En septiembre del 2016 se estrenó Atlanta, una de las series más creativas de los últimos años. Donald Glover, conocido como Childish Gambino en su faceta de músico, es el guionista, además de unos de sus protagonistas. La historia relata el derrotero de un grupo de amigos afroamericanos de clase media baja, que vive en la ciudad de Atlanta y tiene como centro las cavilaciones de Earn Marks (Donald Glover), un joven que abandonó la universidad de Princeton y busca recomponer la relación con su ex esposa (interpretada por Zazie Beetz), también madre de su hija Lottie. Para resolver su eterna condición de bolsillo flaco, que lo condena a dormir en lo de sus padres o en casa de su ex, Earn intenta convencer a su primo Alfred, un rapero de fama creciente conocido como Paper Boi, de que lo contrate como manager. El cuarto personaje es Darius, que parece vivir en su propio mundo, interpretado por el extraordinario Lakeith Stanfield.
Atlanta no es una serie que le dé mucha importancia a la continuidad de la historia, sino que sus capítulos se presentan en forma de cuentos. En algunos, los protagonistas son meros espectadores e incluso pueden no aparecer. El autor, que muestra un gran cariño hacia sus personajes, evita como el ébola el cinismo o el guiño cómplice hacia el público. Prefiere correr el riesgo de un humor un poco desesperanzado, algo absurdo, y un relato no exento de aspectos fantásticos. “Queríamos hacer nuestro cuento de hadas negro (...) Sinceramente, no pensábamos que Atlanta fuera a ser vista como una comedia, pero hay que ser capaz de reírse de lo absurdo para no llorar”, explicó Glover en una entrevista.
En uno de los capítulos, Darius le aconseja a Earn que piense en inversiones financieras para salir de la precariedad en la que vive. Earn le contesta con una de las réplicas más famosas de la serie: “Los pobres no tienen tiempo para invertir porque están demasiado ocupados intentando no ser pobres, ¿ok? Necesito comer hoy, no en septiembre”. Con lucidez, Glover afirma que la inmediatez es una de las condiciones de la escasez material. En otras palabras, planificar es una prerrogativa de rico.
“Cuando trabajas por el sueldo mínimo, hacer un presupuesto a largo plazo es una ilusión. Simplemente tienes el dinero que tengas hasta que se te acabe y pagas primero la factura más atrasada”, explicó la escritora y activista norteamericana Linda Tirado. De nuevo, el tiempo aparece como una prerrogativa de quien no conoce las penurias de la pobreza.
Cuando todavía era ministro de Educación del gobierno de Cambiemos, Esteban Bullrich participó del panel “La Construcción del Capital Humano para el Futuro” (nótese que la noción deplorable de Capital Humano ya existía por aquel entonces) en el Foro de Inversiones y Negocios, más conocido como Mini Davos, que tuvo lugar en el Centro Cultural Kirchner: “Nosotros tenemos que educar a los niños y niñas del sistema educativo argentino para que hagan dos cosas: o sean los que crean esos empleos, que le aportan al mundo esos empleos, generan, que crean empleos… crear Marcos Galperin, digamos, o crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla (...) Hay que entender que no saber lo que viene es un valor”.
Quienes, como Galperin, tomaron la precaución de nacer ricos y hacerse aún más ricos, deben beneficiarse de políticas de largo plazo y de garantías públicas para sus inversiones. El Estado no les pedirá nada, ni siquiera que les aporten certezas a los trabajadores de sus empresas. Al parecer, la seguridad y el largo plazo no son prerrogativas que se puedan transferir a través de un contrato de trabajo. Aquellos ciudadanos que, en cambio, se equivocaron de cigüeña y padecen penurias materiales, deberán no sólo aceptar una vida de incertidumbre sino incluso disfrutar de esa imposibilidad crónica de proyectarse hacia el futuro. Es decir, la pobreza ya no sería una condición temporal que se combate con la curva social ascendente impulsada por políticas públicas, sino una condena permanente.
Por aquella época, la Vicepresidenta Gabriela Michetti explicó la caída del consumo de leche por un virtuoso cambio en los hábitos de las mayorías: “A mí me parece que es importante ver el proceso a generar para que parte de ese consumo que se iba en consumos más superficiales o pequeños en términos para la vida, pase a ser un consumo que se vaya en una casa”. En la gestión de Cambiemos, el salario mínimo perdió cerca de 30% de su poder de compra, pero según el maravilloso paradigma Michetti eso sería una bendición, ya que, al no poder comprar leche, las familias podían ahorrar para una vivienda y de esa manera proyectarse hacia el futuro.
Hace unos días, el gobierno alentó a la Ministra Pum Pum a salir de gira por los medios para intentar explicar la notable derrota de La Libertad Avanza en las elecciones bonaerenses o al menos atenuar sus efectos catastróficos. Como suele ocurrir cada vez que le piden aportar claridad, el resultado fue un impulso a la perplejidad. En una de sus intervenciones –asombrosa aun para el estándar generoso al que nos tiene acostumbrados–, la funcionaría lamentó la propensión de los argentinos a la inmediatez. “La Argentina es un país acostumbrado al corto plazo”.
🔴"La gente no entiende que la guita le va a llegar, están acostumbrados al corto plazo" dice la cínica de Bullrich‼️
A lo mejor lo que la gente no entiende es no poder comer todos los días, es muy fácil hablar de largo plazo con la panza llena, pedazo de basura.... pic.twitter.com/hlZsimibS6
— Peronista de Perón (@AlePeronista) September 11, 2025
Debemos reconocer que, por una vez, la apaleadora de jubilados y chicos con discapacidad tiene razón: las mayorías argentinas, como las del resto del mundo, suelen tener exigencias de corto plazo: comer, por ejemplo. Esperan que la plata les alcance, que el mes no se termine el día 15, poder comprarle zapatillas a sus hijos, pagar el transporte público y que no sea una pesadilla tomarlo, poder llenar el changuito en el supermercado, adquirir los remedios que ya no les cubre el PAMI, cenar una pizza en familia, preparar un asado o irse unos días de vacaciones. Pero no dentro de diez años, sino hoy. Porque no tienen tiempo, ya que, como sostiene Earn, están demasiado ocupados en dejar de ser pobres como para poder esperar que lleguen los futuros venturosos que les promete el 0,1% más rico, a cambio de padecer presentes calamitosos, como estipula el inoxidable manual neoliberal. Paradójicamente, a pasar de tener tiempo de sobra, nuestros ricos también son impacientes: necesitan ganancias inmediatas, impuestos más bajos, sueldos jibarizados y dólares baratos hoy, no dentro de algunos años. La diferencia es que esas exigencias de corto plazo, al contrario de lo que ocurre con las de las clases medias empobrecidas, sí son atendidas.
Una tenaz letanía reaccionaria suele criticar al peronismo por ser “pan para hoy y hambre para mañana”. Debemos reconocer que, al menos en ese aspecto, los gobiernos antiperonistas son mucho más expeditos.
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