Hay vida después de Clarín

SiPreBa estima en 4.000 los periodistas despedidos desde la llegada al poder de la coalición Cambiemos

 

La del miércoles 17 de abril de 2019 deberá ser caratulada como una de las más tristes y oscuras jornadas del periodismo argentino en el siglo XXI. A los casi 60 despidos ordenados vía mail desde Clarín deben sumarse las turbulencias que nada bueno presagian en Alpha Media, que comanda el empresario Marcelo Fígoli. Sus frecuencias AM 550 Radio Colonia, FM Mágica, AM 990 (ex Splendid ), FM Rock and Pop y FM Blue (esta última en sociedad con el Grupo América de Daniel Vila y José Luis Manzano) penden de un hilo cada vez más delgado y las reiteradas irregularidades tienen en vilo a sus trabajadores. Otra radio símbolo –El Mundo, fundada en 1935 por los ingleses de la editorial Haynes y levantada en Maipú 555, un edificio planeado a imagen y semejanza de la BBC de Londres—, salió del aire porque su permisionario más reciente (Disney) devolvió su frecuencia (AM 1070) a la autoridad comunicacional, el ENACOM. Es el golpe final para una emisora que conoció tiempos de gloria y a la que sucesivos pasamanos la fueron desquiciando de a poco. Ahora deja más de 60 empleados en la calle.

Las redacciones de Clarín y Olé, donde se produjeron la mayor cantidad de cesantías, se declararon en asamblea permanente y decretaron un paro por 24 horas. La edición del jueves 18 salió a la calle hecha por el personal jerárquico, en claras condiciones de emergencia, con menos páginas y sin referencias centrales sobre el grave conflicto. En manifestación de solidaridad en numerosas redacciones sus integrantes se fotografiaron con carteles que decían “No a los despidos de Clarín”. Esas imágenes circulan profusamente en las redes sociales.

Fuentes confiables, como la del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa) estiman ya en 4.000 los periodistas despedidos desde la llegada al poder de la coalición Cambiemos. Sin embargo, esto que hoy atormenta a miles de profesionales y a sus familias es algo de larga data. Este cronista ubica el origen del sistemático enflaquecimiento de las condiciones laborales a fines de julio de 1998, cuando cerró (literalmente, de la noche a la mañana) el primer diario Perfil. En los 21 años pasados desde aquel aciago momento, muchos otros empresarios, alertados por el derrumbe del proyecto de la familia Fontevecchia, pusieron sus barbas en remojo y se preguntaron: "¿Por qué, si le pasó a ellos, no nos va a pasar a nosotros?" A partir de ese momento el periodismo argentino, en todos sus géneros (el audiovisual, los novedosos medios digitales y especialmente la gráfica) se desarrolló entre claroscuros: caída de proyectos, pérdida de puestos de trabajo, creatividad de baja intensidad, falta de inversiones, bajísimas retribuciones, tareas que antes resolvían cinco profesionales ahora en manos de uno solo. Y como si fuera poco, sin poder encontrarle la vuelta a los distintos intereses de lo analógico y lo digital.

La empresa periodística que en estos tres años de gestión neoliberal recibió la mayor cuota de pauta publicitaria oficial (unos 1.500 millones de pesos, el 20 por ciento de la torta) se desprendió en ese mismo lapso de medio millar de trabajadores, no solo periodistas, sino también gráficos. Lo hizo mediante los llamados retiros voluntarios, eufemismo que acomoda la realidad porque son involuntarios y claros despidos encubiertos, a través del otorgamiento de jubilaciones anticipadas o debido a lisos y llanos aprietes. La dolorosa patada en el traste que les acaban de aplicar a estos nuevos exonerados (y que por extensión aflige a todo el gremio) a muchos evocó la sangría ocurrida en el mismo diario en el año 2000, que dejó sin enclave laboral a un centenar de trabajadores, incluída una comisión interna completa.

 

Quien quiera leer, que lea

Una nota aparecida en la edición del domingo 14 de abril, titulada Clarín rediseña la redacción para acelerar la transformación digital, anticipó lo que se vendría 72 horas después. La presentación, a cargo de las máximas autoridades de la redacción, Ricardo Kirschbaum y Ricardo Roa, llegó en clave de corrección política, plagada de términos extranjeros (engagement, paywall, dashboards) y otros de uso imprescindible en el rimbombante circo del mercado (innovación, sustentabilidad, fidelización).

En el texto de la edición dominical, el diario afirmaba sin ruborizarse que “apostaba al contacto con la gente, el espíritu crítico, la condena a los autoritarismos del color que sean y la defensa de los valores democráticos”. Y también sostenía que las razones de la renovación no eran solo tecnológicas sino fundamentalmente de “confiabilidad y credibilidad”. Más le vale a la empresa que bajo el rótulo societario de AGEA facturó durante 2018 11.171 millones de pesos y acumuló ganancias por 572 millones proteger esos rubros, porque conoce, y le pesa, con cuanta fuerza está instalada en el conocimiento colectivo la idea de que Clarín miente.

La declaración de principios surgida desde la cúpula tuvo perfecta simetría con la justificación que, tras conocerse los despidos, ofreció el directivo y accionista del grupo José Aranda. En su endecha, justificó las cruentas medidas en nombre de la “transformación digital” que los medios a su cargo procuran alcanzar en el marco de “un proceso de fuerte reconversión” y de “desarrollo de contenidos multiplataforma”.

 

Una digresión

Cada uno de los despidos es un cross a la mandíbula de quienes los padecen y de sus familias. En  2008, el reportero gráfico Diego Levy, trabajando para el entonces diario Crítica (hoy fuera de circulación) fotografió a (Héctor) Magnetto y (José) Aranda saliendo de una reunión de directorio de Papel Prensa. Ambos consideraron esas tomas como una intromisión inadecuada. Con la intención de proteger a su jefe y amigo, Aranda alardeó de peleador y lanzó tres o cuatro manotazos que el fotógrafo eludió con precisión. Lo que Aranda desconocía eran dos cosas: que el muchacho que tenía frente suyo era un avezado discípulo del profesor Lorenzo Beneventano en la Federación Argentina de Box, y que Levy era uno de los cien despedidos de Clarín en el año 2000.

 

Son personas

En la mañana del miércoles 17, las inmediaciones del diario —Tacuarí al 1800— aparecieron valladas y rodeadas por un exagerado dispositivo de vigilancia privada y de la policía de la ciudad. Nadie podía acceder sin antes consultar si su nombre figuraba en una lista que manejaba un uniformado. La periodista Irene Hartmann, teléfono celular en mano, filmó ese desdichado momento. En unas imágenes que pueden verse en internet, se la escucha preguntar por qué tenía que dar su nombre para entrar y lamentarse mientras superaba la doble puerta de acceso.

Quien no pudo superar esa barrera fue el prestigioso y multipremiado reportero gráfico Rubén Di Gillio, con 21 años de permanencia en la empresa. Tal vez se la tenían jurada desde que en la muestra anual de los reporteros gráficos de 2015 presentó una foto de Mauricio Macri, de frente, sonriente. Por un efecto de iluminación la toma proyecta una sombra en donde la nariz del Presidente crece como la de Pinocho. “Me trataron como a un perro –dijo quien en apenas dos años tenía derecho a jubilarse. Ante la mala nueva, argumentó: "Se me vinieron los 21 años de trabajo encima". Ni para el autor de formidables coberturas para la revista Viva, ni para ningún otro hubo contemplaciones. Uno de los disparos lanzados desde la gerencia de Capital Humano (un verdadero oxímoron) dio en el blanco de Rocío Farfán. Desolada, comentó ante una cámara: "Nunca imaginé esta situación tan dura. Y la forma, tanta policía". Waldemar Iglesias, desde 1996 en la sección Deportes, acaba de ser padre. El despido ni siquiera le permitió verificar aquél lugar común de que los hijos llegan a este mundo con un pan debajo del brazo. Otro compañero de área, el histórico Guillermo Tagliaferri, transpira la camiseta desde hace 40 años. Con dolor contó: "Uno siempre profesionalmente cumplió, hasta dio más de lo que correspondía". Y ni hablar del caso de Fernando Otero, con veinte años de permanencia en Olé. Hace poco perdió a su mamá, una tía y un hijo, víctimas de una tragedia automovilística. Imposible imaginar algo más tortuoso.

Junto a los despedidos, los que no figuraban en las listas quedaron con el piso movido, pensando cuándo cantará su número el vocero de ese bingo perverso. Y si alguien no sintió algo parecido es porque, en mente y cuerpo, fue definitivamente cooptado por esa empresa que todo el tiempo inocula a sus empleados la idea de que quien ose alejarse de ella dejará de existir. En asambleas realizadas sobre la calle Tacuarí y en el interior de Clarín y Olé, los trabajadores decidieron extender el cese de actividades hasta el mediodía del viernes con presencia en sus puestos de trabajo. A esa medida le sumaron otra: quita de firmas por tiempo indeterminado. Por el feriado religioso el viernes no aparecieron los diarios. En las redes sociales, compañeros y colegas de los despedidos se solidarizaron con ellos y se pronunciaron en contra de la decisión empresaria.

 

Futuro

Según la comunicación interna publicada el pasado domingo, en los tiempos venideros los lectores del diario contarán con nuevas secciones como Buena vida, Fama y Género. Firme con los objetivos del actual gobierno, seguramente continuarán publicando textos como Método para adelgazar: comer tierra; Volver al ventilador: el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética y estas con dedicatoria incluida a cualquiera de los despedidos: Cierre de fábricas en el país mejora la calidad del aire; Es mejor ganar un poco menos, pero estar ocupado (inspirados por el economista Orlando Ferreres ) y Diez años en el mismo trabajo puede ser un fracaso personal. Muchas otras muestras de descarado optimismo forzado pueden encontrarse en internet, en clave crítica y humorística, bajo el rubro Militando el ajuste.

 

 

 

  • Declaración personal: Trabajé en el diario Clarín entre 1983 y 1990. Y cuando me fui (cobrando un despido; no existían los retiros voluntarios con un plus del 160 por ciento) divulgué la frase “Hay vida después de Clarín”. Que todos los despedidos, con los que me solidarizo, la tengan en cuenta, porque es rigurosamente cierta.

 

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