La agonía de una civilización

Entrevista con el teólogo de la liberación Leonardo Boff

 

—El Centro de Defensa de los Derechos Humanos de Petrópolis (CDDH) nació durante la última dictadura brasileña. ¿Qué significaba entonces, en concreto, defender los derechos esenciales de los brasileños?

Nació como respuesta a la agresión sistemática de los derechos humanos de parte del gobierno militar, que consideraba como subversivos a todos los que eran opositores. En ese momento fue esencial la lucha por la democracia, ya que constituía una reivindicación esencial, prohibida por los militares. Sin embargo, desde el principio, tuvimos como lema Servir a la vida. Que expresaba el deseo de ir más allá de una visión meramente jurídica de los derechos, poniendo en el centro la vida amenazada. Este Centro fue esencial en la ciudad de Petrópolis, donde todavía habito, que, dada su topografía montañosa, era escenario de continuos deslizamientos de tierras que provocaban numerosas víctimas. El CDDH ayudó a mucha gente —con la cooperación de todos—, a reconstruir sus casas o hacerlas nuevas. Pensábamos, ya entonces, en la vida como concepto integral, incorporando también la vida de la naturaleza. Desde el principio las luchas se centraron en la defensa de los derechos de los más pobres que viven en las periferias. Empezando por crear conciencia sobre sus derechos de tal forma que pudiesen ser protagonistas de sus propias reivindicaciones.

La defensa de los derechos humanos desde la perspectiva y la centralidad de los actores sociales marginados…

—En estos años se dio una intensa tarea de concientización y educación sobre los derechos, siempre, insisto, en la perspectiva de los pobres. Era para nosotros claro que el primer derecho es a la vida y a los medios de subsistencia. Luego, los demás, como los de expresión, de ciudadanía, etc. Siempre con la preocupación de crear comunidades, en las cuales los pobres pudieran discutir sus problemas y con nuestro apoyo, buscar ellos mismos soluciones viables. Como la ciudad de Petrópolis es política y socialmente muy conservadora, casi no existían organizaciones comprometidas con la justicia social. Con encuentros y cursos sobre derechos sociales, logramos promover una visión liberadora más crítica al sistema imperante. Priorizando desde siempre el trabajo con los jóvenes.

—¿Cuáles fueron los proyectos emblemáticos?

Pan y Belleza. Se aseguraba el alimento básico de cerca de 300 personas que vivían en la calle. Podían llegar, ducharse, vestir ropas limpias —recogidas gracias a donaciones— y contar con una comida abundante y muy buena. Después, por la tarde, era el momento de la belleza. Consistía en rescatar su identidad, empezando por el uso de sus nombres, ya que la gran mayoría solo tenía apodos. Se les apoyaba en mantener su salud; se alfabetizó a muchos; se socializaban testimonios; se compartían actividades culturales; y, si era posible, tratábamos de proponerles un trabajo para promover su autonomía.

 

 

Bolsonaro y las debilidades del PT

—Brasil vuelve a vivir una realidad compleja e incierta, incluso de la perspectiva de la defensa de los derechos humanos. ¿Qué falló en la pedagogía popular como para facilitar el tropezón histórico de un Presidente que reivindica, incluso, a la dictadura militar? 

—Las oligarquías dominantes nunca han aceptado que un hijo de la pobreza, sobreviviente del hambre, llegara a ser Presidente. Esos grupos de poder solo toleraron a Lula siempre y cuando respetara sus mecanismos de acumulación, que desde siempre estuvo entre las más altas y concentradas del mundo. Lula, por su parte, en los años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), logró sacar de la miseria a cerca de 40 millones de personas. Implementando programas sociales como Mi casa, mi vida, que aseguró a millones una vivienda digna, o Luz para todos, que iluminó aun los rincones más alejados del país. Permitió además a jóvenes negros y empobrecidos realizar estudios, incluso universitarios. Sin embargo, hubo un problema estratégico del PT de negociar alianzas en el parlamento —donde era minoría— con partidos sin ninguna sensibilidad social. Y perdió una parte del contacto con las bases populares que habían llevado a Lula al gobierno. También hubo corrupción que contaminó a miembros importantes del equipo de Lula y de su sucesora Dilma Rousseff. Se les convirtió en chivo expiatorio de la corrupción cuando en realidad, el PT ocupaba solo el décimo lugar en el ranking entre los partidos políticos brasileños corruptos. En los últimos años, en muchas partes del mundo, la derecha ha ganado fuerza, especialmente a partir del apoyo explícito del Presidente norteamericano Donald Trump. En Brasil, todos esos elementos promovieron una atmósfera anti-PT. Y desde los mismos Estados Unidos se promovió una estrategia que instrumentó a jueces, parlamentarios y policías, para atacar al Estado acusándole de ineficiente y descalificar a liderazgos populares como al mismo Lula. Incluso enviándole a la cárcel mediante un procedimiento jurídico totalmente irregular, condenado por “una acción indeterminada”, elemento que no existe en ningún código penal en el mundo. Lula fue un prisionero político. En la campaña electoral se difundieron millones de fake news, de tal forma que Brasil fue contaminado por una ola de odio, rabia y disgregación social. Y en ese contexto, la consigna simplista fue hay que cambiar, abriéndole la puerta a Jair Bolsonaro.

Con un programa elitista en lo económico, pero con promesas populistas.

—En efecto. Un ex militar, apoyado por los grandes grupos de poder. De extrema derecha, sin ninguna educación, buscando siempre la confrontación, alabando a los torturadores de antaño y las dictaduras militares, tanto de Brasil, como de Chile y Paraguay. Confrontando con palabras ofensivas a la canciller alemana Angela Merkel o al Presidente francés Emmanuel Macron y a los candidatos del Frente de Todos de Argentina. Apoyándose en las iglesias neo pentecostales y en sus programas televisivos masivos, que manipulan a millones de personas con todo tipo de mensajes mentirosos y distorsionadores. En este ambiente irrumpió Bolsonaro, quien está desmantelando aceleradamente todos los programas de inclusión social de los gobiernos de Lula y Dilma y quitando derechos esenciales a los trabajadores. Hay mucha desesperanza en el país. Incluso hay analistas que piensan que no terminará su mandato, dado que las propias oligarquías que lo apoyaron ya no creen en su persona ni en el tipo de economía extremadamente neoliberal, sin ningún crecimiento y restringiendo las inversiones productivas.

 

 

Sociedad posdemocrática, sin leyes

¿Qué representa el Gobierno de Bolsonaro para los derechos humanos?

—Es explícitamente homofóbico, se manifiesta contra la población LGBT, contra los negros e indígenas. Tiene un estilo vulgar de comunicación, a la Trump, vía Internet, actuando de forma autoritaria por encima de la Constitución. Vivimos la realidad de una sociedad posdemocrática y sin leyes. Debido a que defiende la tortura y el acceso de la población a las armas de fuego, la violencia ha aumentado considerablemente en el país. Solo el año pasado se registraron más de 65.000 asesinatos.

—¿Cuáles son las prioridades para los defensores de los derechos humanos y las organizaciones sociales?

—En esta coyuntura, la lucha es por la defensa de los derechos esenciales de los trabajadores, de las minorías sometidas y de los más pobres, de los cuales Bolsonaro nunca habla y a los que desprecia. En cuanto a derechos humanos, estamos volviendo al tiempo de la dictadura militar, cuando se trataba de salvar vidas secuestradas, torturadas…Ahora, la ola de violencia es animada por un Presidente que en tanto candidato alabó la represión y a los torturadores. Los que usan la violencia, en particular contra los pobres y negros, se sienten respaldados por la máxima autoridad del país. Bolsonaro vive una paranoia que le lleva a ver en cualquier oposición la presencia comunista y que le lleva a sentirse víctima de una conspiración mundial. Ha estimulado la deforestación de la Amazonía, abierta completamente a las empresas mineras de Estados Unidos y de China, y promueve una visión claramente anti indígena. Los grandes incendios de extensos territorios amazónicos cuentan con el beneplácito del Presidente, lo que está provocando un enorme escándalo nacional e internacional.

—¿Es de nuevo el momento de la defensa de los derechos humanos en su sentido más tradicional?

—En la etapa precedente muy diversos actores de base habían avanzado mucho en conceptualizar y promover los derechos sociales, los derechos de la naturaleza y de la Madre Tierra. Siento que ahora estos temas han perdido centralidad. Se trata hoy de salvaguardar los derechos humanos básicos, profundamente afectados. Sin embargo, se mantiene abierta la reflexión, especialmente la que se dio previa al Sínodo de la iglesia católica para la Amazonía, en torno a los derechos de la naturaleza. Brasil puede ofrecer un aporte significativo al conjunto del planeta a través de sus selvas y grandes ríos que sirven como filtros de absorción de CO2.

 

 

Humanos que no reconocen a otros como humanos

—El repliegue nacionalista que promueve el gobierno coincide con proyectos xenofóbicos y con los muros antinmigrantes que se refuerzan en otras regiones del mundo, ya sea en Europa o en los mismos Estados Unidos de Norteamérica.

—Estamos en medio de una crisis fundamental de civilización e ingresando en una era de barbarie.  Donde se debilita la solidaridad entre los seres humanos y aumentan los oídos sordos hacia los gritos de la naturaleza y la Tierra. No tenemos soluciones para los problemas que nosotros mismos hemos creado. En verdad, hemos convertido el Jardín del Edén en un matadero y el ser un humano en vez de ser su cuidador se transforma en el Satán de la Tierra. Cuando una civilización globalizada como la nuestra no logra incluir a todos, expresa que está agónica y camina rumbo a un desastre ecológico-social sin precedentes. Vivimos en una emergencia humanitaria, en la que seres humanos no reconocen a otros como humanos. Me refiero a seres que merecerían respeto y afirmación de sus derechos.  Su negación constituye una especie de condena a muerte. De hecho, muchos mueren diariamente sea en las aguas del Mediterráneo, tratando de llegar a Europa, o en los senderos latinoamericanos rumbo a los Estados Unidos.

 

 

* En colaboración con la Fundación solidaria suiza COOPERAXION, con proyectos de apoyo a los movimientos sociales en Brasil y Liberia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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