Joya en peligro

Proteger el Delta del Paraná exige ejecutar de inmediato un plan de desarrollo sustentable

 

El Delta del Paraná es una vasta extensión de islas rodeadas de ríos y arroyos que se extiende desde más allá de la ciudad de Rosario hasta la de Buenos Aires, bordeando la porción territorial más densamente poblada del país: se trata del 38% de la población argentina. Es un ecosistema de humedal (conformado por miles de islas que recurrentemente son inundadas por el agua según los vaivenes debidos a los pulsos de marea) y que en su carácter de tal provee al ambiente y a la sociedad los denominados “servicios ecosistémicos” que benefician a más de un tercio de la población urbana del país por diferentes medios: amortiguación de crecientes e inundaciones urbanas y periurbanas, provisión y purificación del agua a potabilizar, pulmón verde de aire puro, esparcimiento/ recreación/posibilidad de contemplación de la naturaleza profunda apenas a 30 kilómetros del Obelisco, localización ideal para actividades de educación ambiental; se trata de servicios cada día más requeridos por el modo de vida contemporáneo –en las antípodas de la vida natural– sin existir fuentes alternativas de provisión.

Es así que para que el Delta continúe como ecosistema de humedal se impone la necesidad de que el Estado regule y controle los usos y abusos del mismo a fin de asegurar su funcionamiento como humedal evitando la degradación, la cual implica mermas y/o posibles extinciones de funciones vitales que existen gracias a procesos bio-físico-geoquímicos gestados a lo largo de miles de años que podrían desaparecer en poco tiempo debido a prácticas nocivas. Ello se registra principalmente debido al avance de la especulación inmobiliaria y la ganadería vacuna que tratan de aprovechar el menor precio relativo de los territorios de isla para extender sus actividades de manera semejante a como lo hacen en el continente [1]. En segundo lugar, debido a la contaminación por agrotóxicos que llega al Paraná a través de sus afluentes y también por actividades económicas que vuelcan sus desechos sólidos y líquidos a la cuenca. Por último, aunque nada menor, la contaminación debida al vertido de líquidos cloacales hogareños de la población isleña y aledaños.

En otro orden de cosas, cabe señalar que para que exista Desarrollo Económico y Social no es suficiente el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI); para que el crecimiento genere desarrollo básicamente tiene que implicar mejoras en la organización del proceso productivo mediante el conocimiento y la tecnología que redunden en incrementos de la productividad, en el afianzamiento de la sustentabilidad ambiental o en mejoras sociales significativas de vasto alcance.

Los procesos productivos (que pueden resultar en crecimiento y eventualmente desarrollo) recurren a la transformación de recursos naturales en productos mediante el trabajo, el conocimiento, la organización del proceso productivo y la aplicación de tecnología. Cabe destacar que los Recursos Naturales (RRNN) son finitos; algunos de ellos son renovables (sólo cuando son respetados sus tiempos de regeneración, a cargo de la naturaleza) mientras que otros son (prácticamente) no renovables, ya que el tiempo que lleva su reproducción se mide en cientos, miles o millones de años.

El concepto de sustentabilidad ambiental del desarrollo económico-social implica el aprovechamiento de recursos naturales para la producción sin que ello disminuya el quantum de los mismos, es decir que los renovables no disminuyan mientras los no-renovables sean utilizados a modo de insumos/inversiones para el desarrollo de nuevas actividades alternativas sustentables; no para el simple crecimiento del PBI corriente que sólo lleva al agotamiento de los recursos en beneficio de las empresas que los explotan, en detrimento de los territorios, sus pobladores y sus culturas. Casos de nuestra historia ambiental del siglo XX tales como el del quebracho colorado en la región chaqueña y de los lobos marinos de Península de Valdés ejemplifican dramáticamente el agotamiento de los recursos naturales por brutal explotación de los mismos.

La Provincia de Buenos Aires es territorialmente inmensa (mayor que toda Italia), con una población total cercana a 18 millones de personas; dentro de ella coexisten múltiples realidades y problemáticas, desde las propias del vasto y poblado Conurbano hasta las de más del centenar de municipios que la integran. Por su parte, el Delta del Paraná actual, extenso y poco poblado (llegó a su pico de población a mediados del siglo XX y luego, debido a la caída en picada de la actividad frutícola y otras conexas, los isleños empezaron a emigrar al continente ante la escasez de trabajo, sumada a las carencias y falencias de los servicios esenciales que dificultan y limitan la vida saludable y plena en el humedal) sigue siendo parte de la provincia y de la Nación, con toda su historia, cultura y enorme potencial para un modo de vida regional digno.

Esta nota tiene como objetivo llamar la atención del importante valor geoestratégico del Delta por su relación de complementariedad con la mayor extensión de población urbana del país, en su calidad de prestador de servicios ecosistémicos fundamentales para una vida saludable y placentera de millones de bonaerenses. Semejante valor debe ser primeramente reconocido por las autoridades públicas provinciales y nacionales como un patrimonio público [2] que mejora el bienestar y calidad de vida de la población, mientras al mismo tiempo permite disminuir el gasto público, principalmente en salud.

Entiendo que una vez reconocido ese valor geo-estratégico del Delta, los Estados correspondientes empezarán a protegerlo en su calidad de ecosistema de humedal, de forma tal que no se disminuya ese patrimonio ambiental público que en el mundo contemporáneo es cada día más valorado, por una parte debido a la necesidad vital de disfrutar dichos servicios y por otra dada la carencia casi absoluta de oferta de los mismos.

El gobernador bonaerense Axel Kicillof recordó recientemente que “en plena pandemia, ‘Wado’ de Pedro llamó a cada uno de los gobernadores para que pensáramos no sólo en la urgencia de salvar vidas, sino también en obras y planes de infraestructura social básica, portuaria, vial, educativa y sanitaria. Rescató una palabra que parecía vedada, que es la planificación desde el Estado”.

Muchos reconocemos la inmensa capacidad política del gobernador de la provincia y su sensibilidad por las cuestiones sociales. Sin embargo, probablemente por la cantidad de asuntos y urgencias a las que se ve sometido diariamente, no haya llegado a informarse sobre la triste realidad que existe en el Delta bonaerense. Cabe destacar que al inicio de su gestión tuvo en la ministra de Gobierno a una interlocutora seria que se interesó por las problemáticas isleñas, aunque luego ella se fue distanciando para finalmente quedar todo en la misma nada a pesar del empeño puesto por representantes isleños que se trasladaban a La Plata para intentar ser recibidos por autoridades. Desde entonces, los pésimos servicios de energía eléctrica (con recurrentes cortes masivos de horas y días) y de transporte público de pasajeros (con lanchas antiguas sin mantenimiento que suelen accidentarse frecuentemente), ambos vitales para la vida y actividades en el humedal, no han sido atendidos.

La población isleña no aguarda mágicas soluciones ni que las mismas lleguen todas de una vez. En cambio, entiende que es merecedora de ser escuchada por las autoridades a efectos de procurar conjuntamente soluciones a dichas problemáticas, largamente estudiadas por pobladores isleños, quienes luego de un análisis pormenorizado de alternativas de solución anhelan intercambiar esas ideas y propuestas con las autoridades.

Cabe acotar que el Delta del Paraná –en marcada diferencia con los demás deltas del mundo– tiene en su población una diversidad y calidad habitualmente destacada por los visitantes extranjeros. A su vez, el Delta del Paraná no sería lo que es sin esa población cuya vida en la actualidad se encuentra sumamente afectada por la crónica deficiencia en los servicios públicos esenciales. Hay pobladores con excelentes iniciativas, oficios, ingeniosidad, creatividad, capacidad de sobrellevar situaciones difíciles y un enorme arraigo por el humedal. Gente de diversas etnias e idiomas, desde los guaraníticos a los centroeuropeos y eslavos. La inmensa mayoría anhela que el Delta se mantenga como humedal; no como una extensión del continente.

Esto evidencia que existe el recurso (humano) fundamental para preservar al proveedor gratuito de agua y aire de los millones de pobladores bonaerenses: el Delta del Paraná. Existe también el Plan Integral Estratégico para la Conservación y Aprovechamiento Sostenible en el Delta del Paraná (PIECAS), marco institucional ad-hoc (entre las provincias y Nación) conformado luego de vastos incendios que afectaron en 2008 al Delta y llenaron de humo a Rosario, Buenos Aires y localidades intermedias “como ámbito para alcanzar acuerdos, establecer pautas de sostenibilidad en las actividades en el Delta e islas del río Paraná y asegurar su integridad sistémica en el corto, mediano y largo plazo”. Sólo falta la voluntad política de la Nación y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos para que de una vez por todas se dispongan seriamente a trabajar en un plan de desarrollo sustentable (el PIECAS) a ejecutar inmediatamente para proteger al Delta, esa “joya de la tatarabuela” que recibieron a título gratuito para beneficio de la población actual y las generaciones futuras de las tres provincias.

 

 

 

 

[1] A fin de ilustrar la falta de adaptación al medio ambiente, cuando a fines del siglo anterior Edenor ganó la concesión del servicio eléctrico una de las exigencias del pliego de condiciones era electrificar las áreas del Delta más próximas a Tigre y San Fernando. Esto fue realizado a regañadientes y con enorme desidia por la empresa privada (con el guiño distraído del Estado) como si el Delta fuera una extensión del continente. El resultado es que ese fallido diseño inicial hace que el servicio eléctrico en el humedal siga siendo intermitente, con altibajos, cortes reiterados y prolongados, causando enormes perjuicios a los usuarios y sin posibilidades de arreglo debido al diseño inadecuado. Ello evidencia una pesada inercia cultural en relación al Delta cuando no se lo considera como el humedal que es, sin tener en cuenta la importancia de preservarlo como tal.
[2] ¿Será que no se le da el valor que tiene debido a que la naturaleza no exige un precio por los servicios que ofrece gratuitamente a los humanos?

 

 

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