Gunga Din y la dolarización

Entregar la política monetaria y ceder soberanía, otra de las múltiples formas del odio

 

En 1934 se estrenó Gunga Din, película dirigida por George Stevens, con el gran Cary Grant entre otras figuras estelares. El film se inspiró muy libremente de un poema de Rudyard Kipling dedicado a un aguatero del ejército que el autor conoció en el Raj británico; un hombre simple despreciado por los soldados ingleses, pero a quien Kipling le reconoce una lealtad y una valentía fuera de lo común. Si quedara alguna duda, el último verso del poema tiene la cortesía de despejarla: “¡Tú eres mejor hombre que yo, Gunga Din!”

Según Jorge Luis Borges: “Kipling, nativo de Bombay, supo el idioma hindi antes de llegar al inglés (...) vio en el Imperio Británico una continuación del Imperio Romano y acabó por identificarlos. Es significativo, asimismo, que jamás cantó las victorias, sino las asperezas, los trabajos y los deberes de un destino imperial”. La película de Stevens no se detiene en las “asperezas” mencionadas por Borges y prefiere transitar el camino más liso del relato de aventuras coloniales acorde a la época de su estreno. El film describe valientes oficiales británicos, algo indisciplinados, que valoran la amistad y deben enfrentar a adversarios locales sanguinarios. El denostado Gunga Din los salvará de esos enemigos despiadados en un gesto heroico que le costará la vida (gesto que sería caricaturizado treinta años más tarde por Blake Edwards y Peter Sellers en La fiesta inolvidable, en una época en la que los valores colonialistas habían perdido su encanto).

Muchos años después, en 2002, durante el gobierno de Eduardo Duhalde y en el marco de la profunda crisis posterior al estallido de la Convertibilidad, el economista Rudi Dornbusch, uno de los principales asesores de la banca internacional, propuso que la tan esperada asistencia monetaria del FMI fuera condicionada a que la Argentina aceptara “abandonar buena parte del control soberano de su sistema monetario, fiscal, de regulación y activos por un período extenso”. Para el experto en economías ajenas, “un consejo de banqueros centrales experimentados debería tomar el control de la política monetaria argentina” y “los nuevos pesos no deberían ser impresos en suelo argentino”. Consideraba además que “otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los cheques de la nación a las provincias”.

Dornbusch resumió el plan propuesto junto a su colega chileno Ricardo Caballero en un artículo publicado en el Financial Times que llevaba el auspicioso título de: “No se puede confiar en la Argentina”. En otro artículo, esta vez publicado en La Nación bajo el título castrense de La batalla por la Argentina, la dupla de economistas advertía: “Esperemos que, dada una opción permanente para salir de esta terrible crisis, los políticos finalmente se pongan a la altura de la ocasión”. El tono admonitorio ya prefiguraba el concepto de casta política tan usado dos décadas después por el actual Presidente de los Pies de Ninfa.

Tal vez por falta de formación académica o por simple ignorancia, los argentinos dejamos pasar la oportunidad histórica de entregarle nuestro futuro a un comité de sabios extranjeros. Sin embargo, según escribió el economista Eduardo Levy Yeyati en su libro La resurrección, la propuesta generó un cierto apoyo local: “En un intercambio con sus lectores del Financial Times, Dornbusch y Caballero mencionaron que habían recibido felicitaciones de ‘muchos argentinos talentosos’, entre ellos Miguel Ángel Broda”. Inspirados tal vez por el incansable Gunga Din, esos “argentinos talentosos” alabaron una propuesta que los apartaba de forma explícita. Quién sabe, tal vez Broda haya considerado que el hecho de no incluirlo a él probaba la seriedad del plan.

No fueron los únicos entusiastas, ya que Dornbusch siguió siendo un referente sólido para la aristocracia económica del país, pese a la paradoja de que la haya rechazado a la hora de establecer su plan de salvataje. Sin ir más lejos, su alumno Federico Sturzenegger lo recordó con cariño en su cuenta de Facebook al cumplirse un nuevo aniversario de su muerte: “Durante muchos años, después de terminar la facultad, cuando tenía un problema serio lo primero que se me ocurría era llamarlo para pedirle consejos (...) Ahora lo extraño mucho, porque se fue hace diez años. Hay días que me gustaría llamarlo para que me aconseje, pero como no lo tengo, cierro los ojos y trato de pensar qué es lo que me diría que tengo que hacer. Eso me da una gran paz y parece iluminarme el camino”. El camino debió estar mal iluminado porque, al menos como funcionario, Sturzenegger nunca logró generar paz sino todo lo contrario. Otra paradoja.

Según Emilio Ocampo, efímero referente económico del actual Presidente argentino, “la recomendación de Dornbusch fue que todas las economías emergentes ‘tercerizaran’ su política monetaria (...) y de esta manera ganarían credibilidad y estabilidad automáticamente”. Para Ocampo, el único error de Dornbusch fue rechazar la opción de la dolarización, es decir restringir el vasallaje económico del país a un período de tiempo limitado, en lugar de hacerlo de forma permanente. Como Dornbusch, Ocampo considera que ningún argentino es capaz de llevar adelante una política monetaria virtuosa, ni siquiera él mismo, pese a tenerse en alta estima. Para el ex asesor de Milei, la dolarización –es decir, la entrega definitiva de nuestra política monetaria a la Reserva Federal de los Estados Unidos– es la premisa necesaria para lograr el desarrollo y la felicidad.

En ese sueño húmedo reside el mayor peligro de la extravagante llegada al poder de la Armada Brancaleone de La Libertad Avanza: la decisión irreversible de dejarnos sin política monetaria. No se trataría de un acuerdo regional como el de la Unión Europea, cuyos miembros acordaron supeditarse a una política económica común, sino la entrega unilateral de soberanía en nombre de nuestra supuesta incompetencia nacional, otra de las múltiples formas del odio que esos “argentinos talentosos” le profesan a su propio país.

Ocurre que, a diferencia de otras expresiones de extrema derecha, como la de Jair Bolsonaro en Brasil, Santiago Abascal –líder de Vox– en España, Marine Le Pen en Francia o incluso el propio Donald Trump en Estados Unidos, nuestros reaccionarios no sólo carecen de nacionalismo sino que detestan a su propio país. Sería impensable que Trump o Le Pen se vanagloriaran del cierre de pymes norteamericanas o francesas en nombre de las celestiales leyes del mercado. Al contrario, piden protección para sus industrias. Como nuestro Presidente de los Pies de Ninfa, ellos también profesan el terraplanismo político que consiste en rechazar con violencia cualquier iniciativa que asimilen al progresismo, a la izquierda o al feminismo. La particularidad de los entusiastas de la motosierra es que a esas alucinaciones le agregan el odio hacia la Argentina. Como escribimos en esta misma columna, “mientras el mundo redescubre el proteccionismo, nuestra derecha propone la partitura opuesta”.

Por eso, el mayor riesgo que enfrentamos hoy no es tanto la implementación de la agenda reaccionaria que los desquiciados de La Libertad Avanza comparten con la extrema derecha global sino su particularidad: el paradigma Gunga Din, ese que los hace soñar con sacrificarse, y sacrificarnos, en nombre de un imperio que los desprecia.

 

 

 

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