LA DIMENSIÓN ECONÓMICA Y GEOPOLÍTICA DE UN CRIMEN DE ESTADO

 

A un año de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, este crimen de Estado interpela al conjunto de la sociedad y a sus instituciones desnudando la deuda que nuestra democracia tiene con la inclusión social y con el Estado de Derecho. Este crimen aberrante ha colocado a la brutal desposesión de los pueblos originarios en el centro de la escena política. Hoy la espesa bruma que ha envuelto a esta expoliación desde la conformación de la Nación argentina empieza a desgarrarse. Por estos intersticios emerge lo que hay de común entre el crimen perpetrado contra los pueblos originarios y el drama que nuestro país vive en el presente: una feroz desposesión ejercida a través de una coerción devenida natural, invisible y por lo tanto inexistente.

Macri llego al gobierno de la Republica por el voto popular. En diciembre de 2015 una coalición de partidos políticos apoyada por sectores de las clases medias y por las fracciones más poderosas del capital accedió al control del poder político con legitimidad de origen. Paradójicamente, desde un inicio Macri gobernó destruyendo sistemáticamente la legitimidad de las instituciones democráticas. La utilización del blindaje mediático y el relato único con el objetivo de engañar a la población y anular el disenso, las operaciones mediático/judiciales para destruir a la oposición y ocultar la corrupción, la proliferación de presos políticos, el fusilamiento por la espalda en actos represivos, la desaparición forzada, fueron algunos de los mecanismos utilizados para disciplinar a la sociedad y reproducir la permanencia de la alianza gobernante en el poder. Mientras esto ocurría en el plano institucional, la política de “apertura al mundo” de Macri condujo al país al callejón sin salida del endeudamiento creciente, la corrida cambiaria y la inflación desmadrada, culminando en el abrazo mortal del FMI.

La política económica de Macri hunde al país en la vorágine especulativa del sistema financiero internacional al mismo tiempo que provoca enormes transferencias de ingresos desde los que menos tienen hacia los que más tienen. La especulación financiera y el creciente endeudamiento externo constituyen los principales mecanismos de absorción y fuga hacia el exterior del excedente, la riqueza acumulada y los ingresos de la población. Esto coexiste con una despiadada lucha entre las fracciones más poderosas del capital local (nacional y extranjero) por apropiarse de una mayor cuota de los ingresos de la población a partir del dominio ejercido sobre los sectores estratégicos de la economía y la determinación monopólica de sus precios. La conjunción de estos fenómenos hoy precipita al país hacia una fuerte recesión mientras la inminencia de hiperinflación, corrida cambiaria y posible default acechan nuestro presente. En este contexto, Macri se prepara para las elecciones presidenciales de 2019 y reconstruye su discurso político. Ahora, el “sí, ¡podemos!”, “la esperanza de un cambio” y el “esfuerzo compartido” para llegar “al país que queremos todos” busca un referente que lo sintetice. Lo encuentra en una localidad lejana, azotada por los vientos sin memoria de la Patagonia, una localidad cuyo nombre mítico es también metáfora de un pasado de exterminio salvaje: Vaca Muerta. Al decir del nuevo Ministro de Energía, Vaca Muerta será ahora el Silicon Valley del progreso argentino. Esto no es casual: en los últimos dos años esta región ha trepidado bajo la febril afluencia de grandes capitales locales y extranjeros venidos a ocupar el territorio reivindicado por los Mapuches para explotar lo más rápido posible a la segunda reserva mundial de shale oil / gas. Así, la desaparición forzada de Santiago Maldonado adquiere un nuevo significado y la dimensión económica y geopolítica de este brutal crimen de Estado emerge a la luz del día: la trama y el escenario de la tragedia hunde sus raíces en los conflictos que hoy sacuden al mundo y amenazan con destruir no solo a nuestra civilización occidental sino a la vida humana en este planeta.

El mundo en el que transcurre nuestro presente está dominado por
un capitalismo monopólico global, es decir: por un sistema social basado en la obtención de ganancias sin límite a partir del control monopólico de todos los aspectos de la vida en sociedad: económicos, políticos y culturales.

Esta fase del capitalismo impulsa una acumulación de capital basada en el desarrollo tecnológico de la industria de guerra y en la creciente absorción del excedente, de la riqueza acumulada y de los ingresos de la población mundial a través de rentas monopólicas de todo tipo. Este capitalismo se expande por el mundo incorporando regiones y países con culturas y sistemas políticos distintos y con economías y mercados con diferente grado de regulación, constituyendo una estructura productiva y financiera global interconectada de múltiples maneras a lo largo y a lo ancho del planeta. Así, mientras la expansión mundial de las corporaciones multinacionales en cadenas de valor global controladas por el monopolio de alta tecnología integra a la producción mundial y desintegra a la producción a nivel local, el endeudamiento creciente y la especulación financiera articulan a los distintos mercados financieros del mundo y los integran en una poderosa estructura financiera global.

Esto ha dado lugar a una paradoja explosiva: la producción y las finanzas se integran a nivel mundial al mismo tiempo que las fronteras, territorios e instituciones de los Estados nacionales se mantienen vigentes. La puja constante entre enormes corporaciones multinacionales por ampliar sus mercados y maximizar ganancias se da en un ámbito global donde los territorios, las fronteras, los Estados y el sentido de identidad nacional aún siguen vigentes. En este contexto, los conflictos desbordan el ámbito nacional, impregnan caóticamente un escenario mundial integrado por Estados nacionales y desembocan en una militarización creciente del planeta.

El resultado de estos procesos ha sido la conformación de una estructura de relaciones de poder a nivel mundial dominada por los Estados Unidos, sus corporaciones multinacionales y sus poderosos bancos y entidades financieras. Esta estructura de poder no es estática. Se ve constantemente sacudida y amenazada por el avance tecnológico y militar de otros Estados que, si bien integrados en distinto grado y forma a la estructura productiva/financiera internacional, mantienen sus diferencias institucionales e ideológicas.

Esta fase de acumulación global potencia los conflictos sociales y los enfrentamientos globales. El canibalismo intrínseco a la obtención de rentas monopólicas genera un movimiento centrífugo de concentración y centralización de capitales al mismo tiempo que multiplica el fraccionamiento de capitales, la división y dispersión de vastos sectores sociales, el aumento de la pobreza y la multiplicación de distintos estratos de la población mundial crecientemente marginalizados de las decisiones políticas y de los beneficios del crecimiento económico.

Estas contradicciones se agudizan debido a la prevalencia en el mundo de un crecimiento económico de tipo letárgico. Esto último no es un fenómeno casual o cíclico. Obedece a una crisis sistémica de índole nueva. En efecto, desde la década de 1970 la caída de las ganancias de las grandes corporaciones multinacionales llevó a la búsqueda de reducción del costo salarial a través del desarrollo de cadenas de valor global y de la introducción de alta tecnología al proceso productivo. El resultado ha sido desempleo creciente, estancamiento de los salarios, menor demanda de consumo, menor rentabilidad, sobreproducción y deflación culminando en periódicas crisis cíclicas resueltas en las últimas tres décadas siempre a partir de un mayor endeudamiento. Esto ha dado lugar a una brecha creciente entre la tasa de crecimiento de la economía real y el incremento exponencial de la deuda y sus intereses creando así las condiciones para una crisis mundial de carácter y magnitud inéditos que, independientemente de cuál sea su detonante inmediato, golpeara a la producción y a las finanzas de todos los países del mundo, más allá de su grado de desarrollo y de su signo ideológico.

Además de la crisis económica y financiera latente, otros fenómenos inherentes a este capitalismo global monopólico explican su falta de sustentabilidad. En efecto, ha engendrado una estructura productiva mundial totalmente dependiente de la energía proveniente de la explotación intensiva y extensiva de recursos naturales no renovables (petróleo, carbón, gas natural, uranio). La depredación de estos recursos ha derivado en el progresivo agotamiento de sus reservas (HSB Resources and Energy September 2016). Esto se expresa en una caída dramática en el valor neto de la energía que hoy se extrae, (entendiendo por valor neto al EROI, energy return on investment que surge de la comparación entre la cantidad de energía que se extrae con la cantidad de energía que se necesita para extraerla). En los últimos 15 años este valor ha caído a la mitad. Por otra parte, la explotación de fuentes de energía alternativas: shale oil / gas, arenas bituminosas o energía nuclear, no resuelven el problema ya que su valor neto (EROI) es muchísimo más bajo que el del petróleo convencional. A su vez, la explotación de energías renovables no puede sustituir en un lapso de tiempo razonable a la energía proveniente de hidrocarburos que hoy constituye un 81% de la energía consumida.

De este modo, la espada de Damocles del capitalismo global monopólico reside en el progresivo agotamiento de los recursos naturales no renovables de importancia estratégica para su propia reproducción. Esto explica que, desde un inicio, la explotación de estos recursos haya sido acompañada por el desarrollo de un estado de guerra permanente en las regiones del mundo con las mayores reservas de petróleo y gas. La guerra por estos recursos ha asumido distintas formas: desde la anexión lisa y llana de territorios hasta la multiplicación de países inviables. Sin embargo, el rol de estos recursos naturales no renovables en el desarrollo de nuestra civilización y el impacto de su progresivo agotamiento sobre la vida social tal como la conocemos, permanece oculto tras una espesa bruma de negación e ignorancia. Por debajo de esta bruma, fermenta y se reproduce una lucha salvaje entre las corporaciones multinacionales y entre los Estados por consolidar su dominio respectivo sobre los mercados de hidrocarburos, sobre las reservas existentes y sobre las reservas potenciales. El reverso de este estado de guerra permanente ha sido la importancia creciente adquirida por la expansión de la tecnología y la industria de guerra en el desarrollo de la acumulación del capital, por la importancia creciente del comercio de armamentos en el total del comercio exterior y por una carrera armamentista imparable.

Asimismo, la explotación intensiva y extensiva del carbón y del petróleo y la utilización masiva de sus derivados han tenido un impacto tremendo sobre el medio ambiente. Las nuevas formas de búsqueda y explotación de shale oil /gas con la metodología del fracking han potenciado la contaminación ambiental y la depredación de recursos. Estudios científicos demuestran la relación existente entre la explotación de hidrocarburos en general, y del shale oil / gas en particular con la contaminación ambiental y el calentamiento del planeta. Estos estudios son sistemáticamente ignorados. Sin embargo, el cambio climático, las catástrofes naturales de diversa índole y la extinción de diversas especies animales y vegetales son hoy una realidad que azota al planeta.

Por otra parte, el capitalismo global monopólico y la militarización de los conflictos que engendra han dado lugar a una revolución tecnológica de consecuencias imprevisibles no solo para la organización de la sociedad tal como la conocemos, sino para la propia existencia de la humanidad. La robotización impregna hoy la carrera armamentista, modifica la índole de las guerras, multiplica las víctimas civiles e impacta de lleno sobre la organización social, afectando la generación de empleo, los salarios y las condiciones de vida en el planeta. Aún más significativo ha sido el espectacular desarrollo de la inteligencia artificial en los últimos años. En una era no muy lejana la inteligencia de las maquinas podría superar a la inteligencia humana e independizarse de todo control.

Desde hace décadas la humanidad enfrenta la posibilidad de una guerra nuclear o biológica desencadenada por una decisión en mayor o menor medida individual. Sin embargo, hoy la extinción de la vida en el planeta esta enraizada en la dinámica de este capitalismo global monopólico y en la crisis sistémica que ha engendrado. En este contexto global se ubica lo sucedido con Santiago Maldonado.

Los conflictos con los mapuche por sus tierras en la Patagonia y especialmente en Vaca Muerta –segunda reserva mundial de shale oil / gas— y la subsiguiente represión comandada por Gendarmería han sido una constante desde que asumió este gobierno en diciembre de 2015. Santiago Maldonado desapareció durante la represión de una protesta de los mapuche reivindicando sus territorios invadidos por grandes capitales extranjeros en busca de recursos no renovables: petróleo convencional, shale oil / gas, tierra, agua y minerales diversos. Dos meses después, otra represión de una protesta mapuche culminaba con el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel. Este crimen perpetrado por la Gendarmería todavía permanece impune. Poco tiempo después,  la embajada norteamericana anunciaba la construcción de una base con fines de ayuda humanitaria financiada por el Comando Sur del Ejercito norteamericano en el área de  Vaca Muerta. El reciente  decreto que reforma el rol de las Fuerzas Armadas habilitándolas a realizar tareas de seguridad interna, posibilita su intervención en los conflictos por la tierra en la Patagonia, y el  cuidado de “objetivos estratégicos” como  Vaca Muerta.

De este modo, la desaparición de Santiago Maldonado echa luz sobre el sentido ultimo perseguido por la política de “apertura al mundo“ de Macri: atar al país férreamente al capitalismo global monopólico entregando nuestros recursos naturales no renovables de importancia estratégica a la voracidad de las corporaciones multinacionales y obstruyendo así la posibilidad de un desarrollo económico nacional, integrado, basado en la autonomía de nuestras decisiones y en la explotación de nuestros recursos naturales. Esta entrega de la soberanía nacional acrecienta la dependencia del país en relación a los Estados Unidos y sus Fuerzas Armadas. Nos encierra en un campo geopolítico determinado, e impide el aprovechamiento de cualquier circunstancia en las relaciones internacionales que posibilite una mayor autonomía de nuestro desarrollo nacional. También ilumina las consecuencias que la desposesión de recursos estratégicos ha tenido sobre el pueblo mapuche y tiene ahora sobre nuestra Nación. Muestra que el camino hacia la unidad nacional contra las políticas de ajuste de este gobierno pasa por la inclusión de los pueblos originarios, por la soberanía sobre nuestros recursos naturales y por la autonomía de nuestras decisiones en tanto Nación independiente y soberana.

 

 

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