Tal vez beba por aburrimiento, por cansancio, para olvidar que ya no puede alimentar la leyenda que es, que la gloria le alcanza apenas para que lo dejen vivir bajo las tribunas que lo ovacionaron y el dinero, para un vaso amnésico u onírico. Un cómico de oculto abolengo le negó ayuda, la farándula lo abandonó. Tantas veces comparado con Garrincha, sobre ambos pesa la maldición del wing derecho que más tarde amenazará a René Houseman y Ariel Ortega.
El hombre que transita la madrugada de Avellaneda se llama Oreste Osmar Corbatta, aunque los relatores le hayan cambiado de lugar la segunda ese, y hasta el orden de los nombres. Así fue inscripto en Daireaux, un pueblo que no sabe propio. Así aparecerá por décadas en los padrones de Benito Juárez, donde jugó por última vez. No importa: ahora las urnas están bien guardadas, aunque la frase del también etílico dictador no ha sido pronunciada aún.

Corbatta se habrá acostumbrado a la muerte tanto como cualquiera en la Argentina de comienzos de 1977. Dos años y medio atrás han asesinado al sacerdote Carlos Mugica, y desde hace seis meses nada se sabe de Lucía Cullen. Entre ambos, habían tratado de enseñarle a leer y escribir.
Sin embargo, nadie está preparado para lo que él y su amigo Rafael Barone vieron aquella madrugada de febrero, en las paredes exteriores de la cancha de Racing. Que era, literalmente, la casa del ídolo.
La masacre que no tiene nombres
Lo que sigue en esa historia lo cuenta en voces e imágenes Los fusilados de Racing, largometraje que acaba de estrenar el director Rodolfo Petriz: Barone y Corbatta encontraron en las primeras horas del 22 de febrero de 1977 media docena de cuerpos acribillados en uno de los laterales exteriores del estadio Presidente Perón. Cuatro hombres y dos mujeres habían sido asesinados minutos antes.
“Tuve varias motivaciones para realizar este documental. En principio, dar visibilidad y que la sociedad conozca que sucedió este crimen en la puerta del estadio de Racing, ya que se trata de un hecho que estuvo invisibilizado durante casi cuarenta años”, cuenta Petriz al Cohete, tras el estreno en el cine Gaumont y la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo que funciona en la ex ESMA. El viernes 28, a las 19, se proyectará en el Espacio INCAA de ATE, en Moreno 2.654 de Capital Federal, con la participación del también director de Varsavsky, el científico rebelde y El navegante solitario.

“Me propuse averiguar la identidad de las víctimas, ponerle nombre y apellido a los asesinados por las fuerzas represivas”, dice el documentalista. Esa tarea sigue pendiente, porque los fusilados de Racing fueron consignados como NN en el parte policial y el hecho emergió al conocimiento público hace menos de una década. En busca de la verdad, Petriz presentó una denuncia formal en el juzgado a cargo de Daniel Rafecas, con patrocinio del abogado y periodista Pablo Llonto.

Los sonidos del silencio
Los caminos del director siguieron por archivos policiales y periodísticos, consultas con especialistas y la búsqueda de testigos, en un caso signado por silencios de un barrio que se mantienen hasta hoy y la deficiente escucha a quienes desde la recuperación democrática compartieron lo visto u oído. Barone, por ejemplo, contó lo que había atestiguado en el estadio de Racing durante su declaración en otra causa por delitos de lesa humanidad perpetrados en Avellaneda. Sin embargo, esa mención no motivó la apertura de una nueva investigación.
Petriz reflejó relatos a los que accedió y documentó algunas negativas tajantes, recibidas como parte cotidiana del oficio. “Fue un proceso que viví intensamente, con sensaciones que iban de la alegría por haber logrado conseguir un nombre o un documento que me era esquivo a la decepción por no poder profundizar una pista que había comenzado a seguir”, recuerda el realizador, que tampoco olvida su “espanto y angustia” al visitar las salas de tortura y los calabozos del centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”, o el sector 134 del cementerio de Avellaneda.
La hipótesis más sólida es que los fusilados siguieron ese itinerario desde su cautiverio hasta el entierro en una fosa común de la necrópolis local, en un espacio contiguo a la morgue, donde el Equipo Argentino de Antropología Forense halló más de trescientos cuerpos. La pericia del grupo de especialistas permite saber en qué sector específico podrían haber sido arrojados, de confirmarse la sospecha de que fueron enterrados en la misma localidad. Un dato que puede ser determinante es que una de las personas asesinadas habría tenido alrededor de 45 años, edad superior a la de la mayoría de las víctimas del terrorismo de Estado.
Petriz también deja planteadas otras pistas, como las posibles motivaciones de los represores para cometer los asesinatos en un lugar tan público y distintivo. Crímenes como esos solían utilizarse para dejar asentados mensajes de venganza o disciplinamiento luego de alguna acción concreta e indisimulable contra la dictadura.

Por otra parte, los fusilamientos en su estadio no fueron la única herida que la represión infringió a Racing en 1977. Su nuevo presidente, Horacio Rodríguez Larreta (padre) permaneció más de una semana en el llamado Pozo de Banfield y fue liberado cuando su ausencia en las tribunas se hizo notoria. Habían tenido el mal sentido de la oportunidad de secuestrarlo en la semana en que el clásico más añejo del fútbol argentino enfrentaría a Racing y River. Benito Gorgonio de Miguel, gerente del club designado por Rodríguez Larreta a comienzos de enero, había sido secuestrado el 24 de ese mismo mes. Julián Scher, autor del libro Los desaparecidos de Racing, recuperó la historia de De Miguel en 2019.
Pesadilla de una noche de verano
El hallazgo original acerca de los fusilamientos de febrero de 1977 fue del periodista Alejandro Wall, cuando recolectó datos para su biografía Corbatta, el wing.

Con esa lectura como disparador, su colega Micaela Polak profundizó en la investigación, cuyos resultados presentó en una fecha simbólica: al cumplirse cuatro décadas del hecho, en 2017.
En su pesquisa, la periodista logró reunir piezas. Pudo recuperar, por ejemplo, el relato con que la policía provincial pretendió aplicar al hecho la fórmula narrativa del enfrentamiento fraguado. Una vez más, la eficiencia represiva había sido total: el intercambio de disparos había concluido con media docena de “extremistas” abatidos, pero sin bajas para la patrulla que los interceptó mientras pintaban los exteriores del coliseo académico. Como poco más de un mes después denunciaría la Carta Abierta de Walsh, tal libreto no estaba escrito para ser creído. Sin embargo, llevaba ya un año insultando inteligencias lectoras.
El parte policial, que permaneció ignorado por décadas, adjudicó a las víctimas pertenencia a Montoneros. Casi medio siglo después, se desconocen aún sus identidades, que no fueron documentadas en los seis certificados de defunción firmados por el médico Atilio Dackow. Para Polak, es una prueba flagrante del subregistro del que adolecen los listados de que se vale el discurso negacionista basado en una insustancial discusión numérica. “No sabemos quiénes son esas seis personas de la cancha de Racing, quiénes los cuerpos que Hebe (de Bonafini) vio y siempre recordó colgando de los árboles del bosque en La Plata: así es como llegamos al número de treinta mil, son muchos los desaparecidos que no han sido identificados todavía, además de los bebés apropiados”.
Como socia de Racing, la periodista fue la impulsora de una conmemoración institucional, solicitud que elevó a la dirigencia del club en 2018 en busca de recordar a las todavía anónimas víctimas que caracterizó como los “seis fusilados en la puerta de mi casa”.

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