HACIENDO LO QUE HAY QUE HACER

El abuso a la hora de prometer futuros venturosos es propio de los gobierno demagógicos

 

Hoy una pregunta se multiplica: ¿qué pasa con la democracia en la Argentina?  Por supuesto que hay muchas respuestas posibles. Aquí ensayo una de ellas. Y comienzo por decir que las democracias liberales se constituyeron bajo el supuesto de que el lenguaje político y otros lenguajes, como el de las sentencias judiciales o el habla cotidiana, debían sujetarse al principio de “verificación”. Esto es, que lo que se dice debe estar respaldado por “los hechos” que demuestren la verdad de lo dicho. La cultura democrática y el estado de derecho se asociaron así desde el origen al criterio de verdad. Esto nunca impidió las promesas políticas, que más que probarse deben cumplirse.

Los hechos prueban verdades del pasado y del presente, a excepción de aquellos hechos que remiten a una ley de la naturaleza y por tanto tienen valor predictivo. (Un objeto que “cae” es un hecho que muestra la verdad de todos los objetos que han “caído” por la gravedad pero también anticipa todos los objetos que “caerán” por esa ley.) Pero la política no es una ciencia de la naturaleza.

En política sólo hay enunciados verificables sobre el pasado o el presente, porque del futuro sólo se pueden enunciar promesas que los hechos se ocuparán de dar por cumplidas o no. Por eso cuanto más habla un gobierno del pasado, tantos más hechos está obligado a mostrar para probar verdad en lo que dice. Y cuanto más habla del futuro, la lluvia que vendrá, el segundo semestre, o el final del túnel, tanto más margen de incumplimiento hay en sus dichos.

Sólo un gobierno cuyo lenguaje político se concentre en el presente y los hechos que lo verifiquen, aunque articulando su relación con el pasado y las expectativas de futuro, será un gobierno democrático, porque los ciudadanos tendrán elementos para creer, o no, en sus gobernantes. El abuso en las apelaciones al pasado de desorden de gobiernos anteriores suele ser la justificación de gobiernos autoritarios. Y el abuso en las promesas de un orden de futuro bienestar es la seña de identidad de los gobiernos demagógicos. Esto es lo que pasa con el gobierno de Mauricio Macri.

 

Pasaron cosas

Pero, ¿cómo escapar a esas tenazas de la democracia que ponen límites al autoritarismo y la demagogia, cuando el fin del mandatario es contrario a los fines de los mandantes? ¿Cómo hacer política en el presente sin sujetarse a los hechos que verifiquen la veracidad o falsedad de los discursos?

En otras notas de El Cohete a la Luna ya nos referimos a la asociación del pragmatismo filosófico (como el de Richard Rorty) con el neoliberalismo. En esa reformulación de los supuestos tradicionales de las democracias liberales, que se profundizó a finales del siglo pasado, la filosofía pragmática de John L. Austin estudió “las expresiones lingüísticas que se disfrazan”. Expresiones que en forma bastante común se disfrazan de enunciados fácticos (los que se pueden verificar por los hechos).

 

 

Austin creía que ni los gramáticos ni los filósofos habían visto lo que hay detrás del “disfraz” de algunas  palabras y por eso se dedicó a explicar cómo se pueden hacer cosas con ellas (How to do Things with Words, 1962), cuando con lo que se dice no se están describiendo realidades que haya que verificar en los hechos, sino que lo que se dice es un hecho en sí mismo. Por ejemplo, al decir: “Quiero expresar mi total apoyo a la justicia independiente”. La diferencia con la mentira es sutil pero esencial. Lo dicho, es un hecho en sí. Y en boca de un Presidente tiene un enorme impacto político.

De ese modo, Austin diferenció a los enunciados constatativos (aquellos sujetos a verificación que mencionábamos al principio), que son verdaderos o falsos, de los enunciados realizativos (que señalan que al decir algo estamos haciendo algo, por lo que no cabe verificarlos). Y éstos resultarán afortunados o desafortunados, sinceros o insinceros (aunque no mentirosos). Consideremos, por ejemplo, la atribución por el Presidente de la crisis cambiaria al infortunio de la sequía y otras tormentas, diciendo: “Pasaron cosas”. O su insinceridad al omitir la información sobre todas las cuentas que tenía en paraísos fiscales. El pragmatismo es útil.

 

Una República Corporativa

El gobierno de la Alianza Cambiemos es un ejemplo del uso permanente de esas expresiones engañosas, como se observa en el título de su campaña publicitaria: “Haciendo lo que hay que hacer”. Porque hacer lo que hay que hacer es una redundancia que pretende explicarse por sí misma, como si no hubiera opciones, o sea, como una suerte de mandato fundado en alguna autoridad dada por un poder que esté sobre la razón política y sus diversas opciones.

Pero como el poder que los ciudadanos otorgamos a nuestros mandatarios no es absoluto, el hacer lo que hay que hacer no puede dejar de estar sujeto a la verificación por los hechos que demuestren que las políticas públicas hacen lo que hay que hacer para afianzar la justicia, asegurar los beneficios de la libertad y promover el bienestar general. Y si hay algún poder que se imponga a los poderes del Estado, por ejemplo algún poder ajeno a los intereses de la Nación, es obligación del Presidente el denunciarlo.

Sin embargo, el pragmatismo y las expresiones engañosas de sus discursos se han convertido en el fundamento de las democracias autoritarias propias del neoliberalismo del poder corporativo. En esas políticas, hacer lo que hay que hacer es inevitable porque no hay otro futuro posible a alcanzar que el que será dado por el obligado hacer actual, ni hay otro pasado que el que hoy construyen esas expresiones engañosas.

El pasado y el futuro, que en apariencia dominan los contenidos del discurso del gobierno, no son más que eso: apariencia, engaño, disfraz. Es la mano distractora del mago y del ladrón: cuando la miramos, la otra mano hace el truco y nos roban. Y es un conjunto de trolls, o personas que se dedican a hacer cosas con palabras. Porque la política del gobierno es puro presente que se realiza en el acto mismo. No comete errores, “porque los reconoce”, y en esa actualidad pura limpia todo pasado y despeja todo futuro. No hay (ni habrá) cambio de rumbo, porque no hay otra política posible en ese mundo instantáneo.

 

 

La política real se consuma, se hace, en el estar haciendo, y no en lo hecho ni en lo que se hará. Aunque la vista nos engañe. Y las dudas sobre las causas de los hechos políticos (la suba del dólar) no tienen sentido porque la única verdad es la utilidad de los hechos. Y los hechos de una democracia corporativa sólo deben ser útiles a los grupos concentrados del poder económico y financiero. Por eso los presidentes, en los poderes Ejecutivo y Judicial, son representantes corporativos. Es el triunfo de la República tan reclamada: la República Corporativa.

 

SI me vuelvo loco

“Tengo que estar tranquilo, porque si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos ustedes”, disparó el Presidente. Y a la perplejidad siguieron las interpretaciones. En modo caritativo se podía pensar que estaba declarando su esfuerzo responsable en mantener la calma que exige su función. Y en modo crítico se podía señalar  que quien se presta a aclarar algo que no debe, introduce dudas indebidas. Aún más, podría entenderse como una suerte de amenaza.

La actitud irresponsable del Presidente en muchos de sus actos no es coherente con la primera interpretación. Y cuesta creer que se haya tratado de una amenaza, aun cuando su política de seguridad y los primeros daños de su ajuste final arrojen serias dudas.  Pero creo que el lenguaje del pragmatismo neoliberal de sus políticas tiene otra característica que puede ser una variante del uso de realizativos. Se trata del uso de condicionales.

Hay una bioeticista neoliberal que afirmó: "Existe explotación cuando las personas o las agencias ricas o poderosas se aprovechan de la pobreza, debilidad o dependencia de otros, usándolos para alcanzar sus propias metas sin beneficios adecuados para compensar a los individuos o los grupos que son dependientes o menos poderosos”. Si atendemos al uso del condicional “sin beneficios adecuados para compensar”, vemos que una figura cuyo rechazo es incondicional, porque donde hay explotación sólo cabe que esta cese, se flexibiliza en su imperativo ético al ser condicionada.

 

 

Cuando Macri dice “SI” me vuelvo loco, en primer lugar afirma que hoy no lo está, y en segundo lugar, diciendo “les puedo hacer mucho daño” en relación al futuro, niega que hoy esté haciendo daño. El condicional sirve a muchos usos, y en este caso para absolverlo del desastroso presente que viven los argentinos con sus políticas.

El poema El instante de Borges dice “El hoy fugaz, es tenue y es eterno; / otro Cielo no esperes, ni otro Infierno”. De igual modo, la inteligencia del mal neoliberal se realiza en el decir / hacer de cada día. Cuando esto no alcanza se apela a la falta de quórum o a los DNU. Y cuando esto no alcance, habrá que ver si el Presidente se vuelve loco y su daño es aún mayor. Lo cual es mucho decir.

 

 

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