Hay vida después del FMI

Culminada la negociación, se debe avanzar hacia la redistribución del ingreso nacional

 

El 10 de diciembre, cientos de miles de personas que desbordaron la Plaza de Mayo cristalizaron un festejo esperado y emotivo: la reinstauración de la democracia luego de 38 años, tras la dictadura militar más brutal y genocida que vivió nuestro país en toda su historia. Los que allí estábamos, producto de la exaltación que producen esas convocatorias, no teníamos conciencia de la magnitud del acto. Recién al volver y ver las impresionantes imágenes que devolvía la televisión, pudimos tomar dimensión de la impactante manifestación y, sobre todo, de lo que había pasado sobre el escenario.

Desde el inicio, se vio a Cristina Fernández de Kirchner con su luz propia desplegada a pleno, mostrando una vez más que las movilizaciones populares son el espacio donde su grandeza adquiere real magnitud. Se movía en el escenario como si fuera su hábitat natural, dirigía los cantos, pedía que enrollaran las banderas pero que no las bajasen, porque las banderas nunca se bajan. Era imposible no quedar eclipsado por esa imagen fantástica de la líder con su pueblo. Allí era posible entender el porqué de tanto odio de la oligarquía nacional, que no soporta que el pueblo le brinde tanto amor a una mujer que, por más que la vilipendian todos los días, sigue siendo la depositaria de un amor inquebrantable de los sectores populares.

Su discurso no defraudó. Un párrafo fue dedicado especialmente al Fondo Monetario Internacional (FMI). Le pidió al Presidente Alberto Fernández que le ofrezca al Fondo ayudar a la Argentina a recuperar el dinero que los saqueadores neoliberales, nacionales e internacionales fugaron a los paraísos fiscales que pululan por el mundo, de manera de poder afrontar el pago de la deuda con ese organismo. Sobre todo, requirió que la negociación no se haga a costo del pueblo. En particular, rememoró todas las veces que el FMI le soltó la mano a un gobierno nacional, recordándole a la oposición lo que significó cada acuerdo y reclamándole que asuma su obligación moral y ciudadana, no con una gestión, sino con la Patria.

A su turno, el Presidente tampoco decepcionó. A modo de un juramento laico, expresó que en la Argentina se terminó la política de ajuste. Fue de un gran valor que Alberto reconociera que a pesar del crecimiento del 10% del PBI, nada de ello llegó a los sectores más necesitados, que a partir de ahora formarán parte del reparto, prometió. El contexto, y este reconocimiento, tienen un valor muy especial. Hubo dos frases que me conmovieron: cuando el Presidente dijo que si el FMI le suelta la mano, él va a recurrir a la mano de cada uno de los millones de los sectores populares para defender el interés nacional, y sobre todo cuando le respondió con vehemencia a la Vicepresidenta con aquello de “tranquila Cristina, no vamos a negociar nada que signifique poner en compromiso el crecimiento y desarrollo social en la Argentina”.

El acto representó el pináculo de la democracia. Los dos máximos responsables de la vida de los argentinos brindaron un debate frente al pueblo con grandeza, compromiso y, sobre todo, coincidiendo en los objetivos. Desconozco si estaban de acuerdo en lo que diría cada uno. En verdad, no creo que haya ocurrido tal cosa, pero fue tan impactante que, posiblemente, si lo hubieran armado con anticipación, no hubiera salido tan maravilloso. A lo largo de mi vida jamás había visto un acto de democracia directa y participativa como el que ocurrió ese día.

No tengo dudas de que el FMI ha tomado nota de lo que pasó en la Plaza y, contrario a lo que piensan los cipayos nacionales, estoy convencido que ayuda a cualquier acuerdo. No es lo mismo llegar a la mesa de negociaciones con un respaldo popular tan abrumador que con sólo una carpeta llena de números y estadísticas. El acto no es suficiente, pero si es coherente con lo que se exponga en la negociación, podemos imaginar, y lograr, que sea razonable. Esto no quiere decir que no habrá costos, porque los habrá, pero podrán ser atenuados, con inteligencia, con la fuerza de la razón y el amor a la Patria. Ojalá no nos defrauden, necesitamos que no nos defrauden. Nuestro país requiere un motor de esperanza para arrancar en procura de un crecimiento sostenido que beneficie, de una vez por todas, a las personas que más necesitan.

El acuerdo se firmará un mes antes o un mes después y empezará una nueva etapa, sabiendo que el moscardón del FMI nos dará vuelta por la oreja unos cuantos años más. Pero, sobre todo, es necesario comprender que nuestras autoridades deben tomar una de estas dos decisiones rápidamente: o se sigue coqueteando con los sectores del poder económico y financiero o se avanza decididamente en un nuevo proceso de distribución del ingreso nacional. Si la decisión es ser débil con los poderosos y duro con los débiles, hay que saber que en las últimas elecciones hubo una respuesta a esa idea: los resultados electorales demuestran que, por más cómodo que sea ese camino, se le entrega el poder al neoliberalismo. Por el contrario, si la decisión es respaldarse en los sectores populares y efectuar una adecuada distribución del ingreso nacional, habrá que prepararse para dar pelea al poder económico. Tenemos que saber que será una lucha cruenta, en la que se nos va la vida. El enemigo es inmensamente poderoso y despiadado, pero hay que tener el coraje de enfrentarlo, con inteligencia y decisión, pero enfrentarlo. Cristina lo dijo con todas las letras en la Plaza de Mayo: “A grandes problemas, grandes acciones”. En este caso, hay que saber que los pueblos no olvidan esas “grandes acciones” y que seguramente el argentino acompañará con el voto a quien enfrente al capital en los próximos comicios.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, repitió estos días que no es lo mismo disminuir el déficit fiscal con un ajuste que hacerlo con parte del crecimiento de la economía. Claro que desde el punto de vista técnico es bien distinto, pero ¿qué cambia para el hombre y la mujer del común? Porque en un caso como el otro, no verá mejoría alguna en su situación. La verdadera diferencia no está en de dónde se saca la plata para reducir el déficit fiscal, sino en quién paga esa diferencia. Si no se crece, pero quienes pagan la disminución del déficit son los sectores del poder financiero, ¿qué le cambia a una persona vulnerable? Y si, por el contrario, la economía crece a “tasas chinas”, pero ese crecimiento se lo llevan los poderosos, los que pagan la diferencia para enjugar el déficit serán los sectores populares. Por ende, la verdadera diferencia es quién paga. Por ello, una cosa es medir la realidad desde una estadística y otra mirándole la cara a gente, conociendo sus necesidades, imaginando cómo será la vida de sus hijos, cuál será su futuro, sus esperanzas, su dolor.

Mirando la realidad desde la equidad, la justicia social e incluso, desde la mezquindad de los resultados electorales, no queda duda de que luego de terminar la negociación con el FMI, hay que enfrentar con coraje y firmeza el privilegio de los sectores del poder económico, mediático y judicial. Resulta repugnante a la inteligencia humana que un grupo de elegidos se lleven todos los privilegios impositivos. Hay que hacer un estudio detallado de las prebendas que gozan cada una de las mayores empresas en nuestro país y darlo a conocer a la opinión pública. Hay que terminar con el capitalismo prebendario y monopólico. No se puede permitir que un grupo de atorrantes, dueños de la producción de alimentos, le ponga precio al hambre de los argentinos.

Tengo el convencimiento de que hay que establecer una nueva estrategia en materia social y crear un Consejo Federal de Políticas Sociales, desde donde se debe definir una y solo una estrategia social y abandonar el “tacticaje” electoralista, que no sirve para nada y que lo único que logra es mantener el status quo. Es necesario modificar el esquema de distribución del ingreso nacional y de todos aquellos recursos que se rescaten de la ruptura y eliminación de los privilegios de los poderosos, que deben destinarse primero a una distribución equitativa para ayudar a quienes viven en la indigencia y luego a dar apoyo a los que viven en la pobreza. Quizás algunos dirán que es utópico pensar en estas cuestiones teniendo en medio al FMI, pero les recuerdo que son las utopías las que crearon los grandes cambios sociales.

Cuando se desarrollan ideas utópicas con efecto transformador, se inicia en la sociedad que las cobija un proceso liberador de fuerzas creativas que permiten una evolución que, de manera arrolladora, se apresta a transformar la sociedad. Por ello, la palabra utopía debe conjugarse con la palabra amor, de forma que esa transformación represente un cambio que favorezca al conjunto y, en particular, a los más desprotegidos.

Entrado el siglo XXI y en el marco de la pandemia mundial por un virus que ha puesto al planeta íntegro en un estado de convulsión económica y sanitaria sin precedentes, en tiempos en que unos piensan que se debe proteger la vida mientras otros creen que primero es la economía, bien vale recordar el plan que Sir Willam Beveridge planteó en plena Segunda Guerra Mundial para permitir reinstaurar sus fuerzas productivas a una Gran Bretaña devastada por el conflicto bélico. El dilema que enfrentaba se focalizaba en identificar si primero habría que reconstruir al hombre para luego abocarlo a recrear la economía, o en su defecto, si primero debía reconstruirse la economía para que luego derramara sus beneficios sobre el hombre. Beveridge optó por priorizar el hombre por sobre la economía porque entendió que son las personas las que pueden construir la economía. Creo que ese es el camino. Como dijo Alberto, “primero los que menos tienen” y como destacó Cristina, “a grandes problemas, grandes acciones”.

Y claro que hay vida después del FMI, sólo hay que ir en su búsqueda.

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí