Independencia o subordinación

Lula y Petro marcan el comienzo de una nueva época en la región

 

Hoy acontecerá una elección de suma importancia para América Latina. La elección brasileña se presenta como la posibilidad de concretar un nuevo intento de unidad para la Patria Grande. A pesar de un discurso muy abierto que el primer obrero Presidente de un país latinoamericano sostuvo durante la campaña electoral, sobre el cierre Lula da Silva produjo una definición de indudable peso: dijo que Alberto Fernández se había embarcado en intentar solucionar una deuda que el FMI le había colocado al gobierno de rejuntados por el cambio. No señaló sólo que eso había constituido un error, sino el incumplimiento con los compromisos electorales y una decisión sobre los beneficiarios elegidos de una política. Esta definición del candidato del Partido de los Trabajadores plantea que habría existido la posibilidad de otro rumbo respecto de la relación con el FMI. Ese posicionamiento no es sólo una crítica a Fernández, sino una interpelación al organismo que dio el préstamo y el señalamiento de un rumbo hacia el futuro en el cual las cuestiones de deuda no se deberían resolver a gusto del acreedor respetando sus grillas de refinanciación, sus estilos de condicionamientos, ni sus usos y costumbres. Además subrayó que el gobernante debe elegir para quién gobierna, lo que tácitamente supone que el arreglo con el Fondo implica un supuesto respecto de esta cuestión.

Un triunfo del líder y estadista brasileño no se reduciría a la derrota del fascismo-periférico de Jair Bolsonaro, que es una cuestión de significación mayor, porque la ultraderecha está cautivando apoyos en los países centrales como consecuencia de las crecientes desigualdades de la etapa, en que la alternancia entre centroderechas conservadoras y socialdemocracias de la tercera vía dieron un marco para el vaciamiento democrático de las sociedades reguladas por regímenes neoliberales, porque la elección de estos últimos es excluyente de la democracia. La degradación de la política destruye la vocación de intervención en la misma de mayorías populares significativas, debido fundamentalmente a la construcción de sociedades desiguales e injustas. La democracia es un régimen de gobierno y el neoliberalismo es otro. En el primero el pueblo gobierna y participa. En el segundo los mercados deciden, los gobiernos acatan los dictados de cierto “realismo”, los pueblos asisten al espectáculo de ver cómo sus voluntades son burladas y las grandes corporaciones empresariales son las que tienen la determinación decisiva en la lógica mercantil imperante. Donde hay crisis de las opciones populares, democráticas o de izquierda sobrevienen reacciones chauvinistas y discriminatorias que se ensañan con sectores del pueblo que resultan marcados y elegidos para chivos expiatorios.

El fin del bolsonarismo es, además de un duro golpe al intento de sumar a América Latina al camino que ese autoritarismo indicaba, el ascenso de un líder que con su crítica al núcleo errado de la política económica del gobierno nacional (el mal acuerdo con el FMI) abre la perspectiva de romper cadenas con las lógicas de la financiarización y retomar el curso abandonado luego del golpe blando en Brasil, para sembrar el continente de gobiernos de derecha neoliberal. López Obrador en México, Fernández en la Argentina, Boric en Chile, Petro en Colombia, Castillo en Perú, Xiomara Castro en Honduras, han sido veredictos electorales que significaron un cambio de perspectiva de América Latina, independientemente del curso que siguieron y seguirán sus políticas de gobierno. Brasil es fundamental en la región por su población, potencialidad económica y ubicación geográfica para teñir el continente de una radicalización de un rumbo de autonomía y unidad frente a la potencia del Norte. Porque esta perspectiva resulta fundamental para el desarrollo de los países de la región, cuyo destino desde hace siglos está atado a la ruptura con el proyecto panamericanista y al emprendimiento de la Unidad Latinoamericana. Porque el segundo es sin el primero. Es de independencia y no de subordinación.

Esta disyuntiva fue señalada por José Ingenieros en 1922: “Creemos que nuestras nacionalidades están frente a un dilema de hierro. O entregarnos sumisas y alabar la Unión Panamericana (América para los norteamericanos) o prepararse en común para defender su independencia, echando las bases de una Unión Latinoamericana (América Latina para los latinoamericanos)… El viejo plan, esencialmente político, de confederar directamente los gobiernos parece actualmente irrealizable, pues la mayoría de ellos están subordinados a la voluntad de los norteamericanos, que son sus prestamistas. Hay que dirigirse primero a los pueblos y formar en ellos una nueva conciencia nacional, ensanchando el concepto y el sentimiento de patria, haciéndolo continental, pues así como del municipio se extendió a la provincia y de la provincia al Estado político, legítimo sería que, alentado por las necesidades vitales, se extendiera a una confederación de pueblos en que cada uno pudiera acentuar y desenvolver sus características, dentro de la cooperación y la solidaridad comunes”.

La década que va de 2005 a 2015 puso a tono con esta propuesta el destino que anhelaron los gobiernos populares de esa época del subcontinente. Fue fundamental haber deshecho el ALCA en la histórica cumbre de Mar del Plata, iniciando una unidad regional que abarcó la unidad política (UNASUR y CELAC) , la integración económica (un MERCOSUR ampliado, que supere la esfera comercial para expandirse a lo productivo, lo gremial, lo social, lo cultural, más el lanzamiento del Banco del Sur, que aspiraba a ser una entidad de desarrollo y fomento sin la participación de Estados Unidos, y el despliegue del SUCRE como proyecto de un clearing comercial que disminuyera la necesidad de dólares para las transacciones intrarregionales) y la integración militar autónoma con el despliegue del Consejo Sudamericano de Defensa.

Un triunfo de Lula abre las posibilidades de reconstrucción de este proyecto en el cual Néstor Kirchner y Cristina Fernández se comprometieron a fondo. Así como la crítica de Lula a Alberto Fernández tiene la perspectiva para esa recuperación, merece una advertencia y preocupación su mención a avanzar con premura en la puesta en marcha del acuerdo MERCOSUR-Unión Europea. Ese convenio fue celebrado durante el gobierno de Macri y está elaborado con criterios asimétricos que pueden asimilarse con los que tenía el ALCA, que se rechazó en la anterior etapa. Sólo cambia el socio. Sin embargo, como otro dato positivo, es esperable que Brasil vuelva a darle dinamismo a su participación en los BRICS, conglomerado político al que comenzó a acercarse la Argentina, lo que significa una puerta a constituir parte de otro polo en el ámbito internacional, con implicancias geopolíticas y económicas. Es el camino que debe emprender la Argentina si decide reivindicar la concepción de Perón, que entendía a la política como centralmente determinada por la política internacional, entendiendo que un país periférico con vocación de desarrollarse y autonomizarse debía recorrer el camino de adoptar una lógica de “tercera posición”, lo que significaba el rechazo a las opciones panamericanistas y los proyectos de cualquier lógica de alineamiento con Estados Unidos.

El discurso del nuevo Presidente colombiano Gustavo Petro en la ONU fue de carácter histórico. De fuerte tono político y con la impronta de un gran orador, poseedor de una poética admirable, Petro hizo un discurso cuestionador de la lógica mercantil y de la ganancia como organizadoras de la vida económica de los pueblos de esta región. Defensor de la conservación del ambiente, convencido de la importancia que el Amazonas tiene para la vida de su pueblo, desplegó un mensaje confrontativo con los países centrales. Colombia, que es el segundo país en número de habitantes de América del Sur, está gobernado hoy por un proyecto popular y democrático que tiene como horizonte pacificar el país y alinearlo con la región, abandonando su carácter de cabecera de playa de los Estados Unidos, mientras modifica de raíz el carácter de su relación con Venezuela, reconstruyendo como amistosa la que antes había sido de hostigamiento.

 

 

Contradicciones argentinas

Sin embargo, sobrevuela un discurso expandido por toda la región que hace una elegía de la explotación de los recursos naturales como potenciales proveedores de divisas para una lógica de supuesto desarrollo que se desplegaría sobre la base de la construcción de cadenas productivas a partir de esas actividades primarias. La concepción de las ventajas absolutas en el comercio internacional se despliega olvidando que ya fue ensayada a fines del siglo XIX y principios del XX, y que su resultado fue la configuración de sociedades desiguales y economías dependientes. Parecería predominar la idea de que lo importante es juntar la mayor cantidad de moneda impresa por el Imperio para ganar potencia en ampliar la producción. Es un supuesto progresismo del desarrollo de las fuerzas productivas. Todo lo demás quedaría para después, en una especie de derrame. El dólar como un elixir del buen vivir.

Sin embargo, el paradigma de la independencia económica no proviene de ese “desarrollo de las fuerzas productivas” sino de un proyecto. No proviene de una macroeconomía que organice la acumulación de divisas sino de una planificación que promueva la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. No proviene de la organización de mercados sino de la construcción de un Estado con capacidad de dirigir la economía y hacer cumplir el poder popular.

El discurso de la acumulación de dólares se ha desparramado como virtud excluyente dentro de ciertos espacios del Frente de Todos, debido al mal arreglo con el FMI de la deuda en esa moneda generada por la urdida maniobra de rejuntados por el cambio, que construyó una de las situaciones en que la autonomía nacional para definir una política propia fue destruida en un mandato de cuatro años. Deuda pública a la que se agregó deuda privada de grandes empresas que hoy demandan para su pago dólares, suministrados al tipo de cambio del MULC, que se utiliza para las operaciones comerciales del país.

Si la Argentina apoya su desarrollo en la cadena agroalimentaria, la minería del litio y otro minerales, del petróleo y el gas, del desarrollo de Vaca Muerta y su producción no convencional, subsidiando esas producciones que tienen condiciones naturales para su competitividad internacional, va hacia una segunda ronda sofisticada de la etapa que Aldo Ferre denominó “economía primaria exportadora”. En un esfuerzo de integración, el camino es una definición de cooperación regional para una industrialización diversificada de la economía nacional con centro en el crecimiento del empleo y del salario. Belgrano, Fragueiro, Pellegrini y en este siglo el pensamiento nacional y popular fueron tributarios de estas ideas con Miranda, Diamand y Gelbard.

Las últimas intervenciones del Ministerio de Economía parecen carecer de una orientación que comparta esta visión estratégica. El esfuerzo por cumplir con el FMI recortando partidas presupuestarias para cumplir con lo firmado con el organismo internacional sólo logrará el objetivo de seguir teniendo ese arreglo en condición normal. Será inútil para reducir la inflación, porque el carácter de ésta no es fiscal ni monetario. Por eso está gravemente equivocado el viceministro Gabriel Rubinstein cuando expone públicamente supuestas caídas de la tasa de inflación en una función construida en la que estas dependen del déficit fiscal.

Tampoco se compadece con una política típica de los gobiernos nacionales y populares haber concedido la posibilidad de vender buena parte de la cosecha de soja a un dólar sin retenciones con precios internacionales altos. Más que un éxito, la liquidación de soja a precio preferencial que rondó los 8.000 millones de dólares demuestra la debilidad e incapacidad por disciplinar a un sector que repite su resistencia a avenirse al marco estratégico que las mayorías populares han definido en democracia. Seguramente se ha logrado aprobar el examen con el FMI y ganar divisas para aliviar el mantenimiento de la actividad económica. Sin embargo, la regresividad social provocada por esta medida es fuerte. Como lo es la permanente suba de los precios sin control. Es por esto que, a poco de asumir, el ministro Massa ya ha recibido la advertencia de la lideresa del Frente de Todos respecto a la necesidad de establecer procedimientos de intervención en el mercado de alimentos que atemperen la carestía de la vida y frenen el crecimiento de la indigencia.

El gobierno nacional tampoco ha encarado bien el conflicto surgido en el gremio de la producción de neumáticos. El objetivo de fijar un ajuste salarial por debajo de la inflación que se producirá en el año es ajeno a un planteo clave de la política del Frente de Todos: que los salarios deben recuperarse respecto de la inflación. El Estado debió laudar desde un principio a favor de los trabajadores para frenar un proceso de constante transferencia de ingresos al capital. Sin embargo, la política equivocada continuó hasta llegar a la amenaza de recurrir a la importación de neumáticos para abastecer el nivel de producción resentida por la longitud de la huelga. Faltando dólares, desperdiciar las divisas obtenidas subsidiando a los sojeros habría sido inaceptable.

Lula en Brasil y Petro en Colombia son novedades de cambio en la región. El proyecto productivo y el desenganche de la financiarización habrán de ser políticas necesarias para la recuperación del proyecto popular latinoamericano. Sólo una corrección de rumbo del gobierno del Frente de Todos y su continuidad en el 2023 le permitirán al país sumarse a la nueva época. Cristina Fernández de Kirchner es quien puede provocar y conducir ambas contingencias. Otra opción sería gravísima para el pueblo argentino.

 

 

 

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