Hugo, entre sueños

Represión masiva sobre las Ligas Agrarias y acción cívica y adoctrinamiento para el conjunto de la población

 

“Mi gran entrenamiento fueron los tres años que estuve en el monte”, ironiza Lovey. Responde a la pregunta de uno de los abogados que defienden represores en el denominado “Juicio Contraofensiva Montonera”. Estos defensores insisten en la práctica militar de Montoneros. Ejercen una defensa política y no técnica, porque en este proceso se juzga a ocho ex oficiales de la inteligencia del Ejército por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra 94 militantes montoneros que regresaron al país desde el exilio entre 1979 y 1980 para intentar ponerse al frente de la resistencia popular a la Dictadura.

Osvaldo Quique Lovey declaró el pasado martes. Cuando ironizó, se refería a los años que pasó clandestino en el monte chaqueño. Había llegado a ser uno de los mayores referentes de las Ligas Agrarias antes del golpe de marzo de 1976. Además de Lovey, declararon Olga Chamorro, compañera de Hugo Vocouber, abogado de las Ligas desaparecido durante la Contraofensiva. Olga misma fue secuestrada, torturada y estuvo presa legal durante cinco años. También declararon Rufino Luis Picoli, primo de Carlos Piccoli, otro de los máximos referentes liguistas, asesinado en 1979, y Aldo Morán, que estaba en Lima en junio de 1980 cuando fueron secuestrados Julio César Ramírez, Noemí Gianetti y María Inés Raverta.

 

¿Qué son las Ligas Agrarias?

Guido Miranda, referente de la historia ensayística chaqueña, señala en un estudio clásico que el Chaco atravesó hasta entrada la segunda mitad del siglo XX tres grandes ciclos históricos: el de su fundación, el del tanino y el del algodón. El trabajo de este reconocido escritor chaqueño fue publicado en 1955. Una década más tarde, según observa Nicolás Iñigo Carrera en su obra Génesis, formación y crisis del capitalismo en el Chaco, sobrevino la crisis del ciclo algodonero. El capital más concentrado —monopolios y terratenientes— que expropiaba a la pequeña burguesía agraria y a los pobres del campo, necesitaba incrementar la acumulación y expandirse. Su punta de lanza era el Proyecto Agrex, impulsado por capitales estadounidenses y la empresa de los Lanusse (que años después pondrían un Presidente de facto). Se apropiarían de un millón de hectáreas y crearían un complejo industrial que desplazaría a decenas de miles de familias del campo.

El 14 de noviembre de 1970, en un Primer Cabildo Abierto de organizaciones campesinas en Sáenz Peña, pleno centro del Chaco, se lanzaron las Ligas Agrarias Chaqueñas. El movimiento se replicaría en las provincias del nordeste para nuclear a más de 30.000 familias productoras de algodón, tabaco, yerba y leña. Emergía un actor que venía gestándose a través de organizaciones rurales católicas y jóvenes cooperativistas desde años atrás y que contó con el empuje del monseñor Ítalo Di Stefano y sus homilías dominicales: “Era un vocero de las denuncias de las injusticias”, lo reivindicó Lovey. Todo este proceso quedó notablemente documentado en el oportuno libro ¿Qué son las Ligas Agrarias?, escrito por Francisco Ferrara en 1973.

“Eran agricultores familiares que sufrían la caída de los precios de su producción, la falta de créditos, embargos de maquinaria. Fue un movimiento de masas con gran capacidad de movilización”, aseguró Lovey ante el tribunal.

 

Los carteles al estilo far west buscando a los liguistas fugitivos del terrorismo estatal.

 

Con “absoluta prescindencia y libertad política” —decían en sus documentos las Ligas—, se propiciaba la participación del campesino en la vida chaqueña, “con personalidad propia”, para “el cambio auténtico” y con “sentido nacional y popular”. Es decir, era un espacio de unidad política frente a los problemas sectoriales que afectaban a todos por igual, capaz de articularse como oposición política con los obreros y otros sectores del pueblo. En 1971, planteaban con total sentido subversivo, cultural y económico:

“Que este nuevo día del agricultor no sea camuflado más con asados, bailes, elección de reinas y acto folklórico alguno. Más bien, que sea una verdadera expresión de un pueblo que sufre, de hombres cansados de esperar, de familias que saludan sus pagos yendo en busca de un destino que el campo les ha negado”.

El sector sufría una migración constante y creciente. Sólo en la década de 1960, se habían ido del campo 141.000 personas, el 25% de la población provincial. Pero con el desarrollo de las Ligas, “la gente comenzaba a quedarse”, asegura Lovey. Las cooperativas se fortalecieron. Nucleados en la Unión de Cooperativas Algodoneras (UCAL), se duplicaron los socios y avanzaron decididamente en dos terrenos: el acopio, llegando a significar el 80% de la oferta de la fibra de algodón del país; y la industrialización del sector, con fábricas de aceite, molinos, hilandería y tejeduría, usina desmotadora, entre otros. “Nos daba fortaleza para defender los precios de la producción, la cooperativa vendía la fibra después de comprarle a los productores y el precio de la fibra determinaba el valor que recibía el productor”, sintetizó Lovey.

 

Folleto del Secretariado del Nordeste del Movimiento Rural para facilitar a los campesinos la comprensión del método “ver, juzgar, actuar”. Extraído del libro "Qué son las Ligas Agrarias".

 

“En las Ligas había un plan económico. Era el movimiento que podía ofrecer mayor resistencia”, señala Lovey. Esa resistencia continuó las grandes luchas chaqueñas, como las de los indígenas frente a la conquista militar de fines del siglo XIX, el levantamiento de Napalpí en 1924 y la alianza de obreros y campesinos en las Juntas de Defensa de la Producción y la Tierra de 1936.

 

Represión, desposesión y modernización

“De un día para otro pasamos a ser el demonio”, sintetiza Lovey. De dirigentes agrarios democráticos a engranajes del comunismo internacional. Lo que le siguió fue la persecución, la clandestinización y el refugio en el monte de los dirigentes más conocidos. También la represión a granel de los “Operativos Toba”, muy parecidos en su accionar a los operativos “Independencia” en Tucumán y “Consolidación” en Gobernador Virasoro, tierra de Las Marías. Combinaban represión abierta y masiva sobre los campesinos vinculados a las Ligas y un plan de acción cívica y adoctrinamiento para el conjunto de la población.

En sus declaraciones, Chamorro, Lovey y Picoli relataron experiencias de refugio en el monte. Se habían armado dos grupos, uno al norte, otro al sur. Pasaron más de tres años a pura caza, recolección y solidaridad de los que podían. En el primero estaban Lovey, Carlos Piccoli, Carlos Marcón, Oscar Mathot y Armando Molina. En el segundo, Hugo Vocouber, Irmina Kleiner, Remo Venica y Luis Fleitas. Para Lovey, existieron dos etapas. La primera antes del Operativo Toba I, en octubre de 1976. Hasta entonces contaban con la solidaridad de colonos y campesinos. La segunda, después de que el Ejército hiciera tabla rasa y secuestrara y torturara a más de un centenar de personas.

Chamorro, compañera de Vocouber, fue una de las detenidas en las razzias del Ejército. Estaba embarazada. Hugo era profesor secundario y abogado de las Ligas. Vivían en Villa Berthet, un pueblo a medio camino entre Villa Ángela y Quitilipi. Hugo fue detenido y torturado en 1975. Cuando lo largaron, pasó a la clandestinidad. “Mirá que es un comunista y a los comunistas los están deteniendo”, le dijo a Olga su tía. En agosto de 1976 lograron verse. Olga fue citada, tabicada y llevada en un viaje de dos horas al monte. Hablaron de vivir fuera de la Argentina. Hugo le advirtió que podían ser detenidos.

 

Olga Chamorro. (Foto: Gustavo Molfino / Diario del Juicio).

 

Así fue. La detuvieron en la madrugada del 31 de agosto. El camión del Ejército recorrió doscientos kilómetros hasta Resistencia por más de diez horas. Durante el trayecto fueron subidos un centenar de personas. Olga pasó por la Brigada de Investigaciones y la Alcaldía de Resistencia. Fue torturada y la hicieron parir rodeada de soldados. Le costó, pero consiguió que Tatiana, su beba, fuera retirada por la abuela. Después pasó años encerrada en el penal porteño de Villa Devoto. Participó de la organización solidaria de las presas políticas, hasta que fue liberada bajo forma condicional en 1981, no sin antes ser desaparecida nuevamente por tres días.

Mientras, el Ejército proseguía con sus Operativos Toba (hubo cuatro) y con la conquista del Impenetrable, repartiendo tierras fiscales entre sus jerarcas —denunció Lovey— y el capital más concentrado. A las cooperativas nuevamente las redujeron a su mínima expresión. El investigador Jorge Rozé describió esta reversión en plena época represiva. En “La internacionalización de un sistema productivo: el caso de la economía chaqueña a partir de 1976”, señaló que las transformaciones producidas después del golpe eran la continuidad del proyecto Agrex que frenó las Ligas una década atrás. Incorporación de mecanización de la producción y repulsión de población asentada en el campo, concentración de la tierra, la producción y el acopio, mayor autoexplotación de los campesinos que se quedaron y pauperización social. “Les sacaron los tractores, las herramientas y después las tierras por deudas”, cerró Lovey.

Claudia Calvo y Analía Percíncula, investigadoras del proceso liguista en Chaco y Corrientes, sostienen que la represión apuntó a desarmar la base territorial que sustentaba el movimiento y a “colonizar las mentes de los productores” e “instalar una nueva visión individualista, de gestión, eficiencia y modernización de las unidades productivas”.

 

Liguistas en la Contraofensiva

Actualmente se desarrolla en Chaco un juicio de lesa humanidad por crímenes cometidos contra las Ligas Agrarias. Aquí han llegado los casos de militantes liguistas que participaron de la Contraofensiva. Los defensores de los imputados se interesan especialmente en esta conexión, que Lovey explicó sin vueltas: las Ligas no eran una célula de Montoneros, aunque había militantes que integraban la organización político-militar. Él mismo se integró en 1978, cuando logró salir del país y se sumó a las campañas de denuncia contra la dictadura como “dirigente de las Ligas en el exilio”. Tan obcecado en esta conexión estaba el abogado Hernán Corigliano, que confundió el nombre del pueblo santafesino Guadalupe Norte con el de una columna militar montonera.

Las posibilidades de salir del monte sin ser descubiertos eran bajas. Si lo hacían, de ninguna manera podían quedarse en la provincia. Eran famosos. Hasta carteles de “buscados” al estilo far west se veían en lugares públicos. Durante su declaración, Rufino mostró, entre lágrimas, uno de estos carteles con el rostro de su primo Carlos. Los liguistas escondidos debían intentar salir porque también se hacía difícil seguir sobreviviendo en el monte.

En una oportunidad, Piccoli logró llegar a Buenos Aires y conectarse con la organización. Guillermo Amarilla y Gustavo Molfino fueron claves en esta reconexión. Gustavo explicó en la tercera audiencia de este juicio que su cuñado, Amarilla, había intentado dos veces buscarlos en el Chaco, aunque estaba clandestino. Gustavo, con diecisiete años, fue quien desde el exilio regresó para entregarles la documentación y el dinero necesarios para salir del país. Primero lo hizo el grupo de Lovey. Luego, el de Vocouber.

Vocouber estuvo en México, en Madrid y en el Líbano, donde recibió entrenamiento de defensa. Decidió participar de la Contraofensiva. Desde el exilio, enviaba cartas y regalos a Tatiana y Olga. Regresó al país en 1980, junto a Luis Fleitas. El último contacto que tuvieron fue desde Panamá. Los agarraron cuando intentaban ingresar por Mendoza. Por documentos militares, se sabe que estuvieron en Campo de Mayo. La hermana de Hugo escuchó una vez de boca de su tío, León Ferreira, que era jefe de un destacamento policial en Resistencia, que los militares brindaron en una cena para celebrar que habían atrapado a Hugo. Así lo contó Olga.

Piccoli, quien había llegado a ser secretario general de la juventud cooperativista de UCAL y secretario general de la Confederación Nacional de Juventudes Agrarias Cooperativistas, ya había sido asesinado en abril de 1979, cerca de Quitilipi. Tenía 28 años y la misión de reorganizar al campesinado. Molina cayó después. Fue secuestrado y desaparecido. Los militares lo arrastraron hasta Asunción para hacer caer a sus compañeros. No lo lograron, pero él fue desaparecido. Algo similar ocurrió con Carlos Marcón, detenido y desaparecido en junio de 1980 en Paso de los Libres.

Lovey fue perseguido y estuvo a punto de ser secuestrado en Madrid. “Lo que queríamos era que la dictadura se fuera”, reconoce, cuando habla de su entrenamiento en Líbano y del regreso de sus compañeros Vocouber y Fleitas. En el exilio, llegaron a conseguir financiamiento de distintas ONGs europeas y canadienses por 300.000 dólares para solventar las actividades de los campesinos chaqueños en un período posdictatorial. Regresó al país en 1982, en plena Guerra de Malvinas, junto a Kleiner y Venica.

Olga pudo exiliarse con su hija en Canadá. Con el tiempo se puso en pareja. Tatiana le dio dos nietas. Viven en Londres. A Olga le cuesta explicarles a las pequeñas dónde está grandpa Hugo. “En distintos momentos, Hugo sigue apareciendo en mi vida, en mis sueños, quiero saber dónde está su cuerpo”, pide ante el tribunal.

 

 

 

 

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