La encrucijada

No basta con decir que se está a favor de los que menos tienen

 

Cuando todo hacia presumir que las elecciones serían una catástrofe, el Frente de Todos logró resultados muy alentadores tanto en la Provincia como en la Ciudad de Buenos Aires. Más allá de que medidos en forma aritmética no fueron positivos, lo importante es que se venía de una derrota impactante en las PASO y se logró remontar lo que los agoreros de siempre presumían como una debacle electoral. Como todo en la vida es relativo, los neoliberales que se relamían con quedarse con el poder político terminaron arrinconados y lamentándose, y quienes pelearon voto a voto festejaron su logro como un gran triunfo de la militancia. Unos pocos días después, la mítica Plaza de Mayo se vio desbordada de militantes en una maravillosa fiesta popular. El Presidente brindó allí un mensaje integrador que incluyó dos frases muy alentadoras: la primera es que en la próxima elección todos los candidatos se elegirán mediante una confrontación democrática a través de las PASO, y la segunda, que dentro del Frente de Todos está permitido disentir sin que ello sea tomado como una traición.

Con el acto del Día de la Militancia se coronó un momento atípico de la política argentina, donde el gobierno obtuvo una derrota saludable que por un lado le facilita un crédito para recorrer los próximos dos años de gestión pero por otro lado, y bajo ningún concepto, puede entenderse que la ciudadanía le regaló un cheque en blanco para mantener el status quo. A partir de las elecciones del 14 de noviembre nuestro país se encuentra en una encrucijada que, en mi opinión, es necesario afrontar con determinación. Ese día empezó un nuevo tiempo político, si bien no cambiaron las cuestiones objetivas previas a la elección:

  • Los medios hegemónicos siguen intactos e inclusive saborean que es posible arrebatarle el poder al gobierno popular. Por lo tanto van a agudizar la difamación de los adversarios y van a esconder las inmundicias de algunos dirigentes del PRO –empezando por el mismísimo Mauricio Macri– bajo la alfombra, haciendo uso y abuso de cualquier tipo de recurso. Por eso urge estar más atentos que nunca, ya que la mafia mediática no va a escatimar esfuerzos u oportunidades para estigmatizar al gobierno. Mientras tanto, cabe reflexionar por qué la Ley de Medios que tanto costó promulgar sigue derogada por un simple decreto del mismo Macri.
  • El poder real sigue intacto y con ello manipula la inflación, el valor del dólar y toda variable económica que les apetezca, porque son ellos y no el poder político los que deciden cómo nos va a ir a los argentinos en los próximos tiempos. Siguen plagados de privilegios: no pagan contribuciones patronales, con lo que se alzan con el 3% del PBI, entre ellos medios de comunicación como Clarín y La Nación, y también siguen intactos privilegios de la promoción industrial que equivalen al 2,65% del PBI. Para que se tome dimensión de cuánto representa el 5,65% del PBI téngase presente que, según palabras del Presidente, en 2020 el presupuesto de Obras Públicas rondó el 1% mientras que para el año en curso alcanzará el 2% y para el que viene está previsto un 2,5%. Es decir que en 2020 los sectores del privilegio se quedaron con más de cinco veces el presupuesto de obras públicas. Pero lo más importante es que ese dinero lo transformaron en ahorro o en fuga de divisas, y no en inversión local.
  • Los sectores del campo no les van en saga. Cuando se intenta aumentar las retenciones a las exportaciones salen al cruce del gobierno, mientras ellos aumentan en forma desmesurada la carne y los granos, con lo que desvanecen la mesa de los argentinos. Los productores del campo son los que más economía informal generan, incluso mano de obra esclava; son los mayores evasores y últimamente nos enteramos que son contrabandistas de granos y de carne.
  • Medios como Clarín y La Nación, que dedican su tiempo a envenenar con noticias falsas la cabeza de nuestros conciudadanos, son los que más pauta publicitaria reciben del Estado.
  • La Embajada de los Estados Unidos, en forma descarada, anuncia de boca del futuro embajador que viene a hacer lobby en favor de los acreedores externos y del FMI.
  • El FMI juega con el gobierno un extraño minué de versiones controvertidas, pero lo cierto es que todo va en camino de nuevo a un ajuste fiscal. Las viejas recetas se mantienen intactas, por más que con distracciones nos quieran hacer creer que hay un nuevo FMI. No importa que haya sido cómplice y partícipe necesario en el crédito más ignominioso y disparatado de nuestra historia. Ahora se hacen los distraídos y le explican al gobierno qué hacer para “ordenar” las cuentas que ellos desordenaron. Y si bien una y mil veces se repita que no se va a pagar la deuda con el hambre del pueblo, la realidad parece desmentir esta frase de ocasión. Paso a paso vamos cumpliendo los deberes que nos imponen. Como muestra, esta semana se anunció que termina la doble indemnización por despido incausado. Nada nuevo bajo el sol.
  • Las empresas extranjeras siguen usando todo tipo de artilugios para evadir impuestos, con sobreprecios, sobrefacturación y otras maravillas de la imaginación, de diversa naturaleza y sin ningún control.
  • Las empresas más grandes, en particular las alimenticias, usan su poder dominante para incrementar sus utilidades en un nivel que ningún país desarrollado toleraría para su equilibrio económico.
  • Nuestro país tiene una hiperconcentración de su economía en pocas manos, lo que les permite manipular a destajo los precios mientras por otro lado intentan “enseñarnos” que la libre competencia es la que va a resolver los problemas inflacionarios, cuando todos entendemos que ellos son precisamente el problema inflacionario justamente por la falta de control.

Todas estas condicionalidades y posiblemente muchas más presenta hoy nuestra economía, y contra todas ellas tienen que pelear aquellos que conducen el gobierno. Por eso creo que hay un camino muy complejo por recorrer, en el cual hay que tomar inexorablemente decisiones que mejoren la situación de millones de argentinos y produzcan un cambio sustancial de esas condicionalidades.

Se puede por ejemplo administrarlas y, con inteligencia y prolijidad, lograr que mejoren las variables económicas. Claro que hay que ser conscientes que en este camino los pobres seguirán siendo pobres, los jubilados seguirán ganando magros haberes y los trabajadores activos no sólo perderán salario sino que, más grave aún, perderán derechos. Todos escuchamos estos días de boca del ministro de Economía que el crecimiento económico para este año alcanzará una cifra extraordinaria del 10%. Hay que reconocer que un crecimiento de esa envergadura es un logro extraordinario. Pero, por otro lado, esto motiva una reflexión: si el crecimiento del empleo fue magro, si los salarios de los trabajadores activos quedarán debajo de la inflación y los haberes de los jubilados apenas alcanzarán empatarle a la inflación, si la pobreza no disminuyó, ¿quién se quedó con ese 10% de crecimiento? Es aquí donde hay que buscar la explicación del resultado electoral. El crecimiento económico no es que no llegó por ahora a los sectores populares: se lo quedaron los sectores del poder económico y nunca llegará. El crecimiento es una condición necesaria pero no suficiente para lograr prosperidad. Ese objetivo sólo se concretará cuando lo reciban los que más necesitan, y a su vez retroalimenten el consumo para obligar a las empresas a producir más a fin de afrontar el aumento de demanda. En definitiva, lo más importante para lograr prosperidad es garantizar una justa distribución del crecimiento económico. Esta cuestión me lleva a una nueva reflexión de Antonio Gramsci, quien en Cuadernos de la cárcel (tercer libro, cuaderno 19) escribía: “Hay que establecer en qué consiste concretamente la independencia y la autonomía de un Estado... Todavía hoy las alianzas con la hegemonía de una gran potencia hacen problemática la libertad de acción, pero especialmente la libertad de establecer una línea de conducta propia para muchísimos Estados”.

Pienso que hay otro camino, fundado en la equidad y en la justa distribución de la riqueza: si el país crece el 10%, que al menos el 5% se distribuya en los sectores populares. Además obligar a los titulares del poder que abonen la totalidad de las contribuciones patronales y derogar los privilegios impositivos de que gozan. Esa masa de dinero, transformarla en mejores salarios, mejores jubilaciones y ayuda a aquellos que padecen pobreza extrema. Es posible, justo y solidario, pero sobre todo garantiza la disminución acelerada de la pobreza y el resurgimiento de la movilidad vertical ascendente que tanto caracterizó a nuestro país.

No basta con decir que se está en favor de los que menos tienen y mantener el status quo actual; apremia cambiar la realidad para transformar el modo de asignación de los recursos y especialmente abandonar los prejuicios que bien marcaba el inefable Gramsci cuando graficaba la relación de los sectores acomodados con los pobres: “A quien le pregunta con qué sentimiento participa en la vida de los campesinos, Felicia responde: los amo como a la tierra, pero no mezclaré la tierra con mi pan. Hay pues la conciencia de una separación: se admite que también el campesino puede tener su dignidad humana, pero se le mantiene dentro de los límites de su condición social”.

 

 

 

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