Hipócritas insensibles y cínicos sádicos

La hipocresía desinflada no puede vencer al cinismo potenciado, la acción es clave para reparar

“Todos mis medios son sanos, mi motivo y mi objetivo, locos”-  Moby Dick, de Herman Melville.

 

  1. El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico. Los discursos hipócritas siembran la decepción que los cínicos cosechan. La democracia en la que no se come, no se educa y no se cura se devora a sí misma. Se educa a sí misma en políticas de la supervivencia y maltrato horizontal, crueldad del pueblo por el pueblo y para el pueblo. Se enferma de un malestar social que no se arregla con discursos vacíos y promesas recurrentes en una economía en restricción sistémica. Ese malestar estimulado por factores extremos, provocará acciones catárticas atroces. Lo peor puede estar por venir y hay que prepararse.

La hipocresía institucional construye formas de legitimidad discursiva y normatividad. Las prácticas cínicas construyen mundo real y facticidad. Cuando los dos mundos se desacoplan, prima el principio de realidad. Los discursos sobre la inflación, no contienen el efecto del empobrecimiento concreto y la ansiedad que provocan. Los discursos no calman la angustia social. El cinismo sádico las estimula, las canaliza, las alivia al manipularlas, genera un raro placer ver el miedo o dolor ajeno, especialmente después del resultado electoral. El apoyo político se da a quien manipule mejor el resentimiento social construido y re-dirigido a ciertos grupos específicos que se toman como chivos expiatorios para la crueldad que será un espectáculo social de la descomposición. La hipocresía institucional no puede vencer a las prácticas cínicas porque éstas últimas construyen sobre la crueldad creada por una herida narcisista profunda realmente existente mientras la hipocresía es una promesa, un perfume, un filtro —todo lo contrario a lo profundo, es superficial— de una situación cruda cada vez más innegable.

Se construyó una estrategia política en base a la alegría ante el dolor ajeno, al schadenfreude potenciado. En sintonía a los videos memes de ver fracasar a otros. No tendré derechos pero disfruto, gozo el mal ajeno sobre grupos a los que me estimularon a odiar (empleados públicos, minorías sexuales, etc). Hay un placer en ver caer a la gente, la humillación pública se cultiva transversalmente. Así el enfrentamiento de “libervirgos” y los “viejos meados” entran a la escena de la batalla cultural en estas semanas. La soledad que cruza la sociedad nadie la analiza. Los problemas de salud mental tampoco. El rol de las plataformas en las fracturas de las democracias sigue ausente. No hay diálogo ni debates, hay procesos de humillación cruzados que tienen varios años y guerras culturales que reforzaron esos traumas. La impostura de la cancelación, los linchamientos de la virtud y la policía del pensamiento alimentaron ese ciclo que ya está espiralando en violencia y Estado punitivo expandido.

El libertarianismo no es el único que hace cosplay de ideas, valores y principios. Hay que dejar de simular al menos por dos años, o mejor, dos décadas, dos siglos.

En la actualidad nadie parece creer en nada, la era de las ideas, valores y principios, de la responsabilidad y el honor parece terminada, estamos en tiempos de post-normatividad, de nihilismo performativo. El cálculo del status potencial ganado con la performance sirve tanto como estrategia en las guerras de nervios, como táctica en las batallas de asesores publicitarios cada vez menos efectivos. Las ideas y valores se actúan para las audiencias mientras nuestros derechos se licúan en la economía sofocada. Estamos frente a un nueva forma de mal, algo con un parecido de familia a la banalidad del mal: la performatividad del mal. No cumplen órdenes sin pensar, cumplen con buscar placer narcisista en la crueldad social, en el dolor ajeno.

Los cínicos sádicos prometen las necropolíticas que felizmente construirán sin vueltas y con apoyo fervoroso. No son hipócritas, son cínicos, no hay culpa ni vergüenza, ni límite moral alguno, hay placer en la expulsión del diferente fuera del círculo de status. Hay algo festivo en esa brutalidad, una afirmación de lo negativo. Aplauden despidos, muros, cárceles, represión, guerras a minorías, futuro dolor colectivo. Declaman libertad, practican opresión. Profesan liberalismo, administran autoritarismo y negocios para pocos. Fingen escuchar el pueblo, ejecutan los deseos de la casta financiera. Se declaran anti-elite, refuerzan lo peor de las oligarquías de sus países. Si funciona, lloro, me emociono y creo romance,  mientras que mis economistas de shock están planeando un saqueo superador en homenaje a Martínez de Hoz.

El cosplay del hipócrita no atrae en estos momentos, el cosplay del cínico y su sadismo promete nuevas formas de placer inmediato y directo, al  amenazar, al humillar, en el espectáculo del dolor ajeno de rotular como “excremento humano” al otro. Hay un castigo al hipócrita pero sobre todo regocijo de placer ante su debilidad performativa, verlo flaquear en una danza sin ritmo da goce. La festividad está en el cinismo sádico y ahí también se refuerza la conexión con las fuerzas jóvenes.

Las ironías ante el autoritarismo fortalecen al autoritario consciente porque la ironía sirve para debilitar al que oculta algo, al católico pecador, al facho que se hace el demócrata, al político que miente con culpa, que promete algo que no podrá concretar. Por eso los hipócritas son frágiles, porque si son descubiertos se rompen. No sucede con el cínico sádico y nihilista. Es anti-frágil en su cinismo, se dobla pero no se rompe. El cínico dice lo peor sin rodeos ni censuras, con goce, te promete la represión más cruenta con sangre y fuego, la venta de órganos, el mercado de la muerte. Luego habrá tiempo para relativizar lo dicho y más tarde volverá a decirlo con una sonrisa. Que lo corrijan al personaje histriónico porque dijo “mogólico” lo fortalece, no lo debilita, porque “humilló a un zurdo” o “puso en su lugar a un comunista”. Se siente placer de esas incomodidades que genera la corrección política que sintetiza la hipocresía impostada, puritana. Es un placer gratuito y concreto, real, directo, para muchos que fueron llamados a silencio porque decían cosas “que estaban mal”. No seas trolo, man.

La corrección política impidió intentar siquiera hablar de ciertos temas, hubo autocensuras y eso produjo una tensión que invitó a la ruptura estelar del cinismo “incorrecto” y la “rebeldía”, y eso impidió discutirlo con un sentido común que también fue disputado y corrido de su eje. Mientras la derecha habla de los colores primarios, la izquierda y el progresismo de la superioridad moral se quedaron anclados discutiendo el matiz del matiz dentro de una cámara de eco en la que se sienten cómodos y validados. Las mayorías silenciosas fueron alienadas por las minorías intensas.

El cinismo que promete violencia y negación de derechos a grupos que se identifican como culpables y responsables de las humillaciones y sufrimientos se vuelve no sólo factible, posible, sino un espectáculo atractivo para ver, un horror que genera placer en sus audiencias, en sus seguidores.

Los hipócritas hablan del calentamiento global mientras no hacen nada. Ni siquiera reducir daños o concientizar con lo que viene. Los cínicos niegan el calentamiento global pero usarán sus efectos concretos en su beneficio. Es más, los cínicos van a establecer lo que podemos conceptualizar como un Estado de Excepción Ambiental para administrar la muerte “por el efecto de la naturaleza” y dominar la vida en ese contexto. Los cínicos sádicos van a usar la naturaleza colapsando para hacer las purgas sociales que querrían hacer de forma sistemática con las —ya existentes— zonas de sacrificio y sus poblaciones.

La indignación del hipócrita que denuncia por corrupción a otro hipócrita puede beneficiar al hipócrita que denuncia y perjudicar al denunciado. Entre los hipócritas, gana el hipócrita indignado. La hipocresía es débil ante el cinismo reforzado por un malestar social que ya hizo de sus falsas promesas, un lugar común, una mueca inútil, un chiste hueco. El corrupto hipócrita es muy parecido en su práctica al corrupto cínico pero éste último ofrece algo nuevo, presenta su interés frontalmente, pone su narcisismo sin freno y eso lo vuelve “sincero”. El cínico sádico quiere hacer dinero vendiendo candidaturas, talando todos los bosques, la Amazonia completa, está dispuesto a todo y niega las consecuencias en el ambiente. La indignación del hipócrita con el cínico siempre fortalece al cínico. El pánico del hipócrita es el principal socio del cínico en estos momentos.

El derecho es hipócrita de forma estructural con su aplicación selectiva según poder, clase, raza o género. Es una ilusión que rápidamente desilusiona. Las necro-políticas no se van a frenar con leyes ni con sentencias judiciales. El Poder Judicial es una picadora de carne que se alimenta de cinismo puro y dolor ajeno. El freno tiene que venir de una nueva forma de hacer política democrática. El derecho posiblemente sea una herramienta en disputa pero tiene tendencia a reforzar las injusticias, no luchar contra ellas. Habrá que desconfiar de su uso estratégico, el derecho como herramienta de defensa instrumental es un mal menor y se suele olvidar que un mal menor sigue siendo un mal. Para que la Constitución y los derechos sean un freno ante el autoritarismo, frente a las formas de hacer morir una democracia, se debe actuar de una forma diferente a nivel de la política democrática.

 

  1. La performatividad del mal. “Con la democracia se come, se educa y se cura” fue un discurso intuitivo y de una sensibilidad inédita en la historia política argentina. Justicia social y democracia, libertades individuales y soberanía del pueblo unidos, en última instancia la unión de derechos individuales y derechos sociales, liberalismo y republicanismo, todo hoy imposible. Fue sensible, inteligente y hasta —quizás— posible en octubre de 1983. Un prólogo de estos 40 años de democracia citando al Preámbulo de la Constitución Nacional, citando a todos los líderes históricos de la política transversal. Más allá de la retórica, la práctica política y la historia están ahí para invitarnos a pensar, reflexionar y criticar ese discurso cuarenta años después.

La sensibilidad, la experiencia sensible, es más que nunca necesaria hoy que se vive en el vacío del nihilismo performativo. Primero se ve lo que funciona y después se busca replicar el guión, actuar, performar. Así se puede usar la razón pública —la misma Constitución— para conseguir excepciones a los intereses privados y hacer de eso una práctica profesional o judicial bajo un discurso de expansión de derechos sociales mientras se trabaja para las corporaciones concentradas. Discursos hipócritas, prácticas cínicas.

Si ese discurso —“con la democracia se come, se educa y se cura”— queda como instrumental y no como realidad, se debilita a sí mismo y la democracia termina sacrificada por la misma sociedad abandonada. Mientras tanto las fuerzas económicas tuteladas que se enriquecieron sideralmente con esa estrategia —de prometer lo que la deuda externa y otros mecanismos del modelo de acumulación hacían imposible— parecen estar tentadas a desentenderse de la democracia, dejarla a su descomposición, a su muerte lenta.

Libros hipócritas, sentencias cínicas. La Corte hace un cosplay democrático y republicano. Algunos jueces escriben inspirada ciencia ficción, textos sobre derechos humanos, derecho ambiental, novelas sobre colapsos amorosos y son tratadistas de la historia del tirar gas y abandonar. Lo importante no son sus obras literarias ni sus discursos sino sus sentencias. ¿Cuáles fueron sus prácticas institucionales? ¿Qué dicen sus fallos y sus hechos específicos sobre garantías constitucionales por ejemplo? ¿Qué dicen sobre el respeto del artículo 114 de la Constitución Nacional, sobre el Consejo de la Magistratura? Esos jueces supuestamente comprometidos con la democracia liberal, con el legado de la convención constituyente de 1994, hijos —o padres— del Pacto de Olivos que venía a fortalecer el sistema democrático. ¿Cuán fieles son a los mandatos patrióticos, constitucionales y cuánto a intereses externos? ¿En cuánto aportaron a la crisis del sistema político y a su debilidad estructural ante la actual coyuntura? ¿Qué harán?

 

  1. El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico no es un diálogo. Hay que identificar lo que se tiene al frente con calma, con atención y sin ser reactivos. El terror paraliza y la clave es salir inteligentemente de algo parecido a una arena movediza. Los discursos no van a ser la solución, hay que pensar desde la acción, no en la actuación sino en el acto de hacer, construir en el encuentro, desde el movimiento. La acción es fundamental para reparar.

“Es de piedad, compasión y capacidad de perdonar que carezco. No de racionalidad”, le dice Black Mamba —Uma Thurman— a Vernita Green en Kill Bill de Tarantino. Es la primera escena de la primera parte de una película sobre resentimiento y venganza. Si la reacción es la indignación, esa reacción le da más poder al cinismo y sadismo que se está enfrentando. Sin acciones concretas para la reconstrucción y sin un plan político de regeneración social, las políticas del resentimiento seguirán creciendo sin piedad ni compasión.

El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico no es un diálogo. Es una tragedia. Todavía se puede hacer un esfuerzo no sectario, sensible, sincero y responsable para evitarla.

 

 

 

 

Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí