La ciénaga

Macrì abandona en su huída pertrechos y banderas. Pero ni aun así se olvida de sus amigos.

 

Con el primer cepo dispuesto por el Banco Central (la semana pasada a la remisión de utilidades de los bancos, desde el domingo 1° por DNU también a la compra de dólares y el contado con liqui); en default selectivo o restringido, según distintas calificadoras de riesgo; con la tasa de interés al 83% y la cotización del dólar a 65 pesos, el gobierno del Presidente Maurizio Macrì abandona en su huída pertrechos y banderas. Pero ni aun así se olvida de sus amigos.

Lo que parecía confuso, resultó diáfano. El gobierno y el Fondo Monetario Internacional pretendieron que Alberto Fernández aceptara las nuevas condiciones del organismo para la entrega de los 5.421 millones de dólares pendientes de la penúltima cuota del fracasado acuerdo de stand-by vigente desde hace apenas un año. Pero el triunfador en las elecciones primarias del 11 de agosto se negó y dejó por escrito que el Fondo era corresponsable de la catástrofe social resultante, que todo el dinero aportado sirvió para financiar la fuga de quienes aprovecharon las fabulosas tasas de interés con las que rodó la bicicleta financiera, que hoy se hunde en una ciénaga inevitable, y que es Macrì quien debe tomar todas las decisiones mientras dure su mandato.

La respuesta oficial fue la del nene que después de desmontar del triciclo a empujones a su propietario le pregunta: “¿Me lo prestás?”. Así, obligó a una reprogramación voluntaria de las letras del Tesoro. Tan voluntaria, que a partir de mañana comenzarán las presentaciones judiciales de quienes la rechazan. Entre otras cosas, porque fue dispuesta por decreto presidencial cuando debió serlo por ley, como ocurrió con la autorización para emitirlas, contenida en la ley de presupuesto.

Los detalles son intrincados, y se explican en las excelentes notas de Mónica Peralta Ramos, Horacio Rovelli, Julia Strada, Pedro Biscay, Enrique Hidalgo y Jorge Gaggero. Lo esencial es que el Poder Ejecutivo decidió, por sí y ante sí, postergar el pago de cuatro tipos de letras del Tesoro por unos 7.000 millones de dólares, porque las dos últimas licitaciones de agosto fracasaron. En la primera sólo hubo interesados por el 5% y en la última, ni siquiera, de modo que se declaró desierta, por lo que el gobierno carece de los dólares suficientes para afrontar estos pagos y al mismo tiempo vender dólares de modo que su cotización no se dispare. Es decir que eligió privilegiar a los grandes fondos de inversión, que convierten en dólares las ganancias realizadas en la bicicleta financiera y se las están llevando a un ritmo de 5.000 millones de dólares por mes.

Durante el fin de semana, Macrì instruyó al independiente banquero central Guido Sandleris para que vuelque en forma agresiva esos recursos al mercado. Entre quienes pasaron en esas horas por la Casa de Gobierno estuvo Luis Caputo, el primo Toto, gran amigo y asesor financiero de quienes los comprarán para ponerlos a seguro en costas del norte y guaridas fiscales, fuera del alcance de los posibles reguladores argentos que llegarán con el Frente de Todes.

Como el decreto 596 se redactó a los apurones, con una presunta preocupación humanitaria excluyó de la reprogramación a las personas físicas, que son el 85% de los tenedores pero apenas el 15% del monto. En cambio atrapó en este neocorralito a los Fondos Comunes de Inversión, lo cual afectaría la liquidez de los bancos para responder ante sus clientes y se propagaría por toda la ya catatónica economía real. Aquí, Berco abunda en ejemplos.

Justo a fin de mes, hubiera sido mucho más razonable discriminar por monto de tenencias, de modo de contemplar las necesidades de las pymes, que son personas jurídicas pero deben pagar salarios a seres humanos exhaustos. Como esas letras se pagarían el 15% al vencimiento y el resto a 90 y 180 días, parte de los vencimientos se transferirían al gobierno de Alberto Fernández. De este modo, el sexto presidente peronista recibiría la caja seca, situación ideal para que el FMI intente imponerle condiciones inaceptables.

Es improbable que las dos cámaras del Congreso rechacen el DNU, cosa que ha ocurrido muy pocas veces desde que se constitucionalizó su emisión y una ley dispuso su sanción ficta, apenas por omisión, que no es como la Constitución dice que se forman las leyes en nuestro país. Pero otra de las medidas anunciadas requerirá del pronunciamiento legislativo: es la que contempla el canje sin quita de algunos bonos de mediano y largo plazo.

No de todos: los emitidos bajo ley extranjera según el contrato marco de 2016 con el Banco Mellon de Nueva York, tienen una cláusula de acción colectiva: basta con que la propuesta sea aceptada por quienes representan el 75% del capital de cada bono, o los 2/3 del conjunto de los bonos afectados, y asambleas con mayoría simple para cada bono. Es imposible que en los tres meses de vida que la Constitución le asigna a Macrì cualquier banco internacional pueda organizar semejante canje.

En cambio, los bonos emitidos bajo legislación local no pueden canjearse sin una nueva ley. La de administración financiera estableció en su artículo 65 que el Poder Ejecutivo puede decretar operaciones de crédito público para reestructurar la deuda, sólo si el canje mejora mejora montos, plazos y/o tasas de interés. En este caso no hay cláusula de acción colectiva y como no todos los tenedores resignarán voluntariamente sus derechos, sólo una nueva ley podría someterlos. En este contexto es cualquier cosa menos casual que se redoblen las presiones para arrancarle una palabra al futuro Presidente en favor de las propuestas de Cambiemos, de modo que asuma maniatado de pies y manos.

En eso consiste el nuevo intento de comprometer al Frente de Todes con una política que impugna, denuncia y repudia.

Desde Balcarce 50 y Olivos, Nerón aviva las llamas y pide prudencia y responsabilidad.

Tampoco lo conseguirá.

Lo irreparable es el daño que sigue causando a millones de personas que carecen de alguno o varios rubros indispensables para una vida decorosa: alimentación, techo, agua, luz, medicamentos.

 

 

Meses, semanas, días, horas

Si Fernández hubiera estampado su impresión dígito pulgar derecha en el formulario del FMI, junto a la del primer Presidente neoliberal electo por el voto popular, o si se dispusiera a refrendar en el Congreso las nuevas condiciones que el gobierno intentará acordar con el FMI, habría ganado o ganaría fama de estadista serio y responsable. Como no cayó en la primera celada es un irresponsable a quien debe reclamarse por la incertidumbre económica y la angustia social, línea que se profundizará en los convulsos días por venir. La disparada de los precios de los consumos básicos de subsistencia hace muy difícil para las organizaciones sindicales y sociales seguir conteniendo la desesperación y la ira de sus integrantes. Nadie quiere un estallido, pero el gobierno delega en las propias víctimas la responsabilidad de impedirlo, lo cual tiene un límite. Parecería que el tiempo que resta para cruzarlo se mide en días.

Ninguna de las previsiones de los acuerdos entre el gobierno y el Fondo se cumplió. Uno y otro navegan con instrumental inadecuado y no entienden las reglas básicas de la economía argentina. Por eso los documentos firmados se modificaron varias veces, se alteraron las metas y los métodos y no se alcanzó ninguno de los objetivos pregonados. Con la diferencia de que los funcionarios del Fondo arriesgan sus carreras, mientras Don Gato y sus amigos han incrementado sus fortunas, puestas a salvo en el exterior. Alberto había dicho en el foro del Grupo Clarín que durante su Presidencia no había posibilidad de que la Argentina entrara en default. Muy intuitivo, porque su predecesor ya dejó al país en esa situación, por el momento encubierta con eufemismos. Los documentos que Fernández emitió luego de las dos reuniones que sostuvo con la misión del FMI, en junio y agosto, marcan el comienzo de la negociación del futuro gobierno con el organismo.

Macrì (2015-2019) fue el presidente más market friendly desde Nicolás Avellaneda (el autor de la consigna economizar sobre el hambre y la sed de los argentinos para honrar los compromisos externos); el que contrajo el mayor endeudamiento externo desde Bernardino Rivadavia en 1822, el que obtuvo el préstamo más voluminoso del Fondo Monetario Internacional desde su creación en 1944; el que antes consiguió waivers que implicaron violaciones a los propios estatutos del Fondo; el que más rápido defaulteó y el único que incumple con los compromisos que él mismo firmó. Cristina saldó en 2015 deudas contraídas por la dictadura que derrocó a Perón medio siglo antes. Macrì sólo demoró 15 meses en faltar a su propia palabra y buscar siempre a quien echarle la culpa de sus yerros.

 

 

Esta fue la culminación de una larga serie de chapucerías, con tres presidentes del Banco Central en cien días. Macrì acusó a los votantes que eligieron a Alberto Fernández por la inestabilidad financiera, pero el stand-by con el FMI se firmó apenas cinco meses después de la victoria electoral del oficialismo en las elecciones de medio término. Por entonces, Fernández perdía su valioso tiempo con una figura municipal de Chivilcoy. Macrì triunfó en octubre de 2017, y en febrero de 2018 los mercados voluntarios de crédito se cerraron para la Argentina. En los meses siguientes el peso perdió un tercio de su valor en un día, y otro tanto en otro. En el segundo caso, luego de que Macrì anunciara en un mensaje de apenas 100 segundos que había recibido un nuevo apoyo del FMI, cosa que ni siquiera era cierta. Como diría un estudiante de letras, la palabra de Macrì es performática.

 

El primero

“Si nos toca ser oposición vamos a apoyar las cosas que estén bien”, dijo Macrì en su visita a Coninagro. Había advertido que sólo estaría unos minutos, pero una vez que tomó el micrófono, no podía parar. “Parecía como si le hubieran cambiado la medicación”, fue el comentario, representativo del respeto que despierta la palabra presidencial. En un tono calmo, por completo distinto del que venía empleando en sus manifestaciones públicas, Macrì admitió la posibilidad de ser vencido en las elecciones del 27 de octubre, y el primer Presidente en no conseguir la reelección, entre aquellos que se lo propusieron desde la reforma constitucional de 1994.

Hubo quienes celebraron ese reconocimiento como su primer contacto con la tierra luego de las primarias obligatorias y simultáneas. Es un avance demasiado modesto. Todas las fuerzas políticas del país, sin excluir a la propia, los especuladores financieros, las calificadoras de riesgo, los grandes medios internacionales actúan en consecuencia desde la noche del 11 de agosto, cuando Macrì minimizó lo sucedido con un optimista “hemos hecho una mala elección”. Por su parte, Donald Trump acudió a Twitter para reconocer la tarea que realiza el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuyo país “cuenta con todo el apoyo de Estados Unidos”. De Macrì y la Argentina ni una palabra.

Sólo el jefe de gabinete Marcos Peña Braun prosigue su discurso maquinal, el automatismo de un robot y su voz sin matices ni inflexiones. Suya fue la idea y la organización de la marcha del sábado 20, para la que pidió el apoyo de dos veteranos influencers. Uno de ellos, el actor y ex diputado radical Luis Brandoni fue el semifinalista en el casting vicepresidencial que concluyó con la fórmula Capusotto: Juan Domingo Perdón y Micky Vainilla. No es superfluo recordar el entusiasmo que Vainilla provocó en Wall Street en abril, cuando dijo que la Argentina cumpliría con los pagos de la deuda, lo cual le valió el ofrecimiento una vez que la hipoacusia hizo el resto.

Peña Braun se encargó también de la impresión de las pancartas, la iluminación de la Casa Rosada y la apertura de las rejas de la Plaza de Mayo. Todo eso hizo explícita la soledad del Presidente, sólo acompañado por su fiel esposa. Cerca de Peña Braun alegan que esa imagen de la intimidad es una de las fortalezas de Macrì. Les cuesta advertir que han pasado cuatro años desde el espontáneo beso programado por Jaime Durán Barba al concluir el debate con Daniel Scioli. En 2019 no hay Juliana ni Balcarce que valgan y hasta las fábricas de globos van cayendo al paso de la estanflación. La Nación no encontró a nadie menos devaluado que Pablo Avelluto para simular algún entusiasmo por esa modesta reunión de despedida.

La hipótesis de que Macrì pueda encabezar otra cosa que su familia y alguna empresa es una nueva autoindulgente expresión de deseos. Es difícil imaginar que la alianza Cambiemos sobreviva mucho más allá del mandato presidencial cuya finalización está prevista para el 9 de diciembre, o acaso antes si Federico Pinedo fuera convocado para conducir una segunda transición. El radicalismo no oculta sus planes para recuperar la identidad cuando esta etapa haya concluido y ya se perfilan posibles candidatos a conducirlo a partir de entonces, con dos de los tres gobernadores en primera línea, pero también el ex joven radical Federico Storani y el hermano de la democracia, Ricardo Alfonsín. Para el ex Presidente Raúl Alfonsín, Macrì era el límite que el radicalismo no debería franquear, la derecha. Sus sucesores justificaron el apartamiento de esa línea como sacrificio para la subsistencia del partido que en 2020 cumplirá 130 años. El mismo argumento se esgrimirá a partir del año próximo para explicar la ruptura. La UCR vive en estado de necesidad, como un menesteroso en situación de calle.

 

Precalentamiento.

 

Cuando responden cómo fue posible que no supieran prever un resultado electoral tan nítido, los colaboradores de Jaime Durán Barba replican que les pasó lo mismo que a un piloto que vuela por instrumentos y se topa con una montaña a 300 metros de altura, cuando el tablero le indica que está volando a 3.000. Se consuelan pensando en lo que le ocurrió a un fondo internacional de inversiones, que contrató a un afamado encuestador de origen radical e hijo de una respetada jueza, para que realizara un gigantesco sondeo presencial. Confiado en las cifras resultantes, el comitente compró papeles argentinos por más de mil millones de dólares, que en pocas horas se redujeron a la mitad.

Luego de fomentar la polarización y anunciar un futuro plagado de motochorros, chavistas y vatayones militantes desatados, el mago ecuatoriano ahora destaca la necesidad de un entendimiento entre Macrì y Fernández para un futuro en el que su pupilo no tiene billete de entrada. La contundente derrota del Hada Buena sugiere que si PRO se mantuviera en el gobierno de la Ciudad Autónoma, de todos modos habría perdido la proyección nacional que adquirió con el anómalo resultado de 2015, por tantas razones irrepetible.

A 57 días de la elección presidencial, la relación entre Macrì y el Hada Buena es un tire y afloje sin desenlace definido. Ella reprocha que no le haya permitido desdoblar la elección ni suministrado recursos equivalentes al extinto Fondo del Conurbano. Macrì a su turno, se fastidia por el carácter depresivo de la gobernadora, su escaso temperamento para la lucha. La percibe como una creación mediática, pura imagen sin sustento en la realidad. Nadie mejor que él para saberlo.

 

El presidente y su Hada Buena. La revolución de la alegría.

 

Horacio Rodríguez Larreta es otra cosa. Jefe político de Vidal, se asume como cabeza de la oposición al próximo gobierno. No duda de su victoria y calcula que con repetir los guarismos de agosto, pasará del 50%, porque el porcentaje de calculará sobre una base menor que en las PASO, descontados los votos inválidos, ya sean blancos o nulos. Pero no quiere decirlo, para no relajar el músculo de su fuerza. Ya sin Macrì, su gobierno podría confundirse sin dificultad con el de varios peronismos provinciales. Si, contra sus previsiones, no lograra la reelección y, forzado a una segunda vuelta, sucumbiera ante la ola que barre todas las costas, la fusión de los restos con el peronismo sería aún más rápida.

 

 

 

 


La música que escuché mientras escribía

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