranjera se hacía presente en la Plaza de Mayo en el Mundial de 1978 para contarles lo que sucedía: “Alguno escribió y, finalmente, los silencios se rompieron”, destaca. Una fuerza que se transmite –sostiene Vera– a través del banderón con los nombres y rostros de los desaparecidos. “Esos rostros luminosos… ¿¡Vos sabés qué fuerza tiene eso!? Tiene una fuerza increíble. Porque la gente que nos empezó a acompañar empezaba a sentir en su propio ser la necesidad de estar y de moverse, y se movieron”. “Nosotras, a nuestra edad, no tenemos ninguna esperanza de encontrar a nuestros hijos. Pero sí las Abuelas. Y ahí hay una cuestión de vida, de identidad. Las Abuelas son fantásticas. Hacen campañas formidables y merecerían encontrar a todos los nietos”, expresa Vera, y recalca que “las vidas se acaban, biológicamente no vamos a aguantar mucho más”.

 

 

Franca

En la lucha colectiva se inscribe su caso particular, y entonces recuerda a su hija Franca: “Era una chica maravillosa en todo sentido. Militaba en su colegio, el Nacional de Buenos Aires. A los 13 años ya era la representante en el centro de estudiantes. Comenzó a militar temprano en las cosas del colegio y en las cosas en general. Ella, a los 18 años, edad cuando se la llevaron, había elegido que iba a estudiar la carrera de Ciencias de la Educación. Porque decía –y tenía razón– que la educación era fundamental como base para que todos tuvieran las mismas oportunidades”. Cuenta que su hija creía que esa era la meta para alcanzar la justicia social para todos. “Franca era eso, pero también tenía capacidades para la música, el arte, en el deporte”. Había mamado una pasión familiar compartida, sin ser una deportista, era amante de las montañas. “Tuvo dos novios, por suerte. El segundo es un fotógrafo, Enrique Shore, que ha tenido que ver mucho con el tema de la memoria”. Sus fotografías formaron parte del trabajo de documentación que, en 1984, realizó la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP).

 

Franca Jarach fue una de las víctimas de los primeros vuelos de la muerte.

 

“Franca conocía nuestra historia. Y una cosa que le conté es que ante las peores situaciones, aún en los campos de concentración de los nazis, hay siempre una posibilidad de resistir con la propia dignidad. Le conté historias que tienen que ver con ese tipo de resistencia, con la dignidad de los seres humanos”, rememora Vera. “Siempre pensé que en ese poco tiempo (que estuvo secuestrada), Franca lo había recordado”. “Después supe, a través de una persona, que Franca duró muy poco –menos de un mes–, porque necesitaban espacio. Ahí fueron los primeros vuelos de la muerte”. Veinte años después de su desaparición, conoció el destino que tuvo su hija. “Mi marido Jorge nunca lo supo, murió antes”.

La historia familiar y personal de Vera le hizo agudizar sus sentidos para poder percibir, antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, lo que se venía en la Argentina. “La aconsejábamos, mi marido y yo, irse a vivir a Italia. Cosa lógica de padres de pedirle que se exiliara. Incluso escribí cartas tratando de tener apoyos, pero Franca nos dijo que no. Era una militante”. Vera cuenta un episodio anterior que demuestra cómo era su hija. Hubo una toma en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Ella llegó a su casa y les dijo a sus padres: “Mañana tomamos el colegio”. El padre le alertó que eso era muy peligroso, pero ella, aun reconociéndolo, reafirmó su posición y le recordó que él mismo había protagonizado una toma junto a sus compañeros cuando era estudiante y estaba amenazada la autonomía universitaria.

Finalmente, vuelve a remarcar como primera misión: “Recordar lo que no debe ser olvidado”. Luego, sabiendo que la historia se repite, “hay que descubrir los síntomas. Lo primero de lo que habla cualquier movimiento fascista es ‘hacer orden’. Cuando empiezan a hablar del orden, te hacen dudar”. Dice que por eso la memoria es fundamental. La historia escrita por los vencedores tiene la otra cara, la historia de los pueblos, y las Madres han sabido ser pueblo y pilares fundamentales para nuestra democracia.

 

 

 

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