Hay peces sobre los árboles

Marco Teruggi, o el cotidiano ejercicio de la contra-información desde las entrañas de Latinoamérica

 

Desde que murió Hugo Chávez en Venezuela (2013), la asunción de Nicolás Maduro, el bloqueo norteamericano, los intentos de golpes de Estado, el desabastecimiento, etcétera, son todos acontecimientos que han sido relatados hasta el hartazgo por la prensa canalla, a través de clichés y fake news, para indignar y mentar que la decadencia venezolana es el destino trágico e inevitable de aquellos países que sigan la misma senda populista.

La presencia en el lugar de un cronista como Marco Teruggi ha sido –desde entonces– fundamental para contrarrestar esos cantos de sirenas del imperialismo, y poder contar de primera mano lo que estaba realmente pasando a cada momento. (Me refiero en especial sus notas publicadas en Página/12, La Estrella Roja, Sputnik, Sudestada y tantos otros medios alternativos.) Mucho le debemos a ese cotidiano ejercicio de contra-información, una ética en la forma del contar, que –incluso– supone la crítica y no la obsecuencia frente al proceso (político) complejo ante su vista.

Fruto de todo ese trabajo, Marco publicó en 2018 un libro titulado Mañana será otra historia (Sudestada), con prólogo de Atilio Borón y que tuve el placer de presentar en una de sus escapadas aquí en Buenos Aires. Por aquel entonces mencioné que aquel libro rememoraba al gran John Reed (Diez días que estremecieron al mundo), cuando decía que la crónica sobre la revolución debe ser también revolucionaria. Allí se hacía honor a tal principio, y a las vueltas de la razón del cronista frente a la sucesión de hechos.

Ahora Marco vuelve a la carga con un libro a mitad de camino entre poesía y crónica, que cuenta su despedida de Venezuela después de haber vivido todos estos años. Una despedida homenaje en tono caribeño y –como no puede ser de otro modo– con sabor mágico: Vuelan peces sobre la selva, tal el título que acaba de publicar Grupo Editorial Sur (GES).

Marco Teruggi se reinventa en cada espacio, lo vuelve propio sin quitarle sus costumbres, su idioma, su idiosincrasia. Una prosa poética periodística que sumerge al lector en cada rincón e inaugura una mirada ajena, un recuerdo que se vuelve propio y –como el etnógrafo– convierte en familiar lo extraño.

Ya es toda una tradición literaria que en el Caribe la violencia parece volverse un hecho estético. Erótico. Pero es el compromiso, esa pulsión por la búsqueda de una palabra justa del decir. La mirada externa-interna (sagaz) que comprende y no se deja atrapar por el prejuicio. El mantener la distancia analítica necesaria en pleno involucramiento del cuerpo.

Si hay algo que aprendí de la escritura de Teruggi sobre las múltiples Venezuelas que describe y con las que se empapa, es aquello que dijo el poeta ruso Vladimir Maiakovski, y después repitió el salvadoreño Roque Dalton: cuando la revolución pasa a perder la poesía se convierte en una cáscara vacía, en un ente a la deriva. Esa burocracia instrumental de la que hasta algunos acomodados y vivillos corruptos se aprovechan, en desmedro de las mayorías que aún creen en esa revolución.

Chávez representaba una música, un tono, la mística del proceso revolucionario bolivariano que duró casi quince años. Su muerte, en parte, se llevó la épica con sustancia. De todos modos, Nicolás Maduro ha intentado recomponer algo; y en eso está, aguantando las toscas como puede. Con el bloqueo a cuestas. Con los atentados. Con el gigante imperial a su lado haciéndole mil zancadillas.

Pero si la poesía le falta a la revolución o viceversa, eso no le falta al cronista; que antes de partir pone su canto para homenajear a su gente. A los que sufren en el día a día. A los que todavía sueñan, creen y luchan por el socialismo del siglo XXI. Después de haberse metido hasta en sus tuétanos en cada rinconcito, en cada asamblea donde se cuece el poder popular, ya no se sale igual. Pues nada será igual. Uno es sus voces. Sus aguas. Sus peces, soles, ritmos, pájaros, cerros, colores y orinocos.

Lo que mata de la bala es la velocidad. Entonces a correr más rápido que las balas. Latencia de la muerte y sus francotiradores al acecho. Y mudar de piel. Escribir en el interior de la metamorfosis (esa es la metáfora que usa Marco todo el tiempo). Hacer metamorfosis con Venezuela y dentro de Venezuela, para salirse. El límite de no retorno. La crisálida en la que se gesta, el deseo de un cambio radical.

Porque en el fondo, Marco se mueve como uno de los poetas retratados por Roberto Bolaño en su famosa novela Los detectives salvajes (1998). Nacido y criado en París, estudiando en Buenos Aires, a salto de mata entre Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, etcétera. Así, siempre buscando su identidad en nuevos rumbos, nuevas fronteras y aventuras de riesgo. Es decir, la poesía de una búsqueda. La de aquella generación perdida. La poesía escondida y asesinada por las dictaduras, a rescatar y renovar otra vez.

“Quien ve el cielo en el agua ve peces en los árboles”. Así dice el proverbio chino que da título al libro y que funciona como golpe de dados a la belleza de una selva surreal, fenoménica, más bien simple y directa, que barroca. Esa magia de la inversión. Una poética de los colores primarios. Sinestesias. Olores que se impregnan a las palabras y la memoria.

 

Marco Teruggi.

 

Marco Teruggi nació en París en 1984. En 2003 llegó a la Argentina, a La Plata, de donde es su familia. Allí militó en la Asociación Anahí, en HIJOS y en el Frente Popular Darío Santillán. Estudió sociología y se licenció en 2013. Desde entonces vivió en Caracas, donde trabajó como periodista. En 2012 publicó su primer poemario Siempre regreso al pie del árbol y en 2014 Días fundados. En 2018 publicó Mañana será otra historia, diario urgente de Venezuela. Escribe y colabora en Página/12, La Estrella Roja, Sudestada, Contrahegemonía, Resumen Latinoamericano y Cultura Nuestra, entre otras.

 

 

Así escribe

Dejé Caracas una madrugada de enero luego de ocho años de haber mudado mi casa allá. Durante ese tiempo aprendí un idioma, es decir, una música, una manera de ver las cosas, nombrar el tiempo y la amistad. Fui feliz varias veces, escribí sobre una carretera en la inmensidad del llano apureño, en las noches de la frontera, en los bordes del precipicio por el que Venezuela estuvo varias veces. Viví un país revolución, metamorfosis, asedio, resistencia, última hora, duelo, duna, sequía, Caribe. Tuve cotidianos caraqueños, costumbres de calles, tiendas, bares, domingos en la playa de la Guaira con ron helado, pelícanos, salsa, regreso al valle de Caracas con autopistas y túneles bajo cerros con casas una sobre otras, otra vez lunes, reuniones, reportajes, metro, café, las tardes sobre la montaña de Ávila. Tengo la ciudad en el cuerpo, no se irá (…).

Juego a llover en París, a bonjour madame y cielo blanco, gaviotas sobre el río, el idioma que habría sido y no fui. Hablo final de azul, techos de plata, trópico sobre mis ojos, ausencia de días. Camino entre revueltas, curiaras, pactos, francotiradores, traicioneros, juramentos, la obstinación Caribe de este mundo. El viento levanta la ciudad como sábanas al sol, las mariposas amarillas migran hacia oriente, anuncian el final de la peste.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vuelan peces sobre la selva

Marco Teruggi

Editor: Grupo Editorial Sur (2021)

Se puede obtener aquí.

 

* Julián Axat es escritor y abogado.

 

 

 

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