El país después del virus

Una propuesta de desarrollo del mercado interno

 

No hace falta comenzar explicando la situación que estamos viviendo en el mundo en general, y la Argentina en particular con la pandemia del coronavirus. Sobra información al respecto que todas y todos de algún modo manejamos y a la que accedemos diariamente a través de la comunicación dispuesta por el gobierno nacional, en gran medida expresada por el Presidente Alberto Fernández en persona, quien goza de notables atributos y sobrada experiencia para hacerlo con un equilibrio, temple, sensibilidad y didáctica que ha generado una alta aprobación por parte de la sociedad en el manejo de la crisis.

Tampoco pretendo referirme a las medidas que se vienen tomando para contrarrestar los efectos sanitarios del virus y sobrellevar, de la mejor manera posible, los efectos devastadores que se generan en la vida diaria de argentinos y argentinas ante la necesidad de un estricto aislamiento social.

Me interesa elaborar un aporte a lo que considero un punto esencial en estos momentos de angustia e incertidumbre: la salida del laberinto a través de puentes que generen una fuerte expectativa y esperanza en el conjunto, imprescindible inyección para que convirtamos en oportunidades un drama inesperado por su velocidad, impacto y efectos.

Es común encontrar frases ya trilladas por su repetición ante cada evento impactante, a los que este mundo contemporáneo nos tiene bastante acostumbrados, tales como "el mundo ya no será igual". Hay abundante literatura sobre el dilema, con interesantes análisis de importantes y novedosos pensadores y escritores de diferentes latitudes sobre lo que podría ser ese nuevo mundo que encontraremos una vez que comencemos a dejar atrás la pandemia.

Tampoco es la temática que me gustaría abarcar para acercar un modelo de salida para nuestro país, aunque por supuesto es necesario enmarcarlo dentro de lo que imaginamos podría llegar a ser la arena de posibilidades en un contexto que, me la juego, seguirá cabalgando en una globalización sin retorno y un capitalismo cada vez más sofisticado con capacidad de crear sus propios anticuerpos. Se animan a sugerir un mundo más humano y solidario, con Estados fortalecidos, vislumbrando nuevos posicionamientos geopolíticos. Es posible. Lo que es seguro, si la vida nos los permite, es que seremos la generación que le cuente a nuestras hijas, hijos, nietas y nietos que hubo un momento donde tuvimos que saludarnos con los codos.

 

 

 

Pensemos en la Argentina

Sin dudas, esta pandemia es asimilable e incluso superadora de grandes conflictos que hemos tenido que sobrellevar a lo largo de nuestra joven pero intensa historia nacional y regional. Podemos perfectamente colocarla entre las más arrolladoras, las que dejan marcas, hacen mella y constituyen bisagras.

Es difícil discutir que estamos frente a un hecho de dimensiones devastadoras y únicas por su velocidad, invisibilidad y voracidad, más que nada cuando observamos y pensamos en sus efectos inmediatos y remotos.

En este escenario, resulta atractivo imaginar que esta gran crisis puede constituir una de esas oportunidades únicas que el desandar histórico nos acerca, en este caso entrado el siglo XXI, para que el despegue del conflicto no solo abarque la reparación del daño causado por el siniestro sino, y principalmente, corregir distorsiones estructurales, reconfigurar vicios más visibles que ocultos y transitar un rumbo en el que difícilmente se pueda volver a lograr un importante respaldo popular para la toma de decisiones trascendentales pero de excesiva complejidad en el logro de los respaldos necesarios para la toma de decisiones en circunstancias normales.

El equilibrio y sensatez de Alberto Fernández más la conformación diversa del Frente político gobernante, sumado a una muy correcta, madura y democrática participación de la gran mayoría de la oposición, el acompañamiento al mejor estilo de Consejo Económico y Social de sindicatos, asociaciones empresariales e industriales y organizaciones religiosas, alimentan esta hipótesis y eliminan cualquier idea trasnochada de iniciativas no consensuadas que serían inmediatamente tildadas de autoritarias y populistas.

La sintonía debe ser extremadamente fina para lograr el objetivo, lo que convierte al desafío en un inmenso abanico de oportunidades que las circunstancias rara vez colocan ante nuestro destino como Nación.

Es esperable que para lo que resta de 2020 y gran parte de 2021, el intercambio comercial externo se vea fuertemente afectado, o al menos alterado por las consecuencias y necesidades de los países en la reconstrucción de sus propios daños, que se verán distribuidos en partes similares más allá de la capacidad de recuperación de cada uno.

He allí una enorme oportunidad para la Argentina. Los alimentos tendrán un notable crecimiento en la demanda mundial y nosotros, ya sabemos, somos productores de ese insumo vital para la vida humana. No emitimos dólares pero tenemos capacidad de producir alimentos a gran escala. Es así que debemos reformular nuestra política productiva para encarar esta fuerte demanda mundial inmediata con programas ambiciosos y agresivos de inversión pública a través del crédito, apoyos estatales, subsidios y políticas públicas agudas para que nuestro rol en la producción y exportación  de alimentos se amplíe como nunca antes a la industrialización y valor agregado de productos primarios. La participación de todo el sector productivo y logístico, desde los más grandes a los más pequeños, será vital no sólo para la fortaleza del programa sino para la inclusión de interesantísimos aportes que hasta ahora no han encontrado canales aptos de recepción.

No sólo el mundo nos va a demandar alimentos. También será necesaria una política activa del Estado para garantizar las necesidades alimenticias de las familias argentinas y las de reacomodamiento y recuperación de productores y pymes de la cadena, para que los efectos de la pandemia queden rápidamente en el pasado. El fortalecimiento de un mercado interno que fomente velozmente la sustitución de importaciones y garantice ampliación de derechos y servicios de manera equitativa y ascendente.

Aquí aparece el arraigo y la posibilidad de innovar sobre uno de los grandes fracasos de nuestro continente latinoamericano: la extrema concentración. En este caso, concentración en la producción, logística y distribución de alimentos. Es momento de una gran planificación pública que apunte hacia una desconcentración en regiones, territorios y gobiernos locales que le den rostro humano a la producción y multipliquen su cantidad y diversidad.

Este nuevo modelo productivo debe generarse de la mano de la agricultura familiar, pequeños y medianos productores, y también esquemas tradicionales de agronegocios (aunque estos últimos francamente limitados bajo un modelo moderno y sostenible de agroecología, eliminación progresiva de agroquímicos — comenzando de manera urgente por su fumigación aérea), consolidación de grandes extensiones de cinturones verdes que garanticen titularidad del suelo y ausencia absoluta de agroquímicos y un delicado trabajo de diversificación de la producción para evitar el monocultivo para un mejor y correcto cuidado y aprovechamiento del suelo de manera sustentable. Claramente, un Plan Climático y Productivo a gran escala.

Junto con ello, el fomento de unidades y clústeres de logística, distribución y comercialización de cercanía, modelo que traerá aparejada la conformación de circuitos turísticos productivos gastronómicos en los que se incorporen producciones ancestrales y de comunidades originarias, con una clara y popular legislación de acceso y utilización de semillas. Ello permitirá que el acceso a los alimentos, la seguridad o Soberanía Alimentaria, se convierta en una realidad que garantice la accesibilidad y precios justos a través de producción local con agregado de valor e industrialización en origen, de la mano con esquemas de comercialización y distribución de proximidad.

La inversión en infraestructura logística (autopistas, rutas, ferrocarriles, transporte marítimo y fluvial, caminos rurales, electricidad, gas, conectividad) para redistribuir la producción y promover el arraigo y repoblación del territorio, por sí misma garantiza un envión de magnitudes y beneficios incalculables.

A la infraestructura logística hay que agregarle la inversión necesaria para desplegar una migración inversa desde los superpoblados núcleos urbanos a las zonas productivas o del interior. Acceso justo al hábitat rural y urbano, saneamiento, sistemas públicos y locales/regionales de salud, sistemas públicos y locales/regionales de educación —incluyendo nuevas Universidades con carreras basadas en el potencial de cada región—, ordenamientos territoriales urbanos, rurales e industriales para planificar el crecimiento e incentivar la inversión privada, multiplicación de espacios verdes y recuperación de plantas nativas que mejoren flora, fauna y oxígeno.

Todo ello generando un inmenso movimiento en comunidades y gobiernos locales a partir de una transferencia de recursos revolucionaria y profundamente federal, que debe ser constante y automática. A mayor % del PBI transferido a gobiernos locales, mayor será el crecimiento del mismo, individualmente y en su conjunto.

El movimiento económico y la participación de gobernadores, intendentes, representantes de los diversos sectores y de la sociedad en conjunto será un motor imparable de crecimiento y desarrollo.

El Estado Nacional deberá tener un rol de liderazgo en la implementación del Programa y fortalecerse en la articulación público-privada en materias estratégicas como la producción, logística y exportación de alimentos, la cadena relativa a los servicios públicos y recursos energéticos, uniformidad y control férreo de la política hidrocarburífera, priorizando y desplegando el cumplimiento acabado y territorial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS ONU-HÁBITAT) acordados por una mayoría abrumadora de Estados Nacionales y gobiernos locales-regionales de todo el planeta. Disponer de grandes y novedosos incentivos al desarrollo tecnológico, transferencia de tecnología y generación de empleo.

El nuevo mundo nos dará modernos modelos de trabajo a partir de la experiencia del coronavirus. Para muchos rubros, el trabajo a distancia pasó de ser una hipótesis teórica a una realidad indiscutible que se podrá consolidar a través de importantes incentivos estatales que brindarán un efecto positivo inigualable en la disminución de gases de efecto invernadero que aporten a los acuerdos internacionales sobre Cambio Climático y descenso de la temperatura del globo.

Este programa debería prever al menos dos ciclos de Gobierno con ejecución ininterrumpida, cual alianza sagrada inalterable, ya que permitiría generar la expectativa en las fuerzas políticas hoy opositoras de conducir una parte del proceso. Y si así no fuera, la participación de Provincias y Municipios garantiza por sí sola un equilibrio político.

Claramente un sueño de estas características requiere del financiamiento necesario.

Escuchando a líderes políticos de otros países podemos encontrar propuestas y programas de salida a la crisis que plantean inversiones en algunos casos superiores a los 100.000 millones de euros. De manera tal que un diseño fiscal y económico para un correcto aprovechamiento de dólares en un contexto externo beneficioso en esta dirección, más una inmejorable oportunidad para la renegociación de la deuda externa con acreedores privados y el FMI, un moderno y ofensivo programa de acceso irrestricto al financiamiento, el encendido del movimiento económico doméstico y federal y una equilibrada aunque también atrevida política cambiaría y monetaria, permiten claramente rumbear hacia una Argentina moderna que vuelva a mostrar capacidad y signos notables de recuperación y protagonismo regional e internacional, siempre sobre sólidos cimientos de soberanía, independencia, autonomía, solidaridad, justicia e inclusión social.

 

 

 

 

Senador bonaerense. Ex intendente de San Antonio de Areco

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