Hipotecados

Historias de los autoconvocados surgidos de las UVAs

 

No me decido por cuál historia empezar. Repaso los datos. Cambio la organización de los textos, y finalmente vuelvo a la primera versión. Ahí le propongo a una de mis entrevistadas un ejercicio. Que busque fotos para mostrar el paso del tiempo, una línea llena de problemas pero que imagino en evolución hacia algún tipo de bienestar. Mi entrevistada me manda varias imágenes al teléfono. La secuencia empieza con un dúplex, una casa alquilada en La Plata, con dos habitaciones, una cocina, un baño, y un pequeño patio. Cuando pone el epígrafe, Débora Villalba describe el lugar como "la casita". Sobre el frente blanco esplendoroso advierto una entrada con plantas, y frente a cámara sonríen su esposo Pablo Friso, y sus dos hijos pequeños.

 

Débora y Pablo antes de la mudanza.

 

Avanzan las fotos. Me pasa la imagen de la escritura de la nueva casa como momento de felicidad. Luego, Pablo pintando. Y sigue un recorrido por las pesadillas del último año. Débora había perdido parte de su vieja casa con la inundación de 2013, pero en ese dúplex tenía un piso alto donde podía protegerse si el agua volvía. Para conseguir el dinero de la nueva casa, sacó un crédito hipotecario ajustable por inflación (UVA). Agregó todos los ahorros, sacó otros créditos personales con tasas astronómicas y un subsidio del Estado destinado a quienes no llegaban al ingreso para el UVA. Aún así la plata le alcanzó para una casa de dimensiones parecidas a la anterior, dos piezas, un baño, cocina, pero sin piso de arriba para el escape. El agua entró tres veces desde la mudanza. La primera vez puso una compuerta. Con el paso de las lluvias notó, sin embargo, que ya no necesitaba la compuerta porque el agua subía directo desde abajo de una de las paredes que, como no tiene plata para arreglar, imagina sin estructura.

 

Parte de la nueva casa, después del agua.

 

La serie de fotos se detuvo. Le pedí una imagen final donde pueda verse el frente de la nueva casa. Imaginé algo de sol y de flores, pero Débora no mandó nada. Cuando se lo recordé días después, envió dos fotos. Y lo que vi no eran flores sino un frente tapado de rejas.

 

La nueva casa

 

En tono de la escritora japonesa de moda por las recetas sobre la organización de las casas que acude a la idea de la felicidad para pensarlo todo, le pedí un nuevo ejercicio. Un absurdo. Andá y recorré el espacio, dije. Y buscá una foto del lugar que mas felicidad te provoque. Débora, que en lo único que piensa cada día al levantarse es cuánto suben y bajan los números de la cuota, me escribe un breve mensaje para decir lo siguiente:

—¡No hay ningún lugar que me dé felicidad!

Por suerte, también se muere de risa.

Hay miles de situaciones como esa entre los 130.000 nuevos hipotecados del Estado. Si bien no hay datos precisos, en 33 meses los créditos UVA se consolidaron como una de las políticas más importantes de acceso a la vivienda de la gestión Cambiemos. Sin embargo, la política es una trampa. Al mejor estilo de gobierno, tampoco piensa el hábitat como derecho sino como bien comercial. El Estado se ausentó y puso a las personas a operar créditos y financiamientos con los bancos, que son los que hacen negocio con un programa donde el ajuste por inflación de las cuotas garantiza cero riesgo. Hasta aquí todo es conocido. Lo nuevo es que el correr de 2019 mostró las flacuras del proyecto, y la crisis. Rubén Pascolini fue Secretario de Acceso al Hábitat hasta diciembre de 2015. Y dice lo siguiente: "Está en crisis y sin proyección por el escenario inflacionario actual, por el descrédito que provocan las dificultades que tienen los deudores hipotecarios para saldar mensualmente las cuotas y por la dimensión de los capitales endeudados que presuponen compromisos para varias generaciones".

Débora es comunicadora social, trabajó en negro durante dos años mientras terminaba la carrera, pero ahora no tiene trabajo. Su esposo trabaja en YPF, tiene sueldo, pero el aumento de salarios corrió por abajo de la inflación. La cuota que pagaban en diciembre de 2017 era de 6.900 pesos. Hoy es de 10.000. Sucede algo así con Eugenia y Martín, otra pareja de hipotecados. Ella es psicóloga. Y él trabajó durante años en una empresa constructora. Hoy está desocupado. Durante años habían probado acceder al PRO.CRE.AR pero no llegaban. La propaganda del nuevo gobierno los convenció de que la inflación no iba a superar los 20 puntos. Pidieron dinero al Banco Provincia, buscaron un lugar hasta encontrar una casa en las afueras de La Plata, el banco les prestó 1.070.800 pesos, y hoy deben 1.563.000. Con las cuotas sucede lo mismo. Pasaron de pagar 8.200 pesos en enero de 2018 a 11.560 pesos en enero 2019.

Eugenia me habla de cuentas como del infierno. La casa tiene agua de pozo y no tiene gas, pero fue la opción que pensaron, más lejos del centro pero más espacio. Ahora en sus cuentas suma la cuota pero también la luz y el boleto de colectivo a diario para moverse a La Plata. Le pregunto, entonces, qué sucede cuando todo lo que debería ser mejor parece no serlo.

Eugenia me dice que todo esto tiene algo de psicosis.

—¿Cómo?

—Lo pienso un poco en esos términos —dice.

Y recuerdo a una de las analistas de mi vida, cuando me explicaba aquello que hace que una persona pueda distinguir realidad y fantasía.

—Todo esto tiene que ver un poco también con el hogar simbólico —sigue Eugenia—. La familia. La idea de poder trasmitir a tus hijos la cuestión de la casa como un tema de derechos. O eso es lo que por lo menos debería suceder.

Y ríe.

—A partir del año pasado, con todo esto me cambió algo en la cabeza. Algo de la idea de la casa se vuelve tramposo, porque al final no sabes si hiciste bien en confiar en ese deseo. No sabés si estás jugando con intereses políticos o empresariales. No sabés. No sabés si estás pagando tu casa, o estás dentro de un juego donde la casa no es tuya o alguna vez lo va a ser.

Hay algo potente de todas maneras en estas historias. Débora y Eugenia se conocieron cuando contactaron a otros iguales. Ahora integran un colectivo de hipotecados autoconvocados. Es decir, una organización. Son de todos los colores políticos. Y les interesa definirse de esa manera. Los grupos comenzaron en la Ciudad de Buenos Aires. Y cuando algunos notaron que había por lo menos cinco familias de La Plata, convocaron una reunión en esa ciudad. La red agrupa actualmente a unas 400 familias, la mayoría de centros urbanos, y en varias provincias. El problema de fondo del planteo es el sentir una suerte de estafa. Saben que técnicamente nadie los engañó porque todo estaba escrito en los contratos, pero dicen que lo que les vendieron, para decirlo rápido, fue un buzón.

"Lo que nos interesa que se difunda es esto —dice Débora—: no somos economistas, muchos dicen que hacemos negocio, o que si vendemos la casa podemos recuperar lo que perdimos, pero no es así. Hoy la casa entera no te alcanza para pagar la deuda. Nosotros no somos inversionistas, no hicimos negocio. El Estado nos vendió este programa como solución al problema habitacional. Creímos que esto era la solución para nuestras familias. Pero lo que sostenemos es que fue un engaño".

En diciembre la gente de La Plata consiguió motorizar un proyecto de ley del senador bonaerense Federico Susbielles, para impedir que las cuotas superen 30 por ciento de los ingresos. El proyecto sólo iba dirigido a los hipotecados del Banco Provincia, pero podía servir como antecedente. Iba a tratarse el último día de sesión. Todos fueron al recinto. Se sentaron. Y esperaron. Pero antes del comienzo, el senador recibió un llamado del presidente del Banco, Juan Curutchet. Así les dijo. Y dijo que Curutchet pidió que no traten el proyecto porque tenía significativos aportes para un proyecto mejor. Estamos en febrero, dicen la chicas, y todavía nadie llamó.

Hasta acá, y en general, nadie debe cuotas. Una razón es porque quieren pagarlas, y hacen malabares. El ingreso de Débora y Pablo es de 35.000 pesos. La cuota es de 10.000. Tienen créditos personales tomados, entre otros uno de YPF para reponer objetos perdidos con la inundación. Para pagar, dejaron de emplear a quien cuide a sus hijos, el más grande dejó el club de fútbol donde entrenaba y pasó a uno más barato y no hay vacaciones hace tres años. La otra razón del porqué aún no deben es porque muchos no tienen opción. El gobierno toma el índice de pago como indicador de éxito del programa. Pero los autoconvocados dicen que no hay mora porque gran parte de los deudores son empleados del Estado, a quienes les debitan las cuotas directo desde la cuenta de sueldos.

"El mecanismo de acceso a la vivienda a través de los créditos hipotecarios UVA es parte de una estrategia general del sistema político económico predominante, es decir del neoliberalismo", dice Pascolini. "El sistema condiciona a los Estados nacionales a través del endeudamiento, primero de los Estados en sus distintas instancias, aquí de Nación, las Provincias y los municipios; luego de las empresas y en tercer término de los individuos y de las familias".

En ese contexto, propone leer lo que sucede empezando por el comienzo. El paradigma de la inclusión financiera promovido por los organismos internacionales entiende que personas físicas y empresas deben “tener acceso a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades —transacciones, pagos, ahorros, crédito y seguro— prestados de manera responsable y sostenible”, y cita al Banco Mundial. Supone que la “inclusión financiera es un factor clave para reducir la pobreza e impulsar la prosperidad”. Es decir, si las familias no alcanzan a calificar para acceder a un crédito, el Estado debe subsidiar el ingreso. De allí situaciones como las de Débora, con políticas que combinan aparentemente ahorro familiar, crédito y un subsidio.

El problema es que el gobierno corrió al Estado, para dejar la política en manos de la banca.

"Los cambios que se han producido en las políticas de hábitat durante la gestión Cambiemos como estos créditos —sigue Pascolini— son parte de las transformaciones generales. La profundización del proceso que transforma a los bienes y servicios en mercancías que se comercializan con fines de lucro (mercantilización), alteran el paradigma que entiende todo eso como derechos de lo que denominamos seguridad social, educación, salud, previsión social y por supuesto, también vivienda. La estrategia recomendada o más bien impuesta por los organismos internacionales, es eliminar los subsidios cruzados. La sociedad destina recursos para garantizar el acceso de toda la población a la seguridad social educación, salud, jubilaciones, vivienda, y demás a través de mecanismos diversos a saber: fondos específicos como FO.NA.VI., subsidios de tasas de interés, PRO.CRE.AR, entre otros. De esta manera, al eliminar los subsidios cruzados, la idea es que el acceso a esos bienes lo realice cada sector a través del autofinanciamiento, como las hipotecas".

En el mundo de la meritocracia tiene casa quien puede pagarla. Pero el problema de los UVAs, es además la estafa.

Le pedí a Débora que me cuenta la historia de sus casas. Qué pasó con sus padres. Y qué con los lugares donde se había criado su pareja. Me dijo que ambos vienen de familias trabajadoras. Su madre fue auxiliar de una escuela en provincia donde siempre ganó un sueldo mínimo. Con ese sueldo crió a cuatro hijos y logró comprar una casa en quinientamilcuotas, en la localidad de Los Hornos, cuando la plata todavía se contaban en australes. El padre de Pablo era trabajador de los frigoríficos de Berisso con salario y por la época, probablemente algún contexto del Estado de bienestar que les permitió con mucho esfuerzo ahorrar para comprar un espacio modesto.

Ojo, nada de grandes lujos, aclara. Y agrega: "Cuando salió este plan vimos una oportunidad. Pero además las propagandas eran tentadoras. Tanto que entrabas a los bancos y te presentaban tres escenarios: uno pesimista, otro intermedio y otro optimista. El peor escenario preveía una inflación de 20 ciento, y eso no pasó, para nada, y eso te lo hacían en el Banco Provincia donde había hasta un simulador".

 

Imagen del Santader Río

 

Hoy todas las propagandas fueron retiradas de las redes, dice. "Conseguimos todavía unas facturas y estamos trabajando para llevar adelante alguna medida, pero tenemos una deuda contraída de treinta años y tampoco queremos que las deudas se extiendan porque mis nietos van a tener que seguir pagando ese crédito".

Sigue Pascolini. "Antes la banca privada daba pocos créditos hipotecarios porque preferían otras inversiones menos riesgosas y más rentables. Ahora el Estado les da garantías de alta rentabilidad y cero riesgo. Porque lo que cambió es que el crédito UVA traslada todo el riesgo al comprador, al deudor, al más débil. Por eso, la gente dice: Pedí prestado una cantidad de dinero, pago una cuota cada vez más alta porque se ajusta por inflación y cada vez debo más".

En ese contexto, con un proyecto político que reduce salarios pero no inflación, el panorama para los deudores o aspirantes es preocupante. "El escenario ideal para los UVA es que el aumento de salarios supere a la inflación. En 2016, año de éxito de los créditos UVA, los salarios aumentaron entre el 25 y el 30% y la inflación 40%. En 2017, los aumentos fueron parecidos. En 2018, la relación se agravó en detrimento de los salarios y no se estiman mejoras en el 2019".

Hay cinco proyectos de ley en el Congreso que intentan poner freno a la relación cuota-inflación, pero están paralizados en la Comisión de Finanzas encabezada por Eduardo Amadeo.

Por eso Pascolini dice que el proyecto pro-mercado no es neutral. Porque impidió esa sanción del mismo modo en que se negó a apoyar cualquier regulación sobre alquileres. En cambio impulsa la desregulación del mercado de capitales para obtener liquidez y permitir que las entidades bancarias se desembaracen de créditos riesgosos a futuro. Hecho que ya comenzaron a hacer, a través de las obligaciones no negociables y fideicomisos financieros donde ponen como respaldo las hipotecas.

Débora cuenta algo más. Recortes. El nuevo uso de la plaza como espacio de juegos, la suspensión de las clases de natación, el cambio de marca de pañales y la decisión de apagar el calefón. Pero habla también del seguimiento que hace sobre los otros casos, que es su nueva ocupación. No tiene salario, es cierto. Pero tiene esa red. Habla del señor que sacó todos los ahorros guardados para un UVA, y debe más que todo lo que gastó. Y de la señora a la que le dieron un crédito a 11 años, al comienzo pagaba 20.000 y hoy 35.000.

Pero está ese otro dato. La organización. Los hipotecados miran lo que sucedió en Estados Unidos y en España con las crisis inmobiliarias. Las burbujas. Los negocios. Y el fantasma de los remates. Se lo cuento a Pascolini, y el dice algo importante: Pero acá existe algo importante, explica, ellos ya están organizados.

 

 

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