I & D (Integración y Desarrollo)

Para sortear la crisis, la política exterior argentina enfrenta la ley del más fuerte

 

La crisis está sobre el país. La encrucijada. El crecimiento económico y la democracia también. La dirección de la salida. Para que no haya ninguna duda de que por el momento la fuerza no está con nosotros, a la densa realidad que nos toca atravesar se suma que el persistente estancamiento global que siguió a la crisis global 2008  estropeó —en el plano internacional— la superestructura política que se consolidó victoriosa tras la caída del Muro. En el vaivén se llevó puestos al predominante enfoque teórico de la economía y a la propia idea de democracia. La elección de Donald Trump suele ser identificada como la confirmación del síntoma de una y otra cosa. No es que el resto de los integrantes del aristocrático Consejo de Seguridad de la ONU sean carmelitas descalzas, pero el peso del Tío Sam define el sesgo conflictivo del aire de familia. Se difuminaron las convicciones que animan todo comportamiento político significativo destinado a atenuar los conflictos en vez de azuzarlos.

Si bien esa superestructura –en su mejor época— no dio ninguna buena señal cuando las papas quemaron en el centro y en la periferia, en esta última al menos a la sombra de su carácter de racionalización del desarrollo desigual de los países del mundo, había instancias con algo de margen y mucha ilusión en las cuales se podía encontrar una mejor solución negociada a los problemas que se iban presentando. En la actualidad, ni eso. Incluso da la sensación de que ahora todo el orbe ha tomado nota –con cierta resignación— de que hay que prepararse para convivir en el orden que emana de la ley del más fuerte. La perspectiva induce a tener en cuenta lo que apuntaba Karl Marx acerca de que “el derecho del más fuerte es también un derecho, y que este derecho del más fuerte se perpetúa bajo otra forma en su 'estado de derecho'”. En términos prácticos sobre las consecuencias de este panorama, se puede sospechar que la tarea que le aguarda a la política exterior argentina, en tanto expresión e instrumento de una Argentina que quiere dejar atrás su crisis, es formidable.

¿Cómo se llegó a este estado de cosas? Principiemos con la teoría económica. No es que en sus épocas de mayor brillo el enfoque de teoría económica predominante –el de corte neoclásico— haya tenido algo interesante que decir, pero la propia dinámica de la acumulación del sistema no había exacerbado –como ahora— sus contradicciones inmanentes. Por entonces, identificar a un caballo cuando en realidad se trataba de un oso no tenía otro costo para el orden establecido que desperdiciar un poco de avena. La situación de hibridez en que se encontraban entrecruzadas la teoría del crecimiento económico con los impactos generados por el régimen democrático la describe un trabajo académico de mediados de los '90, de los politólogos Adam Przeworski y Fernando Limongi.

En ese paper, Przeworski y Limongi tratan de responder al interrogante de cómo la democracia afecta el crecimiento. Los autores dicen que “el principal mecanismo a través del cual la democracia es vista como un obstáculo al crecimiento está constituido por las presiones en favor del consumo inmediato, que reducen la inversión. Sólo los Estados preservados institucionalmente contra tales presiones —lo cual no es el caso de los Estados democráticos— pueden contraponerse a ellas. A su vez, el principal argumento contra las dictaduras consiste en que los gobernantes autoritarios no tienen interés en maximizar el producto total […] Objetivamente, la respuesta a la cuestión […] es que no sabemos si la democracia favorece o retrasa el crecimiento económico. Todo lo que podemos ofrecer por ahora son algunas suposiciones”.

Falso dilema, falsaria conclusión. La visión cartesiana de Przeworski y Limongi de más ahorro-más inversión-más producción no tiene nada que ver con la realidad de un capitalismo que es el mundo parado sobre su cabeza, no sobre sus pies. La inversión es una función creciente del consumo. Menos consumo, menos inversión. La democracia, lejos de ser un obstáculo, es el reaseguro de la acumulación. Su estabilidad política impele a no menoscabar al consumo. Przeworski y Limongi ignoran que la clave de funcionamiento del capitalismo es vender, no producir. Las razones de su desconocimiento la dan ellos mismos cuando comentan que en las variantes de los modelos neoclásicos no encuentran argumentos convincentes y, entonces, “sin un buen modelo económico de crecimiento, no constituye sorpresa que los efectos parciales de la política sean difíciles de evaluar”. A partir de ahí, en vez de intentar conocer la realidad con otro prisma teórico, caen en el agnosticismo y toda la nada que tienen para decir es que “el impacto de los regímenes políticos sobre el crecimiento es una cuestión ampliamente abierta a la reflexión y el debate”.

 

Vox Harvard, vox dei

Como cualquier organismo viviente en la historia, el sistema capitalista realmente existente y el orden internacional a que da lugar, reaccionan a los shocks creando anticuerpos ad hoc. No significa que sean inmortales; ningún organismo vivo lo es. Los agentes de la supervivencia aquí y ahora están presentes; los fermentos de su muerte no. Acerca de los agentes de la supervivencia, Dylan Matthews en el sito Vox (22/05/2019) se entusiasma con una idea que tiene para enseñar de forma introductoria la economía en Harvard el economista Raj Chetty que, según estima, podría transformar el mismo campo de conocimiento y la sociedad.

La cursada más célebre de Harvard es Economía 10 (Ec.10). Matthews subraya que “debido a que Harvard tiene una tendencia a establecer el patrón para otras universidades, el libro de texto de Ec.10 es un éxito de ventas masivo, usado en docenas de otras escuelas, ganando a su autor, el profesor Greg Mankiw, un estimado de 42 millones de dólares en regalías desde que se lanzó por primera vez en 1998. La introducción de Mankiw a la economía ha marcado el tono no solo en Harvard, sino en la forma en que se enseña Econ. 101 en todo el país”.

Para disputar la primacía de Ec.10, esta primavera (boreal) Chetty presentó "Economía 1152: Uso de Big Data para resolver problemas económicos y sociales". Según Matthews, “si esto fuera solo un cambio pedagógico en Harvard, sería una cosa. Pero Chetty pretende hacer del curso un modelo para otras escuelas. Después de la crisis financiera, muchos economistas han llegado a la conclusión de que Econ 10 está deshilachada en todo el sistema universitario y no está preparando a los estudiantes para un mundo donde los mercados frecuentemente fracasan […] Ese cambio podría cambiar la economía en sí misma, al atraer a una nueva clase de estudiantes que están intrigados por el nuevo empirismo de campo, no por la matemática y la alta teoría”. Matthews aclara que “Chetty no es contrario a la teoría. Gran parte de su trabajo está motivado por el deseo de extender y probar teorías ampliamente compartidas”. “Una visión de la economía es que es el estudio de precios, mercados e incentivos. Eso es fundamentalmente lo que es la economía", definió Chetty y dijo: “Entiendo esa perspectiva. Lo veo como una restricción. Depende de si se desea definir un campo basado en las preguntas o basado en sus herramientas". Y su supuesta revolución es puro empirismo de las herramientas, dando por buena la teoría agotada que le da sentido a la medición.

Este verdadero desastre epistemológico –disfrazado de transformación—, ha recibido pocas críticas, por ahora . Muestra que los agentes de supervivencia están en plena evolución desde un notable retroceso. El lunes 10 de octubre de 1932 el editor de The Times de Londres invitó a los economistas a dar su opinión para salir de la crisis. El siguiente lunes 17 de octubre escribieron una misiva conjunta J.M. Keynes, A.C. Pigou, W. Layton, A. Salter y J.C. Stamp de Cambridge junto a D.H. MacGregor de Oxford, en la que abogaban por gastar más y aflojar la dureza monetaria. Concluían señalando que “si los habitantes de una ciudad desean construir una pileta de natación o una biblioteca o un museo y se abstienen, no podrán promover el más amplio interés nacional. Serán “mártires por error” y en su martirio dañaran a otros como a sí mismos. Por medio de dirigir mal su voluntad, la creciente ola de desempleo se elevará aún más”. En la edición del miércoles 19 de octubre del Times, la carta firmada por F. A. Von Hayek, L. Robbins, T.E. Gregory y A. Plant, de la Universidad de Londres, salía al cruce de sus colegas advirtiendo que “la depresión ha mostrado profusamente que la existencia de la deuda pública a gran escala impone fricciones y obstáculos para reajustar mucho mayores que las fricciones y los obstáculos impuestos por la existencia de la deuda privada. Por lo tanto, no podemos estar de acuerdo con los firmantes de la carta, que es tiempo de nuevas piletas de natación municipales, simplemente porque la gente siente que quiere esas comodidades […] Si el gobierno desea ayudar, la manera correcta de proceder no es volver a sus viejos hábitos de gastos dispendiosos, sino la de abolir las restricciones sobre el comercio y el libre movimiento de capital, las cuales son en este momento impedimentos del comienzo de la recuperación”.

 

Democracia

Ochenta y siete años después, Chetty quiere salvar el eco actual de la inopia de los ofertistas de entonces encabezados por Hayek a pura big data. Ignorar el mundo real para mediar uno de fantasía no puede augurar ningún buen prospecto, salvo el de darle aire de respetabilidad a las políticas más reaccionarias. Se comprende que el historiador inglés, actualmente en Columbia, Adam Tozze en The New York Review of Books (06/06/2019), reflexione sobre la “Democracia y sus descontentos”, a través de la revisión de cuatro ensayos, a saber: The People vs. Democracy: Why Our Freedom Is in Danger and How to Save It de Yascha Mounk (El pueblo versus la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla); How Democracies Die de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Cómo mueren las democracias); The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America de Timothy Snyder (El camino a la falta de libertad: Rusia, Europa y los Estados Unidos) y How Democracy Ends deDavid Runciman (Cómo cesan las democracias). El propio Tozze el año pasado publicó Crash, cómo una década de crisis financiera ha cambiado el mundo, en donde repasa las bases de la crisis política a la que llevan las políticas de austeridad.

En su ensayo de la Review of Books Tozze infiere respecto a la suerte de la democracia que “dado el estado de ánimo actual, especialmente entre los activistas más jóvenes, puede resultar que el significado histórico de la crisis de Trump sea la de inmunizar a toda una generación contra cualquier forma de celebración del excepcionalismo estadounidense. Sin embargo, como Trump mismo desea señalar, su victoria puede ser vista como un presagio de una ola más amplia de populismo nacionalista en todo el mundo”.

 

La ñapi de mamá

El economista italiano Piero Sraffa dejó sentado que son los costos los que determinan los precios. El análisis económico debe haberle encontrado la vuelta al problema de la fundamentación teórica de los precios, que habían dejado sin resolver Marx y el resto de los clásicos. Aunque Sraffa se manejó con cierta ambigüedad tras establecer al salario “como consistente en bienes necesarios especificados, determinados por condiciones fisiológicas o sociales independientes de los precios o de la tasa de beneficios”, no quita que al comentar el alcance de esa gran obra sintética que lo tiene como autor que es “Producción de mercancías por medio de mercancías”, Maurice Dobb señale que “el hecho de que el nivel de salarios deba ser independientemente postulado como datum, en esta forma de determinación de los precios significa que hemos vuelto a la metodología y enfoque del (verdadero) sistema clásico”.

Los neoclásicos creen que es al revés, que son los precios de los bienes los que determinan el de los factores (capital y trabajo), aunque hasta el presente no hayan logrado dar con una prueba teórica factible. Así nos va en la crisis global y propia. Constituyen la corriente principal y no pueden encontrar el rumbo de salida. Dobb señala de forma adecuada que “las implicancias ideológicas de tal diferencia son evidentemente amplias y bastante cruciales”. Esto se ve bien en los caminos que tome la peliaguda reestructuración de la deuda externa. Su criterio no puede ser otro que aumentar el gasto interno, atendiendo que el salario real no tiene ninguna significación antes de la determinación de los precios. El salario nominal está efectivamente dado antes que los precios en la práctica de todos los días. Es por ahí, por su restauración, que la salida de la crisis tiene su guía. Las políticas de austeridad se basan en desdeñar esa acción.

“Divididos desde siempre / desde el aula hasta el bar”, cantan los Divididos. En momentos en que la democracia por cuestiones globales y propias está puesta a prueba, algo más que la ñapi de mamá nos tiene que juntar. La integración nacional, de clases, sectores, regiones es la victoria de la conciencia nacional y el nativismo conservador su derrota.

 

 

 

 

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