Goles y Gobernabilidad
Las muertes paralelas de Jorge Brito y Diego Maradona
En pocos días, se produjeron dos muertes de personalidades profundamente diferentes.
El viernes 20, en un accidente aéreo, falleció el banquero Jorge Brito, uno de los hombres más ricos de la Argentina. Sus últimas declaraciones las realizó al diario Infobae. Dijo allí que la sanción de la Ley de Aporte Solidario a las grandes fortunas “solo creará una rebelión fiscal como nunca se ha visto y posiblemente no se cobre nada o poco y solo se mediatizará nuevamente una guerra entre el gobierno y los empresarios que no llevará a nada, irritará a la gente y nos acercará un paso más al precipicio”. En la misma entrevista, había señalado que “la creación de este impuesto solo agrega más elementos a aquellos que quieren irse del país”.
Algunas voces que rescataron su trayectoria, insistieron en que era una persona de diálogo y que tenía compromiso con el país. Sin embargo, su mensaje final pareció coincidir con el comportamiento mostrado en el último año por la elite argentina, situada voluntariamente de espaldas a las graves dificultades de las mayorías, y concentrada en sus necesidades de ganancias inmediatas. La apelación a la rebelión fiscal ante medidas progresivas, y la amenaza de retirarse del país cuando no les gusta el rumbo económico, se han transformado en una cantinela reiterada que es incompatible con una política de reconstrucción nacional.
Y se murió Diego Maradona, figura extraordinaria de la Argentina reciente, que trascendió largamente el mundo del deporte para ser una gran síntesis de las grandezas y debilidades de la sociedad argentina. Lo que resulta incontrovertible en el testimonio popular, es la inmensa alegría que proporcionó a generaciones de argentinxs y el ejemplo de libertad y dignidad personal que representó. El vacío que deja merece también un espacio de reflexión.
El campeonato del ajuste
Los sectores populares, progresistas o de izquierda conocen al FMI, y saben perfectamente cuál es su ADN económico: con el objetivo formal de acondicionar las economías al repago de sus deudas externas, el Fondo recomienda políticas contractivas y privatizantes que no sirven para lograr ese resultado, pero que terminan eternizando la situación de penuria y generando un vínculo de dependencia permanente con el capital financiero internacional. Es lo que popularmente llamamos “el ajuste”.
Las actuales negociaciones en marcha con ese organismo generan todo tipo de prevenciones, ya que trascienden presiones del organismo hacia un menor déficit fiscal, y reformas previsionales y laborales. Sin embargo, el cuadro de la negociación no es totalmente desfavorable a la Argentina. Juegan en ese sentido las ostensibles y públicas irregularidades cometidas en complicidad con el gobierno macrista en el otorgamiento del mega crédito de 57.000 millones, y las características de la gestión norteamericana entrante, incluida la figura de Janet Yellen, próxima Secretaria del Tesoro, que puede contribuir a suavizar y morigerar las exigencias y condicionamientos del organismo. Con el Fondo se está negociando, y hay espacios de negociación.
Pero en el campeonato por ajustar a la Argentina, ocupa el primer puesto otro organismo, esta vez local, que promueve un escenario mucho más dramático que el del FMI: se trata de la Asociación Empresarial Argentina. Basta leer los trascendidos de su reunión con el Ministro Martín Guzmán para advertir su grave estado de ideologización (“peligra la propiedad privada”) y su desconexión completa con la realidad social argentina, al reclamar una devaluación que no resolvería ningún problema existente, pero que generaría un derrumbe adicional en el salario, la actividad económica y el empleo.
La presión pro-devaluación, de la cual han sido voceros y animadores decididos los principales medios del sector, muestra que el nivel de ajuste que pretende la cúpula empresarial local es muy superior al que demanda el FMI, que tiene en el presente una noción clara del daño global que produjo la pandemia y de los límites posibles de los ajustes.
No parece ser así en el caso de AEA, que confunde derecho de propiedad con la continuidad de todas las rentas monopólicas y de privilegio acumuladas desde la dictadura cívico-militar hasta la actualidad. No admite modificación alguna a un cuadro de actividades con super ganancias que estrangulan al resto de sectores productivos de la economía nacional. Tampoco han hecho ninguna autocrítica luego de su calamitosa gestión a través de Cambiemos.
Reclaman al gobierno un shock de confianza, que sería aceptar plenamente su programa económico, que no es otro que la continuación de las políticas ruinosas que implementó el macrismo.
Pero no hay que subestimar su accionar. No hay sólo necedad económica y obnubilación ideológica. El sueño de la derecha es empujar al gobierno nacional hacia el ajuste, que es la garantía del fracaso macroeconómico en el corto plazo, dado que se acentuarían los peores rasgos de la situación actual (inflación, pobreza, desempleo, crisis fiscal). Pero lo más importante: ese ajuste inducido por “los mercados” haría que el gobierno quede como agresor frente a su base social, en un año electoral. Bingo.
Sorprende, en ese sentido, cómo los espacios políticos populares arremeten furibundos contra las eventuales acechanzas fondomonetaristas, pero dejan de lado el accionar persistente y sistemático de los actores concentrados internos, mucho más impiadosos y faltos de realismo que la propia tecnocracia internacional. ¿Será que persiste la esperanza en que el alto empresariado adopte un comportamiento “nacional”, a pesar de que ese sector se empeña todos los días en desmentir ese malentendido?
El fundamental tema alimentos
La inflación se aceleró en octubre, marcando un 3,8% de aumento promedio de precios. Pero el precio de los alimentos subió aún más, 4,8%. Este rubro acumula en el último año 43,9% y está claramente por encima de la inflación promedio. Debemos recordar que la contracción del poder adquisitivo de amplios sectores debida a la crisis provocada por el macrismo y por la pandemia, lleva a concentrar el gasto en los bienes primordiales, entre los que figuran en primer plano los alimentos. Por lo tanto, la evolución de sus precios reviste un peso crecientemente significativo sobre la canasta de gasto de la mayoría: su demanda es bastante inflexible: se puede desmejorar la calidad de los alimentos, pero no se puede dejar de comer. Al desplazar a otros consumos de bienes y servicios, diversas ramas de la economía ven mermada su propia demanda.
Por lo tanto los desplazamientos en el mercado de alimentos tienen repercusiones sociales, vía caída de los ingresos reales de asalariados, jubilados, perceptores de ayudas sociales. Pero también impactos económicos, vía caída de la demanda de otros rubros y generación de incertidumbre.
La variada composición del rubro alimentos obliga a un estudio detallado de sus componentes y un diagnóstico preciso de los factores que están impulsando el alza, entre los que figuran cuestiones objetivas y estacionales, hasta movimientos especulativos disparados por los juegos en torno al valor del dólar.
En este último caso, estaríamos presenciando una situación inaceptable: debido a que existe un aparato de especulación montado que acicatea las expectativas devaluatorias en mercados marginales, otros actores económicos empiezan a “tomar precauciones” subiendo los precios de sus productos, para cubrirse, por las dudas, de una devaluación que está más en los deseos de los especuladores que en la realidad. El efecto de estas maniobras que se verifican no sólo en el rubro alimentos, es una suba de precios que castiga el bolsillo mayoritario. Insistimos: la suba no está fundamentada en ningún costo incrementado o aumento de la demanda o caída de la oferta, sino en fantasías y rumores creados por un sector social determinado.
Es decir, que lxs argentinxs quedan a merced de la ideología –o sea la forma de interpretar la realidad—, y del tipo de información y análisis económicos –de distorsivo signo neoliberal— que consumen los que determinan los precios.
El resultado del mes pasado, además, elevó todas las proyecciones inflacionarias, lo que someterá al gobierno a nuevas presiones devaluatorias, no importa si estén fundamentadas o no.
Es evidente la limitación de las políticas públicas realizadas hasta el momento para establecer cierta racionalidad en esta cuestión clave. No hace falta aclarar que una inflación que se acelera contra ingresos estancados, es un factor de malestar social y un factor de desgaste político-electoral. Por eso resulta crucial encarar con mayor contundencia el tema.
Quizás la anunciada aplicación de la Ley de Abastecimiento en el rubro de materiales de la construcción, donde se detectaron maniobras de acaparamiento especulativo que estaban afectando directamente a la reactivación del sector, sea el comienzo de una política más activa, que apunte a obtener resultados concretos en resguardar a los consumidores del accionar de los grandes productores y de las cadenas de comercialización. El gobierno debe saber que se aproximan meses cruciales.
La política económica en tiempo de definiciones
El gobierno intenta poner al país en un andarivel de producción creciente y recuperación del empleo, pero parece que ningún actor privado concentrado está interesado en colaborar. Se quejan, reclaman, pero no aparece atisbo alguno en materia de aporte sectorial concreto. No sólo eso, sino que se ha reforzado un discurso suministrado por las usinas ideológicas de la derecha, de rechazo al accionar público, aunque sea en resguardo del resto de la sociedad, como ocurre en el actual contexto de pandemia.
Volvemos a las preguntas que nos hacemos desde que asumió el actual gobierno: ¿se puede gobernar dejando todos los instrumentos de presión y exacción económica en manos de sectores no colaborativos, guiados por lógicas sectoriales y cortoplacistas? ¿Hasta qué punto se puede gobernar estando las autoridades sometidas a la amenaza constante de la desestabilización económica?
El dólar marginal hasta hace dos semanas, y ahora los precios son palancas poderosas tanto para el progreso del país, como para su estancamiento. Sectores privados concentrados muestran una considerable influencia sobre estas variables, a las que el sector público apenas puede regular. Hay que apuntar a cambiar ese estado de cosas, desplegando todo el poder y la determinación estatales, si se quiere lograr una gobernabilidad compatible con los intereses populares.
¿Existe un punto intermedio entre las necesidades sociales de estabilidad de precios, incremento de la producción y ampliación de los ingresos reales, con un conjunto de demandas sectoriales desconectadas de un sistema que las articule en forma expansiva? No. Hay puntos de encuentro, sí. Pero a condición de priorizar los equilibrios macroeconómicos y sociales.
Luego del verano entraremos en los prolegómenos del período electoral. El gobierno está obligado a obtener resultados económicos satisfactorios, no sólo como resultado de un compromiso con sus electores, sino porque es una extendida demanda social que es completamente compatible con una recuperación virtuosa de la economía.
Hasta ahora, la pandemia ha funcionado como una neblina que ha resguardado al gobierno de un escrutinio más preciso de aciertos y errores. Pero a medida que se diluye el tema de la preocupación colectiva, otros ascienden al tope de la agenda pública.
Se entra en una etapa políticamente relevante, en la que se deben exhibir logros palpables, especialmente para la amplia base popular del Frente de Todos. Ya queda poco tiempo político para esperar a que quienes no aceptan ni dialogar ni negociar se dispongan, por algún milagro, a hacerlo.
Conclusión: se vienen meses decisivos, en los que conviene meter varios goles para asegurar el resultado. No se puede jugar a la defensiva, ni al empate.
Diego vive en el Pueblo
La triste noticia del fallecimiento de Diego Maradona, y su velorio popular, nos dejan una serie de reflexiones sobre su significado para nuestra sociedad.
El gran desorden en el que se transformó la despedida al ídolo no debió haber ocurrido jamás. Fue una forma equivocada de combinar lo público y lo privado. Dado que se trataba de un eminente hecho popular, masivo, el Estado debió haber tenido un lugar mucho más preciso en la organización del evento, diseñándolo de forma tal de que no hubiera un cortocircuito entre la pasión masiva por despedir al ídolo y el tiempo escaso dispuesto por los familiares para tal evento. Sin esa compatibilidad —que era responsabilidad de las autoridades establecer—, el choque entre expectativas populares de participación y lo acotado del evento estaba garantizado. El gobierno nacional debe asumir que su papel de ordenador es insustituible en una sociedad en la cual la anomia se desata en cualquier circunstancia, incluso dentro de la Casa Rosada.
El testimonio de amor y lealtad de centenares de miles de argentinxs fue conmovedor, y muestra una joya escondida, que rara vez suele exhibirse en público: el entusiasmo, la pasión popular. Hay allí una fuente de potencia excepcional, para quienes desde la política decidan convocar al respaldo popular activo frente a una gran una empresa colectiva.
Lo notable de la figura de Maradona, además de su inolvidable arte deportivo, fue su personalidad, que resume todo lo que odia la elite dominante local.
No son la droga ni el descontrol —las excusas de la moralina local— la base del rechazo elitista y clasista hacia Maradona.
Fue su “inadaptación” al mundo de los poderes y los poderosos, a los que les resultó imposible absorberlo como un buen pobre “exitoso” domesticado, respetuoso de jerarquías sociales basadas en las cuentas bancarias.
Maradona fue –y es— un muy mal ejemplo desde la perspectiva de los dueños del país vencido, del país resignado, del país sin esperanza ni vitalidad. Diego representa un tipo de personalidad sostenida en un orgullo y una dignidad incompatibles con la personalidad sumisa y vencida que deberían tener las clases subordinadas, esa sumisión que se necesitaría para administrar con tranquilidad la semicolonia argentina.
Los pobres pueden aspirar a consumir, incluso droga, pero no pueden aspirar a la igualdad. Precisamente ese espíritu maradoniano de dignidad e igualdad es el que debe ser convocado para encarar las grandes acciones públicas que requieran coraje, determinación y pasión nacional.
Está ahí, latente.
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