El gobierno se está cocinando en el esquema económico que él mismo construyó, desde el primer día, con una serie de falsedades conceptuales graves.
Primero, con el viejo diagnóstico mentiroso de que el déficit fiscal es la raíz de todos los problemas económicos argentinos, sin preguntarse cuál es la raíz del déficit fiscal.
Y la raíz social del déficit fiscal no son ni las jubilaciones, ni los empleados públicos, ni los medicamentos oncológicos, ni las ayudas públicas a los discapacitados, ni el presupuesto universitario, ni el gasto público en investigación y desarrollo, ni la obra pública.
La causa fundamental del déficit fiscal es la evasión y elusión impositiva generalizada, equivalente a varios puntos del PBI, que practican con profesionalismo los sectores más poderosos de la Argentina.
Como esa hemorragia es lo último que se le ocurriría frenar a un gobierno dedicado a favorecer a los ricos y a las corporaciones, la opción favorita fue agredir a buena parte de la población argentina, y mutilar al Estado nacional en sus funciones primordiales.
Pero ahí viene el segundo error conceptual: con equilibrio fiscal no se consiguen los dólares para que el país pueda resolver su recurrente estrangulamiento externo, sobre todo si la estrategia para lograr el equilibrio fiscal daña a las actividades productivas y destruye las ventajas competitivas dinámicas que debería construir un país inteligente para relacionarse con el mundo.
Pero además hizo una serie de apuestas coyunturales que le salieron mal, envalentonado por su propio discurso autorreferencial, su ideologismo apto para consumo de masas pero no para manejar la economía con solvencia, y el aventurerismo irresponsable que caracteriza a personajes que tienen casi todo su patrimonio fuera del país que gobiernan.
Apostaron a que la revolución liberal libertaria inspiraría a los capitales del mundo a fluir hacia nuestro país, lo que haría que la oferta de dólares fuera tal que esa moneda bajara “a 600 pesos”. Eso no sólo no ocurrió, sino que se está generando un proceso de salida por 1.500 millones de dólares de inversiones extranjeras reales en el país.
Si a esto se le suman las medidas de demagogia electoral neoliberal, consistentes en atrasar el tipo de cambio para atenuar de forma superficial y provisoria a la inflación, y proceder a vender dólares baratos para facilitarle a la gente el consumo de bienes y servicios importados baratos, la situación del cuello de botella cambiario se acerca gravemente al borde del estallido.
Para postergar ese descalabro cambiario hasta el 27 de octubre se recurre a piruetas financieras:
- Subir las tasas de interés a niveles siderales – lo que encarece peligrosamente el crédito a particulares y empresas, y agiganta la deuda pública a futuro;
- Generar contratos de dólar futuro irreales –para simular serenidad en los mercados–, por lo cual el Estado va a desperdiciar sumas enormes de fondos públicos; y
- Inmovilizar más de la mitad de los depósitos bancarios, asfixiando a la actividad productiva.
La demagogia del jolgorio de consumo se complementó en las últimas semanas con la estafa económica de tapar ante la opinión pública una situación terminal con vendas y torniquetes.
A ese crescendo de dispositivos regulatorios se sumó esta semana la decisión de disponer de fondos en dólares de la Tesorería de la Nación –contaría con unos 1.700 millones– para intervenir en el mercado “libre” de cambios, a fin de sofocar el incendio de la cotización del dólar. La medida, sólo en esta semana, le costó al Estado nacional aproximadamente 700 millones de dólares, según estimaciones privadas.
El salto del índice de riesgo país hasta 900 puntos muestra que la evaluación de los financistas externos sobre la capacidad de pago de la deuda externa del gobierno argentino es muy mala.
La situación cambiaria y financiera es insostenible. Habrá cambio urgente del esquema económico en pocas semanas.
Adiviná quién tiene la culpa

El paso siguiente, como ya lo ensayó Mauricio Macri en su momento, y que es patrimonio mental de la infantil e ineficiente derecha argentina, es echarle la culpa de la ineptitud liberal al peronismo, kirchnerismo, populismo, estatismo, dirigismo, etcétera.
El argumento es heredero de una larga tradición argentina, que arranca con la Revolución Libertadora y el informe Prebisch, en el cual se pintaba un panorama tan dantesco como falso de la economía luego del paso de Juan Domingo Perón por el poder.
Esa economía argentina de los años ‘50 tenía, sin dudas, una cuantos temas a resolver, pero era una economía productiva, expansiva, prometedora, que requería cada vez políticas públicas más sofisticadas para avanzar hacia estadios mayores de producción y bienestar.
La apuesta de la derecha argentina fue siempre enmendar el pecado distributivo y social del peronismo, y retroceder en el “exagerado” proceso de industrialización. Su meta, en perfecta consonancia con la visión de los países centrales sobre el rol de la periferia, fue siempre desindustrializar y primarizar nuestra economía, así como volver a niveles distributivos del Tercer Mundo, sin importar las consecuencias sociales. La visión terrateniente y luego financiera colonizaría a otros sectores empresariales, incluso a los propios industriales que aún hoy no son capaces de defenderse en serio contra las políticas que buscan erradicarlos.
El macrismo retomó esa tradición del ‘55 de responsabilizar por los problemas del país al kirchnerismo, salteándose el nefasto papel económico de la dictadura cívico-militar y del menemismo en el debilitamiento de las capacidades estatales, la extranjerización de las grandes empresas, el endeudamiento externo estéril, y la miseria y exclusión social crecientes.
Ahora el mileísmo vuelve sobre ese punto: “La culpa de que las cosas anden mal es del kirchnerismo”, no sólo por lo hecho en el pasado, que sería debatible, sino también por existir en el futuro. Milei denunció en su acto chapucero de cierre de campaña que le quieren destruir los logros de su plan, invisibles a los ojos de las mayorías.
Para eso, con la ayuda de innumerables charlistas económicos disfrazados de expertos, se refieren a que “los mercados” se inquietarían por un presunto –e improbable– retorno inmediato del kirchnerismo/populismo/intervencionismo a la economía, y por lo tanto harían una serie de movimientos financieros precautorios que estarían desestabilizando la excelente política económica oficial.
La verdad es que si mañana la Argentina se despertara sin un solo kirchnerista, o populista, o izquierdista, la crisis económica del esquema en curso sobrevendría igual.
Lo que no funciona, ni aquí ni en ningún lado, es la apuesta desquiciada a vivir de los préstamos externos. Lo que están viendo los operadores en los diferentes mercados es la inconsistencia de la actual política, expresada en el sector externo, como ya pasó en su momento con otros campeones del neoliberalismo.
Así como está, el país no sólo no acumula dólares sino que los dilapida. En 2026 vienen vencimientos importantes de deuda y Milei entró al tramo final de 2025 revoleando dólares para que las masas lo voten, para a su vez poder seguir implementando el plan empresario de subdesarrollo argentino.
Mientras tanto, caen las ventas en los segmentos mayoristas y minoristas, se pasa del estancamiento a la recesión, y la inflación se estanca en el 2% mensual, a la espera de que la futura devaluación le dé un nuevo envión alcista.
Dilemas en el mundo del capital
Dado el estado delicado del gobierno de Milei, y una eventual aceleración de su decadencia, se precipitan una serie de interrogantes en los sectores de poder.
¿Cómo se procesará la demanda de los grandes inversores externos –aquellos que quieren invertir fondos en la Argentina y aprovechar las bondades del RIGI– que reclaman un consenso parlamentario amplio, pedido que implica indudablemente como condición una estabilización conservadora del sistema político argentino?
¿Cómo se logran esos “consensos” con políticas de agresión social, que por ahora estuvieron basadas en una estafa monumental, construida sobre la credulidad y desorientación política extrema de un sector de la población?
¿Cómo se construye un consenso de centro-derecha pro occidental, con un gobierno hostil a la negociación que le están reclamando los viejos lobos de la derecha, aquellos que comprenden los requisitos formales, institucionales y políticos que ese occidente reclama para concretar sus inversiones en un entorno previsible?
El deterioro del prestigio y la credibilidad social de Milei, aún no plenamente consumado, abre en realidad una oportunidad para que el bloque de la derecha económica –que es local y externo al mismo tiempo– realice una serie de “correcciones” sobre este primer borrador salvaje de sociedad de mercado, escrito con las pezuñas por el mileísmo.
El vertiginoso deterioro de la situación económica aún no se ha reflejado en un amplio repudio de la población, debido a las inercias ideológicas que tardan en tomar nota de los hechos reales, los lentes que le han puesto a la sociedad y a los individuos para leer estas realidades (“hay que darle tiempo”, “le ponen palos en la rueda”), a la propaganda conservadora incesante y generalizada en los medios, y al recurso de última instancia – crecientemente inefectivo– de que “toda la culpa la tiene el kirchnerismo”.
No cabe duda que estos subterfugios ideológicos son un amortiguador formidable para una toma de consciencia en tiempo real del deterioro objetivo en el que estamos metidos.
Pero el problema que genera en el campo de la derecha el mileísmo es su extremismo sin frenos, sin semáforos amarillos, sin alertas tempranas para enderezar el rumbo.
Para ser claros: se está ante la posibilidad de un colapso económico con fortísimo impacto social, que no podría ser salteado, ni ignorado, ni ninguneado por ningún actor social que viva de su trabajo. Los que dejarían de poder “darle tiempo” serían los sectores populares y las capas medias con ingresos en contracción acelerada.
La historia tiene distintas velocidades. Se estanca, se acelera, nunca tiene un ritmo uniforme. Pocos meses antes del derrumbe, la convertibilidad seguía siendo valorada, después de muchos años, por la mayoría de los encuestados. Y voló por los aires en forma imprevista para la amplia mayoría del país.
Los desequilibrios financieros y cambiarios engendrados por Milei y Caputo son de gran magnitud y pueden generar una situación socialmente traumática, que provoque un viraje en el clima social. Esto no debe ser interpretado como un anuncio de un vuelco necesariamente hacia la izquierda, sino como un abrupto salto en el malestar con el actual elenco gobernante, un hundimiento en la imagen de su conductor, y en las expectativas e ilusiones que amasaron sus creyentes.
La “corrección” del modelo, en el que se basaría un nuevo consenso de derecha, tendría dos planos:
- El económico (luego de que Milei ejecute una devaluación y licuación de pasivos estatales en pesos), que debería reducir la asfixia productiva y promover un fuerte estímulo exportador de bienes y servicios, para hacer creíble el reciclamiento de la deuda externa; y
- El político, en el cual se regeneraría cierta expectativa interna (proporcionando alivios en algunas cuestiones especialmente repulsivas del mileísmo) y se organizaría la convergencia política de sectores partidarios representantes de diferentes fracciones productivas. A partir de allí se buscaría alguna forma de acuerdo estable con los acreedores externos, multilaterales o privados de la Argentina.
La derecha acuerda con la derecha
Por supuesto que la salida del experimento fallido, debería incluir una “renovación” comunicacional, tirando el lastre del lumpenaje mileísta y volviendo a la (im)postura de respetabilidad republicana, o de la escucha del interior (sojero, minero y petrolero) de nuestro vasto país. Corea del centro derecha sería el nuevo pulso comunicacional.
Ahora sí, austeridad, sacrificio, asentimiento, sin esperar nada en el corto y mediano plazo. Nada de fantasías de sueldos en dólares, ni explosiones de Bancos Centrales que nos den la felicidad instantánea.
El 13 de agosto, Esteban Bullrich escribió un breve texto en X: “Teníamos la humildad de saber que en democracia el principal objetivo debe ser el de alcanzar acuerdos. El PRO que fundamos bajo el liderazgo de Mauricio y Ricardo (López Murphy) hace más de 20 años tenía infinitas diferencias con LLA".
Ante semejante recuerdo emocionado, Ricardo López Murphy le contestó a Bullrich en esa misma red: “Cuánto coincido con vos Esteban querido. Aun con las diferencias que tuvimos en estos años, había una enorme cantidad de valores que siempre compartimos y que hoy se ven pisoteados por LLA. Por una banda de delirantes que juegan a ser los paladines de la moral y atropellan la República para enriquecerse”.
El macrismo fracasado inventa su propia epopeya. Ahora resulta que el macrismo encarcelador, espiador, inventor de causas judiciales y perseguidor de la oposición real, sabía que en democracia “el principal objetivo era generar acuerdos”.
Por casualidad, López Murphy no le contestó con su principal mantra actual: que este gobierno lumpénico es tan malo que casi se parece… al kirchnerismo.
De todas formas queda clara y delimitada la disidencia entre los “republicanos” y los “delirantes”: estos últimos no construyen acuerdos (entre la derecha y la centro-derecha, y los gobernadores provinciales de derecha, y los peronistas de derecha, y demás actores sociales de la derecha), y además “atropellan la república para enriquecerse”. Ni una coma de crítica sobre el perfil de la sociedad salvaje a la que aspira el mileísmo. Ni una coma sobre un proyecto político y económico productivo para que la Argentina sea un país vivible.
Para sintetizar, mileísmo con diálogo, sin corrupción y sin desprolijidades institucionales. ¡Bingo! Justo, pero justo justo, coincide con lo que piden AmCham y los inversores externos.
Hoy votan muchos, mañana muy pocos
Es la fragilidad de todo el esquema mileísta, y su dependencia fatal de lo que hagan los financistas mañana, lo que carga de especial significación los comicios de hoy en la provincia de Buenos Aires.
El daño que las actuales políticas públicas provocan en los sectores productivos y sociales debería permitir anticipar un claro resultado anti mileísta, pero precisamente este fenómeno social que nos gobierna nos ha obligado a reflexionar sobre una serie de simplificaciones que hacíamos para predecir el comportamiento electoral y, en un sentido más amplio, político, de la sociedad.
Si es cierto que el “cuco kirchnerista” es sólo una excusa para encubrir la precariedad y el fracaso de las políticas económicas del liberalismo realmente existente, es previsible que las turbulencias financieras continúen y se exacerben en la semana próxima y las subsiguientes.
Los indicadores de insostenibilidad cambiaria, financiera y presupuestaria son abrumadores, aunque LLA se impusiera en las siete secciones electorales de la provincia.
¿En qué momento comenzará el desarme masivo del carry trade, en anticipación de un salto devaluatorio inevitable?
¿Qué haría un gobierno como éste para compensar socialmente el impacto empobrecedor de una devaluación?
¿Cuenta con alguna herramienta conceptual para siquiera preguntarse cómo se inyectaría algo de demanda a una economía derrumbada?
¿Sería ese el contexto favorable para la convocatoria a un gran acuerdo nacional, que incluya a la ultra derecha, la derecha y la centro-derecha, pero que excluya, por supuesto, al campo nacional y popular y la izquierda?
El principal activo de Milei, hoy, no es su brillantez precisamente, sino la lealtad de sus votantes, las masas que creen o creyeron en él y que aún lo respaldan. Si su feligresía se redujera drásticamente, y eso ocurriera en paralelo a un deterioro económico severo, la perdurabilidad institucional de Milei es dudosa.
En la medida que capote el mileísmo, vamos a presenciar una rápida configuración de la derecha argentina. Pero si capota demasiado rápido, no daría tiempo para armar una figura atractiva de reemplazo.
El problema estructural que tiene el espacio político y social conservador es el de siempre: no es capaz de formular un plan económico realista y consistente, y lo único que se les ocurre es promover una piñata de negocios sin ninguna articulación. Bajar salarios y bajar impuestos, cabe aclararlo, no constituye un programa económico en ningún lugar del mundo.
Tampoco están dispuestos a someterse a un poder superior a ellos, el del Estado, que los ordene y discipline. No nos referimos a un poder nacional y popular, sino a un poder emergido de sus propias filas.
Si lo que necesita la derecha local-internacional es un esquema político consistente y estable, ese pacto soñado tendría que ocurrir en un momento posterior a que Milei termine de correr los parámetros económicos y sociales bien hacia el subdesarrollo. La derecha “superadora” vendrá después, vestida de alivio y prudencia.
Pero el cálculo político institucional, la ingeniería del recambio conservador deberá ser muy precisa, no como ocurrió en la convertibilidad, cuando la gula del dólar barato los llevó a la perdición.
El recambio conservador no debería demorarse demasiado, tanto como para que la bronca social no alcance a parir novedades verdaderas, y cambios en serio en nuestra querida Patria.
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