La escena imposible

Acción performática del polaco Wojtek Ziemilski en las paredes de la ESMA

 

¿Qué representación dar a un perpetrador? ¿Cómo mirarlos? ¿Quiénes son? ¿Han sufrido? ¿Lloran? ¿Son humanos? ¿Son monstruos?

Algo de estas preguntas atraviesan la obra de Wojtek Ziemilski, director de teatro y artista visual polaco, profesor de la Academia de Arte Dramático y de la universidad de Varsovia. El sábado pasado, Wojtek dirigió una acción performática llamada La escena imposible en la casa del antiguo director de la Escuela de Mecánica de la Armada, la casa de Chamorro, con la colaboración e interpretación del dramaturgo argentino Rubén Szuchmacher, que hasta entonces no había entrado al viejo centro clandestino. Las paredes de la casa del director de la ESMA repitieron aquellas preguntas, insistentes, incómodas. Insoportables.

La cara de Szuchmacher apareció proyectada en una de las paredes, interpretando a uno de ellos, cualquiera, en un primer plano perpetuo con la expresión devastada, suspendida en el mundo de lo no-representado. La cara se retorcía. Gemía. Intentaba decir algo que no podía. Volvía a mirar. Los ojos clavados en los ojos de la cámara se comunicaban con todos los que estábamos ahí, atados a ese desgarro imposible. A un llanto sin lágrimas. A una ficción.

Cuando aquella imagen incómoda avanzaba en el intento imposible, el verdadero Szuchmacher entró a escena, se paró ante un atril, la sala oscura, los gemidos continuaban llegando desde la pantalla.

¿Llora? —dijo—. ¿Dice que llora? No le creo.

La pared seguía en su mundo, sujeta a un tiempo distinto, la tos, el cuerpo, los retorcimientos, el silencio. La voz atragantada. Las ganas de quienes estábamos ahí de escucharlo gritar, el grito que no llegaba.

Me da miedo —dijo Szuchmacher.

Y luego:

Quiero que llore.

Y el otro gemía. Y nuevamente, buscaba decir. Y no podía. Y más tos. Y lo que parecía que eran lágrimas y no lo eran. Y finalmente, la palabra perdón.

No quiero sus lágrimas —dijo el actor—. Quiero que llore. Quiero que se sienta culpable.

Y luego:

Es culpable. No necesito sus lágrimas.

En tono de proclama, el actor dijo:

-Necesito información y justicia. ¿Qué puedo hacer con sus emociones? No puedo mirar esto. Tengo que mirar para otro lado. No es humano. Llora y no es humano. No llora. No le creo.

"Me parecía que había algo de crucial en la idea de poder imaginar algo que es Otro", dijo Wojtek Ziemilski en el final. "¿Qué es lo que esta ahí? Un Otro humano que no es como pensamos, o imaginamos que son los humanos, al menos como yo los pienso. Por eso avancé con esta idea sobre la dificultad de la representación de lo que existe del otro lado, una utopía sin posibilidad, pero que tal vez abre algo, y puede dar miedo eso que abre".

 

 

Wojtek Ziemilski  Foto:Camilo Del Cerro

 

 

La visita

El Museo Sitio de Memoria ESMA cerró el ciclo de las Visitas de las Cinco del año con esta experiencia que la directora del espacio celebró en términos de riesgo y exploración de lenguajes que buscan llegar a nuevas audiencias.

"Se trata de explorar nuevos caminos para pensar lo que ocurrió, pero también lo que ocurre en nuestro entorno", dijo Alejandra Naftal. "Sé que es un riesgo. Sé que es un desafío. Vamos a evaluar con los investigadores del proyecto, con los sectores diversos vinculados a la búsqueda de consensos, como en todos los proyectos del Museo como práctica metodologica, si esto es eficaz. Si es bueno, si es algo que nos habilita a seguir pensando y explorando nuevos lenguajes para repensar lo que ocurrió, con el riesgo de poder revisarnos para ser y volver mejores".

La acción performática de Wojtek Ziemilski con la colaboración de Rubén Szuchmacher fue el trabajo final de una residencia artística del polaco en el Museo Sitio de Memoria ESMA. Fue parte del proyecto de investigación Staging Difficult Pasts (AHRC, Reino Unido). Cecilia Sosa, socióloga argentina, doctora en artes e investigadora del proyecto señaló que la propuesta examina las formas en las que los teatros y los museos configuran un tipo de memoria pública sobre los pasados conflictivos, a través de la puesta en escena de narrativas y objetos.

"Los diálogos que se abrieron entre el artista polaco y el director argentino buscaron conexiones, puntos de fugas, silencios y grietas que podían establecerse en las condiciones muy distintas de aquellas que el artista polaco pensó y trabajó hasta ahora con las resonancias del Holocausto en su país", dijo. El hallazgo de esta exploración era pensar si el encuentro entre ellos podía permitir, de manera no jerárquica y por fuera de una narrativa victimizante, pensar el espacio con experiencias que pueden alimentarse mutuamente.

 

 

Cecilia Sosa y Alejandra Naftal  Foto:Camilo Del Cerro

 

"La pregunta que tenemos desde el proyecto es si los lenguajes teatrales, las formas curatoriales innovadoras como estas, pueden dialogar con galerías artísticas y sitios de memoria para generar nuevas preguntas", dijo. "En colaboración con el Museo Sitio de Memoria ESMA, muy querido, estas preguntas estuvieron de manifiesto y todas las actividades estuvieron enmarcadas en las limitaciones particulares de este espacio: un sitio de memoria y el lugar donde funcionó el centro clandestino mas importante de Argentina, que no puede ser alterado porque forma parte de los juicios".

A diferencia de otras Visitas, no hubo palabras sobre lo que iba a suceder en el espacio. Sólo hubo un escrito que circuló de mano en mano dando cuenta de algunas claves teóricas para pensar la propuesta. Los visitantes caminaron hacia el interior del Museo hasta llegar a la antigua Casa del Almirante, un lugar de espacios grandes y señoriales que contrasta con los pequeños espacios destinados a los cinco mil desaparecidos de ese lugar.

"Esta es la primera vez que entro al edificio", dijo Szuchmacher en el final. "Había logrado evitarlo, nunca había dicho que no, pero siempre pasaba algo que dejaba en suspenso mi participación". El actor recordó que es un tema en el que está implicado en primera persona. Hijo de inmigrado polaco, primos muertos en campos de concentración de la Segunda Guerra, familiares desaparecidos, emigrados.

"Yo en general rehuso la representación de estos temas —dijo—. Es la primera vez que lo hago, pero haber hecho esta obra, haber tenido que hacer de un perpetrador que intenta llorar de la mano de Wojtek fue una experiencia muy importante que agradezco".

Wojtek estuvo tres semanas en la Argentina. Y durante un año se sumergió a estudiar las características locales del terrorismo de Estado. Hizo preguntas. Pensó propuestas distintas. ¿Nombrarlos o no? Y en todo caso a quiénes. Lloran. O no lloran.

"Fue muy difícil", dijo al final. "La propuesta fue hacer un trabajo sobre los perpetradores, represores, pero obviamente digo que es más fácil decir esto cuando uno está lejos. Cuando llegás acá aparece un espacio con una historia, contiene peso, su verdad, sus dificultades, son espacios de tabú. Y cuando inicié el trabajo se tornó más y más pesado, y más y más difícil. Y también aparece la conciencia de lo que se hace a las personas, visitantes, y esto se torna más agudo. Cada paso, cada decisión, fue una decisión con más dificultades. Tengo el hábito de hacer obras leves en las que procuro contacto con el público, una empatía. Me interesó el contacto y posibilidad de pensar una ficción que nos ayudase a pensar la realidad, pero no encontré otra forma de abordar el tema".

En la sala escuchaban  los y las visitantes. El director de cine y escritor Martín Rejtman y Benjamín Avila. Los sobrevivientes Adriana Suzal, Néstor Fuentes.

-Estando aquí, siguió el polaco, y frente a él era todo silencio, tal vez no sé lo que creé. Estoy conmovido de vosotros, frío porque fue muy osado, pero osado también puede ser estúpido, como meter en un espacio a quienes pueden preguntar, por qué, ¿por qué me metes ahí? No quiero hablar demasiado de la obra ni de mis interpretaciones, pero por otro lado me parecía que había algo de crucial en poder imaginar algo que es otro.

La acción performática se realizó a la par de una función especial de la obra Cuarto intermedio, Guía para audiencias de lesa humanidad de Félix Bruzzone y Mónica Zwaig, con dirección de Juan Schnitman.

 

Mónica Zwaig y Félix Bruzzone   Foto:Camilo Del Cerro.

 

La obra se realizaba en paralelo en otro espacio del Sitio. Las imágenes proponen un paseo por las zonas delirantes y absurdas de la maquinaria judicial sobre los hechos más oscuros de la historia reciente. Mónica es francesa y abogada de los juicios de lesa humanidad, también actriz. Félix es escritor y también fue cronista de esos juicios. La obra es capaz de capturar planos de secuencias muertas de las salas de audiencias. Los momentos cotidianos, los enojos, aquello que jamás pasa a los artículos de noticias.

Cuando todo terminó hablaron tres personas. Alguien que mencionó la potencia de las experiencias incómodas como activadoras de memorias. Benjamín Avila dijo conmovido: "Veo que hemos evolucionado". Y también habló un sobreviviente. Néstor Fuentes: "Yo me dije cuando estuve ante la proyección: ¿Y a mí que me importa lo que le pase a mi represor? Pero al mismo tiempo, me ayudaba a pensar en muchos represores que actuaron sobre mí. Se ha juzgado a la cúpula y no a todo el resto. Hoy pienso en el Correntino, que me dio una vez una paliza tremenda, tendría mi edad, unos 30 años. Y en otros casos. De vez en cuando pienso: ¿Cómo son ellos hoy? ¿Que les pasa hoy? ¿Alguno se arrepentirá? A mí no me basta que se arrepientan. Si hay alguien que se arrepiente, que venga y aporte información, como ustedes dijeron. Entonces, sí, ahí le creo en el arrepentimiento".

 

Nestor Fuentes y Benjamín Avila (atras)  Foto: Camilo del Cerro

 

Néstor habló de los nuevos lenguajes. Celebró. Dijo que había un antes y un después de eso que había ocurrido en cada uno de los que estaban allí, en trabajadores y sobrevivientes. La burla de Szuchmacher frente a su otro en la pantalla, él, otro, cualquier otro, Chamorro, perpetradores sin nombres, también era su poder.

La representación de los perpetradores suele ser evocada afuera de lo social. Las cárceles, los escraches con los dibujos detrás de las rejas, o con dibujos en las calles que los señalan. El Museo de la ESMA trabajó con las fotografías de los represores en los juicios. Los académicos dicen que esas representaciones tienen límites porque construyen una frontera simbólica que tiende a instalarlos en el campo de lo Otro por fuera de lo humano, en el lugar de lo monstruoso con una representación que obtura la posibilidad de pensar que esos monstruos, también, son parte de nosotros.

 

 

 

 

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