¿Hacia dónde apunta el porvenir?

Estados Unidos genera conflictos: guerra convencional con Moscú y fría con Pekín

 

Samuel Huntington, destacado especialista en relaciones internacionales norteamericano, fue, muy probablemente, el primero en caracterizar a su país como una superpotencia solitaria. Así lo presentó en un artículo académico que llevó ese nombre, “La superpotencia solitaria”, que fue editado en castellano por la revista Política Exterior, volumen 13, número 71, de septiembre-octubre de 1999.

Apuntaba bien Huntington. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se había disuelto en 1991 y los 15 países que la constituían –Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kasajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Turkmenistán, Tayikistán, Ucrania y Uzbekistán– recuperaron su autonomía. Rusia, incluso, se incorporó, en 1997 al selecto club del Grupo de los 7 (G7, Integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), que se convirtió en el G7+1. Este número 1 implicaba que la incorporación de Rusia no era todavía total. Recién en 2002 se convirtió en miembro de pleno derecho y la denominación del grupo pasó a ser G8.

Así las cosas, Huntington daba precisamente en el clavo: bajo estas condiciones, es decir, incorporada Rusia desde 1997 al G7, Estados Unidos pasaba a ser una superpotencia solitaria. Moscú se había allanado a interactuar en ese grupo compuesto por los principales países occidentales más Japón. China, cabe señalar, si bien había avanzado en el plano económico a paso redoblado y poseía desde 1964 armamento nuclear, no era vista todavía como un contendiente de fuste para Washington y sus seis socios iniciales.

En 2014, empero, las álgidas y numerosas protestas en Ucrania, que impulsaron la salida del Presidente pro-ruso Viktor Yanucovich, motivaron entre otras represalias que Moscú anexara la península de Crimea. A raíz de esto Rusia fue expulsada del G8, que retornó a su condición previa de siete integrantes. Puede decirse, asimismo, que la referida intervención rusa en Crimea tanto como el constante y alto desenvolvimiento económico de China, junto al incremento de su potencialidad bélica, contribuyeron al cese de la condición estadounidense de superpotencia solitaria. Prácticamente en simultáneo, las relaciones comerciales y los respectivos intereses recíprocos de Rusia y China fueron creciendo. Al punto que hoy en día sostienen una ya consistente asociación.

 

Trump y Biden

Bajo la consigna de America First, Donald Trump desarrolló durante su período presidencial (20/01/2017-20/01/2021) una política exterior restrictiva. Retiró a su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y de su similar Atlántico, que en ese momento estaba todavía en construcción. También salió del Acuerdo de París, dirigido a controlar el cambio climático; del Acuerdo sobre el programa nuclear de Irán; y del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio, con Rusia, firmado durante la Guerra Fría, cuyo objetivo era alejar de Europa los misiles atómicos de rango corto y medio, entre otras decisiones del mismo tenor.

Asimismo, Trump inició y mantuvo un conflicto comercial con China iniciado en marzo de 2018, que fundamentó en un historial de prácticas mercantiles desleales, de robos de propiedad intelectual y de apropiación espuria de tecnología norteamericana, entre otros argumentos. Basado en todo esto, Trump alentó el proteccionismo y mantuvo simultáneamente el antedicho conflicto mercantil con Pekín.

Su sucesor, Joseph Biden, subió la apuesta. ¡Y cómo! Decidió, por un lado, mantener y ampliar el antedicho conflicto comercial iniciado por Trump. Pero más importante aún, decidió sostener mediante Ucrania –que “paga los platos rotos” al parecer sin pruritos– un duro conflicto bélico: una guerra por delegación contra Rusia, nada menos. Ni con Vietnam ni con países musulmanes de Oriente Medio y vecindades, como había ocurrido en el pasado, sino con el principal antagonista actual de Estados Unidos en el terreno de Marte.

Por otra parte, decidió incrementar también el conflicto con China iniciado por su antecesor, Trump, por distintas vías. Por un lado, ha incumplido con los ya viejos acuerdos no escritos alcanzados con Pekín sobre la cuestión de Taiwán, rotos por el arribo de la entonces Secretaria de Estado, Nancy Pelosi, a Taipei, sin que Pekín lo supiera. Esto provocó –como se recordará– un despliegue militar chino en torno y sobre la isla taiwanesa, que duró una peligrosa semana. Poco después, la Presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, realizó un viaje nada menos que a los Estados Unidos, sin advertírselo a Pekín: otro desafiante desaire. Parece delirante pero lamentablemente ha venido siendo así y por partida doble: ninguneo y desafío a China.

Merece recordarse, por lo demás, que Australia a instancias de Washington canceló la compra de submarinos franceses convencionales, en noviembre de 2021, para responder positivamente al ofrecimiento norteamericano de submarinos de propulsión nuclear. Tras cartón llegó la creación del AUKUS –acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos–, asociación militar predominantemente naval cuyo objetivo central es salirle al paso al amplio ir y venir de los buques de guerra de Pekín por los mares de la China y adyacencias.

 

Final

Trump movió el tablero de la globalización, sí. En particular con China en el plano mercantil. Y avanzó también sobre algunas facetas y/o entidades multilaterales de la globalización que no le parecieron suficientes: tal el caso de Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica del que se desprendió.

Biden, por su parte, mantuvo y aumentó el conflicto comercial con Pekín, e incluso criticó profundamente el modelo económico neoliberal sobre el que llegó a decir que había que desterrarlo del continente americano. Pero en la dimensión que más ha incidido –y de una manera drástica– es el de la seguridad internacional. Como se ha visto precedentemente, ha operado fuertemente sobre la guerra ruso-ucraniana en curso, que ha impactado en el mundo de diversas y negativas maneras. Hasta da la impresión de que prefiere la contienda antes que la paz. De hecho, el Presidente Volodimir Zelenski, a instancias de Washington, ha rechazado las propuestas de conversaciones ofrecidas por Rusia, en la fase inicial de la contienda. Pero asimismo Biden ha endurecido hasta en el plano militar su política hacia China. En fin, da la impresión de que se siente cómodo llevando adelante ambos conflictos: una guerra convencional con Moscú y una guerra fría con Pekín.

La paz, lamentablemente, parece recular en el mundo. Y para colmo da la impresión, también, de que padece de fiadores. Si a lo anterior se agrega la involución de la globalización y las dificultades económico-financieras de varios de los Estados más ricos del mundo, que conviven con el alto nivel de pobreza que existe hoy en no pocos países del orbe, resulta difícil atinar hacia dónde apunta el porvenir: duele, pero es lo que nos está ocurriendo.

 

 

 

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