La derrota del realismo

Guerra en Medio Oriente, dogmatismo y lobby pro-israelí

El alineamiento ciego de Milei con Israel llevó a Buenos Aires a un nivel desconocido de vulnerabilidad estratégica.

 

La escuela realista de las Relaciones Internacionales hunde sus raíces en los clásicos de la teoría política occidental, entre ellos Tucídides (siglo V a. C.), Maquiavelo (siglo XV) y Hobbes (siglo XVI). Esta impronta, recogida por los primeros expertos de la academia estadounidense de las décadas de 1930 y 1940, dio lugar a un modo de aproximación a la política internacional que expresaron, entre otros, autores de la envergadura de Reinhold Niebuhr, Hans Morgenthau, George Kennan, Henry Kissinger y Raymond Aron.

Posteriormente, Kenneth Waltz daría cuerpo, desde fines de la década de 1950 y a través de su teoría estructural, a lo que dio en llamarse “neorrealismo” o “realismo sistémico”, con discípulos como Stephen Walt y John Mearsheimer. Estos tres autores, miembros del connotado mainstream de las Relaciones Internacionales —esto es, analistas habitualmente consultados en los círculos de poder de Washington—, nos permiten acercarnos al modo en que la política exterior estadounidense intervino en las últimas décadas en el conflicto de Medio Oriente.

Con notable honestidad intelectual, Mearsheimer, Walt y Waltz han planteado severas críticas a la forma en que el establishment de Washington —la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono, el Congreso— han conducido los destinos en esa convulsionada región del planeta.

 

El lobby israelí

En marzo de 2007, Mearsheimer (Universidad de Chicago) y Walt (Universidad de Harvard) publicaron en London Review of Books un polémico artículo titulado El Lobby Israelí. Rechazado por The Atlantic Monthly —lo mismo sucedería con otros medios producto de presiones sectoriales—, finalmente la revista literaria británica solicitó a los autores el manuscrito para su publicación, cuya versión extendida se convirtió en best-seller.

Los académicos argumentan que el cabildeo de los grupos pro-israelíes (el lobby) ha desviado la política estadounidense de lo que deberían ser sus intereses nacionales, priorizando los israelíes (incluso a expensas de la propia seguridad de los Estados Unidos). Desde la guerra de los Seis Días (1967), y especialmente desde la guerra de Yom Kippur (1973), la política de Washington hacia Medio Oriente se ha focalizado en la relación con Israel, un vínculo “incondicional” y de una “intensidad sin precedentes” apoyado en los siguientes ejes:

  • La asistencia económica y militar (Israel ha sido el mayor receptor directo de asistencia desde 1976);
  • Las condiciones preferenciales de esa asistencia (a diferencia de otros receptores, Israel recibe la suma total al inicio del año fiscal, puede usar el 25% de los fondos para su industria de defensa, y es el único país que “no tiene que dar explicaciones sobre la manera en que gasta el dinero”);
  • La “ceguera” nuclear (Washington ha “hecho la vista gorda” al desarrollo israelí de armamento atómico); y
  • Un irreductible apoyo diplomático (los Estados Unidos han vetado más de 40 resoluciones del Consejo de Seguridad críticas con Israel).

Walt y Mearsheimer desmenuzan los fundamentos del apoyo incondicional estadounidense y refutan las justificaciones habituales. En primer lugar, consideran que Israel no es un “activo estratégico vital” para los Estados Unidos por las siguientes razones:

  1. Israel ha sido una “carga estratégica” en la primera guerra del Golfo (1991) y en la invasión a Irak (2003), dado que Washington “no podía utilizar las bases israelíes sin romper la coalición anti-iraquí”;
  2. Los Estados Unidos tienen un problema con el terrorismo transnacional que, en gran medida, “es el resultado de su alianza con Israel, y no al revés”;
  3. Los supuestos “Estados canallas” de Medio Oriente “no representan una amenaza directa a los intereses de los Estados Unidos, excepto cuando son una amenaza para Israel”; y
  4. Israel no se ha comportado como un “aliado leal” de Washington, dado que ha ignorado peticiones (relativas a los asentamientos en Cisjordania o a los asesinatos selectivos de líderes palestinos); ha proporcionado tecnología militar a rivales (China); y ha llevado a cabo “operaciones de espionaje contra los Estados Unidos” (casos Pollard y Franklin).

En segundo lugar, no encuentran justificaciones morales convincentes para el respaldo incondicional a Israel, empezando por el hecho del aplastante poder militar israelí. Lejos de ser un “David peleando contra Goliat”, Israel es la principal potencia en fuerzas convencionales de Medio Oriente; y es el único Estado de la región con armas nucleares.

Posteriormente, desarrollan su tesis sobre el “lobby israelí”, al que definen como “una coalición difusa de individuos y organizaciones que trabajan para guiar la política exterior estadounidense hacia posiciones pro-israelíes”. En ese heteróclito conglomerado ubican a organizaciones judío-norteamericanas (cuya mirada diferencian de la de “la mayor parte del judaísmo estadounidense, que es partidario de hacer concesiones a Palestina”), cristianos evangélicos, neoconservadores y al American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), al que describen como “un agente de facto de un gobierno extranjero con poder absoluto en el Congreso”.

Los autores también se enfocan en:

  1. Los medios de comunicación con líneas editoriales pro-israelíes;
  2. El papel de think tanks como American Enterprise Institute, Brookings Institution, Center for Security Policy, Foreign Policy Research Institute, Heritage Foundation, Hudson Institute, Institute for Foreign Policy Analysis y Jewish Institute for National Security Affairs, en los que resulta imposible hallar un analista crítico de Israel; y
  3. En las acusaciones de antisemitismo a “cualquiera que critique las acciones de Israel o que argumente que los grupos pro-israelíes tienen una influencia significativa”.

Walt y Mearsheimer también plantean en su artículo de hace dos décadas cuestiones de sorprendente actualidad. Al referirse a Irán, señalan que Israel lo percibe como el “enemigo más peligroso” por su programa nuclear; y advierten que el lobby intensificará la presión para “clausurar el programa nuclear de Teherán”, incluso forzando una acción preventiva (como la del pasado 21 de junio en Fordo, Natanz e Isfahan).

Finalmente, los académicos enumeran los costos que las políticas impulsadas por el lobby conllevan “para los Estados Unidos, el mundo y para el propio Israel”. Entre los efectos deletéreos, señalan el aumento sin precedentes del riesgo de ataques terroristas (tal como el llevado a cabo por Hamás el 7 de octubre de 2024, el más mortífero que ha sufrido Israel).

 

 

 

Desequilibrio en Medio Oriente

Unos pocos meses antes de su muerte en 2013, Kenneth Waltz —el más influyente académico de las Relaciones Internacionales del siglo XX— publicó en Foreign Affairs un artículo titulado Why Iran Should Get the Bomb (¿Por qué Irán debería obtener la bomba?).

El profesor emérito de Columbia desafiaba allí la visión convencional de que un Irán con armas nucleares representa el peor escenario para Medio Oriente. Por el contrario, argumentaba que el desarrollo de armamento nuclear por parte de Teherán sería el mejor resultado posible, puesto que restablecería el equilibrio de poder en la región. Entre sus argumentos, se destacan los siguientes:

  • El monopolio nuclear de Israel, y no el deseo de Irán de poseer armamento nuclear, es la principal causa de inestabilidad en Medio Oriente;
  • La historia demuestra que la emergencia de nuevos Estados nucleares produce, por lo general, más estabilidad regional e internacional al reducir los desequilibrios de poder militar;
  • Rechaza la caracterización del régimen iraní como intrínsecamente irracional. Sostiene que los líderes persas “no son mulás locos, sino ayatolás perfectamente cuerdos que desean sobrevivir como cualquier otro líder”;
  • Es mucho más probable que, si Irán desea tener armas nucleares, sea con el propósito de cubrir sus necesidades de seguridad y no de mejorar su capacidad ofensiva (o de destruirse a sí mismo);
  • La historia refleja que los países que obtienen la bomba “se sienten cada vez más vulnerables y se tornan muy conscientes de que las armas nucleares los convierten en blancos potenciales a los ojos de las grandes potencias”. Esto los disuade de “emprender acciones osadas y agresivas”;
  • La transferencia de armas nucleares a terroristas es “altamente riesgosa” debido a la vigilancia de Estados Unidos y a las extendidas capacidades de la comunidad internacional de identificar la fuente del material fisible. Además, los países “nunca pueden controlar por completo, ni predecir, el comportamiento de los grupos terroristas”;
  • El temor a una “proliferación rápida e incontrolada” es infundado. Desde 1970 ha habido una “marcada desaceleración en el surgimiento de Estados nucleares”;
  • Si Irán se convierte en la segunda potencia nuclear de Medio Oriente, “esto difícilmente indicaría el inicio de una avalancha”. Si el desarrollo de la bomba por parte de Israel en los años ‘60 no provocó una carrera armamentista, no hay ninguna razón para que Irán la desencadene ahora.

 

Trump: fin del orden liberal y del “repliegue prudente”

Con el ataque a los sitios de investigación, acopio y enriquecimiento de uranio persas, Donald Trump rubricó la carta de defunción del “orden liberal internacional” creado en 1945. A diferencia de intervenciones militares previas de las últimas tres décadas (Kosovo 1999, Afganistán 2001, Irak 2003, Libia 2011), esta vez Trump —como precisa Juan Tokatlian— “ni siquiera mencionó las palabras ley interna, derecho internacional o legítima defensa. Ni tampoco pretendió alguna señal de mínimo respaldo de la ONU”.

En este marco, los ataques preventivos sobre Teherán representan un revés para la estrategia de “repliegue prudente” que Washington venía desplegando. Los profesores Paul MacDonald (Wellesley College) y Joseph Parent (Universidad de Notre Dame) han publicado el año pasado un muy interesante artículo titulado The Dynamics of US Retrenchment in the Middle East (La dinámica del repliegue estadounidense en Medio Oriente) en Parameters, la publicación de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos.

Allí sostienen que las condiciones en Medio Oriente durante 2024 eran auspiciosas para un repliegue sostenido. Si bien los Estados Unidos experimentan una disminución de su poder relativo global (debido al ascenso de China), su posición dominante en Medio Oriente permitiría una retirada gradual y controlada. Los autores enfatizan que los despliegues militares avanzados de Washington en el pasado no han influido positivamente en la región; y que mantener una amplia presencia allí minimiza el desafío estratégico planteado por Beijing.

En su artículo, identifican cuatro variables que inciden en la decisión de una gran potencia a la hora de replegarse (disponibilidad de aliados [1], compromisos independientes [2], cálculos de conquista [3] y rango relativo [4]). Asimismo, repasan una serie de razones —desde su óptica, convincentes— por las que Washington debería profundizar una estrategia de “repliegue prudente”:

  1. Los altos costos de los compromisos pasados en la región (tanto materiales como en pérdidas humanas); y
  2. Cambios en los intereses de los Estados Unidos (la llegada del fracking y la conversión en exportador neto de energía; la sostenida presión militar que ha debilitado a las principales organizaciones yihadistas; y el giro estratégico hacia Asia-Pacífico, apoyado en cierto consenso bipartidista de la política y la opinión pública estadounidenses).

En cuanto a la situación de Irán, MacDonald y Parent coinciden con las previsiones de Walt, Mearsheimer y Waltz. Concretamente, señalan que si un Estado como Irán adquiriera armas nucleares, ello no alteraría significativamente el “cálculo de conquista”. Un pequeño arsenal de armas nucleares es principalmente un instrumento defensivo; e Irán probablemente “procedería con cautela”, dada la vulnerabilidad que ello implicaría frente a posibles ataques israelíes o estadounidenses.

En la mirada de los autores, un despliegue masivo de Washington en la región podría aumentar el incentivo para la proliferación iraní: “Las evaluaciones de inteligencia sugieren que Irán estaba más interesado en adquirir armas nucleares a principios de la década de 2000, en el auge de las operaciones militares estadounidenses en la región”. Por el contrario, esfuerzos diplomáticos como el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) —el acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní firmado en 2015 por Irán y el Grupo 5+1— adquirieron relativo éxito durante las etapas de repliegue estadounidense.

Así las cosas, los recientes ataques israelíes y estadounidenses podrían tener efectos contrarios a los buscados. Como escribió David Sanger en The New York Times: “Irán podría recuperarse lentamente, los científicos nucleares que sobrevivan podrían llevar sus habilidades a la clandestinidad y el país podría seguir el camino que Corea del Norte tomó, y comenzar la carrera hacia una bomba (…) Es posible que Irán llegue a la conclusión de que esa es la única vía para controlar a las potencias más grandes y hostiles”.

 

Teherán tras los “ataques preventivos” de Estados Unidos.

 

 

¿Y por casa como andamos?

Hemos referido en más de una oportunidad sobre la “occidentalización dogmática” que caracteriza a la política exterior de Javier Milei. Entre sus rasgos, destacan el alineamiento irrestricto con los Estados Unidos e Israel y el comportamiento imprudente de naturaleza anti-realista. Cabe recordar lo que señalaba —inspirado en Maquiavelo— Hans Morgenthau en su clásico Política entre las naciones: “El realismo considera a la prudencia como la virtud suprema en política”.

La premisa realista consistente en evitar comportamientos dogmáticos en la escena internacional no ha sido internalizada por quienes conducen la política exterior argentina. El apoyo irreductible al Israel de Netanyahu en su ofensiva contra Irán —coronada por el mensaje del canciller israelí Gideon Saar, quien expresó en un posteo “Viva la libertad carajo” y etiquetó a Milei para celebrar el ataque contra la prisión de Evin en Teherán— es la expresión más acabada de un anti-realismo que ha llevado a Buenos Aires a un nivel desconocido de vulnerabilidad estratégica.

Este alineamiento sin fisuras con la extrema derecha israelí se revela en un conjunto de posicionamientos que implican, adicionalmente, una ruptura con posturas diplomáticas mantenidas por gobiernos tan disímiles como los de Mauricio Macri (2015-2019) y Cristina Fernández (2007-2015). A continuación, un repaso del dogmatismo que domina el vínculo Buenos Aires-Tel Aviv:

  • El gobierno argentino anunció el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén en contradicción con resoluciones de la ONU (AG 181, CSNU 478);
  • La Argentina se abstuvo en la ONU en votaciones relativas al cese al fuego en Gaza;
  • Buenos Aires votó en contra del reconocimiento del Estado de Palestina, desentendiéndose de una línea diplomática histórica, que reconoce a Israel, pero también el reclamo palestino;
  • El gobierno argentino rechazó la resolución de respaldo a la UNRWA, el organismo de apoyo a los refugiados de Palestina;
  • La cancillería argentina guardó silencio ante los ataques israelíes contra el contingente argentino de la misión de paz en el Líbano (UNIFIL); y
  • Buenos Aires se alineó con Tel Aviv para oponerse a la creación de una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente.

A pesar de las desmesuras de nuestra política exterior, que han llegado al punto de comprometer —por el momento, sólo discursivamente— al país en conflictos geopolíticos ajenos a nuestros intereses vitales, las acciones del gobierno de Milei parecen ser receptadas indulgentemente por analistas que reciben semanalmente los improperios presidenciales. Por ejemplo, Joaquín Morales Solá, uno de los destinatarios del acrónimo NOLSALP [5], ha señalado:

“Detengámonos en las cosas que se dicen aquí. Una de las más disparatadas sostiene que si el régimen de Irán continuara la guerra con atentados, la Argentina sería una de las primeras víctimas por la especial relación de Javier Milei con el jefe del gobierno de Israel, Benjamin Netanyahu (…) Israel se colocó en el lado bueno de la historia (…) Debe reconocérsele a Trump (…) que él también decidió terminar con el peligro atómico que significaban las plantas nucleares de Irán”.

Tal vez, para entender este respaldo periodístico (pese a los insultos recibidos) a una política exterior argentina que eleva su nivel de vulnerabilidad estratégica a niveles insospechados [6], haya que poner el foco —como hicieron Walt y Mearsheimer en los Estados Unidos— en ciertos grupos de cabildeo de notable injerencia en la orientación internacional del país.

En efecto, apellidos como Elsztain (magnate que alojó gratuitamente a Milei en una suite del Hotel Libertador después de su victoria electoral); Werthein (representante de uno de los grupos empresarios más importantes del país, devenido en canciller); Wahnish (rabino personal y guía espiritual de Milei, actual embajador en Tel Aviv); y Yanco (marido de Patricia Bullrich, titular del portal Vis a Vis y socio de Claudio Avruj, mano derecha histórica de Rubén Beraja), empiezan a ser estudiados con mayor detenimiento por quienes creen en la necesidad de desentrañar los vínculos entre lobbistas y políticas públicas.

En cualquier caso, es tiempo de que el realismo y la prudencia retornen al centro de la escena de nuestra política exterior.

 

 

 

* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor de Relaciones Internacionales (UBA-UNSAM-UNQ-UTDT).

 

[1] Consideran los autores que “Medio Oriente cuenta con varios Estados (Israel, Arabia Saudita, Turquía, Baréin, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos) capaces de contribuir a la estabilidad regional y alinearse con los intereses estadounidenses”.
[2] Argumentan que los intereses estadounidenses en Medio Oriente son relativamente independientes. Cuestionan la idea de que la inestabilidad regional (por ejemplo, un resurgimiento del ISIS o un Irán en ascenso) podría desencadenar una cascada de consecuencias negativas para Washington.
[3] Según MacDonald y Parent, Medio Oriente tiene una historia de “sólido dominio defensivo”, donde los intentos de modificar las fronteras mediante la agresión militar han fracasado en gran medida.
[4] Según los autores, si bien Estados Unidos está “decayendo lentamente del primero al segundo lugar en el sistema con respecto a China”, aún mantiene una “posición dominante en Medio Oriente”. Esta es la única de las cuatro variables contrarias a una retirada.
[5] “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.
[6] Su colega y prosecretario general del diario La Nación, Claudio Jacquelin, expresó una mirada exactamente contraria a la de Morales Solá.

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí