La antipolítica y la polarización

¿Por qué CFK sigue generando atracción? ¿Los cuadernos van a cerrar la grieta?

 

El aparato mediático construyó durante los últimos años del mandato de CFK el concepto de la grieta. Es decir, la idea de que la polarización que estaba viviendo la sociedad argentina desde el conflicto por la 125 en realidad era una situación artificial, resultado de la perturbación que el gobierno de aquel entonces generaba en una sociedad que, previamente, habría estado unida o al menos gozando de un cierto grado de armonía.

De esa manera, la consigna que imponía la hora era la unión de los argentinos, que no casualmente fue una de las tres banderas de la campaña electoral de Cambiemos en 2015, así como también estuvo presente en otras propuestas electorales.

El corolario de esta tesis era que una vez desalojado el kirchnerismo del gobierno nacional, la polarización social iría gradualmente desapareciendo, el mapa político se reordenaría y una nueva oposición ocuparía el primer plano, casi por la fuerza de las cosas, mediante una renovación del peronismo.

Con el paso del tiempo, al quedar en evidencia que la polarización seguía existiendo, no se cuestionó la base de este razonamiento sino que o bien se interpretó que actuaba una inercia residual del pasado, o bien se recurrió a la tesis de que en realidad es el resultado del cálculo político de Durán Barba, que levantaba a CFK artificialmente porque la necesitaba para ganar elecciones.

Sin embargo, haciendo un breve repaso de los últimos meses, encontramos que diferentes personalidades de la escena nacional, que no pueden ser asociadas fácilmente con el kirchnerismo, y que en general vienen de un pasado marcado por el desencuentro, se acercaron o incluso se dejaron ver con CFK: Alberto Fernández, Felipe Solá, Adolfo Pérez Esquivel, Hugo Moyano y, en los últimos días, Juan Grabois.

¿Cómo explicar estos movimientos? ¿Por qué el principal dirigente gremial opositor vuelve sobre sus pasos y busca una reconciliación con Cristina, seis años después de una durísima ruptura? ¿Por qué una parte importante del peronismo, que supo acompañar a Massa en el Frente Renovador, trabaja para acercarse al kirchnerismo? ¿Por qué un Premio Nobel de la Paz, que se distanció de la mayoría de los organismos de DDHH por disentir en su mirada hacia los gobiernos kirchneristas precisamente en un tema tan sensible como el de la memoria, verdad y justicia, modifica ahora su política? ¿Por qué un dirigente social que ganó visibilidad durante el macrismo decide respaldar a Cristina en el momento en que se agudiza como nunca la persecución judicial contra ella?

Siempre es posible imaginar explicaciones ad hoc: que alguno busca fortalecerse porque tiene miedo de ir preso o que otro arregló a cambio una futura candidatura el año próximo. Otra opción más interesante es interrogarse si la persistencia de esta fuerza de atracción que sigue teniendo CFK fuera del gobierno, no expresa un rasgo más profundo de la realidad política argentina.

En ese segundo caso, es posible volver a la raíz del equívoco y asumir que la polarización no es una dinámica artificial ni el resultado de un cálculo electoral del gobierno, sino la expresión política de una confrontación entre dos fuerzas sociales y políticas con vocación hegemónica, desatada hace diez años, que aún no encuentra una resolución.

 

Hegemonía escindida

Alfredo Pucciarelli denomina al proceso que se inició en el país en 2008 un “régimen de hegemonía escindida”, precisamente porque se caracteriza por la convivencia de dos bloques sociopolíticos consolidados como “proyectos prehegemónicos”, incapaces hasta ahora de dar lugar a una “hegemonía orgánica”, como sí lo había logrado el menemismo en los años '90.

Tomando prestadas esas nociones para pensar el presente, puede pensarse que la continuidad de la polarización política a lo largo de estos diez años expresa que, en lo esencial, el antagonismo principal en nuestra sociedad continúa siendo el mismo: de un lado el proyecto liberal de una república conservadora, del otro lado una voluntad nacional-popular democrática.

Esta dinámica no excluye que las relaciones de fuerza entre ambos bloques vayan cambiando. Indudablemente el resultado del balotaje de 2015 marcó un cambio cualitativo de la situación política, aunque no una resolución final de la disputa hegemónica.

En síntesis, si el sistema político argentino no expresara esa polarización, sería simplemente porque habría dejado de representar a la sociedad. Y por eso mismo los principales actores políticos, si no quieren permanecer al margen del conflicto principal, abandonan la avenida del medio y se acercan a uno o al otro polo.

Pero la política no se mueve en el aire ni en sí misma. La imposibilidad de una restauración neoliberal debe atribuirse antes a la capacidad de resistencia del pueblo argentino que a sus propias limitaciones. Al mismo tiempo, mirando hacia el futuro, también vale la pena repensar las razones más profundas por las que en su momento el kirchnerismo no consiguió consolidar su hegemonía.

Hasta aquí la dinámica que se viene dando en la escena política nacional. Sin embargo pareciera que, frente a la persistencia de esta polarización, la ola de denuncias de corrupción en la obra pública, antes que abonar al triunfo de uno de los bloques, alienta a la destrucción de ambos, a través del fomento del escepticismo y el descreimiento generalizados.

El 7 de octubre las próximas elecciones en Brasil serán un experimento a cielo abierto para ver los resultados de una operación similar, cuando la antipolítica gana terreno y las representaciones populares son perseguidas.

¿Será finalmente la cruzada contra la corrupción el camino para terminar con la polarización, incluso corriendo el riesgo de sacrificar en el camino a la principal apuesta política del establishment?

 

 

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