Irán-Estados Unidos: del omelet al huevo

Avanzan las negociaciones en torno al acuerdo nuclear

 

Con intermediación europea, avanzan en Viena las negociaciones entre Estados Unidos e Irán. Orientadas a revivir el Plan de Acción Integral Conjunto (nombre formal del acuerdo nuclear que los involucra desde 2015, así como a otros cinco países, directa o indirectamente), han desembocado en un ataque israelí contra la principal planta de enriquecimiento de uranio de Irán, el anunciado reemplazo de las dañadas por un millar de modernas centrífugas, y otras nuevas más auspiciosas para la república islámica.

La edición más reciente de un informe periódico del Fondo Monetario Internacional (FMI) publicada este mes (al igual que los demás reportes aludidos aquí), establece que la sumatoria de sanciones económicas estadounidenses del año final de la presidencia de Donald Trump, así como la baja de precios del petróleo y la pandemia, no impidieron que la economía iraní creciera un 1,5% en 2020. Las adversidades tampoco han sido óbice para presagios de un alza más significativa, del 2,5%, para el año en curso. Modestos a priori, tales resultados –particularmente el primero– son espectaculares: ubican a Irán como uno de los pocos países (entre los 18 que conforman la región de Oriente Medio-África del Norte) en los que se han observado inesperadas alzas de crecimiento económico.

A su turno, un informe de la Oficina del Director del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos (NIC, por su sigla en inglés) deja entender que tales avances no son de extrañar a la luz de “ciertas ventajas económicas y tecnológicas” de Irán. Entre ellas, los altos niveles de educación –incluso entre su población femenina–, y una economía que, sujeta a la presión de las sanciones, “ya se ha visto obligada a la diversificación” para evitar una dependencia casi exclusiva de la explotación de sus vastos yacimientos de combustibles fósiles. Es más, “Irán carece de deuda externa; cuenta con un sector manufacturero que podría florecer, de levantarse las sanciones”, y con una población de edad promedio superior a la de muchos Estados árabes, lo cual aísla a la república islámica de “algunos de los desafíos enfrentados por la mayoría de tales países (de poblaciones más jóvenes). De poder continuar Irán con la provisión de los subsidios directos e indirectos requeridos por sus habitantes, es probable que pueda eludir las amenazantes protestas contra el régimen”, en referencia a los 180-450 muertos, no menos de 2.000 heridos y 7.000 detenidos que se registraron a fines de 2019 en manifestaciones causadas por un marcado alza de precio de la gasolina.

En términos políticos, la Dirección del NIC es bastante pesimista. Efectivamente, subraya que el éxito potencial de pragmáticos y reformistas “es probablemente bajo”, con relación a la presencia en la cancillería y en la presidencia de Irán de funcionarios con ese perfil, o próximo a este. A ello corresponde sumarle “el (eventual) surgimiento de un nuevo líder supremo”, un reemplazante del ayatolá Alí Jamenei, decisor principal en asuntos de política exterior –entre otros–, y fuertemente sensible a la seguridad del país. Esto “podría consolidar más aún la influencia (…) del Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos” y empequeñecer las perspectivas de liberalización iraní.

De suponerse que lo antedicho era conocido en Washington desde tiempo atrás, ello ayuda a explicar la voluntad política del jefe de Estado del país del norte a tratar de reinsertarlo dentro del Plan de Acción Conjunta como única forma ―salvo un intento manu militari, política y económicamente más oneroso― de lograr el retorno a las limitaciones de la nuclearización iraní estipuladas en el acuerdo. Varias de esas restricciones han sido superadas en respuesta a la transgresión inicial: el abandono desde 2018 de dicho plan por parte del antecesor de Joseph Biden y el intento trumpiano de ahogar a Irán económicamente. La secuencia en que la transgresión original de uno ha nutrido las del otro no debe ser perdida de vista.

Visto el incumplimiento estadounidense con sus obligaciones como suscriptor del Plan, Jamenei desconfía de ellos, no menos que Israel de las repetidas expresiones iraníes de desinterés en las armas nucleares. Con ese trasfondo, no cabe extrañarse que, para la reintroducción de las limitaciones del Plan (destinadas a impedir una dimensión militar de la nuclearización iraní, dimensión no excluida por breve espacio de tiempo en las cuatro décadas de existencia de la república islámica), su posición de apertura ha sido requerir de Estados Unidos la eliminación de las sanciones de la incumbencia de Trump.

 

 

El ayatolá de Irán Alí Jamenei y Donald Trump, ex Presidente de Estados Unidos.

 

 

Dicha realidad, que críticos israelíes de un revival indeseado presentan como apresurada, avanza con activa colaboración del Estado hebreo de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo. Tales israelíes intentan deslegitimar el Plan con inverosímiles caracterizaciones de Washington como oferente de ventajas a Irán, mayores incluso que las requeridas por la república islámica. Ello no significa que Biden esté desoyendo la manifiesta oposición israelí (no sólo aquella de su gobierno actual) a que Irán altere el monopolio regional que el Estado hebreo posee, de hecho, sobre las armas nucleares. Naturalmente, tales armas nutren el apetito de otros –llámense Irak o Siria, por ejemplo–, países cuya incipiente infraestructura nuclear fue bombardeada por Israel.

De ahí que para evitar tales apetitos árabes y ataques israelíes conviene rever una altamente relevante propuesta egipcia de eliminación regional de todas las armas de destrucción masiva: las químicas y biológicas de árabes y otros, a cambio de las nucleares y demás de su contraparte israelí, con rigurosas inspecciones para garantizar su estricto mantenimiento. Algo difícil de implementar a corto y mediano plazo, incluso si ello no alterase la ventaja militar del Estado hebreo, perduración mediante del compromiso washingtoniano de sustentar la superioridad del arsenal convencional de Israel. Sin embargo, no cabe duda de que la propuesta egipcia ha servido como posible fuente de inspiración para otra más modesta que el Presidente iraní, Hassan Rouhani, llevó a la Organización de Naciones Unidas (ONU) en 2019: una zona libre de armas de destrucción masiva, especialmente las nucleares, a ambos lados del Golfo.

A futuro, puede suponerse la concreción de un acuerdo militar estadounidense que asegure la defensa de sus principales aliados mesorientales o, en términos más exclusivos, sólo la de Israel. Más allá deben factorearse eventualmente los países de la Liga Árabe –por el momento, EAU, Bahrein, Marruecos y Sudán–, además de un país musulmán no árabe, Kosovo, que desde el año pasado se agregaron a Egipto y Jordania entre aquellos de relaciones normalizadas con Israel. Esto es fomentado desde Estados Unidos y el Estado hebreo espera que sea emulado por más países árabes y no árabes.

De ahí también que Washington haya estado instando a los israelíes a desistir de su obstruccionismo con relación a las negociaciones en Viena. El secretario de Defensa estadounidense fue quien lo transmitió amablemente, si bien tal posibilidad era conocida en Israel desde antes de la llegada de este visitante. De estar en lo cierto Ron Ben-Yishai, analista de asuntos militares del Estado hebreo, dicha realidad ha de llevar a su gobierno a desatar una campaña diplomática entre todos los firmantes del Plan para tratar de influenciar los términos, ya que su reintroducción es incuestionable. Por añadidura, el país del norte ha recomendado evitar los alardes relativos a operaciones israelíes contra la presencia de Irán, directamente o vía subrogados, en Siria, el Líbano, Irak, Palestina, el Golfo y el Mar Rojo, entre otros lugares.

Del lado israelí, Amos Yadlin –ex oficial de la fuerza aérea con participación en el bombardeo del reactor nuclear iraquí, además de otrora jefe del directorio de inteligencia militar hebreo y actual conductor del Instituto Nacional de Estudios de Seguridad israelí– ha señalado al premier, Benjamin (Bibi) Netanyahu, como promotor de tensiones con Irán mientras trata de formar gobierno. De mayor gravedad es que, según Yadlin, “operaciones delicadas, con ramificaciones diplomáticas y de seguridad que incluyen el riesgo de escaladas”, necesitan de la aprobación gubernamental, práctica que ha sido violada. A ojos de Yadlin, ese proceder no fue el seguido en decisiones cuestionables tomadas “a espaldas de todo ente decisor” hebreo.  Ese estado de cosas podría agravarse gracias a la concentración en manos de Bibi de responsabilidades usualmente a cargo de distintos comités legislativos, de conformación imposible hoy, dados los resultados de los comicios de marzo pasado.

Otra realidad reciente es el inicio en Bagdad de conversaciones iranio-saudíes, facilitadas por el jefe de gobierno iraquí, Mustafa al-Kadhimi. Tras sendas visitas a Riad y EAU, Kadhimi está jugando un papel parecido en el acercamiento de la república islámica a Egipto y Jordania. Si bien tales conversaciones no han sido admitidas oficialmente, un vocero diplomático persa, Said Jatibzadeh, publicitó que dialogar con los saudíes es un hecho deseable, a ser continuado. Algo francamente inusual desde el corte de relaciones entre ambos países en 2016, a causa de la ejecución de un prominente clérigo chiita saudí, Nimr al-Nimr, condenado a muerte por desobediencia, incitación al sectarismo, fomento, conducción y participación en manifestaciones antigubernamentales. En palabras del portavoz, Irán “siempre ha visto con buenos ojos las conversaciones con el reino saudí”, a las que considera beneficiosas para ambos pueblos, “así como para la paz y la estabilidad regionales”.

La revalorización del Plan de Acción por parte de Estados Unidos –actitud compartida por los demás involucrados desde antes de la asunción de Biden–; el empantanamiento saudí en Yemen desde 2015 y sus posibles secuelas en materia de avituallamiento militar por el lado estadounidense desde que los demócratas (no tan bien predispuestos como los republicanos respecto de Arabia Saudí) recuperaron simultáneamente la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso; así como la inmodificable geografía del Golfo (que guste o no obliga a saudíes e iraníes a convivir), ha motivado que los primeros opten por diferenciarse de los israelíes, en especial en lo que se refiere al contacto con Teherán.

Este es un hecho a remarcar, incluso con prescindencia de si el día de mañana tales conversaciones bilaterales pueden o no profundizarse. De servir de guía lo declarado por Iraj Masjedi, embajador iraní ante Irak, resta ver qué resultados concretos devienen del primer encuentro.

De importancia capital para tal profundización son dos temas preocupantes para los saudíes. Uno de ellos es el desarrollo misilístico iraní. Dichos misiles son la respuesta de Teherán a la marcada inferioridad de su fuerza aérea, dotada de aviones de combate obsolescentes. Al igual que los israelíes, respecto de quienes los magnificados aportes retóricos iraníes son habitualmente más explícitos que en referencia a saudíes, emiratíes, etcétera, la preocupación de uno y otros crece al compás de los avances del proyecto misilístico persa. Y esta se ha visto ahondada por el desacople de la revalorización estadounidense del Plan de Acción de las ganas saudíes, entre otras, de ver el proyecto misilístico iraní y su proyección de fuerza en distintos países árabes incluidos entre los condicionantes del Plan de Acción.

Hasta ahora, dicho proyecto no va al desguace, y dentro del Plan a reintroducirse no parece destinado a verse explicitado. Esto es así por más de una razón. En especial, la perdurabilidad de la asimetría entre los equipos y presupuestos militares de saudíes y asociados, de un lado, e iraníes, del otro lado. A propósito de este acápite, un analista militar estadounidense y ex asistente ejecutivo de un director de la CIA recomienda evitar el autoengaño. Convencido de tratar el misilístico y otros temas no cubiertos por el Plan de Acción original luego de su reintroducción, plantea que los únicos acuerdos sobre misiles posibles son aquellos que impongan “restricciones, tales como límites a su alcance”, a distintos países mesorientales, no a uno exclusivamente.

Como parte de la lucha iranio-israelí por imponer su propia narrativa respecto de las negociaciones nucleares, la prensa hebrea se hace eco de declaraciones de Rouhani, para quien hasta el 70% de lo abordado en Viena está resuelto. También anuncia el agregado de Meir Ben-Shabbat, asesor de seguridad nacional hebrea, a la venidera misión a Washington del jefe militar israelí y su par del Mossad para tratar de maximizar la influencia israelí sobre las negociaciones estadounidense-iraníes. Pero como lo notara un editorial del Washington Post, “la semana pasada dejó subrayada una aguda divergencia de intereses entre Estados Unidos e Israel”. Esto realza la importancia de lo remarcado por Hossein Mousavian, ex miembro del equipo diplomático iraní que negoció el Plan original: nadie debiera subestimar el programa nuclear iraní, que “ya no puede ser destruido por (operaciones de) sabotaje y bombardeo”.

 

 

 

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