Justicia en Japon

El sistema de justicia penal japonés tiene una tasa de condenas del 99.9 por ciento

En enero del año 2020 apareció el primer libro de Kit Yates. Yates es un matemático británico, profesor en la Universidad de Bath, al oeste de Londres, en Inglaterra. El libro se llama The Math of Life and Death (La matemática de la Vida y la Muerte) y es un libro no solo muy interesante, sino que es hiper-ilustrativo de cómo la matemática puede (y debe) intervenir para resolver problemas de la vida cotidiana. En este caso, el acento está puesto en mostrar cómo la buena matemática puede ayudar pero la mala matemática puede no solo terminar en errores, sino con la vida de ciertas personas. Sí, leyó bien: con la vida de personas.
Es obvio que este no es un análisis del libro ni tampoco pretendo resumir un trabajo —que le debe haber llevado muchísimo tiempo de investigación y elaboración— en un artículo de estas características. Sin embargo, me propuse elegir uno de los siete casos que Yates explica en el libro y mostrar cómo la matemática ayuda a poner una “bandera roja de alerta” frente a una situación que no parece estar bien.
Para que se entienda, el caso al que me voy a referir tiene que ver con la Justicia japonesa. Antes de avanzar, algunas observaciones que me parecen pertinentes:
a) Tengo un profundo respeto por la cultura oriental. Muchas veces sucede que quienes vivimos en países occidentales y no entendemos lo que ‘ellos’ hacen, terminamos condenando su comportamiento como si lo que ‘ellos’ hacen estuviera mal o nos resulta incomprensible. Bien. Para poder opinar con propiedad, conviene estar informado, educado… y ciertamente, yo no lo estoy. Por lo tanto, mis opiniones son sospechables.
b) Japón es uno de los países más fascinantes del mundo, desde todos los ángulos. Si yo fuera joven y tuviera más tiempo, me gustaría invertir una buena parte de él para poder entender(lo).
c) Lo que Japón logró después de la Segunda Guerra es admirable, superior.
Dicho esto, y justamente porque no conozco ningún detalle, es que no quisiera avalar los procedimientos que utilizaron y que quizás les permitieron avanzar en forma tan arrasadora, arrolladora, hasta recuperar al país y ponerlo en semejante situación de privilegio. En todo caso, el fin… no justifica los medios, pero no estoy seguro siquiera si esta ultima frase se aplica en este caso.
A esta altura, si yo estuviera en su lugar me estaría preguntando: “De qué habla este hombre?” (‘Este hombre’ vendría a ser quien está escribiendo estas líneas.) Téngame un instante de paciencia y verá.
Me quiero referir a la Justicia japonesa. En el libro de Yates leí por primera vez en mi vida un dato que no solo no conocía, sino que me costó trabajo creer que fuera cierto. Reproduzco la parte del texto que me dejó sorprendido:
“El sistema de justicia penal japonés tiene una tasa de condenas del 99.9 por ciento, con la mayoría de estas condenas respaldadas con una confesión”.
Acá, una pausa. ¿Cómo? ¿Una tasa de condenas del 99.9%? Esto querría decir que de cada 1.000 casos (mil) en que la Justicia japonesa sospecha que alguien es culpable, ¡en 999 de esos mil casos tiene razón! Aquí es donde entra mi espíritu matemático, y tal como le sucede a Yates, permítame dudar. Conozco pocos (si acaso algún) episodio de la vida en donde dependiendo del juicio de humanos haya un nivel de acierto semejante. A los efectos prácticos, 99,9% es lo mismo que todos.
Por supuesto, usando una teoría científica elemental me gustaría escribir:
“Yo le creo, pero déjeme verificar”.
Y me fui a buscar (en internet) todo lo que pude sobre este tema.
No crea que tuve que rastrear mucho, ni bucear en las páginas más escondidas de Google. No; aparecieron inmediatamente, y si pudiera hacerle una sugerencia y tiene tiempo, hágalo usted por su cuenta y verá lo que digo. Algunos casos los escribí en forma separada y los encontrará donde dice Subnota. Es que el caso genera tanta sorpresa que aparecen las comparaciones inmediatas.
Por ejemplo, Gran Bretaña tenía una tasa de condena del 80 por ciento (y esta ya es altísima). De los acusados de un delito grave en los Estados Unidos, el 68 por ciento fueron finalmente condenados. Y hablo de solamente dos países. Después, varias preguntas.
En el mundo (occidental al menos), prevalece el principio de que ‘una persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario’. En esta frase subyace lo que debería ser obvio: “Si usted cree que alguien es culpable, deberá probarlo. Una persona no tiene que probar su inocencia sino que quien lo acusa tiene que exhibir suficientes pruebas para trocar su inocencia en culpabilidad. Pero esa es la tarea de quien acusa”.
Tanto es así, que en la mayoría del resto del mundo está consagrado como un derecho humano internacional en la Declaración Universal de las Naciones Unidas. El propio Yates agrega la opinión de un juez inglés del siglo XVIII, William Blackstone, que dijo:
“Es mejor que escapen diez personas culpables antes que condenar a un inocente”.
Averiguando un poco más, el alto índice de condena en la Justicia japonesa tiene además otros ingredientes para tener en cuenta. La policía puede detener a los sospechosos hasta tres días sin cargos y los fiscales pueden interrogar sin la presencia de un abogado y no se les exige que graben estas entrevistas. Estas técnicas intransigentes son el resultado del sistema legal que rige en Japón, en el que establecer el motivo mediante la confesión es una parte muy importante para obtener un veredicto de culpabilidad.
Esto, además, se ve agravado por la presión que los superiores les aplican a los interrogadores, en donde el objetivo es conseguir confesiones antes de investigar físicamente las pruebas relacionadas con el caso.
Por otro lado, la tarea de estos mismos interrogadores se ve facilitada por la aparente disposición de muchos sospechosos a confesar para evitar la vergüenza que traerían a sus familias un juicio de alta visibilidad. Esto, naturalmente, tiene mucho que ver con la cultura oriental. Es muy cierto que Japón tiene uno de las sociedades más seguras del mundo, pero siempre cabe preguntarse: ¿a qué costo?
Hay un ejemplo muy reciente de muy alto perfil. Lo voy a contar acá pero una vez más, no quiero abrir juicio sobre la culpabilidad o inocencia de la persona porque no tengo la más remota idea del caso, sólo lo exhibo como un ejemplo muy actual. Y por otro lado, mostrar cómo las personas que tienen dinero, exorbitantes cantidades de dinero, pueden lograr tener una suerte de justicia propia o bien una justicia a medida (de las necesidades del individuo).
Sobre fines del año 2018, Carlos Ghosn, el CEO de Nissan —una de las marcas de autos más famosas del mundo— fue detenido por la policía nipona. Permaneció encarcelado durante tres semanas sin que existiera (hasta ese momento) acusación alguna. Pero el momento de la detención fue típica de una película: Ghosn volvía a Tokio desde París con uno de los jets privados que tiene la compañía y ni bien bajó del avión fue retenido por la policía bajo la sospecha de haber evadido impuestos por una suma que supera los 44 millones de dólares en cinco años. Ghosn nació en Brasil, es hijo de padres libaneses, se fue después a vivir a Beirut pero pasó la mayor parte de su vida de estudiante en París, en Francia. Después se mudó a Tokio y de allí terminó en ese puesto de privilegio como conductor de la compañía.
Pero Ghosn contó con una posibilidad que solamente está reservada para un grupo muy selecto y privilegiado en el mundo (insisto, más allá de su culpabilidad o inocencia que genuinamente ignoro): ¡se escapó!

 

El evadido Carlos Ghosn: qué cara, qué gesto.

 

De acuerdo con la noticia que publicó el New York Times en su edición del 3 de febrero de este año (2020), corregida el día siguiente, Ghosn fue ayudado por una persona de origen norteamericano quien lo que acompañó en el vuelo que lo sacó de la isla, mientras que la compañía de origen turco que es la dueña del jet que lo trasladó se desentendió del tema diciendo que en los registros oficiales, en los libros, no figuraba el vuelo y que habrían de investigar.
Todos estos detalles terminan siendo irrelevantes. Cuando alguien con esas posibilidades siente que la justicia con la que lo van a juzgar no es la apropiada, consigue los medios para escapar.
Como un breve (¿?) detalle adicional: la persona que lo ayudó a salir es un ciudadano norteamericano que trabaja en una empresa de seguridad, algo así como una compañía que ofrece servicios parapoliciales. De acuerdo con el New York Times, su nombre es Michael Taylor. ¿Por qué habría de contar esto acá? Porque el propio diario cuenta en el artículo que ellos contrataron a Taylor para que los ayudara a liberar a un periodista del diario (David Rohde) que había sido secuestrado por un grupo guerrillero en Afganistán y retenido durante siete meses en Pakistán en áreas ocupadas por diferentes ‘tribus’ (sic). Ah, según el diario, Rohde escapó por sus propios medios en junio del año 2009.
A pesar de estos datos, no fue el New York Times el primero en revelarlos, sino, curiosamente The Wall Street Journal, uno de sus competidores.
Perdón: ¿qué me decía del 99.9%? No le entendí bien.

 

 

Subnota

El número de artículos que dan cuenta de lo que sucede con la Justicia federal japonesa y casos relevantes como el de Carlos Ghosn son abrumadores. Algunos de ellos los agrego acá, si es que tiene tiempo y ganas de entretenerse. Si le hace falta traducir del inglés, le sugiero que use este sitio que provee Google que es muy bueno: http://translate.google.com
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