JUSTICIA POÉTICA

El pibe asesinado por la bonaerense que conoció a García Márquez

 

A las 00.00 Vladimir fue visto. Corrían hacia las motos y una bala corría más rápido que Vladimir. No se sabe desde dónde y desde quién. Pero en esa bala viajó la noche hacia el estómago de Vladimir. La moto arrojó 00.25 al chico de 16 años en la puerta del Hospital de Niños. En dos horas, Vladimir dejó de existir. La noche también.

*

Copycats

Los casos eran iguales. Yo les decía copycat pensando en los asesinatos calcados y en la película homónima. Porque la modalidad de la ejecución sumaria repetía los patrones fácticos.

Una persona maneja una moto de alta cilindrada y circula por la ciudad. Otra moto en la que viajan dos personas entra en escena y se pone al lado. En algún momento paran en un semáforo, uno se baja y encañona al de la moto de alta cilindrada que, de golpe, saca también un arma, da la voz en alto diciendo que se trata de un policía y dispara varias veces, matando en el acto al que se bajó. El otro escapa a toda velocidad. El muerto es un adolescente y los medios van a hablar del caso con una palabra clave: “motochorro”.

Los casos Axel Lucero y Vladimir Garay, ambos de 16 años, fueron homicidios calcados, ocurridos con poca diferencia de tiempo entre sí: el 27 de febrero y el 19 de mayo de 2013. Ambos en la zona sur de La Plata. Los medios titularon: “Fue abatido un motochorro”.

Los policías que estaban de civil y que ejecutaron fríamente a Axel y Vladimir se entregaron a la Justicia y salieron en libertad luego de declarar su inocencia ante la fiscalía, que, sin el más mínimo análisis de los hechos los calificó de inmediato como legítimas defensas.

Aun cuando los cuerpos de los adolescentes tuvieran evidencia de haber sido rematados y acribillados en el piso, aun con varios impactos y con agujero de bala en la nuca; aún así, serían considerados por la Justicia como legítimas defensas policiales portando el arma reglamentaria fuera de servicio.

En definitiva, la única prueba de las dos causas, con pocos meses de distancia temporal entre sí; es decir, de ambos homicidios, era el testimonio del policía de civil perpetrador que justificaba su accionar “abatiendo al delincuente”.

Historias más que conocidas.

Entre el año 2009 y 2014 tuve aproximadamente 20 casos similares. Repetidos patrones de los copycats. Supuestas legítimas defensas que encubren sendos gatillos fáciles.

Pero son estas dos historias, la de Axel y Vladimir, las que ahora recuerdo especialmente y vienen a cuento. Pues entonces, por ser casos ocurridos en un breve lapso entre ellos, las incluí en una nómina que para 2013 llevé ante la Corte de la provincia, en la que hablaba de una sistemática eliminación de adolescentes previamente prontuariados, entre los que también estaban los nombres de los pibes de la banda de la frazada.

Siendo el defensor penal juvenil que estaba de turno al momento de los hechos, fui anoticiado de los mismos en forma inmediata. Pues si bien los jóvenes eran víctimas y no imputados, la policía daba parte de las situaciones ante mi exigencia de que todo lo que ocurría en la jurisdicción con los mal llamados “menores”, tenía (o debía) que serme informado.

Por entonces asumí la representación de las familias de los pibes asesinados como querellante, pues para ser demostrado que se trataba de “casos de gatillo fácil” había que contradecir a los fiscales y presionar el estilo de los jueces.

 

 

Un destino que se parece, pero no es igual

Axel Lucero y Vladimir Garay tenían demasiado en común, no sólo la muerte.

Ambos de 16 años. Ambos provenientes de las barriadas de la zona sur de La Plata. Ambos prontuariados por la policía. Ambos con furor por las motos, por la velocidad, por la búsqueda de la distinción y respeto.

Aunque Vladimir era del barrio Aeropuerto y Axel de Villa Elvira, se conocían desde hace unos años. Pero no bandeaban juntos. Corrían picadas en el bosque o en la circunvalación. Competían para ver quién desarmaba y volvía a armar un motor de moto en la menor cantidad de tiempo.

Axel era la novedad del momento. El pibe más rápido de la zona sur. Vladimir lo miraba extasiado cada vez que pasaba por el barrio a todo lo que da, y el caño de escape escupía fuego o disparaba como una 9 mm.

 

¿La justicia o la literatura?

Pero la historia de Axel Lucero le pertenece al cronista Javier Sinay. No a mí.

Javi, que para entonces había escrito un libro de crónicas muy interesante (Sangre joven, Túsquets, 2009), un día del año 2013 se apareció por mi despacho queriendo profundizar en la seguidilla de crímenes y copycats que yo había denunciado ante la Corte de la provincia y que circulaban por los diarios de la época.

Enseguida pegamos onda. Se encantó con el Gauchito Gil de mi escritorio y con el cuadro de Banksy que arroja flores (en vez de una bomba) agarrado a la pared descascarada de la oficina.

Y le conté de los casos. Le di copia de los expedientes. Lo puse en contacto con las familias; y ya al poco tiempo decidió embarcarse en un viaje profundo al mundo de esas historias.

Eligió el caso Axel Lucero.

Contar esa historia a fondo, con su crudeza, con cada detalle. Con la más absoluta precisión y con el mayor de los respetos.

El trabajo en el terreno: entrevistando, testeando los hechos, sintiendo la atmósfera, el clima hostil, los amigos, la policía. El cazador de cada dato que se pone a prueba. Pero especialmente el mundo que la Justicia desconoció, negó y dejó en la impunidad.

Una vez más, en nuestro país (y pienso en Rodolfo Walsh), el destino de la injusticia es el destino que corrige la literatura.

Un día me llama Javier y me dice: “Julián, ya escribí la historia de Axel. Se va a publicar en la revista Rolling Stone, pero decidí mandarla al concurso internacional de crónicas”.

 

*

Diálogo sobre motos en la oficina del defensor

Abogado defensor: –¿Contame cómo es el tema de las motos?

Joven asistido: –Yo nunca me dediqué al robo de motos, siempre me compraba motos clonadas. Vos tenés una moto en Capital y yo tengo la misma moto en La Plata con el mismo número de patente, con todo igual. Una es la original, la otra trucha.

AD: –¿Pero estas motos caen en operativos?

JA: –No siempre, ahora vienen bien marcadas, sólo con lupa se ve el cambio. Si te paran y se avivan te sacan la moto, pero después no la reclama nadie, los dueños originarios ya se cobraron el seguro y el seguro casi siempre las abandona en la cana… que te hacen negociar si la reporta o no como encubrimiento. A la cana que anda de civil también le gustan las motos…

AD: –¿Y a vos te sacaron la moto y tuviste que negociar alguna vez…?

JA: – Si, obviamente, y pagué…

AD: –¿Y la volviste a recuperar?

JA: –Sí, varias veces. La cana hace plata con el peaje, pero también con el corte… vos no te tenés que zarpar. Si te compras una moto legal, después tenés que tener cuidado porque en el barrio te la ojean para robártela, y después la despedazan.

AD: –¿Desarmaderos de motos?

JA: –Hoy una moto se desarma en pocos minutos. A los pibitos que te hacen las motos les llaman los “cortatruchos”, y el transa de motos se las paga bien, después está el que hace corte en taller, lo único que te dejan es el cuadro…

AD: –¿Qué onda en el barrio con las motos truchas?

JA: –En el barrio las truchas se respetan más que las nuevas. Con la trucha vas a una esquina, te paseas guachín con tu moto, la moto piola es rápida y furiosa, aunque el riesgo siempre es el taquero. Con la moto podés hacer de todo, llevar y traer cosas, menudear, trabajitos…

AD: –¿Y salir de caño con la moto?

JA: –Es lo más rápido y cómodo, el problema en el centro de una ciudad es salir y que no te agarre la yuta… Hoy hay pinzas, cerrojos y mucha cámara en las esquinas; una vez que cruzas la circunvalación es más fácil, con la moto te escondes fácil. En el barrio te las prestan, a cambio que después dejes algo…

 

El criminólogo David Garland

Cuenta el criminólogo David Garland que la aparición del automóvil como bien de consumo masivo a mediados del siglo XX en Estados Unidos trajo aparejado un nuevo blanco altamente atractivo para el delito, disponible en todas las calles de la ciudad. Entonces los robos “de” y “en” vehículos se convirtieron en la principal categoría de delitos contra la propiedad.

 

*

“Axel Lucero”, el día que conoció el García Márquez

Un día de 2015 abro el diario y me encuentro con la noticia: “Joven escritor argentino, gana el gran premio García Márquez de crónica en Colombia”. Era Javier Sinay, su crónica titulada Rápido, furioso y muerto, el caso Axel Lucero, se había llevado el primer puesto y ya recorría el mundo.

Recuerdo que hablamos por teléfono y lo felicité. Yo estaba sorprendido, al fin y al cabo Javier había logrado con la precisa narración de los hechos mucho más que yo con mil escritos jurídicos y denuncias, pues –para entonces– la causa seguía empantanada, y así iba a seguir por mucho tiempo.

Era ese sabor a justicia poética que para los padres de Axel consistía en poder leer el caso de su hijo, ya no desde la mirada policial de los diarios sino desde otro lugar que, si bien no era una sentencia, al menos contaba quién había sido su hijo y cuáles habían sido las verdaderas circunstancias que llevaron a su asesinato.

Porque cada vez que uno googlea en internet “Axel Lucero” no va a aparecer la historia de un motochorro sino la increíble historia de un pibe de carne y hueso, de un barrio de La Plata, con todas sus complejidades, con todas sus contradicciones, y que un día se alzó con el premio García Márquez de la mejor crónica Latinoamericana.

 

 

 

Acá les dejo esa historia.

 

El periodista Javier Sinay recibiendo el premio García Márquez de crónica 2015 por la historia de Axel Lucero.

 

* Julián Axat es escritor y abogado

 

 

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