Israel y la piel de ajo estadounidense-iraní

El Estado hebreo juega con fuego al repetir ataques contra objetivos iraníes y celebrar los resultados

 

“Cometeremos un grave error de pensar en Irán como adversario de destreza nula”. Así lo expresó días atrás un ex director del Mosad (1998-2002) y otrora jefe del Consejo Nacional de Seguridad israelí, Efraim Halevy. Su llamado de atención surgió como respuesta a la insistencia del Estado hebreo en quedar claramente identificado como autor de un ataque contra una instalación nuclear iraní que, según Halevy, no es que no se hubiese cometido, pero en principio no convenía cacarear.

El jefe de la diplomacia iraní, Mohamad Yavad Zarif, catalogó lo acontecido como una “estupidez terrorista”. Si lo acentuado es estupidez, ello acaso minimiza el tenor de las represalias inmediatamente anunciadas. Sin ser el primer ataque israelí contra la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, sino uno más de los desatados sobre recursos humanos y otros del proyecto nuclear iraní, entre otros, los daños causados fueron vastos. Según Alireza Zakani, jefe del brazo investigativo de la legislatura iraní, las miles de centrífugas afectadas en Natanz han “eliminado” su capacidad de refinación por algún tiempo. Israel, empero, “hizo una apuesta muy mala si creyó que el ataque debilitaría la posición de Irán en las negociaciones nucleares”, dijo Yavad Zarif en conferencia de prensa conjunta con su par ruso, Sergey Lavrov.

Nacido en Gran Bretaña, el octogenario Halevy es hoy un criterioso y mesurado crítico del alarmismo del premier Benjamin (Bibi) Netanyahu, por ejemplo de su presentación de Irán como “amenaza existencial” al Estado hebreo. No sólo lejano al ninguneo de las idoneidades de la República Islámica sino el mejor conocido de los poco numerosos y más inaudibles proponentes hebreos de conversaciones con Irán, Halevy considera que su amenaza dista de lo existencial para Israel.

Tal crítica reciente de Halevy refleja a aquellos connacionales suyos para quienes el anuncio israelí de la autoría de un ataque coetáneo al Saviz fue irresponsable e innecesario, incluso si Israel vincula a dicha embarcación iraní con operaciones navales de inteligencia a cargo de su Cuerpo de Guardias Revolucionarios. En palabras de Yossi Melman, multigalardonado periodista del matutino israelí Haaretz, el Estado hebreo juega con fuego con sus repetidos ataques contra objetivos iraníes y su celebración de resultados favorables mediante la filtración de los mismos.

Por ejemplo, la primicia sobre la responsabilidad israelí del ataque al Saviz fue comunicada al New York Times por una fuente hebrea. Ésta se vio sucedida por un misil iraní impactando sobre el Hyperion Ray, carguero de la misma firma israelí cuyo Helios Ray fue atacado en febrero. Y una tercera nave israelí fue blanco de otro misil iraní.

No yerran los analistas israelíes que ven las admisiones de operaciones militares antiiraníes como complemento de lo declarado por Bibi en la antesala de la visita a Israel del secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, quien llegó para hablar sobre Irán, entre otros temas, casi simultáneamente con el inicio con intermediación europea de sus conversaciones con los iraníes. Antes del aterrizaje de este primer afroamericano a la cabeza de esa cartera, Bibi dijo que Israel no ha de sentirse de manos atadas para lanzarse contra Irán en caso de concretarse un eventual entendimiento nuclear Estados Unidos-República Islámica, precipitándose además a descalificar de antemano a tan significativo acuerdo potencial como algo de importancia afín a “la piel de un diente de ajo”.

Tamaño basureo es congruente, por un lado, con la frustración de Bibi desde la derrota electoral de Donald Trump. A diferencia de éste, un Joseph Biden pro-israelí no es tan receptivo de los diagnósticos, recetas y posología de lo medicado por Bibi contra Irán o la cuestión palestina.

Por el otro lado están las dificultades poselectorales para cerrar la brecha que separa a Bibi de una coalición de gobierno israelí bajo su liderazgo. Entre otras cosas, ésta depende de la aceptación por parte de sus apoyos de un respaldo adicional al recientemente conseguido del partido ultranacionalista Yamina para sumar 61 escaños en la legislatura, habilitadores de un gobierno encabezado por él. Se trata de asegurar el apoyo de Raam, aun cuando en términos formales tal representante de una parte de la ciudadanía palestina de Israel sería un soporte extra-coalicionario, distinto de los integrantes de tal coalición.

De momento, dicha fórmula es indigerible para una fracción significativa del electorado hebreo, no sólo para quienes comulgan con el antiarabismo y antiislamismo del Sionismo Religioso. Consecuentemente, la belicosidad del discurso nacionalista de Bibi se ve exacerbada por la necesidad de preservar el apoyo de la derecha de la derecha, no sólo aquel del Sionismo Religioso, todos temerosos de una claudicación del premier que reviviría, aun sin gran prisa antes de las elecciones palestinas e iraníes de este año, la solución biestatal del conflicto palestino-israelí, por ejemplo.

Adverso al sobredimensionamiento de la capacidad de respuesta militar de Irán, especialmente frente a quienes buscan sabotear la política de reinserción washingtoniana en el Plan de Acción Conjunta que Estados Unidos bajo Barack Obama –junto a Alemania, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia– consensuó con Teherán en 2015, Halevy es también adverso a la subvaloración de tal capacidad. Más allá del israelí, dicho saboteo incluye a Arabia saudí como principal opositor árabe de una nueva entente estadounidense-iraní.

Originalmente, ese Plan de Acción Conjunta estaba inspirado en una visión selectiva de la no proliferación, apuntando a la contención del proyecto nuclear iraní comenzado a inicios de los ’70 durante el reinado de los Pahlavi. Dicha contención incluía el levantamiento de sanciones contrarias al avance de Teherán con las aplicaciones civiles de la energía atómica, a cambio de severos controles por la Organización Internacional de Energía Atómica y otras limitaciones a su nuclearización. Hace cuatro décadas, el génesis de tal nuclearización aconteció en ausencia de las controversias suscitadas post-caída de esa dinastía iraní. A la luz del valioso apoyo estadounidense-israelí a ésta hasta 1979, no sorprende la postura antiestadounidense y antiisraelí de la República Islámica. Allí la primera coincide con la equiparación actual de Estados Unidos con el gran Satanás, en tanto que Israel es un diablillo, versión mini del diablo estadounidense.

De apartarse Irán del uso exclusivo de la energía atómica para aplicaciones civiles, que sería incongruente con la reiterada autoproclamación de su ajenidad a las armas nucleares, ello representaría un desafío para el estatus de Israel como única potencia nuclear regional. Aun así, el extenso arsenal israelí incluye estimativamente hasta 200 artefactos nucleares, además de aviones, misiles y submarinos para lanzarlos, todos sujetos a constante aggiornamento.

En aras de evitar la proliferación de las armas nucleares en Oriente Medio, tal alejamiento iraní es lo que el gobierno norteamericano busca contrarrestar, renegociando e incluso intentando expandir el acuerdo que Estados Unidos abandonó unilateralmente bajo la gestión Trump en 2018. Israel, a su turno, pretende obstruir tal renegociación, de ser necesario militarmente, arrastrando a Estados Unidos a una guerra indeseada. Un escenario menos selectivo y más ambicioso lo ofreció el Egipto de Hosni Mubarak al proponer la eliminación de toda arma de destrucción masiva de la región, con rigurosos chequeos para evitar posibles transgresiones.

La necesidad washingtoniana de negociar grafica el fracaso ostensible de la maximización de sus sanciones económicas para forzar a Irán a ponerse de rodillas, sin olvidar, empero, el precio pagado en términos materiales y otros para enfrentar tan onerosas sanciones.

Por añadidura, el apartamiento trumpiano del Plan de Acción Conjunta devaluó la seriedad estadounidense en lo que al cumplimiento de obligaciones contraídas se refiere, no sólo a ojos teheraníes. También debilitó a los sectores favorables allí a una postura negociadora con Estados Unidos.

Sin desconocer la superioridad militar israelí que en materia de armas convencionales ha de ser preservada –ya lo adelantó el secretario de Estado de Biden, Antony Blinken–, Halevy igualmente remarcó que “los iraníes cuentan con muchas herramientas que todavía no han empleado” contra Israel.

Hace dos años, por caso, Teherán recurrió a éstas para la destrucción en Arabia Saudita de la planta petrolera de Abqaiq, eliminando el 50% de la capacidad de refinación del reino. Pese a contar éste con recursos militares cuanti y cualitativamente superiores a los de Teherán, dicha operación sorprendió “por su sofisticación”, subrayó Halevy, vista la performance de los misiles y drones atacantes a dicha planta de la compañía estatal Saudi Aramco. Éstos fueron atribuidos por sí mismos a los huthíes del Yemen, percibidos por algunos como subrogados de Irán, y combatidos hasta ahora con poco éxito por un reino que presta escasa atención a los daños colaterales.

Pese a su alegada insignificancia, es curioso lo que la fina piel del ajo estadounidense-iraní puede causar. Según Melman, a fines de mes el jefe de las fuerzas armadas israelíes y su contraparte del Mosad –Aviv Kohavi y Yossi Cohen respectivamente–, viajarían a Estados Unidos por la preocupación israelí ante la creciente posibilidad de un entendimiento Washington-Teherán que –superación de sus dificultades mediante– devendría en un nuevo acuerdo entre los signatarios originales del Plan de Acción Conjunta.

 

 

 

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