Henry, el vaquero centenario

Radiografía de Heinz Alfred Kissinger, ex consejero de seguridad de Nixon y Ford

 

Heinz Alfred Kissinger —más conocido bajo el nombre de Henry— cumplió ayer cien años. En preparación del aniversario, la revista británica The Economist publicó, en su edición del pasado 17 de mayo, un extenso reportaje realizado en las oficinas de Manhattan del ex consejero de seguridad nacional de Estados Unidos y secretario de Estado durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford. Allí desarrolla su visión de las relaciones de su país con China y Rusia, entre otras consideraciones sobre política internacional.

La entrevista coincide con la distribución en la Argentina de su último libro, titulado con una palabra que fascina a los jefes estadounidenses: Liderazgo. En él se repasa la trayectoria y el legado de seis estadistas de la segunda posguerra, entre ellos de su antiguo jefe Nixon y de su querida amiga Margaret Thatcher, con quien se reunió en 1982 al inicio de la crisis de Malvinas.

Kissinger no oculta su admiración por la determinación mostrada por Thatcher durante ese conflicto y admite que puso en aprietos a la política exterior de Estados Unidos. En una conferencia pronunciada en Londres para la época, el autor defendió un claro apoyo a Gran Bretaña, en contraste con el equivocado abandono estadounidense a su más estrecho aliado en la batalla de 1956 por el canal de Suez.

El libro llega incluso a justificar el hundimiento del crucero General Belgrano. “Al demostrar credibilidad en el campo de batalla —concluye Kissinger—, Thatcher había fortalecido asimismo el poder de Occidente en la Guerra Fría. Su política hizo una distinción fundamental entre asuntos coloniales y desafíos estratégicos y ubicó a las Malvinas dentro de esta última categoría”.

 

 

Lo frío y lo caliente

Cuatro décadas más tarde, los ardores de la Guerra Fría quedaron atrás y Kissinger promueve un enfriamiento para el conflicto ucraniano que puso en llamas al mundo. Como otros miembros del establishment político y académico de Estados Unidos —Jeffrey Sachs, antiguo asesor para la transición soviética al capitalismo; John Mearsheimer, influyente profesor en Chicago—, Kissinger considera que el origen de la guerra en Ucrania debe remontarse a las promesas incumplidas de Washington a Moscú cuando se disolvía la Unión Soviética. Años antes, el ex embajador en Moscú George Kennan, fallecido en 2005, ya había alertado sobre este desenlace.

El martes pasado, Sachs publicó un repaso histórico. El secretario de Estado, James Backer, le juró al entonces jefe de Estado de la URSS, Mijail Gorbachov, que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia la antigua zona de influencia de aquel país. Lo que sucedió después fue todo lo contrario. Estados Unidos aprovechó la debilidad de Rusia, en caótico tránsito hacia el neoliberalismo, para rodearla con nuevos integrantes de la alianza militar occidental.

Putin intentó también sumarse a la OTAN, pero fue rechazado. A partir de allí, Moscú dejó en claro en varias oportunidades que el avance de la alianza hacia sus fronteras resultaba inadmisible y que la línea roja era la integración de Georgia y Ucrania. Estados Unidos promovió el desplazamiento de un gabinete prorruso en Kiev y ubicó en su lugar elementos afines a Occidente que pregonaban su intención de unirse a la OTAN, ya activa en el país. Cansado de lanzar advertencias, Moscú invadió el país.

 

 

Una guerra provocada

Para Kissinger la opción militar por la que se inclinó Putin fue un “error de juicio catastrófico”. No la califica de crimen porque lo que guía su pensamiento es un análisis realista de las relaciones de poder. Pero para su mirada es evidente la responsabilidad que le cabe a Estados Unidos por una guerra que se podía haber evitado.

La propuesta de integración de Ucrania a la OTAN implicaba una clara provocación a Rusia que se sintió existencialmente amenazada. Era ineludible que reaccionara en defensa de sus intereses de seguridad. Esa respuesta no se justifica ni moral ni jurídicamente; pero en un plano político resultaba esperable si bien la estrategia militar para llevarla a cabo estuvo llena de fallas.

Poner punto final al enfrentamiento sin que implique dejar rescoldos que conduzcan a otro en el futuro constituye una tarea difícil, aclara Kissinger en el reportaje. Pero la idea, que atribuye a los europeos, de armar a Ucrania hasta los dientes y dejar el mejor arsenal en manos de sus inexpertos dirigentes, agrega nuevos riesgos. Convertir a ese país en el mejor pertrechado contribuye a la desestabilización mundial.

Esta nueva situación lo lleva a afirmar que Ucrania, ahora sí, debería integrarse a la OTAN. No tanto para protegerse y menos para amedrentar a Rusia; se trata más bien de poner sus decisiones bajo el control de una institución exterior al poco confiable gobierno de Kiev. Este movimiento tiene que ser acompañado por un acercamiento a Rusia que normalice las líneas de frontera con sus vecinos europeos.

China está jugando un papel en ese sentido. Kissinger cree que ella está dispuesta a admitir la integridad territorial ucraniana e incluso el ingreso del país en la OTAN para evitar conflictos con Estados Unidos. Pero que no tolerará el colapso de Rusia, porque conduciría a su principal aliado a una desastrosa conmoción interna.

 

 

Realismo

Para la escuela realista en cuestiones internacionales, con su énfasis en el estudio descarnado del poder y la búsqueda de equilibrios entre los intereses en pugna, resulta evidente que el destino hacia el que se orientan las rivalidades entre Estados Unidos y China no puede ser otro que la confrontación militar. La tarea de la diplomacia es evitar esa deriva.

Kissinger fue el arquitecto del entendimiento de su país con la China de Mao. El gobierno de Donald Trump terminó de arruinar la estabilidad lograda por ese pacto celebrado medio siglo atrás y puso a los dos países en un curso de colisión inevitable. Biden continúa en esa huella, si bien con otro tono discursivo. Se vuelve imprescindible cambiar de rumbo, sostiene Kissinger.

La batalla por Taiwán se debe evitar porque no sólo pondría en peligro la economía mundial (esa isla produce los chips más sofisticados, esenciales para que todo funcione), sino que llevaría a la China continental a una situación caótica, algo que sus dirigentes temen más que a cualquier otra cosa. Se vuelve indispensable una desescalada entre Estados Unidos y China para empezar a construir confianza mutua. En particular porque, si ya son capaces de llevar al mundo al aniquilamiento con un intercambio nuclear, esa amenaza se torna todavía más aguda con un futuro control de los arsenales por parte de la inteligencia artificial (el centenario Kissinger está escribiendo un libro sobre el tema).

Es preciso que Estados Unidos entienda que para China la independencia de Taiwán es un punto innegociable, aunque también debería tener presente que los chinos saben esperar. Es en ese plano, paradójicamente, donde ambas superpotencias pueden encontrar un terreno común, y no en el del cambio climático o la economía, como propuso la secretaria del Tesoro, Janet Yellen.

 

 

Historia

De su pasado académico Kissinger guarda un intenso interés por las referencias históricas. El mundo actual se encuentra en una situación similar a aquella previa al estallido de la Primera Guerra Mundial, con actores en competencia e incapaces de hacer concesiones. China no aspira, en su opinión, a una hegemonía de tipo “hitleriano” y por ese motivo la guerra no es ineluctable. Confucianos antes que marxistas, los chinos aspiran a que su poder sea respetado e influyente, declara en la entrevista. Y la vía para contrarrestar ese poder sería a través de la India, aunque habría que impedir que otro factor de contención, Japón, inicie un rearme nuclear.

El diseño internacional de Kissinger se inspira en el que surgió del Congreso de Viena en 1815 y aseguró un siglo de relativa paz continental hasta 1914 (cuya excepción fue la sangrienta guerra europea por la península que vuelve a estar en las noticias, Crimea). El Congreso de Viena dejó una lección: los acuerdos se alcanzan reconociendo los intereses ajenos y considerando la integridad de los que pactan.

De allí que se oponga al programa “liberal” estadounidense que incluye el cambio de régimen en los países que enfrenta. En este siglo dicha política fracasó en Iraq y muchos otros sitios. Si se impulsa para China, sólo conducirá a la guerra civil, advierte Kissinger. La exhibición de poder frente a ese país es desaconsejable porque el mundo se ha vuelto un lugar muy inseguro, las capacidades de destrucción adquiridas por las potencias no tienen precedentes y ningún país es invulnerable. Es tan ilusorio como peligroso proponerse eliminar a todos los adversarios; un escenario así carece de antecedentes históricos.

En contraste, su ideal se resume en una serie de términos sencillos, aunque de difícil consecución: orden y estabilidad, registro de las aspiraciones rivales, pragmatismo en las negociaciones sin renunciar a la fuerza, aunque sin respaldarse solo en ella. Kissinger concede que quizá sea Estados Unidos el actor más reacio a estos postulados, dada su tradición diplomática inspirada en el destino manifiesto de la nación y en la voluntad de moldear el mundo a su imagen y semejanza.

 

 

La hybris del cowboy

El interrogatorio al que lo somete The Economist, lleno de admiración por el personaje, dista mucho del famoso reportaje que le realizó la periodista italiana Oriana Fallaci en la Casa Blanca en 1972 y al que el propio entrevistado calificó como “la cosa más estúpida que había hecho en su vida”. Quiso medirse con la reportera que había conocido a las principales figuras de la época, especialmente a sus adversarios norvietnamitas. Pero cometió un error fatal: se atribuyó todos los méritos de la política exterior estadounidense. Completó su autorretrato narcisista comparándose con un cowboy que va solo por la vida y añadió que esa era la figura que adoraba la opinión pública estadounidense. En la prensa del país se desató una ola de reacciones entre irónicas e indignadas.

Nixon no soportó el agravio, quizá porque aquel desliz narcisista apuntaba a una realidad evidente para los círculos del poder. En el prólogo del célebre libro donde compila ese y otros trabajos de prensa, Fallaci recuerda una broma que por entonces circulaba en los pasillos de Washington: “Imagina qué sucedería si muriese Henry Kissinger: Richard Nixon se convertiría en Presidente de los Estados Unidos”. La desmesura del vaquero refugiado de la Alemania nazi que se hizo a sí mismo en América hasta llegar a la cima le jugó una mala pasada. ¿Le sucederá lo mismo a su país de adopción?

 

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí