La épica de lo (im)posible

Cuando se redujo la jornada en el subte se crearon un 25% más puestos de trabajo

 

En el aniversario de la creación de nuestra Asociación gremial de trabajadores del Subterráneo y Premetro (AGTSyP) tuvimos el placer de realizar un conversatorio con tres destacades abogades laboralistas que explicaron a los asistentes los alcances legales, políticos y sociales de la pelea histórica y actual por el tiempo de trabajo y sus implicancias en la vida cotidiana.

La propuesta encuentra a una sociedad ávida de ideas innovadoras para entrar en una “nueva normalidad” cuando la mayor parte de la población no rica, las clases trabajadoras y populares, ya vienen terriblemente castigadas por las reducciones de salarios, aumentos de tarifas, desocupación, jubilaciones por el piso y una larga lista de austeridades impuestas por el macrismo.

Participaron numerosos dirigentes de sindicatos y personalidades de CTA de los Trabajadores, CGT y CTA (A). Un nutrido grupo de militantes de base siguió las deliberaciones, donde les compañeres expositores Jorge Elizondo, Natalia Salvo y Guillermo Gianibelli respondieron preguntas que hacen al quehacer gremial y que los asistentes siguieron con atención.

Expertos (por llamarlos de alguna manera) en su mayoría afiliados a los programas televisivos de los grandes medios siguen proponiendo medidas tradicionales ya todas conocidas. Recientemente un ex ministro de Economía y vocero de grandes empresas señaló ante la audiencia que no hay medidas que sirvan y sean superadoras del asistencialismo inmediato como justificación de la reforma laboral que propone. Cuentan con que la batalla cultural ha impuesto en un amplio sector de la población el “sentido común” de que los “no ricos” (que no son solo los pobres) “no quieren trabajar”, que “se comen nuestros impuestos”, etc.

A ninguno de estos pensadores cómplices del pequeño grupo de poderosos, filósofos baratos con zapatos de goma, se les ocurre señalar que en la otra vereda están los ricos verdaderos, los dueños de las grandes fortunas que hacen uso y abuso de los recursos del Estado para obtener subsidios y préstamos que nunca devolverán o adeudan impuestos que refinanciarán en moratorias hasta el absurdo. En esa batalla por el pensamiento de la población debemos asumir que un desencanto de los sectores populares con las políticas de un gobierno popular siempre tiene sus peligros.

Reducir la jornada reduce el desempleo y la ayuda social innecesaria, incrementa recursos al Estado, posibilita subir jubilaciones. La tecnología debe ser la solución y no un problema para la clase trabajadora. Un cálculo rápido y seguramente corregible nos da que entre 5 y 6 pesos de cada 10 de lo que recauda el Estado va a Previsión. Sumado el IFE y el ATP para completar sueldos andará cerca de los $7 a 7,5. Seguramente en la actualidad, si pudiera ordenarse un cumplimiento estricto de las 8 horas se generarían miles de puestos de trabajo.

Queremos convencer con la idea de que lo mejor es la reducción horaria, ya que se generarían más puestos de trabajo con buen rendimiento laboral. Cuando se redujo la jornada en el subte se crearon un 25% más puestos de trabajo. Y fue posible en un momento donde la crisis se había llevado puesto a De la Rúa y llegaba un gobierno popular como el de Néstor Kirchner. Tenemos que cambiar la forma de ver la vida. Uno trabaja para vivir y disfrutar del esparcimiento, del arte, la familia, el juego, el aprendizaje, etc. Nos quieren hacer creer que ese derecho solo está establecido para los ricos. El trabajo, la rutina, nos ordena la vida, pero claramente no es toda la vida.

 

 

Terminemos con la desocupación

Estamos muy mal. Hay poco trabajo. Nos dicen que la robótica, la informática y la inteligencia artificial están reduciendo el trabajo. ¿Por qué entonces no reducir la jornada de trabajo? El desempleo estructural y crónico en nuestro mercado laboral nos obliga a decir: “Trabajar menos para trabajar todos”.

Los grandes millonarios nos anuncian (no solo acá, sino en todo el mundo) un ejército de gente que no va a trabajar en su vida, o sea, que va a nacer y a morir sin saber cómo es ganarse la vida. Nos guste o no, debemos asumir que la robotización y el desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial (aún sin inversiones) ya transformó la mera asistencia (tan necesaria) en algo viejo que no aporta soluciones: IFE, ATP, créditos de todo tipo y subsidios alimentarios o bolsones para jubilados con la mínima son un gasto que se reproduce sin salir de su propio laberinto. La única solución real para el mundo que viene es ordenar la sociedad para reducir la jornada de todos los trabajos y sostener una renta básica para todxs.

El gobierno que votamos debe recostarse sin concesiones en los aportes de las grandes fortunas. Su política económica debe ser para la población no rica, debemos defender los planes económicos con “gente adentro”: no sería el proyecto nacional y popular que fue votado hace tan poco si se optara por razones tipo mal menor, como proponen quienes ven la salida fácil del derrame neoliberal e incluso el mero asistencialismo. Con la gente adentro, el gobierno frentista puede ampliar su base social para aplicar un programa de cambios estructurales que permita sacar al país de la postración económica y social.

La reducción de la jornada laboral junto a una renta básica es perfectamente posible financiar con una reforma impositiva progresista para acabar con la pobreza.

La contribución de las grandes fortunas acaba de ingresar para ser votada en el Parlamento y parece que será aplicada por única vez. Aprobarla es algo que resulta ajeno a aquellos que consideran que la política es solo el arte de lo posible, entendido como aquello que no perturba el funcionamiento del Círculo Rojo o los poderes fácticos, un ente inmaterial pero concreto que funciona de la mano de un funcionariato sin inventiva.

 

 

Es mentira que no se puede

¿Disponemos de evidencias de cómo se ha llevado a cabo esta propuesta en otros lugares y qué resultados ha generado? ¿Es una medida que tiene la potencialidad de ser hegemónica, de instaurarse en sentido común, de ser apoyada por una mayoría social para que no sea sólo una mera idea sin fuerza?

El gran ejemplo y el mejor resultado, si se quiere, vino del Norte. La política de reparto de horas y de impulso al empleo de Franklin Delano Roosevelt en la década de la Gran Depresión. En un contexto de alta tasa de desocupación aprobó en 1933 en el marco del New Deal, la President’s Reemployment Agreement (PRA), que consistió en incentivar a las empresas privadas a reducir la jornada a 35 horas, a aumentar la ratio salario/hora y reconocer el derecho legal a la negociación colectiva. Es impactante comprobar cómo el Presidente de los Estados Unidos llamaba a los obreros a sindicalizarse.

El gobierno de Lionel Jospin en Francia redujo la jornada de 39 a 35 horas entre 1998 y 2002, con el lema “trabajar menos para trabajar más personas, y vivir mejor”. La reducción de jornada no incluía rebajas salariales, aunque se compensó a las empresas con reducciones en cotizaciones si creaban empleo en proporción. La población dio apoyo a sus medidas y se crearon millones de empleos.

El movimiento en favor de un reparto del empleo combinado con una renta básica empieza a estar en la agenda de las instituciones internacionales —ONU, OIT, OCDE, Parlamento Europeo— y eso que no han experimentado sus miembros de manera global los niveles de desocupación y degradación de las condiciones laborales de nuestro país.

 

 

Una tendencia en ascenso

En el portal ccnmoney.com se conoció un listado de países con reducción horaria significativa en la actualidad. Como dato, hay que saber que resultó tendencia para las búsquedas en la red.

Holanda. Es común que la jornada laboral sea de cuatro días a la semana, sobre todo entre las madres que trabajan (86% de ellas han tenido horarios reducidos, según estadísticas oficiales). El promedio de horas que se laboran a la semana es de 29 mientras que la media de salario anual es 47.000 dólares.

Dinamarca. Al igual que en el resto de Escandinavia, la cultura laboral es bastante flexible. En la semana se trabajan en promedio 33 horas, mientras que el sueldo anual alcanza los 46.000 dólares. El seguro por desempleo se puede extender hasta dos años.

Noruega. En este país los trabajadores tienen un mínimo de 21 días pagos de vacaciones y el permiso por maternidad se puede extender hasta 43 semanas. El promedio de horas laborales en la semana es de 33, mientras que el sueldo anual es de 44.000 dólares.

Irlanda. Mientras que en 1983 el promedio de horas trabajadas por semana en el país era de 44, esa cifra bajó a 34 desde el 2012. La media anual de salario en esta nación europea es de 51.000 dólares.

Alemania. En la principal economía de Europa se trabajan en promedio 35 horas a la semana y el ingreso anual es de 50.000 dólares. La reducción de horas de los trabajadores sirvió para que Alemania no viera afectada de manera drástica el empleo.

Italia. El máximo de horas que por ley se pueden trabajar en la semana es de 40, pero el promedio es de 36 horas. Un trabajador en Italia ingresa, en promedio, 34.000 dólares al año y tiene cuatro semanas pagas de vacaciones al año.

Un multimillonario mexicano, recientemente muy mencionado porque financia la vacuna de Oxford, propuso que la semana laboral fuera de solo tres días de 11 horas por jornada. Vaya a saber cuál es su propósito, pero lo cierto es que hizo las cuentas y le dieron bien. La propuesta de Carlos Slim está encaminada a generar mayor empleo sin afectar la productividad. En su estudio, señaló que “más horas en la oficina puede incluso significar más costos laborales y mayores tiempos perdidos”.

 

 

Globalización y tecnología

El crecimiento mundial de la riqueza no llega a las clases bajas y medias, perdedoras del proceso. Avanza la robotización y la automatización de todo tipo de tareas: se despegaron crecimiento de la productividad y salarios-puestos de trabajo.

Hay un mundo de trabajadores en blanco y bajo convenio lleno de problemas reales (que también hay que resolver), pero hay algo mucho peor que es el mundo de quienes no tienen esos problemas porque no tienen trabajo. No nos olvidemos de ellos.

Si obtenemos y defendemos la reducción de las horas de trabajo, habrá trabajo para más personas. Defenderemos al empleado como individuo, como sujeto con derecho a una vida digna, y también su empleo, que no puede ser algo circunstancial y voluble debido al cambio tecnológico y la globalización. La única garantía de lucha contra la pobreza y de generar los incentivos adecuados para incorporar a todo el mundo que lo desee al empleo, sin tener que recurrir a la creación de empleos artificiales, es la reducción horaria.

En el contexto actual, las propuestas que conectan el proyecto nacional y popular con el feminismo, el ecologismo y el decrecimiento paulatino de la jornada de trabajo son viables técnica y potencialmente factibles políticamente, porque benefician a las grandes mayorías, aunque todavía hace falta disputar la batalla cultural por el sentido común para convertir esta propuesta en hegemónica.

Ha llegado la hora de romper con el poder del viejo reloj de marcar tarjetas garantizando las condiciones materiales para la existencia y liberando tiempo para vivir nuestras vidas.

 

 

 

 

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