La calle sucia

La Corte como basurero y la necesidad de reconciliar a la justicia con la sociedad

 

El sábado pasado una manifestación frente al Palacio de Justicia reclamó la libertad de Milagro (un nombre hecho grito) y repudió a la Corte arrojando basura en la calle con el lema: “La Corte es el basurero de la democracia”. El lugar sin duda es estratégico.

Al día siguiente los medios dominantes daban cuenta del hecho, pero la preocupación tenía que ver más con la suciedad de la calle y el costo económico de la limpieza que con el contenido del mensaje. Ese era el problema, todo lo otro no era importante. Ni el reclamo por la libertad de Milagro Sala, ni el repudio a un sistema judicial devaluado y testimoniado de la forma más patética. No decodificaron el mensaje, no entendieron a quién iba dirigido o muy probablemente la negación o la anestesia del hecho fue simplemente estratégica.

En rigor pienso que ese basural merece una lectura más inteligente que detenerse en la metáfora visual, es decir en el lenguaje que la propia metáfora comunica. En ese sentido el mensaje es claro, debe leerse desde la propia imagen que la Justicia transmite al conjunto de la sociedad. Se sabe desde un largo tiempo que es la institución con peor imagen en el país, por debajo de los otros poderes. Si esto es así, ¿por qué enojarse con el mensajero? Limpiar la Justicia y reconciliarla con la sociedad es el cometido, no la recolección de residuos. (Que resolvieron en un par de horas los mismos organizadores). Ahondando más en el hecho, obligadamente hay que referirse a Milagro.

Milagro la víctima, una palabra que encierra un contenido moral, por definición connota inocencia y que el castigo que recibe es inmerecido.

Pero el sábado no se pidió sólo por Milagro, cuidado con la confusión. Lo que allí había era algo mucho más profundo: un reclamo de justicia. Algún filósofo distinguió la justicia en función del sujeto: no es lo mismo para el opresor que para el oprimido, para este último es reivindicación. Ese es el caso de Milagro. Ella entendió como pocos el sentido ético de la política. Estuvo al lado de los necesitados, de los olvidados, de los oprimidos. Desde ahí interpela, asusta al poder, es la cara de los ausentes y de los sin voz.

En definitiva, la metáfora de la basura no es otra cosa que una frase: “No Hay Derecho”. Un grito de hartazgo.

Vale citar a Ferrajoli: “El derecho y la democracia son construcciones humanas: dependen de la política y de la cultura, de la fuerza de los movimientos sociales y del empeño de cada uno de nosotros. Y de su presente y de su futuro todos nosotros tenemos parte de responsabilidad”.

Haciendo un parangón mordaz, me pregunto: cuando los revolucionarios franceses disparaban a los relojes para detener el tiempo, ¿a alguien se le podía ocurrir pensar en el daño material?

 

 

 

* El autor es ex fiscal federal e integrante de Justicia Legítima.

 

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