GLORIA Y LOOR, HONRA SIN PAR

Sarmiento va de la inmortalidad al Imperio de las Máscaras, en la novela de Gustavo J. Nahmías

 

Difícil, arriesgado resulta incursionar después de esa cima de la lírica tanática como es el Poema Conjetural (1943) de Jorge Luis Borges en ese subgénero polisémico, el de la narrativa agónica. Plasmar en las bellas letras y a golpe de presunción los momentos previos al fin de la vida requiere de una mesura textual endiablada, cuyo cuidado se multiplica al incursionar sobre personajes históricos, como cuando “el doctor Francisco Narciso de Laprida, asesinado el día 22 de septiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir”. Y arranca: “Zumban las balas en la tarde en la tarde última/ Hay viento y hay cenizas en el viento”. Del epígrafe de contexto perfecto a los proyectiles hechos insectos y el primer viento que es distinto del segundo, y de ahí en adelante, el poeta convierte en verdadera la verdadera muerte de Laprida y en esos versos pronuncia un legado inmortal, tanto para el poema como para Laprida. Tal vez su envés rotundo, en prosa, con Tánatos disfrazado de Eros, sea el náufrago Pincher Martin (1956) de William Golding.

Ni parecido, con tamaños antecedentes literarios, el sociólogo y docente Gustavo J. Nahmías se atreve a novelar los últimos momentos —nada menos— de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888); como no podía ser de otra manera, condicionado por la leyenda del personaje, en tono pedagógico. Ya en el comienzo el autor anuncia las coordenadas de la propia travesía conceptual con las que se expondrá en las próximas ciento veinte páginas. La inspiración inmediata es, claro, el Facundo y en correlato se pregunta (y se responde) por el género “¿ensayo, literatura, sociología?”, en la curiosa proposición de que puedan ser excluyentes una de otra. Dejando el dilema al lector, anticipa, a imagen y semejanza de su epónimo, la clave de lectura a la manera del enemigo sarmientino: “¿Qué importancia tiene la cita exacta? ¿La cantidad de estancias o amputar algunos capítulos?”. En esa impronta El Inmortal, la novela, se distancia del lenguaje de don Domingo Faustino, tanto de la barricada gramatical del Facundo como del barroquismo galicista que mora en la sintaxis de Argirópolis, sin entrar en detalles. Imposibilidad prudencial, es cierto, ya que reproducir el estilo del Padre del Aula implicaría adentrarse en un universo, al menos, anacrónico, cuando no de una complejidad técnica y de procedimientos sintácticos poco amable hacia el lector contemporáneo. Nahmías lo resuelve con el despliegue de un lenguaje... ¿como decirlo?: ¿actualizado? No obstante, en algunas oportunidades salpica unos pocos modismos del léxico del prócer: jurisperito, truchimán, folicularios; salvando las distancias, desde ya.

 

El autor, Gustavo Nahmías.

 

Resultado de la extrapolación es una prosa de acuerdo a fines, donde el espíritu docente convierte la novela en una sustitución de la fantasía agónica por el implante de la razón en la noche de ignorancia, materializada en la obra pública, tan altruista y polifacética, del Gran Sanjuanino. Por supuesto, incorporando chispazos de obra privada que, como se sabe, tratándose del personaje, es parte de la pública. Camuflar los toques racistas, ególatras, en fin, prejuiciosos —para resumir— de quien luchó con la espada, con la pluma y la palabra, hubiese quitado verosimilitud al vehemente catálogo de logros del protagonista. Opta —o se precipita— el autor en catapultarlo al delirio megalómano. En el transcurso del monólogo subjetivo en que se desenvuelve El Inmortal, la novela, urge un lugar preponderante para que el protagonista se las agarre con sus antagonistas de siempre: Rosas, Alberdi, Urquiza, Hernández, Mitre, Mansilla y otras calles aledañas.

En espejo con el popularizado billekenismo del héroe, se instala el aula, directamente: “Pregunta, alumnos: ¿cómo se llama el acto por el cual un veterano de granaderos de San Martín que llegó a coronel al servicio de Rosas y se levanta en armas contra la República? Yo se los voy a decir: Se-di-ción. Palabra aguda, terminada con n, s o vocal”. Antes bien, la palabra perturba la borgeana fatalidad del lenguaje, con un guiño parroquial: “A la hora de reprimir se acabaron las contemplaciones con quienes perturban el orden. Hay que ser duro y no mostrar debilidades cuando se trata de salvar la República”. Cuando no, suma la moral redundante del lugar común: “El poder, la riqueza, la fuerza de una Nación depende de la capacidad industrial, moral e intelectual. La educación pública no debe tener otro fin que aumentar esa fuerza de producción, de acción y de dirección aumentando cada vez más el número de individuos que las posean”. En forma esporádica, la reflexión, entre la advertencia y el anatema: “Deben permanecer atentas las generaciones venideras porque cuando la historia enmudece, la tradición habla; cuando la ciencia olvida, la imaginación recuerda; y cuando los gobiernos duermen, el rumor popular vela, contando una historia fabulosa”. Cuando la fatiga es descanso y calma, la ilusión y el contento levantan el templo donde Gustavo J. Nahmías pontifica y Domingo Faustino Sarmiento sermonea.

El efecto es el de esa moneda que el autor evoca a raíz de la promoción realizada por su héroe del Carnaval de 1873, con su rostro grabado “de perfil con una corona y en el borde de la circunferencia (en que) se leía ‘El Emperador de las máscaras’”. Como colofón, las fotografías de Sarmiento muerto en su hogar paraguayo y la de la recepción del cadáver en el puerto de Buenos Aires.

 

 

FICHA TÉCNICA

El Inmortal

 

 

 

 

Gustavo J. Nahmías

Buenos Aires, 2019

124 págs.

 

 

 

 

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