Imperialismo informal

El corolario Trump a la doctrina Monroe

J. S. Pughe, revista Puck, 1900.

 

La publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN 2025) del gobierno de Donald Trump representa un punto de inflexión en la política exterior y de seguridad internacional de los Estados Unidos. Se trata de un cambio que viene a desmantelar los vestigios del orden liberal internacional forjado por Washington en la década de 1990 [1]. La historiadora Heather Cox Richardson (PhD Harvard y profesora del Boston College), especializada en historia de las ideas, ha señalado que el documento estratégico anuncia una reestructuración dramática, que constituye el alejamiento definitivo de los compromisos globales que sustentaban el orden internacional basado en reglas, un sistema que —según la ESN 2025— había minado “el carácter de la nación estadounidense”.

La ESN 2025, estructurada en torno al principio rector America First (“Estados Unidos primero”), rechaza la carga para Washington de ser garante del orden mundial, un objetivo que califica de “indeseable e imposible”. En cambio, se focaliza en la seguridad y prosperidad internas, procurando la “restauración y revigorización de la salud espiritual y cultural de los Estados Unidos”. Esta cosmovisión soberanista —sobre la que nos hemos explayado en otros artículos— rechaza explícitamente, por ejemplo, tanto la migración masiva como las “desastrosas ideologías del cambio climático y el Net Zero”.

Según Richardson, quien recupera los argumentos de Anne Applebaum y Ulrike Franke, la ESN 2025 “es un documento de propaganda, diseñado para ser ampliamente leído. También es un suicidio performativo. Es difícil imaginar que otra gran potencia haya renunciado a su influencia tan rápida y públicamente (…) Occidente, tal como era, ya no existe más”.

 

Heather Cox Richardson: “Occidente, tal como era, ya no existe más”.

 

 

Comparación con la versión 2022

La nueva Estrategia representa una corrección fundamental a lo que describe como “décadas de errores cometidos por las élites de la política exterior estadounidense”. Esta percepción negativa contrasta con la Estrategia de Seguridad Nacional 2022 de la administración Biden, documento que encomiaba el “liderazgo estadounidense indispensable” para forjar un “orden internacional libre, abierto, próspero y seguro”.

Las divergencias esenciales entre ambas estrategias son palpables y se pueden sintetizar en cuatro ejes:

  • China y el “cercenamiento estratégico”: la ESN 2022 divisaba a la República Popular como el “desafío geopolítico más importante” con capacidad de remodelar el orden internacional, frente a lo cual postulaba la necesidad de alinear esfuerzos con aliados y competir responsablemente. En marcado contraste, la ESN 2025 busca “cercar plenamente a Beijing y revertir de manera integral su proyección internacional”. El objetivo trazado no es la mera contención, sino “ganar el futuro económico” y reequilibrar la asimétrica relación comercial con China “para restaurar la independencia económica estadounidense”.
  • Rusia, Europa y la “autoconfianza civilizatoria”: la ESN 2022 identificaba a Rusia como una “amenaza inmediata y persistente para la paz y la estabilidad internacional” debido a su “brutal guerra de agresión contra Ucrania”, prometiendo defender “cada centímetro del territorio de la OTAN”. La ESN 2025, por el contrario, considera el problema ruso como inherentemente europeo. El documento no presenta a Moscú como especial objeto de preocupación y exige a Europa que asuma la responsabilidad de su propia defensa. Heather Cox Richardson destaca que la actual Estrategia reprocha a Europa por atravesar una “perspectiva real y cruda de desaparición civilizatoria” debido a las políticas migratorias vigentes y a la pérdida de “autoconfianza en su identidad occidental”. Se insta a alcanzar un “cese expeditivo de las hostilidades en Ucrania” y se inclina ante las demandas rusas respecto de su percepción de la OTAN como una “alianza en perpetua expansión”.
  • La cuestión del “tipo de régimen político”: la Estrategia de Biden, apoyada en ciertas reminiscencias de la “tesis de la paz democrática”, refería a la “competición entre democracias y autocracias”, buscando —al menos en el plano declarativo— fortalecer la “gobernanza democrática en el extranjero”. Por el contrario, la de Trump —en base a lo que denomina "Realismo Flexible”— rechaza la imposición de cambios sociales o de régimen político en otros países, afirmando que procura alcanzar buenas relaciones y comercio pacífico con naciones cuyos sistemas de gobierno difieren del estadounidense. El foco estratégico se alejaría del nation-building (aunque veremos qué sucede finalmente en Venezuela) y se desplazaría hacia un orden de prelación que privilegia la soberanía estadounidense y la seguridad fronteriza.
  • Alianzas y cargas: la ESN 2022 consideraba a las alianzas como el “activo estratégico más importante” de los Estados Unidos. Inversamente, la ESN 2025 se inclina hacia un enfoque transaccional que exige el fin del free-riding (lógica del parasitismo). En ese marco, se conmina a los aliados europeos a asumir la responsabilidad rectora de su defensa, mencionando el “Compromiso de La Haya”, que exige a los miembros de la OTAN elevar el gasto militar al 5% del PBI.

 

 

El corolario Trump en las Américas

La corrección radical que —en relación a estrategias previas— supone “el corolario Trump a la Doctrina Monroe” se manifiesta, de manera contundente, en la absoluta priorización del hemisferio occidental, considerado como crucial para la seguridad y prosperidad de los Estados Unidos.

Este corolario busca afianzar en las Américas una preeminencia sin desafiantes estratégicos, asegurando que el continente:

  1. sea lo suficientemente “estable y bien gobernado” para prevenir y desalentar la migración masiva;
  2. coopere activamente contra el narcoterrorismo y los cárteles; y
  3. permanezca libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave por parte de competidores.

En este último caso, es una obviedad que la elipsis en la redacción no oculta que el desafío crucial proviene de China.

 

La historia: Monroe y el corolario Roosevelt

Para dimensionar el update a la Doctrina Monroe, conviene remontarse a su genealogía. La doctrina fue enunciada por el 5° Presidente norteamericano, James Monroe, en 1823. Su objetivo era posicionar a la joven nación, aprovechando el desplome del imperio español, y advirtiendo que los “continentes americanos” no debían considerarse “sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea”. Monroe temía que los Estados-nación recién surgidos pudieran “caer presas de otras potencias coloniales”, pudiendo mostrarse nuevamente proclives hacia Europa, situación que dañaría los intereses comerciales de los Estados Unidos.

A principios del siglo XX, el 26° Presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, añadió a la citada doctrina decimonónica el corolario que recuerda su apellido. Esto sucedió luego de que potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania e Italia) bloquearan los puertos de Venezuela en 1902 debido a deudas impagas [2]; y después de que Roosevelt enviara el cuerpo de marines a la República Dominicana en 1904 para gestionar sus aduanas. Anunciado el 6 de diciembre de 1904, el “corolario Roosevelt” justificaba la intervención militar estadounidense en países latinoamericanos, cuya “incapacidad o falta de voluntad para hacer justicia dentro y fuera del país” invitara a la agresión extranjera. Aunque se presentó como una forma de protección, en rigor concedió a Washington el papel de “gendarme hemisférico”.

El “corolario Trump” trasciende ampliamente las implicancias del de Roosevelt. No se limita a prevenir agresiones, sino que promete “recompensar y alentar a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región decididamente alineados con nuestros principios y estrategia”. En ese contexto, la Argentina de Milei aparece como el país de la región con la mayor disposición a aceptarlo. Para el gobierno libertario, la administración del magnate neoyorquino constituye el principal sostén para su supervivencia, tal como quedó demostrado en las elecciones del 26/10. En consecuencia, en cualquier plano que se evalúe (económico, político o militar), la subordinación a los Estados Unidos en el futuro superará todo lo conocido, dejando atrás, incluso, las inéditas genuflexiones del periodo 2023-2025.

 

 

 

Imperialismo informal en el horizonte

Desde una perspectiva teórica, la ESN 2025, al buscar una preeminencia incontestada en la región y rechazar categóricamente la influencia de competidores estratégicos, se encamina hacia un “ideal regulativo” —una “utopía rectora” diría Frank Hinkelammert— centrado en el modelo del imperialismo informal.

En términos conceptuales, el “imperio informal” [3] constituye un tipo ideal de orden hegemónico que se estructura, como otras relaciones de control y dominación en el sistema internacional, en torno a la jerarquía como principio ordenador. La distinción crucial entre un “imperio informal” y un “área de influencia” —otro de los conceptos a los que se ha apelado con recurrencia desde el inicio del segundo mandato de Trump— reside en la verificación o no de una rivalidad interimperial desafiante. Un “área de influencia” no excluye la posibilidad de disputas entre diversos actores centrales, lo que se relaciona con la “vulnerabilidad estratégica” de la relación jerárquica. Por el contrario, un “imperio informal” supone la ausencia de una rivalidad imperial que desafíe el predominio del actor central en una determinada región.

La ESN 2025, al establecer como objetivo negar a los competidores estratégicos la capacidad de posicionar fuerzas o controlar activos vitales, intenta activamente eliminar cualquier rastro de “competencia anárquica” y asegurar, de este modo, un orden jerárquico incontestado. En consecuencia, y teniendo presente el herramental teórico provisto por la Teoría de las Relaciones Internacionales, el “corolario Trump a la Doctrina Monroe” se presenta como un intento de trascender la tradicional “esfera de influencia” de Washington para alcanzar relaciones imperiales de carácter informal con los actores subordinados del hemisferio.

 

 

El desplazamiento de China

La primacía bajo el “corolario Trump” implica, según se aprecia, el desplazamiento activo y coercitivo de China, identificada como un “competidor que busca erosionar la seguridad y prosperidad de los Estados Unidos”. La ESN 2025 exige utilizar el apalancamiento financiero y tecnológico para inducir a los países de la región a rechazar la “asistencia extranjera de bajo costo”, exponiendo los problemas ocultos que ella trae aparejada (espionaje, debilidades en materia de ciberseguridad, endeudamiento, etc.). Washington identifica oportunidades de inversión para empresas estadounidenses y exige que, en los acuerdos con países dependientes, se incluyan “contratos de fuente única” para dichas empresas; y que se haga todo lo posible para “expulsar a las empresas extranjeras que construyen infraestructura en el hemisferio”.

El almirante Alvin Holsey, quien fue hasta este viernes jefe del Comando Sur [4], ya había sido explícito en febrero de 2025 —en su comparecencia ante el Capitolio— al señalar que China está “arando terreno fértil” al buscar exportar su “modelo autoritario”, “extraer recursos” y establecer “infraestructura de doble uso” para “proyectar poder, interrumpir el comercio y desafiar la soberanía”.

Dos ejemplos, uno centroamericano y otro sudamericano, ilustran claramente esta lógica de “cercenamiento estratégico”:

  1. El Canal de Panamá: Trump celebró como una “reconquista” el acuerdo alcanzado por un consorcio liderado por BlackRock para comprar al conglomerado CK Hutchison de Hong Kong la mayoría de las operaciones portuarias del canal. Este movimiento se dio en el contexto de un polémico memorando de entendimiento con Panamá que permite el uso conjunto de instalaciones por tropas estadounidenses con fines de entrenamiento y ejercicios castrenses.
  2. El desplazamiento de China de la Argentina: Holsey destacó ante el Comité de Servicios Armados del Senado que la asistencia militar estadounidense fue “fundamental en la adquisición argentina de 24 aviones F-16 a Dinamarca”, una inversión que “resultó esencial para evitar que China se integrara en el aparato militar de un socio clave”. Esta acción frustró la compra de aviones chinos-paquistaníes JF-17 Thunder Block, confirmando la voluntad del Comando Sur de ejercer un control decisivo en nuestro país.

Una agenda similar había desplegado su antecesora, la generala Laura Richardson, quien en abril de 2024 le impuso a Milei que quitara cualquier respaldo a la construcción de un puerto multipropósito en Río Grande con capitales chinos; que dejara a empresas de ese país fuera de la competencia por la privatización de la Hidrovía; que cancelara el proyecto Atucha III, que contaba con financiamiento de Beijing; y que frenara la construcción del reactor Carem, un hito en la historia del desarrollo nuclear argentino.

 

Sus deseos son órdenes, generala.

 

 

Ejecuciones en el Caribe

El énfasis en la dominación hemisférica se traduce, asimismo, en un renovado intervencionismo militar y en una proyección de fuerzas sin precedentes, con el Comando Sur alistándose para encabezar acciones contra la “turbulenta” Venezuela. Trump ordenó, inicialmente, el despliegue de tres destructores AEGIS, un submarino nuclear, aviones de reconocimiento P8 Poseidon y un barco de guerra equipado con misiles cerca del mar territorial venezolano, además de la presencia del portaviones USS Gerald Ford a unos 950 kilómetros de la costa.

El objetivo declamado es “enfrentar y derrotar a los carteles latinoamericanos de drogas”, designados por Washington como “organizaciones terroristas internacionales”. En esta dirección, la Casa Blanca ha calificado a Nicolás Maduro —con quien Trump mantuvo una conversación telefónica recientemente— como el “líder fugitivo de la organización terrorista Cartel de los Soles”. Resulta una obviedad que el nivel de fuerzas desplegado por el Pentágono no guarda ninguna relación con una operación de interdicción de drogas.

Más allá de Venezuela, el intervencionismo estadounidense se ha materializado en ejecuciones sumarias en el Caribe y en el Pacífico, como parte de la Operación Southern Spear. Desde principios de septiembre, las fuerzas estadounidenses han llevado a cabo una veintena de ataques contra presuntas “narcolanchas” en aguas internacionales, ocasionando la muerte de al menos 87 personas. La administración republicana justifica estos ataques como una medida legal de “autodefensa” para salvar vidas estadounidenses del flujo de drogas.

Sin embargo, resulta evidente —como han señalado diversos expertos— que el Comando Sur ha traspasado cualquier labor justificable de interdicción para convertirse en un comando de ejecución de individuos, carente de todo interés en cumplir los pasos procesales para llevar narcotraficantes ante la Justicia.

 

 

La contradicción: el indulto a Hernández

La narrativa de la “guerra contra el narcoterrorismo” que justifica estas acciones letales en el Caribe se ve socavada por una contradicción flagrante de la administración Trump: el indulto presidencial a Juan Orlando Hernández.

Ex Presidente de Honduras, cumplía una condena de 45 años de prisión en Hazelton (West Virginia) tras ser declarado culpable de liderar un “narcoestado” y de facilitar el contrabando de hasta 500 toneladas de cocaína hacia los Estados Unidos. Testimonios en su juicio revelaron que Hernández habló de “meter la droga a los gringos en sus narices” y que recibió un millón de dólares del Chapo Guzmán para financiar campañas. En consecuencia, el indulto a Hernández representa una incoherencia flagrante de la política estadounidense. Incluso senadores republicanos, como Thom Tillis, calificaron el indulto como un “mensaje horrible” en el contexto de amenazas de invasión a Venezuela.

Esta grosera diferencia sugiere, como ha planteado Rebecca Bill Chavez (presidenta del Inter-American Dialogue y ex subsecretaria de Defensa para el Hemisferio Occidental), que la misión antinarcóticos es en realidad “mucho más selectiva y motivada por razones políticas”, y utilizada para “forzar a otros gobiernos de la región para que apoyen la agenda de Washington”.

 

Estrategia 2025: la esencia del trumpismo

En conclusión, la ESN 2025, con su “corolario Trump a la Doctrina Monroe”, es una declaración de principios que combina la retracción de los Estados Unidos como gendarme global con un asertivo intervencionismo regional de pretensiones imperiales. La Estrategia consolida aquello que hemos desarrollado previamente como la orientación “etnocentrista, jacksoniana y soberanista” del gobierno de Trump.

El carácter etnocentrista de la Estrategia se manifiesta en el rechazo explícito a la migración masiva, al considerar la seguridad fronteriza como el “elemento principal de la seguridad nacional”, y en el rechazo a “ideologías globales como el cambio climático”, buscando preservar la “salud espiritual y cultural estadounidense”. Es jacksoniana porque prioriza la seguridad física y el bienestar económico de la población fronteras adentro, desconfía de los compromisos con alianzas como la OTAN; y exige que los aliados asuman la responsabilidad principal de su defensa, postulando el fin del free-riding. Finalmente, es soberanista al rechazar categóricamente la erosión de la soberanía por parte de organizaciones transnacionales y la interferencia extranjera, reflejando la tradición de quienes se opusieron históricamente al gobierno mundial y a la cooperación internacional.

Este conjunto de criterios impulsa a los Estados Unidos, en definitiva, hacia el “imperialismo informal” como ideal regulativo de sus acciones. Se procura, consecuentemente, la dominación incontestada del Hemisferio Occidental mediante la expulsión coercitiva de rivales estratégicos y la subordinación de las élites periféricas.

 

 

 

* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor de Relaciones Internacionales (UBA-UNSAM-UNQ-UTDT).

 

[1] Roberto Russell diferencia, con perspicacia, entre el orden liberal de los ‘90 y el orden post-1945. En efecto, si algo parecido a un “orden liberal internacional” existió alguna vez, habría que limitarlo a la década que se extiende entre 1991 (fin de la Guerra Fría) y 2001 (atentados terroristas en los Estados Unidos y viraje de la estrategia estadounidense de contención/disuasión a la de primacía o neo-imperial). El orden fijado en 1945, por el contrario, fue un híbrido con elementos liberales y westfalianos; y no exclusivamente occidental.
[2] Cabe recordar que la doctrina Drago, propuesta por el canciller argentino Luis María Drago, surgió justamente como respuesta al referido bloqueo naval de Venezuela. Se trata de un principio del derecho internacional que sostiene que ninguna potencia extranjera puede usar la fuerza militar para cobrar deudas públicas a un país soberano.
[3] Sobre el imperialismo informal y sus diferencias con otros tipos de órdenes hegemónicos (imperio formal, área de influencia, protectorado, hegemonía benevolente), ver: Anzelini, L. (2019). “Orden hegemónico, jerarquía e imperio informal: algunos apuntes para discutir el ‘consenso anárquico’ de las relaciones internacionales”. 1991. Revista de Estudios Internacionales, 1(2), pp., 54-58.
[4] Holsey, tras 37 años de servicio en la Armada estadounidense, ha solicitado anticipadamente su pase a retiro y fue reemplazado al frente del Comando Sur por el teniente general de la Fuerza Aérea, Evan L. Pettus. Es un secreto a voces que el cambio fue motivado por diferencias con el secretario de Defensa, Peter Hegseth, respecto de la política de ejecuciones sumarias en el Caribe asociada a la “lucha contra el narcoterrorismo”.

 

 

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