El diablo se equivocó

Dispuesta a todo para restringir los derechos de los sectores populares

 

En estos últimos dos meses mi salud flaqueó y me mantuvo alejado de la posibilidad de escribir las notas de los domingos en El Cohete, que tanto placer me producen. En ese tiempo también pasaron tantas cosas en nuestro país que desafían al más imaginativo.

Una de la más significativas ha sido el descaro de un sector de la Justicia al formular los alegatos en el juicio de la obra pública de Santa Cruz, con el surrealista dictamen de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, el cual pasará a los anales del Derecho como la ignominia más brutal de una alicaída administración de justicia. Por ser abogado, infinidad de veces me han preguntado si creo en la Justicia. Sistemáticamente respondo que si bien la Justicia es como la Biblia para un cristiano, lo que hace cada sacerdote es una cuestión bien distinta. Por ello, en lo que decididamente no creo es en la administración de justicia que hacen los jueces, ya que por donde se mire, se lea o se analice, la inmensa mayoría de los procesos son igualmente injustos. Pero, entonces, ¿cómo se hace para creer en los actuales miembros de la Corte Suprema? Es la encargada de ordenar el sistema, sin embargo, su actuación es por demás amañada, con una extensa lista de atrocidades cometidas y en curso de acción que apabullan. Me gustaría ver, aunque es difícil que ello ocurra, qué dirá nuestra historia judicial cuando esta aberrante página de nuestra administración de justicia acabe, porque así como a la Corte de la época de Carlos Menem la llamaron “la mayoría automática”, habrá que ver con qué nombre se conocerá este tiempo en el futuro. Quizás sea la Justicia “esbirro de la oligarquía” o “al servicio de los sectores de poder económico” o simplemente “clasista”.

Pero como siempre pasa con los líderes populares de la envergadura de Cristina Kirchner, el pueblo desenmascaró la infamia del alegato de la fiscalía y transformó la adversidad en un amor inmenso que sólo puede ser brindado por un pueblo movilizado. Rápidamente, miles de personas se agolparon día a día frente a su casa a rendirle su amor incondicional cuando volvía de cumplir sus funciones en el Senado, y confieso que me moría de envidia al no poder estar allí. Vivir lo popular, brindarse en cuerpo y alma a su líder es lo máximo para un militante: una exquisita mezcla de amor, compromiso y entrega.

La brutalidad de la derecha no se hizo esperar e intentaron asesinar a Cristina. Esta vez, por suerte, el diablo se equivocó y cargó mal el arma. A veces pienso qué hubiera pasado si salía la bala y me corre frío por la espalda. Los medios rápidamente intentaron minimizar el intento de magnicidio, pero el avance de la investigación consolida la idea de que lo que se ve, lo que hasta ahora salió a la luz, es una pequeña porción de la realidad. En verdad, poco importa si los que están presos son o no los únicos responsables, porque los verdaderos responsables están a la vista: son Clarín, la Nación y el resto de los medios dominantes que le pudren la cabeza a la gente; es la Corte, las Cámaras de Apelaciones y los Juzgados que hacen que cualquiera (mientras sea por derecha) crea que puede ejercer violencia verbal o física sin consecuencia alguna, ya que siempre habrá un fallo salvador. Por supuesto que nunca hay que descartar el rol de la Embajada de Estados Unidos y su inefable CIA. Aunque se solidaricen con lo que pasó, aparecen de alguna forma vinculadas con el hecho.

Mientras tanto, la derecha argentina siguió vomitando sus ideas para restringir los derechos de los sectores populares. Desde entrar al Conurbano con metralla en mano, a meterle bala a los trabajadores, ya escuchamos todo. De lo dicho, quiero rescatar algo que creo que no ha sido suficientemente tratado por los medios progresistas, atento el impacto que tienen las medidas propuestas por una derecha reaccionaria e impiadosa. Hace algún tiempo le preguntaron a Horacio Rodríguez Larreta qué haría con el sistema previsional y respondió, muy suelto de cuerpo, que en cinco días resolvería todos los problemas previsionales. Mauricio Macri redobló la apuesta y dijo que privatizaría el sistema previsional. Creo que es necesario poner luz sobre lo que significan esas frases dichas por los dos máximos responsables del PRO.

En primer lugar, es importante explicar cuál es la importancia de un sistema previsional. Las sociedades actuales están conformadas por distintos sectores, según su nivel económico y su preparación intelectual. A los sectores de alto poder adquisitivo les molesta tan solo pensar en un sistema previsional, aunque cuando llegan a la edad jubilatoria son los primeros en ir a reclamarla. Los sectores medios y bajos de la sociedad son quienes requieren una cobertura para cuando sus fuerzas laborales se agoten. Para la inmensa mayoría de los sectores populares, su principal herramienta de trabajo es su cuerpo, por lo tanto, cuando su fuerza de trabajo declina, pierden toda posibilidad de autosustentarse y requieren de la ayuda del sistema previsional. Para decirlo en forma clara, cuando una persona se pone vieja o se enferma o se incapacita y no puede trabajar más es imperioso que el Estado, a través del sistema previsional, le aporte los recursos necesarios para poder mantener el nivel de vida alcanzado al momento de la jubilación. Este fue el mayor logro social alcanzado por la sociedad mundial a lo largo del siglo XX, el cual fue la piedra basal del llamado Estado de Bienestar europeo, aun cuando no se tenga el nivel de desarrollo necesario para cubrir, de manera óptima, las necesidades de cada uno de los integrantes de esa sociedad. Con el fin de dar cumplimiento a estas necesidades, se desarrollaron distintos sistemas: de reparto, de capitalización completa, de capitalización individual y mixto. El sistema de capitalización colectiva ha ido perdiendo vigencia a medida que los sistemas maduraron y tiene poca trascendencia.

El sistema de reparto es el que rige actualmente en nuestro país. Consiste en un esquema al que aportan los trabajadores, contribuyen los empleadores y complementa el Estado mediante los llamados impuestos con afectación específica. Este sistema es administrado por el Estado y el Parlamento fija las reglas de acceso a las prestaciones y los aportes necesarios cuando los recursos normales no alcanzan. El aporte de los trabajadores y las contribuciones de los empleadores son obligatorias, por lo que el mayor enemigo del sistema es el trabajo no registrado.

El sistema de capitalización individual es un sistema por el cual se crean distintas empresas administradoras, por lo general propiedad de los bancos, las cuales reciben el aporte individual del trabajador o de la trabajadora con una comisión de aproximadamente el 35% de dicho aporte (entre el 20% y el 25% de comisión corresponde a la administración de fondos y un 10% a 15% para cubrir invalidez). Es decir, por cada $100 que se depositan, capitalizan sólo $65, los cuales van a una cuenta individual y son destinados a inversiones que selecciona el banco, cuyos dividendos son agregados a la cuenta en cuestión. Cuando el aportante llega a la edad jubilatoria, pueden ocurrir tres cosas: que el dinero de su cuenta le alcance para obtener una jubilación ordinaria (la que puede ser contratada con el propio banco en lo que se llama “retiro programado”), o comprar una renta vitalicia en una compañía de seguros. Pero cuando lo acumulado en la cuenta no le alcanza para cobrar una jubilación ordinaria, el aportante recibe lo que se llama retiro fraccionario, que consiste en que le devuelven lo acumulado en unas pocas cuotas y se queda sin jubilación.

Las inversiones que pueden hacer las administradoras/bancos son un menú de títulos financieros, compra de títulos públicos, acciones, títulos de deuda, etc. Las acciones cotizan en Bolsa, es decir que diariamente abre una rueda donde distintos oferentes compran y venden sus acciones, y eso mismo hacen los bancos con sus recursos. Por ende, si las acciones vendidas y compradas dan un buen dividendo, se lo queda el banco; pero si el ingreso es magro, lo acreditan en las cuentas de los ahorristas. Por otro lado, cuando los bancos compran acciones, se conforma un stock y si el valor de esas acciones crece, mejora la capitalización individual; pero si bajan las pérdidas, integralmente caen también sobre las cuentas individuales y quienes pierden son los trabajadores. Las administradoras nunca pierden.

Pero lo peor del régimen de capitalización individual es que no es compatible con una economía con inflación. Esto se debe a que el retiro programado o la renta vitalicia se calculan con las tasas que ofrecen las distintas administradoras/bancos y, si ofrecen actualizaciones altas, el monto de la jubilación decrece fuertemente, mientras que si la actualización es baja, la jubilación mejora su monto al momento de su otorgamiento. El resultado de este proceso es que a mayor actualización, más baja la jubilación; y a menor actualización, más alta la jubilación. Pero en los dos casos, cuando el fondo se agota, la persona beneficiaria se queda sin jubilación alguna. Sólo hay que imaginar el régimen de capitalización conviviendo con una inflación como la actual para darse cuenta de que el nivel de cobertura caería en forma estrepitosa.

Es probable que quienes hoy son jóvenes, y en algunos casos no tan jóvenes, crean que pueden salvarse solos. Que si ahorran lo propio les va a ir bien y que el resto se organice como pueda. Máxime con la feroz y permanente campaña contra los planes de regularización de aportes que permitieron que cuatro millones de personas –en su mayoría mujeres– se jubilaran, y que despectivamente llaman jubilaciones sin aportes o con pocos aportes. Ni hablar de la estigmatización que hacen de los planes sociales. A quien piensa así lamento decirle que está muy equivocado, que si algo caracteriza a los sistemas previsionales es que nadie se salva solo.

En la Argentina hemos tenido los dos regímenes. El de capitalización individual rigió de 1993 a 2008, al cual Cristina Kirchner, a instancias de Amado Boudou, reestatizó. Si se me permite una digresión, la cárcel que padeció Boudou y la eterna persecución contra Cristina tienen mucho que ver con haber afectado los poderosos intereses de las administradoras/bancos. Si uno hace una simple comparación de lo que ocurrió en la Argentina, rápidamente entenderá que cuando Macri habla de privatizar el sistema previsional, lo único que intenta es defender los intereses de los poderosos del sistema financiero, aunque en ello les vaya la vida a los trabajadores.

Bajo el sistema de capitalización, el Estado se vio obligado a implementar el pago de un “complemento del haber mínimo”, ya que la capitalización pagaba una jubilación tan baja que no cubría las necesidades básicas. La tasa de cobertura disminuyó a niveles inéditos: sólo había 3,2 millones de beneficiarios, de los cuales 1,4 millones eran pensionados o pensionadas.

Cuando se re-estatizó el sistema previsional en 2008 y se creó el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), se alcanzaron los 6,9 millones de beneficios actuales, de los cuales 1,6 millones son pensionados. Es decir que, si tomamos sólo los jubilados (sin considerar a los pensionados), tenemos que el régimen de capitalización contaba con 1,8 millones de beneficiarios, mientras que el régimen de reparto tiene, actualmente, 5,3 millones de jubilaciones. Esto muestra que el régimen de reparto permitió aumentar casi 3 veces el número de beneficiarios bajo el esquema de capitalización. En cuanto al monto del haber, en 2015, durante el gobierno de Cristina Kirchner, la Argentina registró la jubilación mínima más alta de América Latina.

Durante el gobierno de Macri, la idea de privatizar el sistema previsional estuvo latente. Incluso anunciaron que lo harían si ganaban las elecciones. Afortunadamente perdieron, y todas las voces se llamaron a silencio. Pero hoy ya no disimulan y lo dicen con todas las letras, por lo que creo que es necesario librar esta batalla hoy mismo, porque mañana puede ser tarde.

¡La pelea recién empieza!

 

 

 

 

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