Juntos a la par

Los beneficiarios de la seguridad social y su lugar en la construcción de una sociedad más digna

 

Desde la época de mi juventud cada tanto escuchaba explicitar en los medios de comunicación –por cierto, aunque fueran menos numerosos que los actuales, no por ello eran menos gravitantes–  que “el día que alguien arme un partido político de los jubilados ganaría las elecciones con comodidad”. De tanto repetir esa “verdad revelada”, un periodista llamado José Corzo Gómez, quien asesoraba en materia previsional en el programa Nuevediario emitido por Canal 9, se atrevió a enfrentar ese desafío. Se autoproclamaba como "El defensor de los jubilados", exhibía sus enormes manos frente a la cámara y terminaba su comentario diciendo “con las manos limpias”. Mucha gente lo siguió y, en rigor de verdad, parecía que iba a arrasar y que nos encontrábamos ante una nueva prueba de la magia de la televisión. El partido se llamó Partido Blanco de los Jubilados y su debut electoral tuvo lugar en 1987, cuando Corzo Gómez fue candidato a primer diputado. Sin embargo, no hubo magia: los votos no fueron suficientes y no alcanzó a conseguir su banca como diputado por unos pocos sufragios. A los dos años redobló su apuesta y se postuló como candidato a Presidente de la República, pero el destino otra vez le jugó una mala pasada y el resultado fue magro. Sólo logró la elección de un diputado, en la figura de Juan Carlos Sabio. Este representante del Partido Blanco de los Jubilados se erigió como una pieza clave en la firma del dictamen parlamentario de la ley de capitalización individual y su posterior aprobación en el recinto. Finalmente, Corzo Gómez falleció y el partido se disolvió con mucha pena y poca gloria.

 

Corzo Gómez no pudo transponer su popularidad mediática a la política.

 

Siempre fui un acérrimo enemigo del régimen de capitalización individual y viví de manera frustrante que el partido nacido para ayudar a los jubilados entregara sus banderas a los brazos del mayor enemigo que han tenido en la historia argentina: las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP). Por otro lado, una viejita muy dulce a veces, y muy dura otras, hizo tambalear el sistema. Con nada, sin partido político ni estructura, sólo con su carisma, hizo llorar lágrimas de cocodrilo al perverso Ministro de Economía Domingo Cavallo. La adorable anciana se llamaba Norma Plá y lo más curioso es que cuando encabezaba las marchas de los miércoles era mucho más joven de lo que soy yo ahora y, sin embargo, en mi retina, es aún una viejita. Infinidad de veces la vi actuar, y aunque su contextura era menuda, su forma de actuar y su entrega eran tan auténticas que hacían retroceder a la nada mansa policía de Infantería que no se atrevía a golpearla. Supongo que la verían como a la madre o a la abuela que cuando se enoja es dinamita, y cuando es tierna es un manojo de dulzura. Norma Plá fue el mejor ejemplo de que las estructuras, por sí mismas, no resuelven absolutamente nada. Lo que cambia la realidad es la actitud humana de un dirigente, la solidaridad, el amor al prójimo, la entrega, y no los títulos ni los honores.

Por ello, la infinidad de veces que me han propuesto trabajar para conformar un partido político de los jubilados, me opuse. Lo hice entonces y me sigo oponiendo hoy, porque la masa de los jubilados, de los discapacitados y del conjunto de los más vulnerables es tan heterogénea que es imposible sintetizar sus necesidades en una sola propuesta. Por otro lado, es difícil juntar voluntades políticas sin medios de comunicación, y para lograrlos, es necesario hacer demasiadas concesiones que desvirtúan cualquier acción. Finalmente, si en los partidos políticos tradicionales hay traiciones, estos tienen forma de tamizarlas, morigerarlas y finalmente expulsar al traidor. Pero si en el seno de un partido que representa a un sector tan vulnerable aparece una traición, destruye todo como un tsunami, como ocurrió con Sabio y el Partido Blanco de los Jubilados. Creo que es necesario comprender que quien milita en cualquier estructura de beneficiarios de la seguridad social lo hace sólo por amor. No es posible imaginar que esa acción sea especulando en un futuro, porque para los jubilados y pensionados el futuro es hoy, no mañana como ocurre con los jóvenes.

Lo mismo pienso respecto la creación de un sindicato de jubilados: si bien como idea teórica parece razonable, presenta problemas que son insalvables. Una estructura sindical necesita recursos. En el caso de los trabajadores activos, el aporte lo hacen los trabajadores. Pero entre los jubilados, con haberes tan magros, suponer que lo van a hacer los beneficiarios por propia voluntad resulta absurdo, y hacerlo en forma compulsiva sería un escándalo. Por otro lado, “la patronal” sería siempre el Estado, por lo tanto, la puja distributiva sería Estado/jubilados. Debido a ello, cabría preguntarse: ¿qué medidas podría tomar un Sindicato de Jubilados para defender sus intereses? ¿La huelga? Impensado, porque los beneficiarios son justamente trabajadores pasivos y, por ende, no hay huelga posible en una población que, por definición, ya es pasiva. ¿De qué otra forma podrían hacer un reclamo que obligue a actuar al Estado/empleador? ¿No cobrando la jubilación, o no usando el PAMI? Imposible, porque los únicos perjudicados serían los mismos beneficiarios. En pocas palabras, o se transforma en un títere del gobierno de turno, o no logran ningún beneficio concreto, invalidando la iniciativa.

A lo largo del tiempo, tuve la oportunidad de participar de cientos de charlas y eventos relacionados con la seguridad social. A cada lugar que fui, aun en los lugares más recónditos de nuestra insólita Argentina, encontré gente de enorme valor, personas que estudiaban y analizaban los temas y, con un lenguaje llano, explicaban las cuestiones más complejas, todo por amor. Los recibimientos y las despedidas siempre fueron de una calidez única, así que he disfrutado de cada uno de esos encuentros con afecto, respeto y admiración. Pero lo que aquí me interesa rescatar es la cantidad de energía disponible desperdiciada. Cuántas ideas y acciones de distinta naturaleza, efectuadas por miles de heroicos trabajadores del amor, que son desechadas por fluir de un ejército des-coordinado. Es imposible imaginar siquiera, si no se ha participado de esas reuniones, la cantidad de personas que escriben en un papel alguna idea o una propuesta de mejora. Lo increíble es que toda esa riqueza de pensamiento y de iniciativa es sintetizada por los medios de comunicación, en el suplemento económico de turno, bajo el concepto de déficit o superávit del sistema, como si sólo de una cuentas se tratara la vida. Creo que el camino para recuperar esa energía requiere encontrar un modo de participación amplio, sin intereses mezquinos que los enturbien. De lo que se trata es de autogenerar un espacio de participación de todos aquellos que quieran ser parte. Para ello, podría hacerse una elección nacional de beneficiarios de la seguridad social que conformen un espacio de participación amplio cuyo objeto sea buscar acuerdos con otros sectores sociales, una especie de congreso o de asamblea, o como se lo quiera llamar, que congregue todas las voces. Ya sé, estará pensando usted en el lío que sería organizar algo así, y tiene razón en que es complicado. Porque la democracia implica participación ciudadana, movilización y eso, efectivamente, es complejo. Pero también es cierto que no hay desorden más maravilloso que la democracia en acción. Hay que aceptarlo pero fundamentalmente vivirlo, porque tal como versa la canción de Sergio Ortega Alvarado en la voz de los Quilapayún, “el pueblo, unido, jamás será vencido”.

¿Cómo se puede llevar adelante tan delirante idea? Por suerte tenemos una experiencia cercana y exitosa. En el artículo 187 de la Constitución de la República Oriental del Uruguay que le da rango constitucional al Banco de Previsión Social (algo parecido a nuestra ANSES) y complementado por la ley 15.800, se prevé una elección nacional de representantes. Entre ellos, la de los representantes de los jubilados y pensionados mediante el voto de todos los beneficiarios. Así que la elección es factible, sólo habría que determinar la cantidad por elegir y luego, mediante una asamblea de delegados, elegir a los representantes.

La misión de estos representantes sería construir alianzas, suscribir acuerdos con otras organizaciones, los cuales deberían ser elevados a la asamblea de delegados para su aprobación; seguir los mandatos de la asamblea, proponer y recibir ideas de los beneficiarios y ponerlos a consideración de los delegados; promover la participación de los jubilados en los órganos donde no estén representados –particularmente en el Consejo del Salario– y cientos de cosas más. En definitiva, trabajar activamente para poner a la Seguridad Social en la agenda de la política, articulando y promoviendo la participación.

Creo realmente que el intento vale la pena, porque los jubilados tienen que, como dice Pappo, “mil caminos desandar”, en memoria de tantos que lucharon y luchan día a día por construir una sociedad digna y participativa, donde se oigan todas las voces. No parece justo que los habitantes del mundo invisible de la vejez, los “nadies” de Eduardo Galeano, las víctimas de la aporofobia de Adela Cortina, recorran solos el camino del recupero de su dignidad. Necesitan construir puentes y alianzas con otras organizaciones y sectores que también representen a trabajadores formales y no formales, pobres de toda pobreza, discapacitados y desocupados.

A los que hoy somos viejos nos queda la ardua tarea de trabajar para que los que hoy son jóvenes entiendan que todos somos uno. Pero esas enseñanzas no las debemos dar desde la altura que da la “sabiduría” de la vejez, sino desde la acción que brinda el trabajo mancomunado, la humildad y el esfuerzo. Si tenemos esa capacidad, pronto seremos una fuerza, y aún con los ausentes como Norma Plá podremos sentir el orgullo de participar de la construcción de una sociedad más digna y participativa.

Llegó la hora de comprender, cabalmente, que la única diferencia entre un pobre y un rico es el dinero que posee. Cuando digo estas cosas entre los sectores medios y acomodados, me miran con desprecio pensando: “¿cómo yo voy a ser igual a un pobre, sólo me diferencia el bolsillo?” Unos días atrás me encontré con un amigo jubilado y hablando de estas cuestiones me dijo: “¿Vos querés darle plata a la gente sin nada a cambio?” Sí, le respondí. Si la necesita, sí. Perplejo, me dijo: “¡Pero así ponés una fábrica de vagos!”. Entonces le pregunte de qué vivía y me dijo que era jubilado como autónomo y, por ende, cobraba la mínima, pero tenía rentas que le permitían vivir bien, muy bien diría yo, disfrutando de la pasividad. Entonces le propuse esta idea: “Vos que no sos vago, deja todo el dinero que tenés, agarrá unas cajas viejas, una frazada y andate a vivir a la calle, sin baño, sin donde cocinar, sin más ropa que la puesta y sin nada que comer, y dejale tu casa a una persona que hoy vive en la calle para reemplazar tu lugar, así podremos ver bien quién sobrevive mejor, si vos o él. Veamos cuánto tarda el hombre de la calle en ser una persona ‘de bien’, elegante, a quien al salir de la casa el encargado lo reconozca y lo salude con un ‘buen día, señor’.  Y, por otro lado, veamos qué pasó con vos, qué comiste, cuántas veces al día, de qué trabajaste y si soportaste el desprecio de los otros”. Mi amigo inmediatamente abandonó el juego y cambió de tema, visiblemente molesto, y no volvió a preguntarme si quería darle plata a la gente que necesita. No sé si lo convencí, pero delante mío ya no se expresa como superior.

Esta semana se cumplieron 219 años de la autoría del Himno Nacional Argentino. Entre las estrofas eliminadas en busca de mejores relaciones internacionales, figura una que emociona. La rescaté porque creo que hace a la idea aquí desarrollada:

“Son letreros eternos que dicen:

aquí el brazo argentino triunfó;

aquí el fiero opresor de la Patria

su cerviz orgullosa dobló”.

Sean eternos los laureles que supimos conseguir: ¡O juremos con gloria morir!

 

 

 

 

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