Hacia una certidumbre programática

Un 44% de los argentinos eligió un proyecto nacional y popular

 

La politización es un viaje de ida. Cuando nos embarcamos, dejamos en la orilla algunas comodidades, como las fórmulas fáciles con las que nos complace el sentido común. Politizar es abrirnos a la escucha, a la pregunta, al diálogo y a pensar profundamente. Ponemos un pie en el bote cuando divisamos el rumbo y el otro cuando nos identificamos con el resto de los pasajeros y con la tripulación. Seremos compañeros de camino y de destino, aunque no tengamos en claro cuál es el trayecto por recorrer.

En altamar, los días de tormenta son insorteables. Es lógico sentirse mareado cuando el horizonte se esfuma tras una turbulenta neblina. Cuando esto sucede, se avanza; y no por inercia, ni por testarudez, ni por ingenuidad. Se avanza para salir del temporal.

La derrota es un lugar tempestuoso porque habilita las pasiones tristes, como el enojo y la resignación. No hay nada más humano que aturdirse momentáneamente frente a un golpe. A la perplejidad le suele seguir la vacilación. Pero la duda no es enemiga de la voluntad, sino el movimiento empático que permite recrearse en y a través de la respuesta del otro, cuan dolorosa resulte. La derrota también es el lugar en el que se decide volver a levantarse.

El impulso para ponerse de pie es ineludible: un 44% de las argentinas y los argentinos elegimos que un proyecto nacional y popular nos represente como oposición por los próximos cuatro años.

 

La tarea

Hay dos formas de entender la democracia. De un lado, están quienes la interpretan como un estado de cosas: la vigencia de la ley, de ciertas instituciones y de una serie de rutinas y procedimientos de participación, como el ejercicio periódico del voto. Del otro lado, se la concibe como un proceso, como un movimiento de expansión de derechos, su universalización o su plena realización. Esta última tradición requiere de una ciudadanía movilizada que protagonice la profundización de un sistema que aún dista de representar cabalmente la soberanía popular.

Entre el pueblo y la democracia se interpone tanto la híper-concentración del poder como el aumento de la desigualdad y de las violencias. Este fue el eje vertebrador de las jornadas “Democratizar es la tarea”, organizadas por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires el pasado miércoles y jueves. En ocho mesas de debate se reflexionó en torno a los 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, en un contexto en el que las ultraderechas han logrado servirse de ella para poner en cuestión su horizonte igualitario.

La apertura del evento estuvo a cargo de Gabriela Rivadeneira, quien en 2013 —a los 29 años— se convirtió en la persona más joven y en la primera mujer en ser presidenta de la Asamblea Nacional de Ecuador. Rivadeneira tuvo un rol fundamental en el gobierno de Rafael Correa y, al igual que otros líderes de la Revolución Ciudadana, fue víctima de una persecución judicial que la llevó en 2019 al exilio forzado en México, donde continúa residiendo. Desde allí, dirige el Instituto para la Democracia Eloy Alfaro (IDEAL), un espacio que tiene el objetivo de generar y difundir nuevas herramientas de gobernanza que contribuyan al desarrollo con equidad y a la integración regional. Al presentarla, la vicepresidenta institucional de la UNLP, Andrea Varela, la describió como una persona “imprescindible para la reconstrucción de un proyecto democrático en toda nuestra Patria Grande” y recordó que tanto Correa como Cristina Fernández de Kirchner hoy están proscriptos.

 

Gabriela Rivadeneira y Andrea Varela en el Centro Provincial de las Artes “Teatro Argentino”.

 

En su exposición, Rivadeneira hizo hincapié en la necesidad de polarizar los proyectos en pugna porque “si la izquierda se centraliza y la derecha se extrema va a llegar un punto en el que la sociedad no va a diferenciar a los unos de los otros, y ese es el mayor peligro de las democracias”. En esa línea, consideró que la incertidumbre se profundiza si no sabemos “qué es lo que le estamos queriendo decir a los pueblos y, peor aún, qué es lo que vamos a hacer en el ejercicio del gobierno”. Como no sabemos qué quiere hacer Javier Milei, “estamos llamados a poner rumbo”, advirtió.

Para la dirigente ecuatoriana se huyó de “la necesidad de confrontar y de politizar porque nos hicieron creer que ahí no estaba el triunfo electoral”. Sin embargo, urge realizar “un contraste rotundo y profundo de lo que significan los dos sistemas de gobernanza” contrapuestos. Finalmente, convocó a “volver al principio del humanismo latinoamericano: eso significa la solidaridad, la unidad y el cobijo”. En Ecuador recurren al vocablo “apapachar” para describir esta conducta: “El humanismo latinoamericano tiene que apapachar nuevamente a los pueblos”.

 

Refundación

El encuentro “Democratizar es la tarea” se desarrolló en el marco de un sacudón en el sistema democrático, bajo la premisa de que éste es un tiempo que convoca a la reflexión colectiva, pero no a quedarse callados. La abogada Natalia Salvo manifestó que “para democratizar es necesaria la participación de las mayorías, pero también es fundamental la representación política” y, para ello, es central el rol del Estado. “Nunca hay que pensar que la solución está por fuera de la política, por fuera de la democratización, por fuera de la participación, pero por sobre todas las cosas nunca hay que creer que esa decisión o que esa solución es individual. Siempre es colectiva y organizada”, añadió.

 

 

Para el ex Vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, hay un antagonismo de fondo: la cuestión distributiva. “Que el crecimiento no sea compartido es políticamente inaceptable para el campo nacional y popular. Esa es la discusión que hay que dar. Y para dar esa discusión hay que enfrentar intereses”, indicó. En segundo lugar, observó que hay que decir qué es la libertad para nosotros: “la primera libertad es que no haya ninguna persona en la Argentina que tenga miedo de no comer al día siguiente. La libertad es la posibilidad de desarrollar y desplegar tus sueños y tu proyecto de vida sin necesidades materiales, teniendo un piso de protección social mínimo que te permite no tener miedo. Si no, no hay libertad”.

“Desde hace algunos años, las democracias tienden a ser intervenidas por sectores que antes la derrocaban desde afuera y ahora intentan debilitarla desde adentro”, evaluó el sociólogo y periodista Daniel Rosso. Para estos sectores, “la democracia es la suma de todas las partes menos una, que es necesario marcarla, estigmatizarla y separarla del sistema político”. Esa parte son las clases populares en su vínculo con la política y con el sindicalismo. De este modo, el neoliberalismo ha creado una “democracia con exclusión”, sostenida en una retórica del pánico moral y de la espectacularización de la judicialización.

 

Para la socióloga Valentina Castro, la última elección refleja que “los números no están cerrando con la gente adentro, que hubo una transferencia de ingresos directa del sector del trabajo hacia el sector del capital”. A esto se le sumaron los “cambios orgánicos dentro de nuestra sociedad: un avance de la tecnología, las plataformas, un aumento de la precarización de las relaciones laborales, un cambio cultural propio de la época: todas demandas emergentes que no supimos contener”.

 

Para la periodista Cynthia García la refundación de la democracia debe ser cultural y didáctica, siguiendo el camino de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. “La tríada de dominación del neoliberalismo, patriarcado y neocolonialismo viene junta”, observó la periodista, por lo que llamó a construir impugnaciones multi-frentistas: “La respuesta es ir construyendo comunes, no sólo el vivir con otro, sino un común vivir”.

 

El cineasta Benjamín Naishtat analizó que “estamos poblándonos de un imaginario audiovisual que no refleja nuestra realidad ni cómo vivimos, y no permite un empoderamiento cultural, político y soberano”. En consecuencia, “tenemos un problema de imaginario. En términos de coyuntura política, estamos entrando en un terreno distópico. El problema es la falta de imaginación”. La expresidenta del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), Liliana Mazure, compartió el diagnóstico y agregó: “Creo que no existe resistencia si no es con políticas claras. Ya no podemos resistir de cualquier manera. Debemos ser creativos”.

“Soy optimista porque hay una historia detrás y esa historia indicó que había que pasar esos frentes de tormenta. Y no se pasan escondidos abajo de la cama, sino sacando la cara y poniéndola como la pusieron las Madres en la Plaza y en todos lados”, evocó el periodista y abogado Pablo Llonto. El subsecretario de Derechos Humanos bonaerense y militante de Hijos La Plata, Matías Moreno, sumó que “un militante puede estar triste, pero no deprimido, porque un militante es aquel que está pensando todo el tiempo en volver a encarnar la esperanza de los más desposeídos”.

 

La brújula

La derrota es un momento de re-conocimiento: de volver a conocer. En esa retrospección analítica vuelvo a consultar uno de los primeros textos que leí cuando decidí estudiar comunicación social. Es un artículo que el semiólogo argentino Héctor “Toto” Schmucler escribió en 1984, desde su exilio en México. Lo publicó en Comunicación y Cultura, la revista que dirigía junto a Armand Mattelart.

En ese escrito desgarrado y desgarrador, que tiene la edad de la democracia argentina, Schmucler reconoce que estábamos “aprendiendo a no ruborizarnos cuando empleamos la palabra felicidad o amor; cuando declaramos que los seres humanos no deberían estar después, sino antes de los modelos sociales y económicos que se proponen en la actualidad”.

Esa idea era para él “el motor de cualquier acción contemporánea que intente superar la crisis de esta civilización que creía avanzar hacia algo y que parece lanzada a la destrucción, a la nada. Una civilización (no la civilización) mercantil, productivista, tecnocrática (…) que tiene horror al vacío que nos amenaza y que lo niega con hipótesis tranquilizantes”. Una civilización que propone la aceptación, la adaptación o “el posibilismo como filosofía de la sensatez”. Sin embargo, alertaba: “Creemos que se trata de una encrucijada. Que existe más de un camino y que lo único que ocurre es que los siglos recientes han ido orientando nuestra mirada para que podamos ver sólo uno”.

A continuación, Schmucler hace suyo el curso deseable de acción propuesto por Edgar Morin en su libro Para salir del siglo XX. Allí, el sociólogo francés llama a “resistir a la nada”, a “resistir en todas las hipótesis”, a prepararse “para nuevas opresiones, es decir para nuevas resistencias”. Y sigue: “Preparémonos para la irremediable derrota. Aunque deseemos sobre todas las cosas ver el cese de la humillación, el desprecio, la mentira, ya no tenemos necesidad de certidumbre de victoria para continuar la lucha. Las verdades exigentes prescinden de la victoria y resisten para resistir. Pero preparémonos también para las liberaciones, incluso efímeras, para las divinas sorpresas, para los nuevos éxtasis de la historia”.

Hay que prepararse. La única forma de combatir la incertidumbre social es con certidumbre programática.

 

 

 

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