Hiperindividuos

El cambio cultural que Cambiemos llevó hasta el paroxismo

“Debemos crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla” Esteban Bullrich, El Destape, 16/2/2017

 

En 1982, la dictadura cívico-militar argentina lanzó un spot de propaganda gubernamental para apuntalar el fervor nacionalista disparado por la guerra de Malvinas. En él, una joven sentada en las escalinatas de la Facultad de Ingeniería de la UBA se preguntaba: “Mi país me necesita. ¿Qué puedo hacer por mi país?”. Una voz en off –grave, masculina y de tono marcial– le respondía: “Seguir estudiando, seguir aprendiendo, con voluntad, sin claudicar, con más fuerza que nunca”, porque “el país en acción es el motor de la victoria”. Al final del spot, la voz marcial afirmaba: “Cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro”, mientras crecía la imagen de una mano derecha con el pulgar hacia arriba, superpuesta con una bandera argentina que flameaba a la luz del sol. Como broche de oro, un coro estridente y un grito guerrero y colectivo de “¡¡¡Argentinos, a vencer!!!”.

Durante la dictadura, la acción pedagógica y disciplinaria sobre la sociedad fue requisito central de la refundación que debía “rescatar” a la Argentina del populismo y la inestabilidad perpetuos. El objetivo: fragmentar una sociedad cuyas franjas inferiores se habían vuelto peligrosamente homogéneas, organizadas y movilizadas, en claro desafío al orden establecido.

En el tardío spot (faltaba poco para el derrumbe de la dictadura), la importancia del individuo era fundamental. De él se esperaba un comportamiento disciplinado y ejemplar: concentración y dedicación a su quehacer específico (a la preocupada estudiante solo se le pedía mayor aplicación al estudio), pasividad política y ningún tipo de injerencia en la cosa pública.

Este individuo era, para la dictadura, una pieza más de un engranaje colectivo. La suma de comportamientos individuales, “correctos” y aislados era la garantía, según los propagandistas dictatoriales, para concretar la gran empresa colectiva: “Ganar la batalla en todos los frentes”; es decir, tanto en la guerra como en todas y cada una de las individualidades.

 

 

La individualización de nuestra sociedad avanzó a paso implacable durante las siguientes tres décadas. Y entre 2015 y 2019 lo hizo de la mano del “cambio cultural” de Cambiemos, cuando hasta lo colectivo que el spot de la dictadura había recuperado en cierta medida para ganar la guerra se disolvió en un proceso de “hiperindividualización” exacerbada de nuestra sociedad. Cambiemos recibió una sociedad individualizada y la potenció. Intentó formatear individuos capaces de prescindir del resto de la sociedad para triunfar, siempre dispuestos a dejar atrás a otros, y que en su carrera desafiaran incluso los elementos básicos del contrato social. Con Cambiemos, el “cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro” de la dictadura terminó siendo “cada uno en lo suyo defendiendo lo suyo”.

Su nueva promesa de sociedad respondió a los principios y valores del que las ciencias sociales llaman “imaginario individualista”, que en líneas generales postula al individuo como centro fundamental de la sociedad. (…) Pero Cambiemos dio un paso más. Propuso una alquimia diferente para los principios de este “imaginario individualista”, los exacerbó y los “hiperindividualizó”, al proponernos, por ejemplo, “modelos” de hiperindividuo a imitar: los CEOs y los emprendedores. Durante mucho tiempo, las ciencias sociales, los intelectuales e incluso varias corrientes políticas (en especial las de tipo popular) asociaron el imaginario individualista con los sectores altos, medios y medios-bajos de nuestra sociedad. Se consideraba que estos eran portadores “naturales” de esos valores dado su lugar de privilegio en relación con los grupos más bajos, sus posibilidades de ascenso social, sus consumos, su posicionamiento en la brújula de las preferencias políticas. Por el contrario, se asociaba a los sectores populares con valores y comportamientos vinculados con lo colectivo: la homogeneidad, la masividad, la comunidad de intereses, la solidaridad.

Sin embargo, estudios más o menos recientes nos muestran que ese individualismo, supuestamente exclusivo de los sectores altos y medios de nuestra sociedad, ha comenzado a permear a los sectores populares, advirtiéndonos sobre el avance de la “individualidad popular”, concepto que en otros tiempos hubiera parecido contradictorio en sus términos.

La “individualidad popular” no sería un fenómeno local, sino que se extendería en distintos países latinoamericanos. En el caso argentino, los sectores populares habrían puesto en práctica “lógicas de apropiación de la cultura céntrica”, sometidos a procesos de mercantilización y debilitamiento de los horizontes colectivos, habrían desarrollado nuevas aspiraciones de consumo, un mayor aprecio por la individualidad y una mayor condicionalidad hacia la política. Esta individualidad novedosa también se comprobaría en los sectores populares urbanos de Chile, afirmada, por ejemplo, en valores como “la fortaleza de carácter; la habilidad y el sentido de la oportunidad; y el goce y la irreverencia humorística”.

¿Cómo fue posible semejante transformación? ¿Cómo estos procesos posibilitaron la “hiperindividualización” de Cambiemos? Una forma de comprenderlos es recorrer algunas de las grandes “sorpresas” electorales que jalonaron nuestra vida política reciente, que fueron percibidas por los observadores como comportamientos sociales “anómalos”, y que mostraron diversos aspectos del avance de la individualización en nuestra sociedad.

 

 

 

 

Primera sorpresa: octubre de 1983, derrota histórica del peronismo en elecciones libres. El triunfo de Raúl Alfonsín, candidato de la UCR, sobre Ítalo Luder, habilitó a algunos analistas a elaborar la tesis de la “heterogeneización por abajo” de la sociedad, que vio en los resultados electorales la “punta del témpano” de transformaciones más profundas. ¿Cuáles? Sin dudas, las derivadas de los cambios globales en el mundo del trabajo y de la producción de esos tiempos. Pero, sobre todo, las resultantes de las políticas económicas y represivas de la dictadura que habían producido la heterogeneización, fragmentación e individualización de los sectores populares, antes homogeneizados por las condiciones laborales y de vida en común, y por la generalización de la identidad peronista.

Segunda sorpresa: años 1989-1991. Después de haber triunfado en las elecciones nacionales con promesas de “revolución productiva” y “salariazo”, un Presidente peronista implementó un vasto plan de reformas estructurales neoliberales. Pero esta “traición” a la promesa de campaña no fue obstáculo para que conservara contundentes apoyos electorales por largo tiempo.

Durante los años de Menem, las políticas económicas neoliberales, la creciente desocupación, la caída del salario, la precarización laboral, el aumento de la pobreza y el deterioro de los servicios públicos de salud y educación afectaron de manera directa las condiciones de vida de las “clases populares” y sus posibilidades de ascenso social. Pero también las clases medias sufrieron fuertes golpes, tanto por los cambios socioeconómicos como por los culturales; para muchos, la década menemista significó la agonía o incluso el fin de la clase media.

Sin embargo, gran parte de esos sectores adhirió con entusiasmo a principios característicos del imaginario individualista del que hablábamos antes. Estos se materializaron en las big pictures de la reconversión capitalista a escala mundial, el “Consenso de Washington” y la globalización neoliberal, pero también en dimensiones más íntimas, como los vínculos de los individuos con el mundo del trabajo y del consumo, facilitado por el “1 a 1” del plan de convertibilidad. Y los consensos a este modelo de sociedad sobrevivieron incluso al gobierno menemista, para constituir la base de las adhesiones al gobierno de la Alianza, que prometió más convertibilidad, pero con “corrección política”.

La tercera sorpresa electoral es la que intentamos explicar en este libro. En 2015 una coalición integrada, entre otros, por un partido relativamente nuevo que no lograba “cruzar la General Paz” le arrebató al kirchnerismo la presidencia de la Nación y la provincia de Buenos Aires. Este inesperado desempeño electoral de Cambiemos, apoyado luego por su contundente éxito en las elecciones intermedias de 2017, muestra también el avance de la individualización en nuestra sociedad que, al parecer, no se detuvo con las políticas de inclusión del kirchnerismo.

Si bien siempre es más obvio escuchar que fueron proyectos excluyentes y con una defensa explícita de alguna versión del “imaginario individualista” –como la dictadura o el menemismo– los que profundizaron la individualización, esta también puede ser generada por proyectos de inclusión social. Aunque resulte paradójico, muchas de las políticas públicas que entre 2003 y 2015 acercaron a los sectores populares a nuevos consumos, valores y aspiraciones, fortalecieron también su individualización, y generaron nuevos desafíos de representación que en muchos casos no pudieron ser resueltos por el kirchnerismo. Estos ascensos sociales de los sectores más bajos de nuestra sociedad generaron, además, reacciones en vastos sectores que se sintieron amenazados por la cercanía de sus “otros sociales”, lo que, en gran parte, posibilitó el triunfo de Cambiemos en 2015.

 

Publicación de la actual Secretaría de Trabajo de Cambiemos.

 

 

Así, aunque la individualización de nuestra sociedad no nació con Macri, fue la argamasa de su “cambio cultural”. Y Cambiemos la promovió hasta el paroxismo. Para ello, por ejemplo, construyó dos modelos de individuo a imitar, dos “héroes individuales”: los CEOs y los emprendedores. Ambos con esa capacidad deseada por Esteban Bullrich de “vivir en la incertidumbre y disfrutarla”.

Por un lado, los CEOs, individuos que han ocupado u ocupan el puesto de mayor responsabilidad en una empresa u organización corporativa, condensan varios de los méritos posibles. Son exitosos y ricos, y además lo son por haber validado sus capacidades en el mercado, escenario de una supuesta competencia libre y transparente donde reinarían, nos dicen, valores como la “eficiencia” y la “transparencia”.

Cambiemos no solo propuso a los CEOs como modelos de individuo a imitar, sino que además los puso en juego en el centro del escenario gubernamental, político y estatal. Fueron entre 2015 y 2019 uno de los perfiles más buscados para dirigir las esferas más altas del gobierno: tanto es así que es muy probable que, en el futuro, Cambiemos se consagre como “el gobierno de los CEOs” en la memoria popular.

¿Por qué los CEOs en el gobierno, la política y el Estado? Porque, sostuvo el relato de Cambiemos, encarnaban valores como el éxito, la transparencia o la eficiencia, precisamente aquellos que “tanta falta hacían” en esos espacios. Los CEOs fueron una suerte de “garantía” de buena gestión porque ser portadores de esos valores los presentaba siempre como los mejores para gestionar desde una gran empresa hasta una dirección nacional.

El segundo modelo de hiperindividuo que propuso Cambiemos fue el de los “emprendedores”: portadores de especiales talentos innovadores y aventureros que, liberados de las “trabas y rigideces” existentes en el mercado, se transformarían en “empresarios de sí mismos”. Bajo la idea de emprendedor de Cambiemos subyacía una genuina filosofía del individuo, un “hombre nuevo”, cuyo espíritu libre y talento distintivo lo conducirían al éxito y al crecimiento personal.

Mario Quintana.

Muy pocos tendremos la oportunidad de ser CEOs, pero todos podríamos ser, por qué no, emprendedores. Esta figura no está necesariamente asociada a una clase social: emprendedores puede haber en todas partes, y para Cambiemos podía tratarse del ex vicejefe de Gabinete y exitoso empresario Mario Quintana, del cervecero artesanal que algunos funcionarios destacaron como actividad posible para paliar la desocupación, del adolescente diseñador de una app, del dueño de una improvisada parrilla sobre la vereda de su casa o del repartidor de Rappi.

Los emprendedores son individuos en estado puro, “hiperactores”. Mientras que los CEOs disfrutan de los privilegios, favores y retribuciones del mundo corporativo, nacional o extranjero, los emprendedores carecen de protecciones institucionales. Ellos son el rostro más descarnado del individualismo. Su vida es puro riesgo: sus méritos están siempre sujetos a verificación, ya que dependen del resultado que obtengan en sus emprendimientos. Y si fracasan, toda la responsabilidad será suya y solo suya; si no consiguen trabajo o no logran salir de la pobreza, será porque no han sido suficientemente innovadores.

Ambos “hiperindividuos”, faros del cambio cultural, consagran un criterio de exclusión, porque para poder realizarse (tener éxito) necesitan que otros no lo hagan (fracasen). Ambos prescinden de cualquier principio colectivo, excepto del aplauso cuando “triunfan”. Para ambos, los otros individuos son, en general, obstáculos.

 

 

 

  • Adelanto del libro ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos -- editado por Siglo XXI.

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