LA ELECCIÓN

Se puede obnubilar a la razón durante algún tiempo, pero nunca se logró ese cambio para siempre

 

La pesadilla

Durante los últimos días, hablando de las elecciones, la palabra que más escuché para describir el contexto social, económico y político en el que estamos, fue “pesadilla”. Distintas opiniones asociaban esa palabra al aumento de la pobreza y la indigencia que es mayor entre los niños, el cierre de fábricas y comercios, el desempleo, la plata que no alcanza, el castigo a los más vulnerables, el costo de los medicamentos, los precios que no paran de subir, el endeudamiento del país y el de cada día más personas para llegar a fin de mes y comer a veces; el agua, el gas, la luz, y el transporte que no se pueden pagar; la falta de vacunas, los maestros que mueren, la muerte por la espalda, la leche que no es leche, el pan inalcanzable, los jubilados penando, los comedores populares que se multiplican y no dan abasto, los fiscales y jueces venales, los presos castigados por si acaso, los funcionarios insensibles que expolian a los pobres pero hacen negocios millonarios para sus empresas, los aportantes truchos, un Presidente mentiroso que dice que lo que le calienta es la mentira y agita que los máximos enemigos del “cambio” que en cuatro años él causó para dar lugar a una catástrofe social incalificable son “los burócratas, los mafiosos, los corruptos, los mitómanos, los vagos, los matones, los coimeros, los delincuentes, los narcotraficantes, los falsos” que hacen crecer un poder que sabotea su progreso hacia el abismo; los ministros que le piden esfuerzos al pueblo para hacer un nuevo país porque “sí, podemos”, pero tienen su mucha plata afuera y trabajan para beneficio de sus empresas y negocios; una gobernadora que dice que quienes buscan empleo están buscando hacer un curso; un intendente que sueña en convertir en polo turístico al asentamiento más carenciado de su partido; la persecución a los opositores políticos, sociales, culturales, comunicacionales, de opinión, de género, de etnia, de condición social; el cura al que los fieles le piden velas no para encendérselas a los santos sino para alumbrarse en la noche porque les cortaron la luz, el “amamos a este país porque es nuestro país”… Y la renovación interminable de estos males en la angustiada pesadilla de un descenso a los infiernos.

 

 

Zdzdislaw Beksinski, 1979.

 

 

El elegir

En democracia, la elección de gobernantes por el voto presume la capacidad de todo votante en el ejercicio de su autonomía de la voluntad para el sufragio. Y ese voto requiere para su legitimidad, únicamente, que los procedimientos sean imparciales. Pero aunque esos presupuestos deben respetarse como parte del respeto a la convivencia democrática, las reflexiones sobre el acto de elegir en las diversas situaciones del vivir son tan importantes que desde siempre han sido motivo de reflexión. Y un caso muy especial es el de la elección política que determina nuestro vivir comunitario, que en definitiva es nuestro vivir, porque no hay un vivir que no sea en sociedad.

¿Qué es elegir? Se puede decir que elegir es la libertad de optar por lo que deseamos entre varias alternativas. Pero esa libertad nos obliga a pensar en causas y necesidades que puedan restringirla y condicionen con ello a nuestra posibilidad de optar. Por un lado porque el deseo que nos lleva a elegir puede ser racional o no, y en este último caso no ser del todo libre, lo que hace que debamos combinar el deseo con la deliberación del pensar para que la elección llegue a ser un deseo racionalizado. ¿Qué quiere decir entonces votar libremente? Y: ¿hasta qué punto optamos por una alternativa libremente elegida?

Decía Kant: “Sólo el hombre puede reclamar el poseer una voluntad que no tiene en cuenta los deseos e inclinaciones, y por el contrario considera la acción posible para él y aún necesaria en tanto puede realizarse dejando de lado los deseos e inclinaciones sensibles”. La libertad del acto de la elección será entonces el ejercicio de la voluntad que muestra su independencia del ser determinado por los estímulos o impulsos sensuales.

Es así que el acto de la elección sólo puede estar determinado por la razón: “El acto de elección que está determinado por la razón pura, es el acto de la libre voluntad”. En la medida en que la razón pura es capaz de llegar a ser práctica, esto es de determinar las elecciones y dirigir la acción, independientemente de todas las inclinaciones o impulsos sensuales, esa razón es en sí misma la pura voluntad, y esa voluntad es en esencia libre.

Pero dijimos: la voluntad que “considera la acción posible”, porque en cuanto desear podemos desear lo imposible (“Pobreza cero en la Argentina”), al menos para un determinado tiempo medido en la escala de la acción política. Sin embargo la elección es siempre para las cosas que están dentro de nuestro poder. Por eso, en Aristóteles, si la voluntad es el deseo racionalizado que tiene como objeto primario al bien real (las condiciones de vida), en cambio el deseo, que es una forma de apetito, si no se sujeta a deliberación alguna, llega a tener  como objeto al bien aparente (“la lluvia de inversiones”, “el supermercado del mundo”, “la integración al mundo”). Y si el fin –el bien real— es lo que deseamos alcanzar para ser felices, sentirnos amados o gozar del bienestar, los medios (el voto) son aquellos sobre los que deliberamos para una elección que nos lleve al fin deseado.

 

 

En ese marco, la elección, indisociablemente unida a la libertad, exige una conciencia verdadera. Pero si consideramos a la ideología en su significado de falsa conciencia, esto es, de contenidos de nuestro hablar que aunque parecen tener la coherencia propia de una conciencia verdadera, al ser analizados ponen de manifiesto su inconsistencia con la realidad, las noticias falsas que nos abruman en la conjugación mediático-político-judicial, son la mayor construcción de ideología de todos los tiempos. Y, por tanto, esa conjugación pretende determinar nuestras elecciones por la manipulación de la conciencia verdadera en falsa conciencia.

En visión kantiana, no obstante, “el acto determinado sólo por la inclinación de un impulso o estímulo sensual sería la elección irracional de un bruto (arbitrium brutum). El acto humano de elección, en tanto humano, y aunque de hecho está afectado por tales impulsos o estímulos, no está determinado por ellos, sino que está determinado por la razón”. El bien imaginado se erige sobre el apetito sensible pero el bien inteligible, juzgado por la razón, se erige sobre el apetito intelectual o la voluntad.

Por eso no ha habido ningún gobierno que haya podido eliminar al deseo racionalizado en toda elección, aunque haya promovido hasta la desmesura, como lo hace el actual, lo que Santo Tomás llamaba el “apetito animal” o el “deseo sensitivo” –deseos e inclinaciones sensibles— que corresponde a la esfera de las emociones o las pasiones como el miedo y la ira (el Presidente fue guionado para el enojo y como no funcionó lo fue para la lágrima). Pero aunque se puede obnubilar a la razón comunitaria durante algún tiempo, nunca se ha logrado ese cambio para siempre.

 

 

El despertar

Para quienes están viviendo una pesadilla, hay dos comienzos posibles para la mañana del lunes. Y ya fueron escritos.

1). “Cuando una mañana despertó, después de un sueño agitado, Gregorio Samsa se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto”. Será una pesadilla dentro de la pesadilla.

 

Franz Kafka, 'La metamorfosis', 1915.

 

 

2). “Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”. Será una vigilia esperanzada.

 

Gabriel García Márquez, 'El otoño del Patriarca', 1975.

 

Si tuviéramos que ponerle música a uno y otro despertar, asocio al primero el staccato de violines que puede oírse en el tema 17, The Murder, al minuto 30.09 de la banda sonora compuesta por Bernard Herrmann para la película Psicosis (1960):

 

 

Y para el último evoco a la armonía que crece en la composición La mañana  de Peer Gynt op.23 (1886), de Edvard Grieg.

 

 

El despertar del lunes será tiempo de espanto o tiempo de esperanza.

 

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